Es lastimoso seguir constatando cómo nuestros políticos en general, viejos y nuevos, reinciden en esa práctica nociva de emitir declaraciones improvisadamente, trasluciendo un conocimiento deficiente o ninguno sobre temas que deberían manejar, si no a la perfección, al menos en sus aspectos fundamentales. Éste, a mi juicio, no es un asunto menor y toca al tipo de líder al que aspiramos.
Por supuesto, no hay discusión que quepa en el tema de que el político no tiene la obligación de conocer necesariamente desde medicina hasta ingeniería nuclear, aunque ha habido algunos que han pretendido convencernos de lo contrario. Allí está el caso del tirano Fidel Castro, que igual se ha atrevido a dictar cátedra sobre la reproducción de ganado vacuno como de afecciones cancerígenas, como si fuera un especialista en biología o en oncología.
Pero es decepcionante ver a personas que pretenden ser líderes, opinar en público evidenciando no sólo un discurso defectuoso en contenido y forma, y desactualizado, sino también centrado en una oferta difusa, deficientemente reflexionada, apenas elaborada, en fin, improvisada, que sólo pretende perseguir la adhesión fácil del ciudadano elector potencial, seguirle la corriente, complacerlo, independientemente de que éste esté o no equivocado.
Desde luego, lo que cuestionamos en muchos de nuestros líderes tiene que ver con su mediocre o nula formación intelectual y política, los malos hábitos en el quehacer diario del oficio (facilismo, simplismo, desorganización, indisciplina, seguidismo, superficialidad, improvisación, etc) y la poca preocupación por obtener, procesar y digerir información amplia y respaldada sobre los asuntos que debe abordar. Tampoco podemos dejar de lado que la carencia de experiencia, no sólo en los ámbitos parlamentarios o partidistas, sino también al frente de ejecutorias gubernamentales es importante. La práctica de gobierno, sin duda, debería ayudar al político activo a comprender mejor cualquier problema que deba resolver, a pesar de que hay casos perdidos al respecto.
En tal sentido, un líder político que pretenda ser exitoso, que ambicione convertirse en un verdadero estadista, debe prestar mucha atención y tiempo a la preparación de sus intervenciones, discursos y propuestas.
En el mundo moderno, el político que desee conducir masas no puede contar sólo con la ambición de poder, la pasión, la voluntad, con la disposición al trabajo, el coraje, el deseo de cambiar las cosas. Estos son elementos importantes y legítimos, claro está. Pero no definen totalmente al líder que necesitamos para los tiempos exigentes y complicados que vivimos.
Asimismo, el líder necesario no está para seguir ciega y acríticamente lo que supuestamente desean los ciudadanos en un momento dado. Y sabemos que el pueblo se equivoca mucho. El líder dirige, no es un dirigido por los que él pretende guiar.
De allí que el líder genuino sea también un pedagogo de la acción política. No un mero reflejo de lo que sucede en la realidad en la que actúa. El líder señala caminos a recorrer, incluso contra la corriente; abre paso a nuevas formas de ver los asuntos que afectan al colectivo, desmonta los mitos y espejismos alimentados por los demagogos y acendrados por años en la gente sencilla; rompe con vetustos e ineficaces modos de hacer política y con un pragmatismo mal entendido.
Para liderar es menester ir más allá de la pasión y de la voluntad. Es necesario, por tanto, que el aspirante a líder esté bien formado e informado, que conozca a fondo las distintas aristas de los problemas con vistas a formular las propuestas de solución más adecuadas, las cuales no siempre serán del agrado de los dirigidos; y en estos casos, hay que poner a funcionar la creatividad amortiguadora.
En este punto, las preferencias que señalan las encuestas, si bien son importantes a considerar por cualquier político que se precie, no pueden ser un yugo, una imposición que anule la visión del líder, su acción conductora.
No quiero dejar, por supuesto, la impresión en el lector de que la conducta deficiente que vemos en la actualidad en nuestro país sea nueva, inédita. Sólo que en los tiempos difíciles y exigentes que corren, tal carencia se hace más notoria y angustiosa para los que presenciamos la destrucción de un país a manos de una oligarquía gobernante caótica, incompetente y corrupta. Sin embargo, no puedo dejar de comparar nuestra dirigencia, en general, con liderazgos de otras épocas y de otros países en la actualidad; definitivamente, salimos muy mal parados.
De pronto, estoy exigiendo más de lo que podemos dar en el presente como nación y que es utópico pensar que las cosas puedan ser diferentes en el asunto que nos ocupa. Es posible que así sea.
No obstante, es importante que llamemos la atención al respecto una y otra vez, a los bueyes con los que debemos arar. El combate a la mediocridad debe ser permanente, incluso en nosotros mismos.
Nuestros políticos, en general, deben hacer un mayor esfuerzo por superar esta mala impresión que muchos venezolanos tenemos de su performance cotidiana.
Aquellos que se ubican en el campo democrático, a los que les toca en suerte una grave responsabilidad en estos años azarosos, están obligados a atender estos temas, porque en ellos se nos puede ir la vida y la libertad. Sería inaceptable que en el parlamento venezolano, los diputados democráticos no dispongan de los argumentos para rebatir con contundencia y propiedad en el campo intelectual o técnico, los disparates legales que promueven los diputados oficialistas. Siento que en algunos casos no lo hacen porque en el fondo sus enfoques no son muy distantes a los del gobierno; siguen siendo presa de viejos y tradicionales paradigmas enraizados profundamente, y eso representa un problema gordo a la hora de la búsqueda de las soluciones y de las posiciones conjuntas.
Pero hay otros que fallan simplemente por no tener una mayor disposición al estudio y la reflexión de los temas, como consecuencia de los hábitos señalados más arriba. Quizás esta prédica sea inútil para algunos “incorregibles”, pero nunca perdemos la esperanza.
Nuestro deseo, casi desesperado, es que no se los coma el día a día. Que dediquen más tiempo y rigurosidad a leer informes técnicos, artículos y libros especializados nacionales e internacionales, sobre economía, política, derecho y otras materias. No vale sólo leer periódicos o ver televisión. Es indispensable la asesoría de buenos profesionales y técnicos sobre las distintas materias en que se vean envueltos. Afortunadamente, hay instituciones que de alguna manera pretenden llenar ese vacío.
Persistir en la conducta que criticamos, a la larga, se vuelve letal para toda causa democrática. Piratear, improvisar y hacer el ridículo en no pocas ocasiones, tarde o temprano, irá en detrimento de la causa que defiendan y conducirá al fracaso político. De allí a caer, como recurso a la mano, en la demagogia pura y dura no habrá más que un paso.
Juzgo oportuno recordar aquí una frase que oí o leí de Felipe González alguna vez, que se me quedó grabada: “el que sólo sirve para ser diputado, quizás no sirve para ser diputado”.
Valdría la pena que nuestros diputados, independientemente de sus filiaciones políticas o de la simpatía o no que puedan sentir por este experimentado político, se tomen un tiempo para digerir la frase en todas sus implicaciones.
emilio.nouel@gmail.com
EMILIO NOUEL V.
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA