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domingo, 11 de octubre de 2015

VLADIMIRO MUJICA, EL 6 DE DICIEMBRE EN LA TARDE,

Una de las demostraciones más dramáticas sobre el alcance del aprendizaje ciudadano que debería haber ocurrido en Venezuela después de estos 15 años de demolición de la democracia y las instituciones del país, sería el que la gente tuviera la convicción de que ciertamente es posible ganar las elecciones a la Asamblea Nacional el próximo 6 de diciembre, y que es vital hacer todo lo necesario para defender una eventual victoria, pero que al mismo tiempo estuviese preparada para perder sin que se resquebrajara la unidad opositora.

El asunto puede parecer un arranque de idealismo, o peor aún de pendejismo, pero en verdad tiene un sentido práctico y político considerable. Frente a un adversario inescrupuloso como la oligarquía chavista, decidida a hacer lo que sea para mantenerse en el poder al tiempo que se protege internacionalmente presentándose como defensora de los intereses del pueblo y guardián de la democracia, es indispensable que la gente entienda que no hay espacio para el triunfalismo, que éstas no son unas elecciones convencionales en una democracia funcional sino una batalla épica ciudadana por la libertad y la democracia.

Sin importar lo que digan las encuestas, la gente debe estar preparada para actuar antes, durante y después del acto electoral. La mejor protección para el liderazgo opositor es que la gente esté presente en los centros electorales hasta que las actas hayan sido enviadas electrónicamente a la sala de totalización y los testigos se puedan retirar protegidos con sus copias de las actas.

Yo soy un convencido, por muchas razones que resultaría muy largo de enumerar, que el fraude electrónico del que mucha gente ha hablado y que permitiría cambiar los resultados electorales “en vuelo” por así decir, durante la transmisión es una ficción peligrosa que le hace mucho daño a la resistencia ciudadana. Por otro lado, el abuso continuado, la modificación de las circunscripciones y la usurpación de identidad el mismo día de las elecciones son riesgos reales. En particular, la usurpación de identidad puede ocurrir durante cualquier momento del proceso electoral , y especialmente al final del mismo, y es particularmente nociva porque es virtualmente indetectable excepto a través de una auditoría detallada de los cuadernos. Algo que no está contemplado en la auditoría relativamente sencilla que impone la ley electoral.

Ya es muy tarde para corregir el abuso de las autoridades electorales en prohibir la inscripción de ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos como Carlos Vecchio o María Corina Machado, o para intentar que se corrija el despropósito de las modificaciones a las circunscripciones que no tiene otra motivación que hacer costoso en votos al diputado de circuitos controlados por la oposición y baratos a los diputados que el chavismo cree suyos. También es tarde para que la oposición corrija el error importante de no haber organizado primarias universales que hubiesen asegurado una buena dosis de entusiasmo y compromiso de la gente con los candidatos.

Pero no es tarde para que el liderazgo opositor le hable claro al país y lo entusiasme para ganar y al mismo tiempo lo prepare para perder. Pero que en cualquier caso todos den lo mejor de sí mismos, de modo que la gente entienda que si se pierde no sea porque no hicimos todo lo que teníamos que hacer. Esta actitud incluye de modo determinante convocar a la gente para que esté presente en el cierre de las mesas y en las auditorías públicas y abiertas que la ley contempla. La invitación debe ser muy simple: Nos vemos a la hora del cierre de las mesas. Que la elección del domingo 6 de diciembre ocurra como nunca antes en nuestra historia con un despliegue de gente en los centros que evidencie la voluntad democrática y de apego a la Constitución y las leyes de nuestro pueblo, y que, al mismo tiempo, impida cualquier marramucia de última hora.

Con su presencia mas allá de votar, el pueblo estará integrado con el liderazgo del movimiento de la resistencia ciudadana. Así quizás finalmente entendamos que las elecciones son decisivas, fundamentales, pero que es imposible que el chavismo acepte unos resultados eventualmente adversos a menos que el costo político de ignorarlos sea imposiblemente alto. En Venezuela tenemos una penosa tradición de liderazgos que no le hablan con la verdad al país porque temen que la gente se descorazone y no acuda a una manifestación o a una elección. Pienso que habiendo resistido a quince años de imposiciones y de destrucción del país, el pueblo venezolano ciertamente se ha ganado el derecho a que sus líderes le hablen con claridad y con la verdad por delante. 

El triunfalismo puede ser uno de nuestros peores enemigos porque nos hace perezosos cuando es necesario estar en plena forma ciudadana.

Vladimiro Mujica
@VladimiroMujica

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jueves, 16 de abril de 2015

VLADIMIRO MUJICA, EL EMPODERAMIENTO SALVAJE

Cuando se analiza el tema de la magnitud de la corrupción que se ha literalmente enseñoreado sobre Venezuela, se suele centrar la discusión en los canales y actores tradicionales. Solamente en este departamento, la magnitud del fenómeno, en buena medida asociado con el negocio cambiario y el tráfico de drogas que utiliza a nuestro país como ruta de escape, es simplemente descomunal. 

A ello hay que añadirle las revelaciones recientes sobre el manejo de los recursos petroleros de la nación y las cuentas asociadas a poderosos miembros de la oligarquía chavista y la discrecionalidad absoluta en el manejo presupuestario y el pago de comisiones. En verdad que en materia de corrupción, Venezuela ha adquirido una sólida reputación como una de las naciones menos transparentes del planeta.

Pero no es este aspecto del fenómeno, ampliamente documentado, el que me ocupa. Es más bien una versión perversa de una de las palabrejas favoritas del régimen chavista: el empoderamiento del pueblo. 

Sin más remedio que aceptar el infortunado anglicismo, hay que concentrarse en lo que significa el lento proceso de transferencia de los mecanismos de control y distribución de bienes y servicios desde el Estado hacia la población y, más específicamente hacia sectores de la población que operan de manera caótica y al margen de la ley. 

Por supuesto que cuando la propaganda chavista se refiere al empoderamiento lo que pretende transmitir fundamentalmente es la idea de la democracia participativa y protagónica en oposición a la democracia representativa. 

Pero en esto, como en muchas otras cosas, cuando el chavismo utiliza sus mejores palabras para describir los presuntos logros de la revolución hay que leer la receta para los mayores desastres de estos últimos 15 años. Cuando la oligarquía chavista diga paz, lea guerra contra el pueblo; cuando diga trabajo para todos, lea dádivas y desempleo; cuando diga libertad, lea control y represión; cuando diga paraíso socialista y tierra de esperanza, lea pesadilla para los venezolanos. 

Así de patológica se ha tornado la comunicación entre gobernados y gobernantes en este país donde se pretende manejar la realidad a voluntad de los poderosos.

