BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL

LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA

martes, 20 de septiembre de 2011

OLIVER LAUFER : LA VENEZUELA DEL GOBIERNO LIBERAL

Imagine que en unas décadas Venezuela tuviera un Gobierno liberal, y una mayoría liberal en el Congreso. El proceso habría sido contundente y categórico al principio, pero los niveles de ajuste social habrían sido rápidos.

En primer lugar, debido a la limitación del gobierno a cumplir sus funciones básicas y a la eliminación de aranceles al comercio dentro de nuestro país y con las demás naciones, empezarían a surgir nuevas empresas y nuevos negocios. Desde el que tiene poco capital hasta el gran inversor tendrían un sinfín de actividades económicas en las que participar.

No sólo crearíamos nuevas empresas, sino que las grandes corporaciones y multinacionales extranjeras querrían invertir y producir en nuestro país. Por consiguiente mejoraría la infraestructura aduanera, la producción e importación de materias primas y crecería desenfrenadamente la oferta de empleo.

Al haber más trabajo y caer el desempleo, la renta per capita aumentaría y habría más riqueza en nuestras manos. Nuestro nivel de vida aumentaría inmediatamente y la pobreza empezaría a desaparecer.

Venezuela contaría con las mejores infraestructuras del continente. Al destinar el gobierno mucho más dinero a las obras públicas, tendríamos las mejores autopistas, puentes, túneles y carreteras. El problema del tráfico desaparecería.

Caracas optaría por el sistema de autopistas subterráneas, como el de ciudades como Boston, y por la creación de nuevas zonas verdes y peatonales. Nuestra capital sería comparada con Londres y Madrid. El modernísimo centro de Caracas sería sede de importantes empresas y gracias a la Policía, uno de los lugares más seguros de la ciudad.

Las zonas costeras se modernizarían y se enfocarían hacia los capitales inversores y el turismo. El Estado Vargas sería un pequeño Panamá, minado de rascacielos con vistas al mar, y con actividades de ocio y turismo para los visitantes.

Las pequeñas ciudades se modernizarían y surgirían como nuevas opciones para los capitales nacionales y extranjeros. Se descentralizaría el poder predominante de Caracas y Maracaibo hacia los nuevos núcleos urbanos emergentes: San Cristóbal, San Juan de los Morros, Maracay, Mérida, Puerto Cabello.

La inversión en seguridad traería consecuencias. Habría contacto constante y transparencia entre los cuerpos policiales municipales y las Policías Nacionales y Judiciales. Los policías venezolanos tendrían los sueldos más altos del continente y los mejores equipos para realizar su trabajo. La delincuencia descendería, los crimines desaparecerían lentamente y los índices de homicidios bajarían rápidamente.

Mejoraría la justicia pública, y los criminales pagarían sus condenas íntegramente. La justicia sería sinónimo de nitidez pública e imparcialidad.

Contaríamos con un Servicio de Inteligencia de vanguardia. Nuestra inteligencia prestaría servicios en el interior del país y en los intereses de Venezuela en el extranjero. Nuestras Fuerzas Armadas estarían dotadas de los mejores equipos y contarían con el más profesional de los entrenamientos para proteger y defender la soberanía nacional.

Al ser el liberalismo una ideología de paz, fomentaríamos la diplomacia con los demás países del globo y tendríamos buenas relaciones con todos independientemente de su ideología. Seríamos un país ejemplar, y por ello, contaríamos con una mayor participación en los grandes acuerdos internacionales.

Aumentaría la población, pero sabríamos enfrentar los problemas demográficos. No importaría el número de jubilados o el de personas en edad laboral porque habríamos optado por sistemas de Seguridad Social privados, justos y efectivos. Superaríamos a la Seguridad Social de Chile en ingresos personales, y la eliminación del Impuesto sobre la Renta haría que aumentara la riqueza personal. Al no haber transferencia de capitales, nuestro dinero de jubilación ganaría intereses con los años.

El presidente, obviamente, tendría que comparecer ante el Congreso -o Asamblea Nacional- para dar parte a los diputados sobre los asuntos nacionales. En nuestra cámara, los miembros del Partido Liberal estarían sentados en el centro y la derecha, los partidos de izquierda socialdemócrata como UNT, el MAS o AD, llenarían el centro izquierda de la cámara, y los diputados del PSUV se sentarían en la extrema izquierda. Reinaría el respeto y el Estado de Derecho.

El gobierno contaría con los ministerios necesarios para cumplir las funciones básicas: seguridad interior y defensa, orden, diplomacia, infraestructura y obras públicas, economía libre y justicia.

Habría libertad de prensa, opinión, acción y movimiento. Desaparecería la corrupción pública porque sería penada con prisión, y la especialización eliminaría la burocracia.

