Hace
más de un año, cuando comenzaron a perfilarse las elecciones presidenciales,
insistíamos en que nos parecía un disparate hablar de comicios democráticos
cuando todos los poderes públicos, y especialmente el CNE, están secuestrados
por un régimen autócrata y totalitario.
Afirmamos
con reiterada narrativa que estábamos a punto de producir el clon de una
película que ya habíamos visto y que no nos había gustado nada. Nuestro
silogismo se fundamentaba en las premisas que si uno repite las mismas
estrategias, usa los mismos actores y aplica el mismo guion, el resultado tiene
que ser igual y no diferente.
Recordábamos
el famoso dicho que se le atribuye a Albert Einstein: la definición de locura
consiste en la repetición de las mismas acciones esperando resultados
diferentes.
Si
aplicamos el pensamiento del genio alemán para construir un silogismo sobre las
premisas que acabamos de experimentar, la conclusión irremediable es que
Venezuela está loca; que es lo mismo que decir que los venezolanos perdimos la
chaveta. El mal que padecemos, la forma de locura que sufrimos, es similar a la
que padeció Patty Hearst cuando la secuestraron.
Tras
catorce años de vivir secuestrados, hemos demostrado que somos un caso de libro
del llamado Síndrome de Estocolmo. La única opción al síndrome, es padecer
masoquismo, y eso también es una forma que tiene la locura de manifestarse.
Entiendo
que muchos apoyen a Chávez, y esos sí que no están locos. Al final del día, el
comunismo sigue siendo una filosofía de vida muy atractiva para decenas de
millones de personas en todo el mundo. El comunismo es tan atractivo porque
responde perfectamente a la naturaleza humana en sus estadios menos
evolucionados, cuando las bajas pasiones dominan la psique y empujan al
individuo a resentir del éxito ajeno y querer apoderarse del mismo sin que
medie esfuerzo alguno; partiendo de la base que todo aquel que tiene algo es
porque se lo quitó a otro.
En
el comunismo no se comprende que la riqueza puede ser producto del trabajo, del
esfuerzo, del ingenio; esas cualidades jamás
son reconocidas o apreciadas por los comunistas; éstos buscan arrasar
con todo, ser genuinas fábricas de pobres, igualar siempre hacia abajo, que
todos seamos iguales compartiendo la miseria; evidentemente salvando de la
regla a los jerarcas comunistas, quienes nunca aplican para ellos las mismas
medicinas (venenos) que pretenden aplicar a sus vasallos.
En
el comunismo eventualmente el espíritu involucionado encuentra armonía, deja de
sentirse excluido del éxito, que se considera inalcanzable. Al ser todos
fracasados, la envidia duerme y entonces se vive mejor. Allí radica el éxito de Chávez con su público
incondicional. Esa es la explicación del porqué tras catorce años de
sistemática destrucción, donde el país se parece más a un basurero que a una
nación, sean tantos millones de personas los que sigan viendo en Chávez a un
redentor y no a una salvaje destructor.
Chávez
redime la envidia y lo feo; mientras destruye la riqueza y lo bello; ese es el
paraíso comunista. Y en ese olimpo de antivalores, Chávez siempre será un
emperador imbatible.
Pero
no estoy analizando aquí al comunismo, ni a Chávez ni nada de eso que ya todos
sabemos.
Lo
que importa tratar de entender es porqué las personas que no comulgan con el
comunismo, que tienen a Chávez como lo que realmente es; en lugar de luchar por
diferenciarse completamente de lo que representa, buscan en cambio parecerse a
él. Y esa fue la estrategia electoral de la MUD y allí reside buena parte de la
crítica que necesariamente tenemos que hacerle a los responsables de la
estrategia que culminó en la hecatombe del 07 de octubre.
Los
resultados electorales fueron para mí totalmente predecibles, incluyendo los
porcentajes anunciados por el CNE. Jamás pensé que existiera oportunidad alguna
de vencer a Hugo Chávez en una elección presidencial, y de esta convicción dejé
constancia de múltiples maneras.
Cuando
decidí apoyar a Henrique Capriles, siempre lo hice dándole un voto de confianza
a la posibilidad de que al final del proceso, y habiendo conquistado millones
de voluntades, Henrique tendría la fuerza necesaria para desconocer lo que fue
una farsa desde el principio, deslegitimándola y haciendo un llamado público al
desconocimiento colectivo de la autoridad usurpada de un régimen que hace años
perdió toda legitimidad, de origen y de ejercicio.