Una secuela inevitable del empoderamiento salvaje es la corrupción al menudeo. Se trata de un ovillo interminable, y con múltiples ramificaciones, de mecanismos que permiten que la gente común se enriquezca a través del ejercicio de actividades ilícitas frente a las cuales no es solamente que el gobierno se haga la vista gorda sino que son abiertamente propiciadas, tanto por la ausencia de regulaciones y controles como, sobre todo, por el manejo desquiciado de la economía. 

Uno de los más importantes mecanismos de la corrupción al menudeo es el bachaqueo, una práctica de difusión tan amplia en Venezuela como la lotería de animalitos que permite la compra de bienes regulados por individuos, familias y grupos especializados y su posterior reventa a precios exorbitantemente mayores. 

Al bachaqueo hay que añadirle el tráfico de bienes, mercancías y medicinas en complicidad con corporaciones públicas, el robo de energía, el contrabando fronterizo y, en general, el ejercicio de una suerte de economía informal pirata en escalas inimaginables. 

La revolución jurásica chavista no solamente ha destruido el aparato productivo del país sino que ha arruinado las redes comerciales normales de distribución y transporte de mercancías y bienes, abriendo así las puertas al caos y el desorden.

Este aspecto de la corrupción, intrínsecamente caótico y muy difícil de controlar y cuantificar, viene frecuentemente acompañado de otras manifestaciones, muchas de ellas violentas, de conductas al margen de la ley. 

Ello incluye el control de extensas regiones del país y de muchas barriadas populares por bandas armadas que actúan frecuentemente en connivencia con los organismos de seguridad y la policía, bandas que con tan sólo un cambio de camisa se transforman en los grupos motorizados armados que agreden a las manifestaciones de la oposición.

El nefasto resultado de la combinación de la corrupción generalizada y la impunidad en el ejercicio arbitrario de derechos y competencias confiscados o cedidos voluntariamente por el Estado es no solamente el estado de anomia y caos que cada vez se expresa con mayor fuerza, sino una fractura de la conducta y los valores ciudadanos y culturales de la nación. Un daño profundo que se ha infringido al país y cuya sanación, si alguna vez ocurre, será un proceso difícil y doloroso.

La pregunta es inevitable: ¿Es el estado de caos, desorden y violencia el resultado accidental de un mal gobierno? Difícilmente. La conclusión inescapable es que el régimen chavista ha utilizado el empoderamiento caótico del pueblo, conjuntamente con el escalamiento del aparato represivo oficial y la hegemonía comunicacional, como parte de un proceso complejo y atroz de control de la población. 

Las cosas han ocurrido por diseño, por increíble que parezca, y no por accidente. La oligarquía chavista ha avanzado profundamente el concepto, ensayado extensivamente en Cuba, Corea del Norte y algunas naciones africanas, de que al transformar la existencia de la gente en una pelea por la sobrevivencia se debilita la lucha social por la libertad y la democracia. Ello acompañado de un escalamiento en la represión de cualquier manifestación organizada de oposición.

Las consecuencias que para la estrategia de la alternativa democrática tiene el entender a cabalidad el proceso de empoderamiento caótico de sectores importantes de la población durante la era chavista, y cómo esto va a generar una resistencia enorme a cualquier intento de restablecer una existencia ciudadana de respeto al individuo y las normas legales, no puede ser exagerada. 

La resistencia al cambio no solamente vendrá de los súper privilegiados de la oligarquía chavista, sino del hombre de pueblo común que ha disfrutado de la libertad bárbara del poder arbitrario que se ejerce con impunidad mientras no se perturbe a otro más poderoso, y que ve el empoderamiento salvaje como su tajada de la distribución de privilegios. 

Ese es el país al que nos estamos enfrentando y al que aún estamos lejos de entender a cabalidad.

Vladimiro Mujica
vmujica@asu.edu
@VladimiroMujica

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lunes, 16 de marzo de 2015

VLADIMIRO MUJICA, EL SILENCIO DE LA INDIGNIDAD,

Quisiera pensar que es imposible no sentir indignación frente a lo que está ocurriendo en Venezuela. Ya no se trata solamente de un proyecto político fracasado que ha traído miseria y caos a una de las naciones potencialmente más ricas del mundo. 

Ahora es mucho más que eso. Ahora se trata de la creciente evidencia de que estamos en presencia de un gobierno que no se detiene en aplicar la represión y la tortura contra su propio pueblo con tal de mantenerse en el poder. 

Y, sin embargo, continúan en silencio los gobiernos de muchos países cuya gente se benefició en su momento de la generosidad venezolana para recibirlos cuando en sus tierras ejercían el poder dictaduras gorilas militares o civiles.

Calla el gobierno de Chile que soportó la terrible traición de Pinochet al régimen democrático de Salvador Allende y con una perseguida de esa dictadura y su familia al frente del país; en silencio el gobierno de Paraguay que tuvo que vivir la ignominia de Stroessner; mudo el gobierno de Brasil que pasó por la pesadilla de varias dictaduras militares; cómplice el gobierno de Argentina; una voz tímida, mas de comprensión que de condena del presidente Mujica de Uruguay, otro perseguido de dictaduras militares; tímida casi de disculpa la reacción del gobierno de Colombia; discreta, casi imperceptible la reacción de España.

Cuando se escriba la historia de estos tiempos ignominiosos, destacará la posición gallarda y valiente de mucha gente que ha condenado sin reservas la operación de asalto sobre Venezuela. En el futuro se escuchará todavía la reacción de unos pocos gobiernos, como el de Israel y el de México, que reconocieron tempranamente la vocación autoritaria del chavismo. También la voz de individuos comprometidos con la libertad y la democracia como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze, los ex – presidentes latinoamericanos, Piñera, Calderón y Pastrana, Teodoro Petkoff y tantos otros que se han atrevido a desafiar la cólera de la potencia imperialista caribeña que reta a todos con su furia de mercader petrolero y chantajea a toda la izquierda de este planeta con el increíble argumento de que la oligarquía chavista-madurista es el gobierno revolucionario de los pobres.

Pero también resonará el silencio atronador de una cierta izquierda dentro y fuera de Venezuela que calla porque no encuentra como resolver su terrible dilema: presionar a Maduro es traicionar un lenguaje y una práctica de complicidad según los cuales mis malos son en verdad buenos siempre que se enfrenten a la gran potencia del norte. No importa si se trata de Castro o de Chávez, o de Stalin o de Mao. Los dictadores son malos siempre que puedan ser etiquetados como de derecha; los de izquierda son tolerables porque presumiblemente se enfrentan al Satán Mayor.

