Tarde de domingo que se nos colocó en la vida justo después de
la tarde del sábado. Tiempo de comparar.
Caracas se desbordó por el oeste. Allí en el mero centro de la revolución, le llegó Capriles caminando, rodeado de banderas, de pueblo y de la esperanza del futuro. Si alguien tenía dudas, se quedaron pegadas del asfalto de las avenidas que recorrió. Terminó de pie, hablando como un ciudadano de futuro, sin necesidad de ofender a nadie, de proferir amenazas veladas o de vender miedo. Lo hizo con la brevedad que se requiere. No faltó, no sobró.
Capriles ha venido creciendo con los días. Nos está enseñando
que la juventud no está reñida con la necesaria sabiduría política que se
requiere para enfrentar a un gobierno anquilosado en nuestras vidas. Con el
aplomo de alguien que se siente vencedor, comunica con claridad su visión y nos
contagia de la fuerza necesaria para que crezca el favoritismo que lo llevará a
manejar nuestros destinos. Cualquier padre estaría orgulloso de un hijo como
ese.
El sábado escuché a Chávez. Me serví en doble tanda su
discursillo en el patio de la Academia Militar y luego, más tarde, su presencia
en Barquisimeto. Debo confesar que revolvió mis espíritus y mis paciencias.
Sentí una impotencia única al escucharlo hablar de política, del otro candidato
y de sus arengas a los militares, en el acto más oprobioso que le haya
escuchado, en pleno desacato a los mandatos constitucionales. En el patio
sagrado de una escuela militar, nos enseño su talante poco transparente y
nombró a Capriles con la más obsesiva y repetitiva cadencia que le he escuchado
en las últimas semanas. Mal consejero el culillo.
Más tarde habló en Barquisimeto haciendo promesas inconexas y
dedicando la mitad de su discurso a ofender al que él llama el majunche, que no
ganará las elecciones, que no sabe hablar, que no tiene pueblo, pero que llena
sus discursos y el tiempo al aire de todos los comentaristas y noticias
oficiales. Capriles los tiene locos.
A menos de noventa días de las elecciones, la historia de un
necesario cambio se perfila en el horizonte. Chávez dejó de fascinar y sus
votos comprados con misiones, empleo público, miedo y armas, no parecen
garantizarle un triunfo en una manipulada contienda electoral cargada del más
obsceno ventajismo. Los venezolanos no somos tontos y ya nos cansamos de
escuchar promesas indefinidas que nunca se cumplen. Yacambú sigue sin
terminarse, el valle de Quibor sigue sin agua, no producimos cinco millones de
barriles de petróleo y no somos un país más seguro, ni más iluminado, ni con
mejores carreteras.
Eso sí; Chávez, La Comandante fosforito y Diosdado están más gordos. Son el estomago de la patria, no precisamente el corazón.
La esperanza tricolor se mueve por Venezuela. No usa carroza.
vienegrande@yahoo.es
@pereiralibre
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,