Y
aun dándole mi apoyo personal al candidato, nunca abandoné las suspicacias que
me generaban los voceros de su campaña, quienes jamás perdieron la oportunidad
de legitimar al CNE y activar una agresiva estrategia para imprimirle a la
gente confianza absoluta en el voto.
Partiendo
del falso supuesto que hablar de irregularidades en el ente comicial generaría
abstención, la estrategia de la MUD consistió en blindar al árbitro y crear un
manto protector que tapara cualquier rasgo perverso que pudiese asomarse.
Y
una vez anulada toda posibilidad de exigir condiciones mínimas para que al
menos el acto de votar fuera menos estéril, la MUD emprendió la segunda parte
de su estrategia: el contenido de los mensajes de la campaña.
Otra
vez subestimando muchas cosas, la MUD concluyó que confrontar a Chávez sería
perjudicial y que mientras más parecido fuera Capriles al autócrata, mayores
serían las opciones de conquistar voluntades. Al hacer estos supuestos y
activar sus acciones siguiendo esas pautas, se abandonó por completo la
posibilidad de enseñarle a los venezolanos que efectivamente es posible tener
un país diferente y mejor al que ha ofrecido y logrado Chávez.
Esta
campaña era la oportunidad perfecta para quitarle el velo a la bruja y enseñar
toda su fealdad sin anestesia. Horrorizados por el espanto de semejante
esperpento, entonces se tenía que haber enseñado lo que puede ser un país
liderado por personas que no comparten la filosofía del fracaso, y que son
capaces de implementar en Venezuela un sistema genuinamente libre y capaz de
generar prosperidad a través de la materialización de una filosofía de vida
antagónica al comunismo y los antivalores que le dan forma; una manera de
concebir la vida y la humanidad diametralmente diferente a la de Chávez; no
rindiéndole culto a nada de lo que el autócrata implementó para engañar al
pueblo, para hacerle creer que regalándole cosas la vida mejora.
Una
de las implicaciones más terribles de la campaña diseñada por la MUD fue el
homenaje que le hizo a la “obra” de Chávez, aplaudiendo sus misiones se
reivindicó una mentira y en lugar de ofrecer una alternativa se cayó en la
trampa del régimen, en su farsa.
Más
allá de la frescura del candidato, de su juventud e ímpetu innegable, la falla
mortal consistió en no representar ante los ojos de los comunistas ninguna
diferencia respecto al emperador que ya tienen; mientras que en aquellos que no
somos comunistas, más que emoción y convicción, la campaña nos generó decepción
en su contenido y simple resignación de votar por alguien sencillamente por no
ser Chávez, y no por representar intrínsecamente una diferencia en la forma de
concebir la vida, en la filosofía que arroparía a las políticas públicas que se
emprenderían.
Hasta
aquí podemos referirnos a dos fallas: 1) Blindar con titanio las
irregularidades del CNE; 2) Una campaña electoral fundamentada en mejorar lo
que Chávez ha hecho; sin diferenciarse estructuralmente, lo que conllevó
implícitamente a un reconocimiento de la “obra” de gobierno chavista y su
consecuente legitimización.
Y a
estos puntos hay que añadir un tercero: el caso omiso que se hizo de la
naturaleza totalitaria y delincuencial del régimen que se confronta;
transformando un evento absolutamente aberrante por lo desproporcionado e
injusto; en una carrera de iguales donde el vencedor gana en justa lid y el
vencido reconoce su derrota, felicitando al primero por una legítima victoria
que ontológicamente jamás podía darse.
Son
múltiples las razones por las cuales la carrera era una competencia nula y
tenía que haberse suspendido a tiempo para exigir la justicia que le estaba
negada.
Primero:
Chávez no podía ser candidato. Su candidatura violaba el principio
constitucional de alternancia en el poder
y el referéndum que permitió la relección es doblemente
inconstitucional, porque viola este principio de alternancia y porque fue
producto de una segunda consulta en el mismo período constitucional. Además, su
candidatura violaba otra vez la constitución por tratarse Chávez de un militar
activo según la nueva ley de las Fuerzas Armadas y constitucionalmente un
militar activo no puede optar por la presidencia de la República.
Segundo:
El uso indiscriminado de las arcas del Estado para promover y consolidar la
candidatura del autócrata. Nunca fue tan pública y notoria la corrupción
administrativa del régimen como en esta campaña.
Tercero:
El abuso desproporcionado de los espacios televisivos y radiales para encadenar
el país promoviendo su candidatura; sin que mediara sanción alguna por parte
del CNE, organismo que supuestamente es autónomo según la MUD.