No importa si la misma carta fundacional de la ONU autorice al Consejo de Seguridad para intervenir en situaciones donde esté en peligro la paz. Una autoridad que ha sido extendida para intervenir en casos de graves crisis humanitarias y de violaciones masivas a los derechos humanos. Buena parte del mundo calla frente a la gravísima crisis de nuestro país al tiempo que se le concede un puesto en el Consejo de Seguridad a Venezuela. Es decir, a una nación donde se cometen violaciones diarias a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y a la Carta Interamericana de la OEA se le garantiza una silla en el organismo que debería velar precisamente porque estas violaciones no se cometieran. Al propio tiempo la cancillería venezolana despacha con la inexistente palabreja “injerencista” toda opinión sobre los asuntos de Venezuela. Historia bastante conocida: los gobiernos que más atropellan a sus pueblos son los que exigen con más fuerza que nadie opine sobre lo que están haciendo en sus países con el manido argumento de que eso sería injerencia en sus asuntos internos. Para muestra están Corea del Norte, Cuba, Siria, y ahora Venezuela. Por supuesto que ningún demócrata, y yo me cuento entre ellos, está abogando por una intervención extranjera en nuestro país, pero la pretensión de la oligarquía chavista de que nadie pueda opinar sobre sus desmanes es, al menos, absurda.

Incomprensible es también el silencio de gente honesta que todavía sigue apoyando el proyecto chavista a pesar de las muertes, la tortura y la represión, con el socorrido y cada vez más débil argumento de que el proyecto revolucionario es más grande que el calamitoso presente y que una suerte de futuro luminoso y de felicidad le espera a Venezuela al final de este horrendo túnel de destrucción, corrupción y caos. Uno se pregunta: ¿Qué hace falta para que esta gente termine de reaccionar y le retire su apoyo al gobierno?

Mientras mucha gente se mantiene en silencio, el híbrido de gobierno autoritario, populista y represivo que rige los destinos de nuestro país sigue avanzando en su proyecto de control social. Nada puede sustituir el esfuerzo unitario de las fuerzas de la resistencia democrática internas, pero no nos vendría mal que dejaran oír su voz quienes no tienen otro motivo que resguardar un capital político o económico, aún a expensas del sufrimiento de todo un pueblo.

Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@VladimiroMujica

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miércoles, 28 de enero de 2015

VLADIMIRO MUJICA, LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO

Otro ciclo de travestismo político en Venezuela ha sido finalmente consumado. Desde sus orígenes como una pequeña organización cívico-militar de conjurados, presumiblemente nacida para superar las carencias de la democracia representativa y detener el proceso de exclusión y empobrecimiento del país, transformada en el camino en un amplio movimiento popular, el chavismo ha devenido oligarquía corrupta cuyos intereses de permanencia en el poder coliden abiertamente con los intereses del pueblo venezolano.

Probablemente entre tantas cosas importantes que ocurren en Venezuela, ya nadie recuerde el discurso de fin de año del presidente Nicolás Maduro, recurriendo a una cita de Albert Einstein, que ya había sido empleada por el vicepresidente Arreaza, sobre el significado de la crisis. 

El acto de cinismo que representa el pretender apoderarse de un pensamiento del gran científico y humanista (a quien probablemente se perseguiría si trabajara en el IVIC) por gente que desprecia profundamente el talento y la inteligencia, para justificar sus desatinos como gobernantes, es verdaderamente enervante. Las crisis auto-infligidas provocadas por incompetencia en la conducción de los asuntos públicos ciertamente no caen bajo los eventos positivos a los que Einstein se refería. No hay absolutamente nada meritorio ni digno en destruir la riqueza y el patrimonio de una nación, generar un conflicto, y luego pretender enaltecer la crisis provocada como si se tratara de una bendición que nos hará fuertes y mostrará lo buenos y trabajadores que somos los venezolanos. Y si, como señala Einstein, y que Maduro reseña como si se tratara de una realidad externa a su gobierno, la verdadera crisis es la incompetencia, entonces sabemos exactamente a qué atenernos en el caso venezolano.

La usurpación y tergiversación de palabras que no les son propias, con el propósito de confundir, engañar y retorcer la historia es de proporciones bíblicas. Ya sentenció San Pablo en 2 Corintios 11: “13 Porque éstos también son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. 14 Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. 15 Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras”. Muy poco hace falta añadir a la descripción de la conducta de la oligarquía chavista que se puede obtener de la sabiduría atemporal de la Biblia; quizás solamente que se requiere un grado importante de retorcimiento ético y moral y de una gran voluntad de manipulación política en gente que ostensiblemente dedica mucho tiempo a pensar lo que dice y a construir realidades a su medida.

Hasta qué punto se ha consumado una traición histórica, monumental, contra el pueblo venezolano puede ser calibrado adecuadamente a través de una simple comparación entre la Venezuela que recibió Chávez y el desastre de país sobre el que preside Nicolás Maduro. Si uno quisiera resumir en una sola línea lo que ha ocurrido tendría que decir que todo lo que antes estaba mal está peor, y todo lo que podía servir para que superáramos las indudables carencias de la democracia surgida del Pacto de Punto Fijo está en peligro de desaparecer. No es solamente la destrucción de la economía sino el empobrecimiento del espíritu nacional, de nuestra gente, en todas sus dimensiones.

Viendo la naturaleza de la hecatombe nacional, mucha gente todavía se pregunta: ¿Será que el gobierno no se da cuenta de lo que está pasando? A esta duda yo he optado por responder sin miramientos: No es solamente que se dan perfecta cuenta de lo que ocurre sino que la conversión de la existencia de los venezolanos en un mero ejercicio de subsistencia es un elaborado y diabólico modelo de control de la sociedad. La lógica detrás de este razonamiento es muy simple y ha sido probada en otros experimentos políticos de control social: En la medida en que la gente debe preocuparse de todas las miserias e indignidades imaginables para capear el temporal de la crisis generada por la incompetencia y la corrupción de quienes dirigen el país, en esa misma medida pierden energía para intentar cambiar su destino.

La última de las falacias que vale la pena confrontar es la que sostiene que la crisis que está experimentando Venezuela tiene sus orígenes en la caída de los precios petroleros. Nuestro país pudo afrontar en otros momentos de su historia precios inferiores a 10$ el barril sin colapsar. Lo que es distinto ahora es que durante la larga noche del chavismo se ha exacerbado el rentismo petrolero, uno de nuestros vicios culturales más acendrados, a niveles alucinantes. En esto, como en otras cosas, lo que se encontró mal se entrega peor.

Nos aproximamos a un inevitable momento de inflexión, porque el modelo chavista de manejo del país simplemente no da para más. Los escenarios en que esta situación se puede resolver son todavía inciertos, e incluyen por supuesto la radicalización represiva y violenta del gobierno. Pero en cualquiera de los casos será indispensable que las fuerzas democráticas del país se asuman como resistencia ciudadana y dejen de percibirse simplemente como oposición, lo cual requiere un determinado respeto a las reglas del juego democrático y a la separación de poderes que ya no existe de facto en Venezuela. Ambas conductas están permitidas por nuestra Constitución y a ella debemos apegarnos para invocar la combinación de “calle y voto” que constituye la orden del día para enfrentar la traición al pueblo.

Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@VladimiroMujica

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lunes, 15 de diciembre de 2014

VLADIMIRO MUJICA, PALABRAS DE VENEZUELA EN LA CUMBRE DE VERACRUZ

VLADIMIRO MUJICA
Hace un par de días concluyó en Veracruz la XXIV Cumbre Iberoamericana. Entre las más conspicuas ausencias a la importante cita de México estuvieron las de los mandatarios de Brasil, Cuba, Venezuela y Argentina. En el sitio web de la Organización de Estados Iberoamericanos, se encuentra el texto de la Declaración de Veracruz: “Educación, innovación y cultura en un mundo en transformación” (http://oei.es/noticias/spip.php?article14753) .

Un importante documento que vale la pena leer en su integridad porque recoge un pensamiento moderno, respaldado por los asistentes a la Cumbre, acerca de temas de importancia capital para nuestros países.

El objetivo central de la convocatoria era la “Consolidación del Espacio Iberoamericano del Conocimiento”. Reproduzco aquí algunos trozos de la Declaración que estimo especialmente relevantes por lo que representan como contraste con la prédica de nuestros gobernantes y en referencia a cómo se puede plantear el tema del uso del conocimiento para la gente, en términos profundos y con alcance real. Cito:

Plenamente conscientes de que la educación, la cultura y la innovación son factores clave para la erradicación de la pobreza así como para alcanzar un desarrollo sostenible más dinámico que favorezca a todos los seres humanos; Decididos a trabajar en estrategias innovadoras para garantizar una educación universal y de calidad, que incorpore de manera continua el progreso científico y tecnológico; que garantice la igualdad de oportunidades, especialmente entre mujeres y hombres; y que fomente la movilidad social y mejore las oportunidades de empleo a lo largo de la vida, la productividad y las capacidades para promover el desarrollo y la competitividad con base en conocimiento y más valor agregado; Reafirmando nuestra voluntad de dar impulso a la innovación y aprovechar aún más nuestras capacidades creativas, científicas y tecnológicas para mejorar condiciones sociales, políticas públicas y procesos productivos, así como para promover el crecimiento económico y el desarrollo sostenible; Convencidos de que el talento humano es uno de los motores del desarrollo así como un preciado recurso de cada nación, y de que la movilidad de esos talentos, dentro del Espacio Iberoamericano, favorecerá la transferencia de conocimiento, la creación científica e intelectual y la innovación.Fin de la cita.

En ausencia del presidente Nicolás Maduro, nuestro país estuvo representado por el vicepresidente Jorge Arreaza, quién según varias notas de prensa, enfatizó el compromiso venezolano con la revolución del conocimiento y advirtió sobre los riesgos del “robo de cerebros” (http://m.eluniversal.com/nacional-y-politica/141209/arreaza-alerto-en-veracruz-sobre-el-riesgo-de-robo-de-cerebros). Es en verdad difícil no sorprenderse al encontrarse con la descripción de la realidad que hace Arreaza del compromiso del gobierno con la revolución del conocimiento, anunciada hace algún tiempo por el presidente Maduro, y contrastarla con el drama venezolano de destrucción del capital humano y de las instituciones generadoras de conocimiento. Una verdadera hecatombe del talento humano, cuyos principales responsables son las políticas públicas en materia de educación superior, ciencia y tecnología impulsadas por el partido y el gobierno del Vicepresidente.

Según la nota de El Universal, la frase empleada por Arreaza fue: “Queremos poner una alerta sobre la movilidad, porque la hemos sufrido. En Venezuela no solo sufrimos la fuga de cerebros (…), también sufrimos el robo de cerebros”. La verdad del asunto es que Venezuela no ha sufrido de robo de cerebros, sino más bien de lo que podríamos llamar un proceso de expulsión de cerebros. La Jihad contra el talento emprendida por el gobierno revolucionario comenzó con el despido de miles de profesionales de Pdvsa que eran en buena parte responsables de los incontables éxitos de la corporación estatal petrolera. A ello le ha seguido la guerra de desgaste y acoso contra las universidades nacionales y la creación de instituciones de educación superior de segunda.

 Solamente por mencionar un ingrediente especialmente letal para la preservación de los profesores e investigadores en nuestras universidades: el salario real de un profesor en Venezuela está entre los más bajos de Iberoamérica, prácticamente en niveles de subsistencia y obscenamente inferiores a los de Chile, México o Argentina, y el apoyo a la investigación está en sus niveles más bajos de los últimos años. El último episodio de esta tarea antinacional es el infame proyecto de ley que sanciona la transformación del IVIC en una suerte de aldea comunal de cultores del conocimiento, a contrapelo completamente de las recomendaciones de la Cumbre de Veracruz y con el argumento, esgrimido también por el vicepresidente Arreaza, de que es necesario eliminar la ciencia elitista.

Al acoso a las instituciones generadoras de conocimiento, hay que añadirle la destrucción de las condiciones mínimas para que los cerebros puedan radicarse y crecer en nuestro país. Nuestros profesionales emigran no porque nadie se los robe, sino porque la existencia en Venezuela se ha convertido en un calvario de penurias e incertidumbre respecto al futuro. Esta ausencia de confianza en el futuro se ha tornado en uno de los puntos de convergencia más extraordinarios e inesperados entre el país “rojo” y el país “azul”. Nunca fue más cierto que ahora, parafraseando la genial frase del Comandante Chávez, que mientras nuestros gobernantes van de cumbre en cumbre predicando las maravillas del presunto paraíso en la Tierra en que se ha convertido Venezuela, nuestro pueblo sigue en el abismo.

Vladimiro Mujica
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miércoles, 10 de diciembre de 2014

VLADIMIRO MUJICA, EL PODER CONTRA EL PUEBLO

VLADIMIRO MUJICA,
En una conversación con un querido amigo cuya identidad prefiero no divulgar, elaborábamos sobre la deriva, el derrotero, que prosigue la así llamada revolución chavista. Ello a propósito del último despropósito, auspiciado desde la Asamblea Nacional, de un proyecto de ley que implica acabar con el IVIC y transformarlo en el IVECIT. Mucho se ha escrito sobre el tema y sobre lo irrealizable que resulta intentar dirigir el esfuerzo de generación de conocimiento del país hacia atender las necesidades de la gente, sin tener en cuenta las características intrínsecas del proceso de enseñanza e investigación. Orientar ese esfuerzo hacia temas que eleven la calidad de vida de los venezolanos implica visión, recursos, y una política clara sobre la participación del sector público y privado. Asuntos todos sobre los que el gobierno tiene graves carencias. ¿Por qué entonces se pretende destruir al IVIC con el argumento de eliminar a la ciencia elitista, cuando no se tiene ninguna claridad sobre lo que está proponiendo?

Hay muchas respuestas posibles a la pregunta del párrafo anterior: una es que se trata de un caso de voluntarismo primitivo, promovido no solamente por la ignorancia de la naturaleza del quehacer científico, sino por una cierta actitud, simultáneamente arrogante y vacua, según la cual los revolucionarios lo pueden todo a fuerza de corazón y amor al pueblo. Esta, sin duda la interpretación más benevolente de estas y otras acciones que han ido poco a poco demoliendo el país, no se sostiene en los hechos. Ya hemos visto el desastre de los médicos comunitarios, de los ingenieros improvisados y de las universidades de segunda que se han creado durante estos últimos quince años. La revolución del atraso ha fracasado en crear al hombre nuevo del socialismo del siglo XXI que ve el futuro con cabeza erguida y corazón abierto, y en su lugar cada vez hace peor y más mediocre a nuestra nación.

A la conjetura del voluntarismo primitivo, hay que añadirle la dimensión de un pensamiento relativamente menos ramplón y más elaborado que se fundamenta en la creencia de que para hacer ciencia para la gente es necesario destruir la noción de jerarquía intelectual y respeto por el conocimiento en que se fundamenta la investigación científica. En los proponentes de la destrucción del IVIC se aprecia claramente la intención de transformar a la comunidad de investigadores y asistentes de investigación, con roles bien definidos, en una especie de aldea comunal de cultores indiferenciados de una mezcla de saberes populares y ancestrales con ciencia, tecnología e innovación. Un esquema comunal similar fue practicado durante la revolución cultural china: quien hoy ejercía como ingeniero mañana debía limpiar los retretes, para que nadie se sintiera ni indispensable ni especial. La imposibilidad de esta forma de trabajo puede apreciarse con claridad a través de una simple comparación con otras actividades humanas: así como a nadie se le ocurriría sustituir a un general por un soldado bisoño en la conducción de un ejército; ni a un neurocirujano por un estudiante de medicina en una operación compleja del cerebro; ni al director de una orquesta por el primer violín, del mismo modo no es posible transgredir e ignorar la experiencia y el conocimiento en la práctica de la investigación.

Todo esto no pretende ignorar que la ciencia, además de una maravillosa aventura de crecimiento individual que está asociada al placer de saber cómo funcionan las cosas, es una actividad social de primerísima importancia y que, en consecuencia, está sujeta a las presiones políticas y sociales inherentes a este carácter. Los científicos tienen la responsabilidad de rendirle cuentas a la sociedad y la dirigencia de la sociedad, especialmente el liderazgo político y el gobierno, tienen la obligación de entender la naturaleza del quehacer científico para promover políticas públicas hacia el bien común. En particular, la pretensión de eliminar la ciencia elitista no califica como política científica y evade el debate de fondo sobre el hecho de que la distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada es, en buena medida, un asunto semántico y que la una y la otra existen en simbiosis. Lo mismo vale para la promoción de la tecnología y la innovación, o para la protección de los saberes populares. Todas estas actividades deben tener un espacio y programas de financiamiento y promoción que estimulen y protejan la libertad de pensamiento y creación y el crecimiento de todos los sectores de generación del conocimiento.

La concepción comunal destruye este carácter diferenciado y convierte la generación de conocimiento, ancestral o científico, en un batiburrillo intrascendente.

Queda sin embargo una última dimensión cuya consideración es indispensable para responder mi pregunta inicial que aquí parafraseo en un contexto más general: ¿Por qué se pretende destruir las casas de conocimiento del pueblo, el IVIC y las universidades nacionales, si se sabe que esto va contra los intereses de la nación? La respuesta más simple e indignante es que a la oligarquía chavista nada de esto le importa un bledo. La revolución del atraso ha devenido simple pelea por el poder, bien en su dimensión nacional, lo que implica la captura por asalto de las instituciones generadoras de valores culturales y éticos como las universidades, la iglesia y la escuela, o en su expresión más corrupta asociada a los conflictos internos del chavismo. Esa perversa pelea por la supremacía es probablemente la clave para entender porqué se usa el poder contra el pueblo, destruyendo lo que le pertenece y lo que podría contribuir a que nuestra gente viviera mejor.

La concepción comunal destruye este carácter diferenciado y convierte la generación de conocimiento, ancestral o científico, en un batiburrillo intrascendente.

Queda sin embargo una última dimensión cuya consideración es indispensable para responder mi pregunta inicial que aquí parafraseo en un contexto más general: ¿Por qué se pretende destruir las casas de conocimiento del pueblo, el IVIC y las universidades nacionales, si se sabe que esto va contra los intereses de la nación? La respuesta más simple e indignante es que a la oligarquía chavista nada de esto le importa un bledo.

Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
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jueves, 27 de noviembre de 2014

VLADIMIRO MUJICA, CONTROLES CASTRANTES

VLADIMIRO MUJICA
La conclusión de tanta ignominia es inescapable. Estamos en el medio de una monstruosa operación de controlar todo sin resolver nada de lo que realmente trastorna la vida de los venezolanos. Controles castrantes que asesinan el esfuerzo creativo de la nación y que crean la ficción de que el gobierno actúa para resolver males cuya solución requiere de acciones de fomento y creación y no de más alcabalas.

Nos acercamos a la posición de dudoso prestigio de ser simultáneamente una las sociedades más disfuncionales y más controladas del planeta.

Venezuela tiene una larga tradición de contar con instrumentos legales y procedimientos administrativos sumamente complejos. Una enervante costumbre que posiblemente heredamos de España y que se traduce, entre otras cosas, en una cultura de apego al papeleo y a la burocracia pomposa e inútil. La copia, de la copia, de la copia, es requisito normal en muchos trámites públicos que podrían resolverse de modo mucho más expedito. A esto hay que añadirle una tendencia a modificar de manera permanente y a veces compulsiva los instrumentos legales, desde la Constitución hasta las ordenanzas municipales, pasando por las leyes orgánicas y reglamentaciones.

Mientras que una democracia razonablemente funcional como la norteamericana ha tenido una sola Constitución desde la declaración de independencia de los Estados Unidos, Venezuela ha tenido innumerables cartas magnas que en muchos casos responden no a la necesidad de modernizar el contrato social de afiliación de los ciudadanos a un conjunto de leyes y normas, sino al capricho de los gobernantes de turno. Por otro lado, nuestras leyes tienden a ser exhaustivas e intentan prever todos los casos que se puedan presentar, con el resultado de que termina por armarse una cadena inagotable y de difícil aplicación de la regla, de la regla, de la regla.

