Cabía esperar otra cosa. Venezuela, después de todo, fue de los más leales con la democracia y los derechos humanos en Chile, cuando este país vivió sus horas más oscuras. No solamente por su política exterior, siempre clara y firme opositora a la dictadura chilena, sino por los incontables gestos de solidaridad hacia los miles de refugiados políticos chilenos a quienes Venezuela les abrió sus puertas.
Allí llegó Carlos Matus tras salir de la cárcel; allí vivieron por muchos años Sergio Bitar y Claudio Huepe; por allí pasaron Orlando Letelier y también el político radical Eugenio Velasco, padre de uno de mis mejores amigos, rescatado por el gobierno venezolano de Buenos Aires después del crimen de Prats, cuando se temía por su vida. Muchos miles de chilenos terminaron pasando años en Venezuela, trabajando en universidades públicas, en organismos del Estado y en la empresa privada.
En 1980-81 conocí en París a mi amigo de entonces Carlos Ominami, su esposa Manuela y su pequeño hijo Marco, y a través de ellos a muchos exiliados en esa ciudad. Más tarde le conseguí una oportunidad a Ominami para dictar unas clases en la Universidad del Zulia y le organicé una reunión con los chilenos exiliados en Caracas, para discutir los eventos del cacerolazo contra Pinochet y sus implicaciones políticas. Recuerdo visitas a Cieplan, donde gracias a la generosidad de los canadienses y los nórdicos, un grupo de economistas chilenos liderados por mi amigo Alejandro Foxley pensaban en una política pública alternativa.
Sí, muchos en el mundo fueron solidarios con Chile y fue para mí increíblemente grato ver su retorno a la democracia , y haber sido ministro en Venezuela al mismo tiempo que Foxley y Ominami servían a su país en el gobierno de Aylwin.
Desde entonces, la suerte de los dos países ha sido muy distinta. Chile se volvió el modelo a seguir en América Latina -por su manejo económico, su estabilidad democrática y el imperio de la ley-, pero Venezuela ha caído en un autoritarismo arbitrario, con pretensiones totalitarias. Los venezolanos hemos perdido todo sentido de libertad.
Cabía esperar que esta reversión de la fortuna fuera acompañada de reciprocidad en la lealtad, que Chile hiciera algo sobre la violación de los derechos humanos en mi país, que hiciera valer la Carta Democrática de la OEA en defensa de los venezolanos. Cabía esperar que algunos de los 20.000 expertos petroleros expulsados de Petróleos de Venezuela por oponerse al gobierno encontraran asilo en Chile y trabajo en Enap, no que ésta se negara a contratarlos, por temor a supuestas represalias de Hugo Chávez.
Cabía esperar que los estudiantes venezolanos y el alcalde de Caracas no tuvieran que hacer largas huelgas de hambre para que el bien alimentado secretario general de la OEA, chileno y de afiliación política conocida, atendiera sus quejas o exigiera al gobierno venezolano que deje entrar al país a la misión que la Comisión Interamericana de DDHH lleva meses tratando de enviar a Venezuela, pero que Chávez no autoriza. Cabía esperar que alguien en el gobierno chileno, su canciller o su embajador ante la OEA, dijeran algo.
Precisamente por su historia personal, cabía esperar algo más de la Presidenta chilena, que mostrara su incomodidad moral con lo que pasa en Venezuela, como tantos le han pedido que haga, incluso en su propia coalición y en su gabinete. Pero quizás el presupuesto de solidaridad y lealtad del gobierno chileno se encuentre agotado, debido al apoyo que sí supo ofrecerle a ese sufrido líder de la Alemania formalmente llamada Democrática: un tal Erich Honecker.
Fuente: La Tercera (Chile)
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ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO,POLÍTICA, INTERNACIONAL,
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En 1980-81 conocí en París a mi amigo de entonces Carlos Ominami, su esposa Manuela y su pequeño hijo Marco, y a través de ellos a muchos exiliados en esa ciudad. Más tarde le conseguí una oportunidad a Ominami para dictar unas clases en la Universidad del Zulia y le organicé una reunión con los chilenos exiliados en Caracas, para discutir los eventos del cacerolazo contra Pinochet y sus implicaciones políticas. Recuerdo visitas a Cieplan, donde gracias a la generosidad de los canadienses y los nórdicos, un grupo de economistas chilenos liderados por mi amigo Alejandro Foxley pensaban en una política pública alternativa.
Sí, muchos en el mundo fueron solidarios con Chile y fue para mí increíblemente grato ver su retorno a la democracia , y haber sido ministro en Venezuela al mismo tiempo que Foxley y Ominami servían a su país en el gobierno de Aylwin.
Desde entonces, la suerte de los dos países ha sido muy distinta. Chile se volvió el modelo a seguir en América Latina -por su manejo económico, su estabilidad democrática y el imperio de la ley-, pero Venezuela ha caído en un autoritarismo arbitrario, con pretensiones totalitarias. Los venezolanos hemos perdido todo sentido de libertad.
Cabía esperar que esta reversión de la fortuna fuera acompañada de reciprocidad en la lealtad, que Chile hiciera algo sobre la violación de los derechos humanos en mi país, que hiciera valer la Carta Democrática de la OEA en defensa de los venezolanos. Cabía esperar que algunos de los 20.000 expertos petroleros expulsados de Petróleos de Venezuela por oponerse al gobierno encontraran asilo en Chile y trabajo en Enap, no que ésta se negara a contratarlos, por temor a supuestas represalias de Hugo Chávez.
Cabía esperar que los estudiantes venezolanos y el alcalde de Caracas no tuvieran que hacer largas huelgas de hambre para que el bien alimentado secretario general de la OEA, chileno y de afiliación política conocida, atendiera sus quejas o exigiera al gobierno venezolano que deje entrar al país a la misión que la Comisión Interamericana de DDHH lleva meses tratando de enviar a Venezuela, pero que Chávez no autoriza. Cabía esperar que alguien en el gobierno chileno, su canciller o su embajador ante la OEA, dijeran algo.
Precisamente por su historia personal, cabía esperar algo más de la Presidenta chilena, que mostrara su incomodidad moral con lo que pasa en Venezuela, como tantos le han pedido que haga, incluso en su propia coalición y en su gabinete. Pero quizás el presupuesto de solidaridad y lealtad del gobierno chileno se encuentre agotado, debido al apoyo que sí supo ofrecerle a ese sufrido líder de la Alemania formalmente llamada Democrática: un tal Erich Honecker.
Fuente: La Tercera (Chile)
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