Aunque todo esto parece una historia de ficción, una quimera, esta hipotética Venezuela está basada en principios que han demostrado su efectividad práctica históricamente. No es una hipótesis, sino la consecuencia directa de la aplicación de los principios liberales en la política nacional.

Es una Venezuela posible.

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JUAN ANTONIO HORRACH MIRALLES: SOBRE EL CONCEPTO DE CIUDADANÍA, HISTORIA Y MODELOS. UNIVERSIDAD DE LAS ISLAS BALEARES (ESPAÑA) SEGUNDA PARTE

2. Historia de la ciudadanía
2.1. Grecia
Grecia fue un inicio de muchas cosas importantes, por ejemplo de la democracia y también de la filosofía, ámbitos que en muchas ocasiones se separan pero que según determinados autores están intrínsecamente vinculados (cf. Castoriadis 1998, 1999). En materia política, Grecia nos ha legado dos modelos que vamos ahora a presentar y analizar: el modelo ateniense y el modelo espartano.
2.1.1. Modelo ateniense
En el contexto que tiene que ver con las polis griegas podemos hablar de diferentes modelos. El más importante de todos, por ser el que más huella nos ha dejado, aunque Esparta fuera hegemónica en su momento, es el que corresponde a la ciudad de Atenas.
Las características básicas del mismo tienen que ver con un desarrollo de la idea del demos (pueblo) y de la participación ciudadana, de la aparición de una subjetividad reflexionante y, en consecuencia, del sujeto político. En sus inicios, en Atenas funcionaba un sistema jerárquico que en sí no era autoritario, en el sentido de que los gobernantes no podían hacer aquello que consideraran conveniente; sucedía más bien al contrario, pues éstos estaban obligados a responder periódicamente ante los ciudadanos.
Progresivamente la actividad directa de los ciudadanos fue a más; de una posición de control se pasó a un ejercicio directo del poder. Podríamos decir que el espíritu de este modelo consistía en desarrollar un proyecto de autonomía según el cual cada individuo fuera importante para el funcionamiento de la comunidad, de modo tal que ciudadanía y Estado no se diferenciaban. Facilita las cosas, a la hora de entender la progresión de este modelo, separar su funcionamiento por épocas, representadas en cada caso por una determinada figura política.
PLATON Y ARISTOTELES
En la época de Solón (siglo VI a.C.) se da lo que acabamos de plantear: una modificación de la estructura social y política de Atenas que permitió acercar de alguna manera el derecho a los ciudadanos. En cuanto a forma de gobierno se refiere, se pasó de la aristocracia a la timocracia (régimen mixto), combinando el tribunal aristocrático (Areópago) con el popular (Heliea). Decisivamente se adoptaron una serie de valores, como es el caso de la moderación (sophrosine), que es un antídoto contra la desmesura (hybris) y la guerra (polemos).