Como en muchos otros casos, la pseudorevolución chavista ha transformado una mala costumbre en un vicio nacional. Toda la cháchara sobre el gobierno electrónico que en algún momento formó parte de la propaganda oficialista ha terminado por evaporarse frente a una terca realidad de burocracia profundamente anclada en los procesos públicos. El gobierno ha llegado al extremo de inventar reglas ad hoc para intentar modificar y falsear una realidad caótica que pretende presentarse como un paraíso en la tierra. Detrás de cada nuevo control impuesto por el gobierno se encuentra un error monumental de gestión pública. Peor aún, los controles terminan por ser ejercicios de castración de la actividad económica, social e intelectual de la población y estímulos abiertos para la corrupción.

Uno de los mejores ejemplos de lo que decimos es el control de cambio. Presuntamente destinado a impedir la fuga de divisas, en realidad se ha transformado en un gran caldo de cultivo de la corrupción. Alguna gente cínica diría que no hay virtud humana que soporte la tentación de hacer negocios cabalgando sobre una diferencia cambiaria de más del 1000% entre el dólar oficial y el dólar negro. Los enchufados y sus amigotes con acceso a dólares preferenciales han hecho fortunas enormes en tiempo record, pero al jubilado, o al turista, que requiere unos pocos dólares se les exige un mamotreto de papeleo. La verdad es que el control de cambio no controla lo que pretende controlar y constituye una afrenta a la gente y un sumidero horrendo de recursos.

Pocas cosas están tan reguladas en Venezuela como el porte de armas. En teoría es casi imposible para un ciudadano normal, no enchufado, obtener un permiso legal para la adquisición y posesión de armas. En la práctica, hay millones de armas ilegales en la calle, en manos de los bandidos y sus cómplices. Una situación directamente correlacionada con el hecho de que más de 20.000 venezolanos mueren al año en situaciones violentas que no son esclarecidas en un pavoroso porcentaje. Nuevamente, un control severo que no controla nada y que las autoridades manejan con un cinismo alucinante acompañado de medidas improbables como el supuesto desarme de la población.

Se controla el precio de alimentos que no existen, de bienes desaparecidos, de medicinas imposibles de obtener. Se cierra la frontera con Colombia en las noches para impedirle el paso a las sardinitas, mientras el verdadero negocio del contrabando, manejado por los peces gordos, cabalga en la diferencia abismal entre la economía colombiana, razonablemente estable, y la disfuncional y errática economía venezolana. El pobremente trabajado concepto de precio justo, que pretende desconocer las reglas básicas de la economía, es usado como criterio para emascular la ya semidestruida actividad económica de la nación.

Quizás valdría la pena preguntarle a los jerarcas del gobierno y de Pdvsa cuál sería el precio justo del petróleo venezolano si el mismo se calculara a partir de lo que cuesta producir un barril de crudo. Nos encontraríamos con que los países productores de petróleo, incluida Venezuela, venden este producto a precios tres o cuatro veces superiores a los costos combinados de exploración y producción, lo cual los calificaría indudablemente como especuladores.

Ahora nos enteramos de que se pretende ponerle un precio justo a la enseñanza universitaria basado en una supuesta estructura de costos de las instituciones de educación superior. Este exabrupto, mezcla de ignorancia y mala fe, desconoce que el tema del costo de la educación superior incluye intangibles como el conocimiento de los docentes, como lo señaló recientemente el rector de la Universidad Metropolitana, Benjamín Scharifker, además del costo de la investigación sobre la que se soporta la docencia. Esa vez se trata de aplicar controles para regular el libre pensamiento.

La conclusión de tanta ignominia es inescapable. Estamos en el medio de una monstruosa operación de controlar todo sin resolver nada de lo que realmente trastorna la vida de los venezolanos. Controles castrantes que asesinan el esfuerzo creativo de la nación y que crean la ficción de que el gobierno actúa para resolver males cuya solución requiere de acciones de fomento y creación y no de más alcabalas.

Nos acercamos a la posición de dudoso prestigio de ser simultáneamente una las sociedades más disfuncionales y más controladas del planeta.

Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
vmujica@asu.edu
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sábado, 23 de agosto de 2014

VLADIMIRO MUJICA, APRENDICES DE BRUJOS REVOLUCIONARIOS

Hay algo en la sicología de los autoproclamados revolucionarios y campeones de la causa del pueblo que es profundamente perturbador: la inhabilidad para admitir sus propias limitaciones y entender el valor del conocimiento no como una palabra que se acomoda a voluntad hasta desproveerla de todo sentido, sino como algo asociado al estudio y al desarrollo del talento.
  

Tal parece que sentirse miembro de una especie de raza cósmica de elegidos les confiere un derecho innato a saber de todo y a incursionar en cualquier dominio del saber sin otra herramienta que la voluntad. Por supuesto que la realidad y las complejidades de la existencia humana en un mundo donde la ciencia y la tecnología tienen un rol predominante, no se prestan a la manipulación de los aprendices de brujo revolucionarios, pero en el camino pueden destruir, y de hecho destruyen, valores, instituciones y logros que son el resultado del quehacer colectivo de la sociedad.


La condición de chavista, pseudorevolucionario o autodesignado intérprete del pueblo no se traduce en mejores ingenieros, ni mejores médicos, ni mejores científicos. En realidad no se traduce en ser mejor en ninguna actividad que requiera del conocimiento como condición sustantiva de su ejercicio.

Si no por otra cosa más profunda, por la simple razón de que el voluntarismo no construye conexiones neuronales ni comprensión. El voluntarismo y sus primos cercanos, la irresponsabilidad y la piratería, conducen con frecuencia el desastre de la empresa que se acometa. La piratería revolucionaria de la oligarquía chavista es la responsable directa, junto con la inevitable corrupción que surge al amparo del exacerbado control de la sociedad, del deterioro que se respira en todos los espacios públicos de Venezuela.

Todo esto viene a colación porque mi capacidad de asombro es puesta nuevamente a prueba frente a una de las últimas invenciones de la creatividad populista infinita del régimen de desgobierno que impera en Venezuela. 

Copio directamente, citando la fuente respectiva para evitar cualquier confusión respecto al contenido de la información, unas declaraciones de la profesora Alejandrina Reyes, viceministra de Planificación y Desarrollo Académico del Poder Popular para la Educación Universitaria (MPPEU), quien recientemente moderó, junto al equipo de Gestión Comunicacional de ese espacio, el programa Pueblo Universitario, producción para radio que sale al aire semanalmente por el dial de Alba Ciudad 96.3 FM. Cito pues: 

“Reyes respecto a la Planificación Académica en el trabajo directo con las instituciones universitarias, esbozó para las usuarias y usuarios que “se ha desarrollado un Plan Nacional de fortalecimiento al área curricular denominado Jornadas Nacionales de Curricultores y Curricultoras, siguiendo el legado de nuestro Comandante Eterno Hugo Rafael Chávez Frías de democratizar el conocimiento, promover la inclusión en esa toma de decisiones de manera que lo curricular no puede ser solo un tema de expertos, porque éste tiene una intencionalidad y trata de promover que esos contenidos curriculares para la formación de nuestros profesionales, estén a tono con la Constitución de República Bolivariana de Venezuela, el Plan de la Patria y por supuesto, fomenten eso que nos señala este Plan de convertir a Venezuela en un País Potencia” 

Resulta pues que lo curricular no puede ser un tema de expertos, sino que al igual que en los temas de aguas, salud, ciencia y tecnología, es necesario construir una ficción comunicacional y política de supuestos cultores populares. 

No se trata por supuesto de negar la importancia de la educación ciudadana sobre temas tan importantes, asunto que debería ser un deber primordial del estado y la sociedad en su conjunto, pero no se necesita mucha creatividad para imaginarse el grado de preparación y formación de los así llamados curricultores y curricultoras, en cuyas manos caerá la discusión sobre el tema curricular de nuestros centros de enseñanza. 

Ni siquiera se tomaron la molestia de crear un neologismo menos monstruoso. La fulana palabreja podría perfectamente referirse a los cultores del curry, dado el hecho de que la palabra curriculum no puede ser dividida porque carecería completamente de sentido. Pero estas pequeñeces por supuesto no preocupan a nadie en el gobierno.

Mientras se practica la operación de ficción populista y demagógica de pretender que de todo se puede discutir y conocer sin tomarse el trabajo de aprender, el régimen mantiene en total oscurana al pueblo venezolano sobre temas absolutamente sustantivos para el presunto avance del Plan de la Patria, o cualquier otro plan de gobierno si al caso vamos, como por ejemplo el manejo de los dineros públicos y la enorme tajada de recursos que el gobierno maneja discrecionalmente al calcular el precio del petróleo a un precio inferior al del mercado en la elaboración del presupuesto de la nación. Un detallito sobre el que sin duda convendría la intervención de los ojos de un pueblo informado.

Mientras tanto, esperemos las recomendaciones cada vez más parcializadas y destructivas de la posibilidad de seguir pensando con libertad que nos traerán nuestros curricultores y curricultoras. El futuro de Venezuela País Potencia está a buen resguardo.

Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
vmujica@asu.edu
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martes, 25 de marzo de 2014

VLADIMIRO MUJICA, GUERRA ASIMÉTRICA

protestas venezuelaUn mes de conflicto le abrió los ojos al país y al mundo: el régimen de Maduro es represivo. Cuando la oligarquía chavista habla de paz se refiere en verdad a la violencia o la paz impuesta Cada vez son más tenues las diferencias entre el caso venezolano y los ejemplos de gobiernos gorilas.
El término guerra asimétrica comenzó a ser usado en Venezuela durante el período de Chávez para referirse a una nueva doctrina de la FAN, según la cual era necesario prepararse para enfrentar una agresión imperialista contra la patria a través de una estrategia que involucraba también a la milicia y a las organizaciones populares. 
Poco imaginábamos los venezolanos que el verdadero significado del término se haría evidente cuando el gobierno decidiera usar la represión armada contra la protesta popular.
Como ya ha sido extensamente disecado en varios artículos recientes, la prostitución y la tergiversación del lenguaje son prácticamente marcas de fábrica del esquema de control social que imponen los regímenes totalitarios, independientemente de su signo político.Los venezolanos hemos tenido una ración intensa de esta práctica y creo que mucha gente entiende perfectamente que cuando la oligarquía chavista habla de paz se refieren en verdad a la violencia o la paz impuesta; cuando hablan de abastecimiento seguro se trata de la gerencia de la escasez creada por ellos mismos y cuando se menciona la verdad debe interpretarse como la realidad a la medida de sus designios construida sobre la base de la hegemonía comunicacional. 
Un mes de conflicto nacional le ha abierto los ojos al país y al mundo acerca de la naturaleza represiva y violenta del régimen venezolano.
A pesar de la inacción frustrante y cómplice de muchas de las organizaciones internacionales que tienen la responsabilidad de velar por el respeto a los derechos humanos, el efecto de las imágenes de los asaltos coordinados entre la fuerza pública y los colectivos armados, de las decenas de muertos, los centenares de heridos y los miles de atropellados y detenidos ha sido devastador para la imagen de gobierno democrática y progresista que el chavismo había custodiado y construido durante más de una década. 
El mensaje ha corrido como pólvora por todo el planeta a pesar de la censura y la mordaza informativa: Venezuela está bajo el control de un régimen violador de los derechos humanos y que ampara la tortura y la represión violenta contra la protesta pacífica ciudadana que está expresamente garantizada en la Constitución.
De hecho, cada vez se hacen más tenues las diferencias entre el caso venezolano y los ejemplos de gobiernos gorilas militaristas que han azotado inclementemente a Latinoamérica.
La guerra asimétrica incluye el uso de bandas civiles armadas como agentes de la represión y prácticas extremadamente brutales y violentas destinadas a infundir terror en la población. La conclusión triste y lamentable de que buena parte de esta brutalidad exacerbada obedece a la influencia del castrismo cubano en Venezuela es difícil de evitar. 
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La sobrevivencia económica y política del régimen cubano está indisolublemente asociada a la supervivencia de la revolución bolivariana, de modo que los venezolanos se enfrentan no solamente a un gobierno sordo a las demandas de su pueblo sino a una suerte de cogobierno La Habana-Caracas que cada vez se ejerce de modo más descarado. 
Parece claro que la decisión del gobierno es aplastar la protesta popular antes de que la misma se convierta en una resistencia generalizada donde terminen por encontrarse las acciones motivadas políticamente con el malestar por la situación económica y social y de inseguridad del país.
El gobierno sabe perfectamente que el malestar se está extendiendo a los sectores populares y le temen a la convergencia que se anuncia en el horizonte. En más de un modo la oligarquía chavista está intentando evitar que se le venga encima la tormenta perfecta del descontento popular.
La alternativa democrática no puede ganar la guerra asimétrica por métodos violentos porque las armas están de un solo lado. La posibilidad de una guerra civil en Venezuela, algo que sería catastrófico para la nación, solamente existe si se divide la FAN.
Mientras tanto estamos en presencia de una agresión unilateral del régimen contra ciudadanos desarmados. Pero más allá de si es posible vencer en un conflicto, está algo más importante: un enfrentamiento entre venezolanos sería muy destructivo para el país y hay que evitarlo a toda costa. 
Como lo ha enfatizado el movimiento estudiantil, y toda la dirigencia opositora, es indispensable mantener la defensa de la Constitución como norte y el carácter pacífico de la resistencia ciudadana.
La rebelión de la gente que se continúa gestando en el país defiende los valores de la paz pero con dignidad, democracia y libertad. No la paz impuesta a golpes y violencia que pretende el chavismo.
La gente está en su derecho a protestar y existen muchos motivos para protestar en un país que se encuentra en una situación penosa económica y social.
Por otro lado, la dirigencia estudiantil y opositora está en la obligación de proveer al movimiento de liderazgo, estrategia, visión y lenguaje. Si se entiende esto entonces, los excesos, cuando los aparecen, pueden ser corregidos y se puede mantener la protesta pacífica y la movilización del país conjuntamente con el llamado a un diálogo verdadero.
En la medida en que se avance en propiciar la convergencia entre la protesta de los sectores de clase media y los sectores populares, esa protesta será indetenible a pesar de la represión y la brutalidad salvaje del gobierno.
Y aunque son enormes las dificultades para lograrlo, esa tormenta perfecta debe ser organizada y pacífica porque de la misma puede surgir el verdadero diálogo al que la oligarquía chavista será llevada únicamente cuando su poder se vea realmente amenazado.
La necesidad de corregir los excesos no debe confundirse con desestimar la valoración de los enormes logros que la protesta popular ha alcanzado.
Es casi imposible predecir cómo terminarán los acontecimientos en Venezuela, pero la posibilidad de evitar el tránsito irreversible hacia un régimen de bota militar dependerá de la fortaleza que el movimiento popular de protesta preserve después de estos días de tragedia y valor de nuestros estudiantes.
Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@vladimiromujica