Cuarto:
De cinco rectores que tiene el CNE, cuatro han estado inscritos en el PSUV,
violando la ley electoral.
Quinto:
Un REP de 19 millones de personas que rompe toda lógica matemática,
estadística; histórica y demográfica.
Sexto:
La existencia de presos políticos a quienes se les ha negado toda justicia
porque de manera pública y notoria el autócrata ordenó que así fuera. Esto
evidencia sin duda el carácter ilegítimo del régimen.
Y
podríamos añadir muchos puntos más, pero a los fines de este análisis los
anteriores son suficientes para ilustrar el por qué no podía convocarse al país
a un proceso que solamente puede darse cuando existe separación de poderes,
autonomía de los mismos, transparencia y posibilidades reales de hacer una
competencia equilibrada y razonablemente civilizada, con competidores legítimos
y capaces de optar para el cargo que aspiran.
De
no existir estos supuestos, la convocatoria de unas elecciones presidenciales
es un acto que contempla riesgos mortales, haciendo que todo el proceso sea una
completa farsa, independientemente de lo que suceda el día específico cuando
las personas depositan su voto.
Y es
bajo esta premisas que hacen totalmente ilegítimo a Chávez, que abrigamos la
esperanza que Henrique Capriles así lo entendiera y usara las voluntades conquistadas
para hacer lo correcto: desconocer la autoridad de entidades ilegítimas,
convocar a los venezolanos a acompañarlo en su gesta, hacer un llamado a todas
las fuerzas vivas del país, convocar a la comunidad internacional y exigir el
restablecimiento del orden constitucional vulnerado por el régimen de Chávez.
Esa actitud quizás no hubiese rendido frutos inmediatos, pero definitivamente
hubiera herido de muerte la legitimidad de Chávez, erosionando su base de poder
y conllevando a su desplome en un tiempo perentorio.
Pero
en lugar de hacer esto, Henrique hizo lo peor que pudo haber hecho. Al conocer
los resultados de las elecciones, su discurso, en contenido y forma, logró lo
siguiente:
1) Consolidación de confianza sobre un proceso
que nació abortado, blindando con más fuerza al CNE y despistando cualquier
posibilidad de cuestionar su autoridad y su legitimidad como poder público
secuestrado por Chávez. También colocó un obstáculo infranqueable para
cualquier posible auditoría que cuestionase la veracidad de lo dicho por un CNE
que no cumple con las exigencias constitucionales. Los resultados electorales,
sean los que fueren, quedaron tapiados con acero indestructible.
2)
Legitimación de Chávez como candidato en justa lid y como presidente demócrata
de un país libre. El discurso de
Henrique jamás mencionó las premisas que hicieron que todo el proceso fuera una
morisqueta; y cuando se aceptó derrotado, lo hizo con una narrativa que ponía a
su contendor en igualdad de condiciones en todos los sentidos, jamás poniendo
en entredicho la aberrante victoria de un hombre que cometió todas las faltas
posibles antes y durante la competencia, viciándola de nulidad absoluta.
Visto
lo anterior es evidente que la MUD y su candidato jamás entendieron lo que realmente
estaba en juego en estas elecciones. Nunca asumieron el reto como la
oportunidad real de salvar a Venezuela de la esclavitud, liberarla para
llevarla a estadios donde los valores humanos sean la premisa, no los
antivalores que hoy padecemos.
Lo
que se deduce de esta historia, es que la MUD y su candidato concibieron este
proceso como la oportunidad de sumar apoyos para sus respectivos partidos
políticos, y salvaguardar ciertos espacios que les permitan a ellos seguir
respirando como entidades partidistas, cuidar algunas gobernaciones, conquistar
ciertas alcaldías y obtener recursos financieros para su operatividad. Esta premisa se evidencia a la luz de todo lo
que fue la campaña, de las actitudes tomadas el día de la votación y de las
declaraciones que han dado sus voceros desde el domingo hasta el momento de
escribir estas líneas.
Afirman
que respecto a las elecciones del año 2006, la oposición avanzó dos millones de
votos, mientras que Chávez no llegó al millón. Celebran esos resultados como
una victoria e invitan al país a acompañarlos en los próximos eventos
electorales.
Los
voceros de la MUD continúan sus discursos libres de autocrítica, alejados de
reflexión, completamente orientados a los siguientes comicios, a la
continuación indefinida de su estrategia electoral, que es lo mismo que decir,
orientados a la continuación indefinida de su concepción de país y de su
entendimiento de lo que representa el régimen de Chávez y las maneras de
confrontarlo.
