Pasado el momento de la primera impresión -una mezcla de
perplejidad, indignación, asombro y de ese inevitable sentimiento que llamamos
“vergüenza ajena”- tenía que llegar el momento de la reflexión. ¿Qué habrá
pasado por la cabeza de Evo Morales al regalar al Papa Francisco ese adefesio
con la cruz, el martillo y el Cristo crucificado?
Más allá de que el absurdo objeto haya sido producto de
la mente atormentada de un mártir, el sacerdote español Luis Espinal –quien en
su desesperación no talló el objeto para que fuera obsequiado al Papa- el hecho
es que si Evo Morales decidió usarlo como regalo fue porque pensó que el objeto
tenía un alto valor simbólico. Ahí justamente yace la pregunta del problema.
¿Dónde reside para Evo Morales el valor simbólico de la hoz y el martillo con
una minimizada crucifixión en un mango? Creo que justamente a partir de esa
pregunta podría comenzar nuestra interpretación.
1. Símbolos y símbolos
Evidentemente se trata de un objeto que contiene dos
símbolos: en una dimensión grande, la hoz y el martillo de los comunistas y en
una dimensión mucho más pequeña, el símbolo de los cristianos. Queda claro
entonces que en el objeto, la hoz y el martillo dominan por sobre la
crucifixión pues la hoz y el martillo no forman parte de la crucifixión sino
esta última es la que aparece integrada en el símbolo del comunismo.
La fusión de los dos símbolos corresponde, es lo primero
que salta a la vista, a un deseo de Evo. El poder del Papa abarca en el extraño
objeto una parte diminuta. El poder de Evo, en cambio, es la parte más grande:
la verdadera religión: el poder terrenal por sobre el poder espiritual.
Para muchos cristianos, una inaceptable blasfemia. La hoz
y el martillo no es ni siquiera el símbolo de los socialistas. Es el de una
ideología nacional surgida de un proyecto de poder basado en la imaginaria
alianza entre la clase obrera (el martillo) y la clase campesina (la hoz)
dirigidas ambas por un solo partido, por un solo estado y por un solo líder. Un
símbolo que, además, rememora a uno de los genocidios más sangrientos que
conoce la historia, en un país donde gran parte de la clase obrera no era más
que una masa de esclavos moribundos, en un país donde la clase campesina fue
físicamente eliminada por Stalin, en un país, en fin, donde fueron asesinados
miles y miles de comunistas, más incluso que en la propia Alemania nazi.
Esa es la verdad que se esconde detrás de la hoz y el
martillo y todos los comunistas, incluyendo Evo y su corte, lo saben.
Adivino la respuesta. ¿Y no simboliza el Papa y su
Iglesia un pasado tanto o más sangriento que el comunismo? ¿No fueron diezmados
los indios de América en nombre de la Cruz? ¿No impuso la Inquisición en Europa
el reinado del terror? ¿No fueron asesinados miles y miles de musulmanes y
judíos en nombre de la “verdadera religión”? ¿No fue la de Franco una
“dictadura cristiana”? ¿No representa el regalo de Evo al Papa la fusión de dos
creencias, decididas ambas a hacer borrón y cuenta nueva y emprender un “nuevo
comienzo” en la lucha común en contra de la pobreza y la injusticia social?
En primera instancia, la argumentación comunista podría
ser considerada desde el punto de vista formal, correcta. Por una parte el comunismo
ha sido siempre una ideología practicada como religión. Basta ver a los
comunistas cuando están juntos. Se reúnen en lugares repletos de signos.
Recuerdan con fervor a sus mártires. Recitan frases aprendidas de memoria.
Levantan el puño cerrado y terminan cantando la Internacional con el mismo
éxtasis con que los católicos cantan el “Alabado sea el Santísimo”. En cierto
modo, el comunismo, para muchos de sus acólitos, ha sido la religión perfecta,
tan perfecta que ni siquiera necesita de Dios.
Por otra parte es innegable el compromiso de muchos
cristianos con las luchas sociales, su abnegación y sacrificio por las causas
de los pobres de América Latina y de África. Es evidente, además, que algunos
saben de marxismo más que cualquier dirigente marxista, hecho que he comprobado
cada vez que me he trenzado en discusiones con egresados de la universidad de
Lovaina. El guevarismo, el castrismo, incluso el chavismo, han contado con
muchos seguidores cristianos ¿En dónde reside entonces el problema?¿Qué tiene
de malo que Evo haya obsequiado a Francisco un objeto que fusiona los símbolos
de dos creencias?
El problema, digámoslo de una vez, no está en cada
símbolo por separado. El problema está precisamente en el intento de fusión.