http://www.abcdelasemana.com/2014/03/21/guerra-asimetrica/

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viernes, 25 de enero de 2013

VLADIMIRO MUJICA, EL BUQUE DE LOS PARIAS

La conducta de la OEA en relación con el asalto a la democracia venezolana se inscribe en la misma tónica. A los demócratas nos toca la dura tarea de llevar nuestro caso a instancias internacionales y a la gente de otras naciones.
El 13 de mayo de 1939 partió del puerto alemán de Hamburgo, el SS Saint Louis, un buque trasatlántico con 938 pasajeros.
Excepto uno de ellos, el resto de los pasajeros eran judíos que intentaban escapar del Tercer Reich alemán después de la terrible “Noche de los Cristales Rotos” el 9 de noviembre de 1938. La historia de cómo Cuba y los Estados Unidos, por razones esencialmente políticas, se negaron a aceptar en sus territorios a los refugiados del terror nazi es uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de la segunda guerra mundial. Luego de la negativa del Gobierno de los Estados Unidos a permitirle a los pasajeros desembarcar, el Saint Louis se enrumbó nuevamente hacia Europa el 6 de junio. Algunas organizaciones judías negociaron con diversos gobiernos europeos para obtener visas de entrada para los refugiados: Gran Bretaña aceptó 288; Holanda 181, Bélgica 214 y los restantes 224 encontraron refugio temporal en Francia. Después de la invasión alemana a Europa Occidental en mayo de 1940, 532 pasajeros del Saint Louis quedaron atrapados: de éstos solamente 278 sobrevivieron al Holocausto.
Por supuesto que la historia del Saint Louis no es la única que evidencia que los criterios que aplican los países rara vez tienen que ver con razones de solidaridad humana y que frecuentemente es la “razón de Estado” lo único que priva en las decisiones. En el genocidio de Ruanda se permitió que 800.000 personas murieran durante seis meses antes de que las potencias occidentales y la ONU intervinieran. Algo similar aconteció en Bosnia y más recientemente en Sudán.
Salvando todas las distancias, la conducta de muchos países y de la OEA en relación con el asalto a la democracia venezolana se inscribe en la misma tónica. El asunto es especialmente doloroso porque nuestro país tenía una larga tradición de asilo y atención solidaria a los perseguidos del mundo, especialmente en Latinoamérica y España. En su momento, en Venezuela encontraron refugio chilenos, argentinos, brasileros, uruguayos, colombianos, centroamericanos y españoles cuando en sus países estuvo amenazada su existencia por la violencia de una guerra civil o por la represión de la dictadura. Pero ahora los demócratas de Venezuela estamos abandonados a nuestra suerte por una combinación triste y dramática de las complejidades del mundo y la ausencia de contextura ética en las decisiones de los gobiernos.
UNA HABILIDOSA MANIOBRA
Víctima de una habilidosa maniobra de desinformación de la oligarquía que gobierna Venezuela y del chantaje de que nuestro país tiene las reservas probadas de crudo más grandes del mundo, la democracia venezolana está siendo lentamente asfixiada sin que los amigos de otrora levanten un dedo para impedirlo. La posición del secretario general de la OEA es especialmente patética al anunciar parsimoniosamente que se respeta lo que decidan las instituciones venezolanas. Poco importa si la división de poderes ha desaparecido o si las instituciones están en última instancia al servicio del proyecto de poder del chavismo. Pero la posición de los Estados Unidos o de Colombia, que de palabra consideran un factor de desequilibrio al gobierno venezolano pero que en la práctica continúan “bussiness as usual” también deja mucho que desear. Otro tanto puede afirmarse de la posición de Brasil, el nuevo árbitro regional, avalando todos los atropellos del régimen venezolano contra la Constitución del país.
Así las cosas, a los demócratas nos toca una tarea muy dura en llevar nuestro caso no solamente a las instancias internacionales sino a la gente de otras tierras. Es tiempo quizás de plantearse un rol diferente y más activo para la comunidad de venezolanos en el exterior. Toda una generación de nuestra gente, profundamente sensibilizada por la pérdida de los valores democráticos en nuestro país, se ha venido formando y tiene vínculos activos en muchos países. Hasta ahora el único lazo con ellos ha sido para organizar la participación electoral en el extranjero, pero ha llegado el momento de incorporarlos en una campaña internacional de denuncia sobre lo que está realmente ocurriendo en Venezuela y que apunte a mitigar los corrosivos efectos de la campaña de desinformación que adelanta el chavismo con la asesoría cubana.
Estamos transitando tiempos oscuros y difíciles no solamente por los intentos claros de imponer un proyecto autoritario a la sociedad venezolana, sino por la complicidad interesada de importantes actores internacionales. Quizás otro aprendizaje que tenemos que hacer de las luchas del pueblo judío es aprender a concentrar la voluntad y a tomar nuestro destino en nuestras propias manos sin esperar soluciones mágicas desde afuera. Quizás entonces los sordos, ciegos y mudos de ahora reaccionaran.
 vladimiromujica@gmail.com

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