Uno
tendría que preguntarse: ¿Ha sido la MUD exitosa en su estrategia?
Sus
acciones, ¿han llevado al país opositor a lugares donde queremos vivir, a
situaciones que nos den paz y armonía?
¿Ha
contribuido la MUD a desenmascarar al tirano disfrazado de demócrata, o más
bien sus acciones han fortalecido la máscara, haciéndola parte inseparable del
horrendo y verdadero rostro que tiene la tiranía de Chávez?
Esos
espacios conquistados por la MUD, ¿han frenado algo el avance de la revolución
chavista y su destrucción de Venezuela?
Con
cada proceso electoral: ¿se fortalece la sociedad venezolana o se reitera que
el interés partidista y temporal respira con independencia del interés
trascendental de libertad y progreso de dicha sociedad?
El
07 de octubre apenas marca un capítulo en la historia indefinida y continua de
los partidos políticos. Para éstos, el 07 de octubre es un día para sacar
cuentas de cuánto dinero recaudaron, de cuántos feligreses reclutaron; de qué
posición ocupan entre ellos y cómo enfocarán sus futuras movidas.
Para
los partidos políticos y sus dirigentes todo indica que la Venezuela de Chávez
es un tablero de juego donde ellos son fichas que pueden circular respetando
ciertas reglas impuestas.
Dentro
de este tablero, las elecciones son fundamentales. Ganen o pierdan, para los
partidos siempre es ganancia una elección, permanecen en el tablero y algunos
réditos acumulan con cada ficha que mueven, en cada espacio donde se mueven,
sobre los espacios que el dueño del juego les permite tener.
Y el
dueño del juego es inteligente y por eso el juego se llama democracia, aunque
lo que no sea parte del juego se esté hundiendo en la más oprobiosa tiranía.
Cabe
preguntarse, ¿son los intereses de estos jugadores los mismos intereses que
tienen los que no juegan?
Si
se deslegitima el juego… ¿quiénes pierden y quiénes ganan?
El
problema se acentúa cuando extendemos la mirada y nos damos cuenta que
efectivamente estamos secuestrados, y padeciendo el síndrome de Estocolmo.
¿Por
qué afirmo esto?
Porque
es evidente que una matriz de opinión no se crea únicamente con el esfuerzo de
los partidos políticos. Que son muchas las personas que a pesar de estar
secuestradas piensan que el juego de Chávez puede seguir siendo el juego del
país.
Articulistas
de prensa, representantes de la iglesia, empresarios, periodistas, amas de
casa, otros profesionales y estudiantes contribuyen con sus acciones y palabras
al fortalecimiento del juego de Chávez.
Ante
la incertidumbre de lo desconocido, optan por lo que creen es el mal menor,
aplicando el dicho que mejor malo conocido que bueno por conocer, se resignan a
ser seguidores de los dirigentes políticos y, al hacerlo, también se vuelven
fichas del juego de Chávez, aunque sin recibir los mismos cuantiosos réditos que
reciben las fichas principales.
Y es
que deslegitimar el juego implica paralizarlo. ¿Quieren las fichas de un juego
ser engavetadas o prefieren continuar jugando?
Cuando
un país carece de una dirigencia con visión trascendental, caemos en la trampa
donde nos encontramos. El síndrome de Estocolmo que la mayoría padece, ha hecho
que los venezolanos se precipiten en el embrujo de una fantasía que jamás se
cumplirá, pero que tiene suficiente fuego para mantenerla caliente por mucho
tiempo.
A
los cubanos les pasó, también a los europeos del Este durante el reinado de la
Unión Soviética. En estos países, el sentimiento de rechazo mutó en rabia, para
dar paso a la aceptación y finalmente a la resignación. Esta fórmula se está
aplicando en Venezuela.
Y
ocurre que la única salida que tenemos al dilema que hoy nos condena pasa por
asumir actitudes que lucen lejanas.
Se
insiste en tapar el sol con un dedo; en decir que la tierra es cuadrada y el
cielo es verde.
No
hay luz que permita ver a alguien que desea ser ciego.
Lo
estamos viendo hoy. Los primeros que insisten en negar la farsa son los
primeros que deberían querer evidenciarla.
Y las discusiones caen en terrenos estériles, como tratar de discutir
cuántas espinas tiene el erizo.
El
fraude ya no está en cuántos votos sacó uno y cuántos el otro; el fraude ni
siquiera pasa ya por el organismo que cuenta los votos; el fraude es todo el
juego con sus reglas, lo que hay que erradicar de tajo es el juego entero, y
eso tiene costos e implica riesgos, y los jugadores, ninguno de ellos, quiere
eso.