Las reformas de Clístenes llegaron a finales del siglo VI y consistieron en la
implantación plena de un régimen mixto, que aunaba aristocracia y democracia. En contra de la tiranía, la aristocracia se aliaba con el pueblo, al que convenientemente le eran otorgados una serie de derechos. El pacto permitía que se consolidara un régimen más abierto y, sobre todo, más justo, pues, aunque las clases altas seguían acaparando los puestos más importantes, las clases bajas controlaban el funcionamiento de todo el proceso. Mediante el paso de la eunomía (principio aristocrático) a la isonomía (igualdad de los ciudadanos respecto a las normas), la condición de ciudadanía superaba en este caso obstáculos privilegiados como podrían ser los del linaje o del grupo étnico. Otra novedad del mandato de Clístenes tiene que ver con la ley del ostracismo (que funcionó durante el siglo V), según la cual la Asamblea tenía cada año la potestad para desterrar de la polis a un hombre durante un período de diez años. La ley solía aplicarse a políticos y se ponía en marcha cuando se consideraba que uno se desenvolvía más allá de sus atribuciones permitidas; su finalidad era evitar abusos de poder que pudieran poner en peligro la democracia. Sin embargo, con esta ley se cometieron también no pocos abusos, pues de fondo latía una pulsión exasperada de igualación a todos los niveles. Cercenar una posición de preeminencia tiene sentido cuando ésta amenaza el statu quo democrático, pero no cuando lo que se da es puro y simple resentimiento.
11Cicerón, en línea con Aristóteles, señalaba que una igualdad radical puede llegar a impedir el justo reconocimiento del mérito.
La época Pericles fue la más importante para el modelo ateniense. La timocracia, generalmente favorable a la aristocracia, comenzaba a decantarse hacia formas cada vez más democráticas. En este sentido, Pericles aplicó lo que se ha dado en llamar “democracia radical”, que no es otra cosa que una mayor participación de la ciudadanía en la política. En la práctica se anulaba la división de poderes, de modo que la Asamblea popular asumía todas las funciones (legislativas, ejecutivas y judiciales). Pericles llevó a la democracia ateniense a su máximo esplendor, pero su muerte significó un claro declive, al quedar el poder en manos de demagogos populistas. Su sistema funcionaba por las especiales cualidades demostradas por su líder, pero la muerte de éste y su sustitución por hombres menos capaces provocó una decadencia imparable. Según Rodríguez Adrados (1988), las claves del gobierno de Pericles fueron varias: por una parte, un consistente arraigo del principio de igualdad (isonomia), que es la base de la convivencia ciudadana y que también se combina con el prestigio; otra característica importante fue el equilibrio que se daba entre ley y libertad, y es que, a diferencia de lo que sucedía en Esparta, que privilegiaba la primera en franco detrimento de la segunda, en Atenas se tenía una desarrollada conciencia del valor de la libertad, tratándose de no sacrificarla en aras de imperativos como la ley y el orden. Tal era la importancia que la libertad tenía para los atenienses que se inventó la parresía (libertad de expresión), necesaria para que la Asamblea pudiera funcionar con un mínimo de democracia, pues gracias a ella todos sus miembros podían expresarse sin trabas. En Atenas también se combinaba el trabajo privado con la dedicación a lo público (isocracia); hasta ese momento la dedicación a la comunidad política era algo exclusivo de la aristocracia, pero este derecho se amplió para que toda la ciudadanía pudiera desempeñar las tareas públicas.
Los ciudadanos de Atenas controlaban el sistema judicial de los tribunales con jurado, a la que vez que dirigían el sistema político del Consejo, la Asamblea Principal (el comité del Consejo) y la Asamblea. La exigencia de
igualdad hace que los cargos de magistrado ya no se elijan, sino que son sorteados entre una serie de candidatos previamente seleccionados. La premisa de esta decisión tenía que ver con un intento de limitar el acceso de miembros de la clase aristocrática al poder judicial (aunque también para evitar casos de sobornos). En la línea de participación directa señalada anteriormente, cada ciudadano tenía el privilegio de poder asistir a las reuniones de la Asamblea, que se consideraba como la base y representación de la ciudadanía democrática ateniense. Allí se trataban asuntos de todo tipo, tanto importantes para el conjunto de la polis como más particulares. Por ejemplo, elegía a los generales, otorgaba vigencia a las leyes, rendía cuenta con los servidores públicos, etc. Las clases más numerosas, la rural y la urbana trabajadora, eran las más representadas, y por ello su peso a la hora de votar resultaba decisivo. La consecuencia de todo este proceso es que Atenas no era gobernada por una casta profesional de políticos, sino por la ciudadanía misma; la política se elaboraba en sentido de abajo hacia arriba. Por otra parte, un problema del sistema tenía que ver con la inexperiencia de los ciudadanos en política, que trataba de paliarse con una gran cantidad de trabajo (reuniones, asambleas, etc), mediante el cual pudiera adquirirse una cierta experiencia práctica. Sin embargo, y a pesar de ser una democracia como no había existido ninguna hasta ese momento, no podemos comparar a la Atenas clásica con las democracias actuales. Entre otros motivos, hay que resaltar que la condición de ciudadano no alcanzaba a toda la población, pues se encontraban excluidos de derechos políticos las mujeres y los metecos (extranjeros), mientras que los esclavos también carecían de derechos civiles.
Aristóteles fue el autor que primero formuló una tesis completa sobre la idea de ciudadanía (y, en general, es el primer teórico de la democracia). Como por todos es sabido, para este pensador el hombre es un zoon politikon, es decir, un animal cívico o político (en muchas ocasiones se suele utilizar esta última traducción, aunque sería más adecuada la primera), y eso quiere decir que sólo puede desarrollarse plenamente en el interior de su comunidad social y política. No sólo en el caso del hombre podemos hablar de comunidad, pero sí es cierto que la comunidad humana tiene unas características muy particulares.
