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viernes, 30 de enero de 2009

*PARA LOS QUE NIEGAN EL HOLOCAUSTO, JUAN PABLO II, DON Y MISTERIO, FUENTE PAGINA DEL VATICANO, 30.01.2009

EL SACRIFICIO DE LOS SACERDOTES POLACOS

Surge aquí otra singular e importante dimensión de mi vocación. Los años de la ocupación alemana en Occidente y de la soviética en Oriente supusieron un enorme número de detenciones y deportaciones de sacerdotes polacos hacia los campos de concentración. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil. Hubo otros campos, como por ejemplo el de Auschwitz, donde ofreció la vida por Cristo el primer sacerdote canonizado después de la guerra, San Maximiliano María Kolbe, el franciscano de Niepokalanów. Entre los prisioneros de Dachau se encontraba el Obispo de Wloclawek, Mons. Michal Kozal, que he tenido la dicha de beatificar en Varsovia en 1987. Después de la guerra algunos de entre los sacerdotes ex prisioneros de los campos de concentración fueron elevados a la dignidad episcopal.

Actualmente viven aún los Arzobispos Kazimierz Majdanski y Adam Kozlowiecki y el Obispo Ignacy Jez, los tres últimos Prelados testigos de lo que fueron los campos de exterminio. Ellos saben bien lo que aquella experiencia significó en la vida de tantos sacerdotes. Para completar el cuadro, es preciso añadir también a los sacerdotes alemanes de aquella misma época que experimentaron la misma suerte en los lager.

He tenido el honor de beatificar a algunos de ellos: primero al P. Rupert Mayer de Munich, y después, durante el reciente viaje apostólico a Alemania, a Mons. Bernhard Lichtenberg, párroco de la Catedral de Berlín, y al P. Karl Leisner de la diócesis de Munster. Este último, ordenado sacerdote en el campo de concentración en 1944, después de su ordenación pudo celebrar sólo una Santa Misa.

Merece un recuerdo especial el martirologio de los sacerdotes en los lager de Siberia y en otros lugares del territorio de la Unión Soviética. Entre los muchos que allí fueron recluidos quisiera recordar la figura del P. Tadeusz Fedorowicz, muy conocido en Polonia, al cual personalmente debo mucho como director espiritual. El P Fedorowicz, joven sacerdote de la archidiócesis de Leópolis, se había presentado espontáneamente a su arzobispo para pedirle el poder acompañar a un grupo de polacos deportados al Este. El Arzobispo Twardowski le concedió el permiso y pudo desarrollar su misión entre los connacionales dispersos en los territorios de la Unión Soviética y sobre todo en Kazakistán. Recientemente ha descrito en un interesante libro estos trágicos hechos.

Lo que he dicho a propósito de los campos de concentración no constituye sino una parte, dramática, de esta especie de "apocalipsis'' de nuestro siglo. Lo he hecho para subrayar cómo mi sacerdocio, ya desde su nacimiento, ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y mujeres de mi generación. La Providencia me ha ahorrado las experiencias más penosas; por eso es aún más grande mi sentimiento de deuda hacia las personas conocidas, así como también hacia aquellas más numerosas que desconozco, sin diferencia de nación o de lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia han contribuido a la realización de mi vocación sacerdotal. De algún modo me han introducido en este camino, mostrándome en la dimensión del sacrificio la verdad más profunda y esencial del sacerdocio de Cristo.

RECUERDO DE UN HERMANO EN LA VOCACIÓN SACERDOTAL

El lugar de mi Ordenación, como he dicho, fue la capilla privada de los Arzobispos de Cracovia. Recuerdo que durante la ocupación iba allí con frecuencia por la mañana para ayudar en la Santa Misa al Príncipe Metropolitano. Recuerdo también que durante un cierto período venía conmigo otro seminarista clandestino, Jerzy Zachuta. Un día él no se presentó. Cuando después de la Misa fui a su casa, en Ludwinów, en Debniki, supe que durante la noche había sido detenido por la Gestapo. Inmediatamente después, su apellido apareció en la lista de polacos destinados a ser fusilados. Habiendo sido ordenado en aquella misma capilla que nos había visto juntos tantas veces, recordaba a este hermano en la vocación sacerdotal al cual Cristo había unido de otro modo al misterio de su muerte y resurrección.

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