Con eso quiero decir que al haber elegido un objeto que fusiona los símbolos
del cristianismo con los del comunismo, Morales evidenció al mundo que el no
conoce el valor y el significado de los símbolos. Problema grave pues si la
vida es simbólica, la vida política lo es mucho más.
Pero antes de proseguir, una pregunta necesaria: ¿Qué es
un símbolo? Un símbolo, opinión que debemos a Paul Ricoeur (“Los caminos de la
interpretación”), no es solo un signo como seguramente cree Morales. Porque si
bien todo símbolo se expresa en signos, no todo signo es un símbolo.
2. Los símbolos y sus significados.
Un símbolo es una forma de representación de una
identidad colectiva: puede ser una bandera en el caso de una nación, una
estrella, una media luna, un crucifijo en el caso de una religión. Por lo mismo
los signos marcan diferencias, no semejanzas de identidades, como supuso tal
vez Morales cuando regaló al Papa en un mismo objeto los signos de una
ideología y los de una religión. Luego, los símbolos, además de establecer las
diferencias, marcan las distancias.
“Se puede estar juntos pero no revueltos”, dice un dicho
popular. Y bien, esa diferencia entre una reunión diplomática ocasional y la
revoltura que representa el objeto del regalo, muestra que Evo Morales es una
persona que “no sabe guardar las distancias”, no solo entre un Presidente y un
Papa, no solo entre una cruz y un emblema partidario, sino, sobre todo, entre
una ideología y una religión.
Que el Papa no haya protestado frente a tamaño desacato,
fue, para algunos, algo difícil de entender. ¿Obedeció Francisco a la máxima
cristiana de amar a sus enemigos? Pero Jesús, si bien dijo, “hay que amar a
nuestros enemigos” nunca dijo que no deberíamos tener enemigos. No podría
haberlo dicho. Enemigos tuvo muchos y todavía los tiene. La palabra de Cristo
era controversial. No apuntaba a la unidad por la unidad. “No piensen que vine
a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34)
Lo cierto es que ni Pepone ni Don Camilo, quienes en la
ya legendaria película trabajaron juntos como ha sucedido a veces entre
cristianos y comunistas frente a un enemigo común, jamás entregaron partes de
su identidad al otro. Nunca Don Camilo habría aceptado una hoz y un martillo al
lado del crucifijo. Nunca Pepone habría aceptado un crucifijo al lado de la
bandera comunista.
Imaginemos que en uno de los encuentros que han tenido
los Papas con representantes del Islam estos últimos hubieran obsequiado a los
primeros una Media Luna con un crucifijo chiquitito. O al revés, que un Papa hubiese
obsequiado a un Imam un crucifijo con el símbolo de la Media Luna en la cruz.
Tanto lo uno como lo otro habría sido considerado una ofensa suficiente para
generar una ruptura de relaciones entre ambas grandes religiones. Y con razón
¿Por qué entonces el Papa acepta ese regalo, no de un
representante de otra religión, sino de una vulgar ideología? ¿En nombre de la
unidad entre los hombres? Si fue así, ocurrió todo lo contrario.
En la ex URSS, y en los países comunistas, viven millones
de descendientes de seres asesinados en el GULAG bajo el signo de la hoz y el
martillo. Tantos por lo menos como descendientes de judíos asesinados en los
campos de concentración nazi. En la ex Checoeslovaquia, en Hungría, en la RDA,
en Polonia, hay también miles de descendientes de seres asesinados caídos en
nombre de la hoz y del martillo. ¿No pensó el Papa que para esos europeos que
lo veían en la televisión, muchos de ellos tan o más cristianos que el
sacerdote Luis Espinal, la hoz y el martillo no puede tener un significado
distinto al de la cruz svástica para los judíos?
3. El valor de los símbolos
El problema adquiere aún más gravedad si intentamos
reflexionar sobre la teoría de los símbolos.
Inevitable, si hablamos de símbolos, no pronunciar el nombre
de Jacques Lacan. De todos los pensadores de nuestro tiempo, Lacan ha sido el
que más ha insistido en el valor de los símbolos como elementos constitutivos
de una vida psíquica no patológica. La separación del campo psíquico entre los
espacios de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario, propuesta por Lacan
(Seminario 5) contiene un alto valor no solo psicoanalítico y filosófico, sino,
además, y aunque parezca extraño, político. Haber descubierto la potencialidad
política del psicoanálisis lacaniano es a la vez la deuda que mantenemos con
autores como Žižec y Laclau, entre otros.
Ahora, si quisiéramos interpretar a un crucifijo en
idioma lacaniano, deberíamos decir: el crucifijo es una imagen que pertenece al
campo de lo imaginario, convertido en símbolo por la cristiandad. La muerte de
Jesús, en cambio, ya anuncia la entrada del ser al campo de lo indecible y por
eso mismo de lo impensable, es decir “de lo real”.
“Lo real” según Lacan, es el espacio no simbolizado, es
decir, el espacio infinito y eterno que nos rodea y acosa: lo desconocido (lo
“Unhemlich”, según Freud) Ese espacio existe, pero no puede poseer, al ser
desonocido, ninguna representación simbólica. Es, si se quiere, la verdadera
realidad, pero situada más allá de nuestro pequeño mundo simbolizado.
La representación simbólica es, por lo tanto, ese lugar
que nos permite ser y estar en este mundo. Faltando la simbolización, caemos en
la tierra de las patologías en la cual las imágenes, al no estar articuladas
entre sí, se transforman en entidades fragmentadas y amenazantes (del mismo
modo que un exceso de simbolización lleva a la neurosis).
El estadio que separa a la infancia del ser adulto reside
precisamente en la capacidad de simbolización, o lo que es igual, del
encajamiento de las imágenes en símbolos –gramáticos y visuales –
correspondientes. Es por eso que el mundo mal o no simbolizado, pertenece a los
niños, a los soñantes, a los llamados locos y a los grandes poetas ¿Qué tiene
que ver esto – se preguntará más de un lector- con el crucifijo de Evo? Aunque
a primera vista no parece ser así, tiene que ver mucho.
El crucifijo de Evo, en lugar de separar dos símbolos
–condición elemental del saber pensar- los une en un solo objeto. Como en los
sueños cuando por ejemplo aparecen conversando dos personas: una que vimos ayer
junto a otra que murió hace mucho tiempo. El mundo onírico, como el crucifijo
de Evo, desconoce los tiempos y los espacios, las identidades y la
particularidades de los signos simbólicos. El objeto del obsequio representa,
en cierto modo, un sueño de Evo.
¿Es Evo Morales entonces un presidente con
características patológicas? No necesariamente. Pero sí es algo muy parecido:
Evo es un presidente populista.
4. Populismo y simbología
Fue Ernesto Laclau, quien llevando las lecciones de Lacan
a sus estudios sobre el fenómeno populista, descubrió que las representaciones
simbólicas del populismo no son equivalentes entre sí (como no lo es un
crucifijo con una hoz y un martillo). Todo lo contrario, la simbología populista
es opaca, difusa, incongruente. Y no puede ser de otra manera pues el populismo
es la representación de significantes múltiples, a veces contradictorios entre
sí y por lo tanto imposibles de ser entendidos desde la perspectiva de una
lógica racional. En nuestros términos, la forma populista corresponde a la fase
infantil o pre-política (salvaje) de la política.
Como en los niños, las representaciones simbólicas del
populismo son incoherentes (dislocadas, según Laclau), como incoherentes son
las acciones de sus propios líderes. Perón escribiendo cartas personales a Mao
Tse Tung, Chávez declarándose católico y protestante, trotskista y gramsciano
en una sola frase, Maduro con sus eternas “guerras”, visitado por pájaros y
confundiendo panes con penes, y no por último, Evo Morales obsequiando al Papa
una locura tallada en madera, son actos que corresponden precisamente a la
lógica-ilógica de “la razón populista”.
Quizás para Francisco, argentino al fin, dichas
representaciones no son del todo desconocidas. De ahí su frase paternal
dirigida a Evo ante el escándalo del crucifijo: “Eso no esta bien”.
Mucho más paternal habría sido el Papa si hubiera dicho a
ese presidente vestido de andaluz que tenía frente a sí: “Eso está mal, muy
mal”.
Porque no nos olvidemos: el símbolo de la cruz tiene una
enorme significación en la teología y en la poética cristiana. La cruz es la
representación no solo del sufrimiento de Dios hecho hombre sobre la tierra.
Es, además, el símbolo de la santa trinidad. Clavada en la tierra extiende los
dos maderos horizontales sobre el mundo, elevando un madero vertical hacia el
cielo. Muriendo, el Hijo (el ser humano) asciende hacia el Padre (Dios) y
extiende sus brazos hacia todos nosotros (el Espíritu Santo).
No, el cristianismo no es una ideología seguida con
religiosidad o un sustituto pobre de una religión como fue el comunismo. Si no
es la religión verdadera, es al menos una verdadera religión, tan verdadera
como la judía y la musulmana. Si el presidente boliviano no lo sabía, había
llegado el momento de enseñárselo, ante él y ante el mundo.
El Papa Francisco perdió así una gran oportunidad
evangélica y pedagógica: la de dar a conocer a la nación boliviana el verdadero
sentido y el verdadero significado simbólico de la crucifixión de Jesús.
Fernando
Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1
Fuente: http://polisfmires.blogspot.com
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