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lunes, 27 de enero de 2014

CARLOS BLANCO, INFORMACIÓN ES SUBVERSIÓN, TIEMPO DE PALABRA

"El secretismo es marca de fábrica de bochinche bolivariano y requiere la censura de medios"
La información por más escueta que sea se ha convertido en sedición. Tiene ribetes de amenaza por lo que tratan de ocultarla, distorsionarla, controlarla o moderarla. Obsérvese cómo las cifras de inflación, los índices de escasez, el manejo de las divisas obtenidas por la venta de hidrocarburos, la administración de Fonden y del Fondo Chino, se mueven en una oscurana impenetrable. Las cifras de homicidios o los datos de inflación sufren la misma suerte. Sin embargo, la opacidad va mucho más allá. Las morgues se han convertido en lugares de máximo secreto, las policías son herméticas, la judicatura permite que los jueces desaparezcan o aparezcan sin explicación y la enfermedad terminal del Eterno fue misterio insondable. En la época de vigencia de la democracia hubo secretos, especialmente en lo relativo a las compras militares y gastos de seguridad, pero poco a poco ese territorio se abrió en alguna medida; ahora, sin embargo, una espesa y pringosa nube recubre el espacio público.

Hay razones para que el régimen se desviva por el secreto. En materia de recursos públicos es imprescindible ocultar su trasiego a las arcas privadas, a los movimientos políticos afines, y a otros gobiernos. Ante las perspectivas de unos años de penuria -si el bochinche bolivariano cesara- más de un prócer acumula con voracidad. Así también es indispensable alimentar con buen pienso el zoológico revolucionario que rodea el festín venezolano. Para que esta pulverización de recursos pueda ocurrir de manera impune se requiere el máximo de turbiedad, sostenida con la paralización de las instituciones del Estado: no hay tribunales, no hay Fiscalía, no hay Parlamento, no hay Contraloría que puedan investigar, analizar, esculcar o simplemente mirar el trapicheo que tiene lugar ante su deliberada ceguera. De forma masiva el Estado ha dejado de funcionar. Es una pulpería de gran escala en la que sus dueños gastan lo que ingresa y como no les alcanza se endeudan, y como no les alcanza, imprimen dinero hasta licuar el valor de la moneda.

Hay otra dimensión del secreto y es la desinformación. Esta semana le metieron al país otra devaluación brutal y los amos se indignan cuando se les dice. Lo más risible es que han penalizado la mención al dólar paralelo del cual nadie deja de hablar. Es la manzana pecaminosa de este Paraíso venezolano, que cada ciudadano está dispuesto a morder aunque sea para tener el regusto de su agridulce sabor.

El secretismo es la marca de fábrica del bochinche bolivariano el cual requiere la censura a los medios.

LA PROTESTA.

El secreto de los asuntos del Estado es sólo una parte del asunto. La otra dimensión es que un país inviable tiende a desatar protestas cotidianas, que no dependen del grado de adhesión o distancia respecto al régimen, sino que brotan de forma espontánea como virus salidos de madre. Esto lo quieren callar.

La oposición protesta y recibe sus cargas de represión, pero a su lado también se manifiestan los trabajadores organizados sean o no chavistas, los gremios profesionales, los estudiantes, los trabajadores informales, los policías y los militares. Al comienzo fueron reclamos circunstanciales pero poco a poco las situaciones que los generaban adquirieron carácter estructural: los ciudadanos se enfurecen porque no hay leche o azúcar que ya no es un fenómeno pasajero sino permanente; los trabajadores reclaman con exasperación sus convenciones colectivas, no porque aquí o allá de modo esporádico han sido retrasadas sus discusiones, sino porque los jerarcas no quieren abordar el tema laboral de fondo; el dolor, el llanto y la furia por un asesinato ya no es por un hecho aislado aunque sea doloroso, sino la marca de este tiempo en el cual el crimen ha tomado el país como rehén bajo la mirada cómplice de quienes lo regentan.

LA CENSURA

El Gobierno requiere el silencio porque si se conoce el funcionamiento del Estado se hará demasiado evidente la catajarria de delitos en los que incurren sus funcionarios; si se conocen las protestas también se sabrá la esmirriada base social sobre la que se columpia la ilegitimidad gobernante.

Las exigencias de un régimen de escasa sustentabilidad es lo que hace imperiosa la censura. La información pura y simple se hace subversiva. Si se saben los tejemanejes de La Casona, hay riesgos; si se sabe cómo los cubanos interfieren en la Fuerza Armada, la policía y el círculo de hierro de Miraflores, aparecen dramáticos peligros; si se sabe dónde tienen sus cuentas los próceres más conspicuos, puede haber estallidos; pero sobre todo, si se sabe que el país es un polvorín que tiene una larga mecha encendida desde hace un buen rato, los tonos trágicos se acentúan.

De allí el intento de controlar los medios por la vía de la confiscación (RCTV), la compra (Globovisión), la represión y el cerco (El Nacional y El Universal), y la auto censura en casi todo el resto. En esta dinámica en la que la censura se ha hecho necesidad del régimen, la información abierta se ha convertido en fuente directa de subversión. Detectar lo oculto es conspirar; denunciar lo que se esconde adrede es golpismo; desafiar el silencio es insurrección.

Informar es también tomar la calle, es denunciar la desnudez del rey, es evidenciar la impudicia del procerato rojo. Los ciudadanos han aprendido mucho en este suplicio en el cual la historia los ha confinado y a pesar del control masivo que ejerce el Gobierno, el público de los medios sometidos es escaso, decreciente o inexistente. Los casos de RCTV y de Globovisión son simbólicos, el canal que se apropió de la señal del primero no lo ve nadie desde el comienzo; y Globovisión, en la medida en que su agonía ha sido más larga, ha visto la extinción de su audiencia como quien ve la irreversible partida de un amor. Lo único que mantiene alguna aceptación en los canales censurados es el entretenimiento. Aunque las telenovelas, convertidas en culpables, pueden transmutarse en un espeso e intragable atol para complacer a los censores.

La información ahora es más difícil de obtener y más peligrosa de transmitir. Sin embargo, es más preciada, buscada con más avidez, transmitida con mayor celeridad y cada vez más inmanejable por los mecanismos de censura oficial. Si los diarios y las televisoras se vieran obligados a irse sólo online los ciudadanos buscarían la información, como ocurre en las redes sociales.

La censura es una vieja escopeta de las dictaduras. Claro que hace daño y los guáimaros hieren y matan, pero las sociedades se sobreponen a sus represores y desarrollan inéditas capacidades para obtener información y para comunicarse.

Nicolás, aun con censura la gente sabe lo débil que está el régimen y lo que no quieres que se sepa, se sabe o se sabrá. Recuerda que la información es tóxica para los autoritarismos y los dictadores. Buen día.

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Twitter @carlosblancog

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