Venezuela
está atrapada y sin salida. La única solución que yo veo implica asuntos que
son muy complejos y no parece existir ni el entendimiento, ni la voluntad, ni
tampoco la fuerza para materializarlos.
La
dirigencia actual tendría que revisarse, y es obvio que no lo hará.
Los
seguidores de esa dirigencia tendrían que exigirle cuentas a la misma, hacerle
críticas y solicitarle cambios de estrategias, y nada de eso ocurrirá.
Y
aún si esto se hiciera, muy probablemente tendría que surgir una nueva
dirigencia con la visión, determinación y apoyos suficientes para implementar
las acciones necesarias que permitan romper la pared del callejón sin salida
que hoy nos entrampa.
¿Dónde
están esos líderes? ¿Quiénes son estos pensadores, políticos y sociedad civil
que deben tomar la batuta? ¿Existen entre nosotros?
La
respuesta es terrible. Si existieran, muy probablemente ya los conoceríamos,
pero todo indica que esto no es así.
Quizás
lo que resta es resignarse al juego actual, esperando que suceda un hecho
fortuito que cambie la dirección de las cosas para lograr el milagro de
curarnos la locura y permitirnos la posibilidad de ser genuinamente libres. Esta conclusión es desoladora, pero así veo
hoy al país, con desolación.
Para
aquellos que no somos fichas del juego de Chávez, ni seguidores de los
jugadores, el 07 de octubre fue una hecatombe trágica, dura, y final.
Para
nosotros, los que ni somos fichas del juego, ni fanáticos del mismo, ni locos
ni víctimas del síndrome de Estocolmo, lo que ocurrió el domingo no puede ser
positivo en ningún sentido que se le vea.
Para
nosotros, el saber que somos seis, ocho o diez es irrelevante, igual de
irrelevante que saber que en lugar de cuatro, ahora son seis los pasajeros de
un avión al que se le apagó el motor en pleno vuelo.
Para
nosotros, el 07 de octubre representa un día de luto, como si hubiese sido el
día en que asistimos al entierro de un ser querido asesinado. En este cementerio,
el muerto se llama Libertad.
Todo
lo que mató a ese ser querido está representado por estrategias fallidas,
líderes equivocados y una sociedad integrada por tres tipos de seres: los
comunistas (esclavos por decisión propia); los locos (incluyendo a los
masoquistas y víctimas del síndrome de Estocolmo) y los reaccionarios, estos
últimos los que salimos llorando del cementerio, ese seco 07 de octubre de
2012.
Hasta
que los venezolanos estemos dispuestos a ser distintos a lo que hemos sido,
estaremos condenados a repetir los errores una y otra vez, hasta la eternidad;
tal y como Einstein diría, signados por la locura, con el coco patinando en una
pista congelada por el frío de la esclavitud.
Lo
primero que deberíamos hacer es sentarnos a reflexionar. Hacer un juicio muy
crítico de lo que nos ha ocurrido, y mejorar en nosotros aquello que haya
contribuido a traernos hasta donde estamos.
Tenemos
que exigir cuentas. Lo que ocurrió el 07 de octubre es muy grave, para los
hombres y mujeres libres la muerte de la Libertad es algo serio.
Hecho
lo anterior, abracemos a aquellos dirigentes conocidos que estén dispuestos a
cambiar, a reconocer sus erradas estrategias, teniendo la capacidad de ofrecer
alternativas a los caminos que ya hemos recorrido y que condujeron a este
callejón sin salida, al cementerio de la Libertad.
Busquemos
nuevos dirigentes y apoyémoslos para que tengan fuerza y puedan liderar al país
con más sabiduría y aciertos.
Al
final, lo que nos queda es repetirnos que la esperanza es lo único que
sobrevive. Pero aquí también hay que hacer una salvedad.
La
esperanza que se cultiva en el terreno de la mentira es el arma perfecta de los
dictadores. Todo país esclavizado es
víctima de este tipo de esperanza, si no pregúntenle a algún cubano si uno de
cualquiera de los 53 años de dictadura sufridos ha sido un año en que ha dejado
de pensar que sería el último que viviría como esclavo.
La
esperanza se tiene que abonar en el terreno de la verdad. Y la verdad a veces
es muy dura.
Pero
a menos que tengamos la valentía y determinación de asumir el costo de la
verdad y confrontar la realidad, estaremos condenados a vivir en el juego de la
fantasía, un juego que se llama democracia pero que no tiene un final feliz.
La
opción de ese final es tarea pendiente.
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