Aristóteles, según el cual las dos formas más importantes de comunidad son la familia y la ciudad,
2 incide en el impulso comunitario que todo hombre lleva dentro de sí: “La ciudadanía supone una cierta comunidad” (Aristóteles, 2000); vivimos con los demás y eso todo ciudadano siempre debe tenerlo en cuenta. La convivencia es una necesidad: “el que no sabe vivir en sociedad es una bestia o un dios”. Pero para vivir en sociedad necesitamos de la ética y de la moral, únicas vías para poder conocer y desarrollar la virtud ciudadana. Y es que sin virtud el hombre “es el animal más impío y más salvaje, y el peor en su sexualidad y su voracidad. La justicia, en cambio, es algo social”. El objetivo superior de todos los ciudadanos debe ser el mismo: la seguridad de la polis. Recordemos que en Grecia se llamaba idiotas (idios) a aquellas personas que se desentendían de lo público para preocuparse sólo por su interés personal. En Aristóteles el ciudadano se define “por participar en la administración de justicia y en el gobierno”, no por su lugar de residencia.
Pero la polis está por encima del ciudadano, pues a éste le otorga el sentido de su participación, a la vez que reconoce los derechos y la condición de ciudadanía.
Aristóteles señala también una cuestión importante: a veces la ética no coincide con la política, y podemos encontrar a ciudadanos que no sean “hombres buenos” y a la inversa. Pero sólo conjugando ética y política puede darse una educación completa y correcta del ciudadano. Sólo en la politeia pueden llegar a coincidir el buen ciudadano y el hombre bueno. El ciudadano en sentido pleno tiene que participar de las magistraturas, formar parte de la ejecución de la política; por tanto, los niños (o los obreros), por ejemplo, a pesar de ser ciudadanos, lo son de manera imperfecta.
El mismo Aristóteles fue un pensador que se mostró muy crítico con los excesos demagógicos de la democracia ateniense. Un punto decisivo de su análisis crítico tiene que ver con el hecho de que la democracia, que 2La soltería era algo mal visto en Atenas, pues en cierta forma atentaba contra los intereses de la polis. El suicida también era mal visto por la polis; era acusado de atimia, pues se interpretaba que su muerte voluntaria atentaba contra la voluntad comunitaria en su funcionamiento formal puede resultar bastante acertado, cuenta con una falla esencial: la competencia de los individuos que llevan a cabo la tarea que la fundamenta y caracteriza. Es en esa parte práctica cuando, según Aristóteles, la democracia falla, pues ésta no tiene en cuenta la mediocridad de gran parte de los ciudadanos que participan en ella. Según este planteamiento, una ciudadanía que esté poco preparada intelectual y moralmente para llevar a cabo su rol no podría conseguir que la democracia sea un sistema viable ni válido. La pulsión de igualación a cualquier precio (que hemos visto anteriormente con el caso de la institución del ostracismo) también tendría algo que decir en esto, pues ella implicaría que se deje de lado, en determinadas situaciones, el punto de vista del experto en alguna cuestión concreta para acabar asumiendo la perspectiva de la masa, que no tiene por qué saber del tema. Sin embargo, no podemos decir, a diferencia del caso de Platón, que Aristóteles esté en contra de la democracia; simplemente defendía un modelo democrático que
añadiera ciertas correcciones.
2.1.2. Modelo espartano
A pesar de ser el que menos importancia ha tenido posteriormente, el modelo político espartano fue predominante en su época, además de tener una gran importancia en las obras de Platón y Aristóteles. Algunos autores consideran incluso que el concepto de ciudadanía nació en Esparta antes que en Atenas. Hay que separar, en cualquier caso, lo que es el concepto en sí de las atribuciones que implica en cada caso, pues no fueron las mismas en Esparta que en Atenas, ni mucho menos. Para empezar, el modelo espartano era una timocracia, que, como se ha dicho, es un sistema mixto que engloba las clases censitarias y la aristocracia. Por otra parte, y esto es más importante todavía, Esparta adoptó, y siguió siempre, una política de conquistas que convirtió a las virtudes militares en lo más importante para sus ciudadanos.
Aunque menos numerosos que en el caso ateniense, en este modelo también encontramos personajes decisivos para su puesta en marcha. Es el caso de Licurgo (s.VIII a.C.), que se convirtió en el artífice del modelo espartano que conocemos. Entre otras cosas, cambió el sistema de gobierno de dos reyes por el de Asamblea y Consejo de ancianos, consolidándose un modelo socieconómico basado en la opresión, sobre todo de los hilotas, condenados a la esclavitud. Se crea también una élite militar, formada por “espartiatas”, que ostentaba el estatus de ciudadano (se los llamaba los homoioi, los iguales), y cuyas obligaciones eran pocas pero exigentes: tareas de gobierno y defender la polis. Su mantenimiento dependía, dado que no trabajaban, del sometimiento de los hilotas, pues en Esparta se consideraba que ciudadanía y trabajo manual eran cosas incompatibles. Los espartiatas eran sometidos a un régimen severísimo de entrenamiento militar que combinaba lo físico con lo psicológico; los castigos ante cualquier infracción eran durísimos. De esta manera, las virtudes que la polis promocionaba siempre tenían que ver con lo militar y la camaradería inherente a la casta guerrera. Por ello se fomentaban las relaciones grupales a partir de banquetes comunes, entrenamientos colectivos, etc.; se consideraba virtuoso el valor en el campo de batalla, la lealtad a la polis y la entrega.
En Esparta nada estaba por encima de la areté (virtud) de la disciplina guerrera, quedando la formación intelectual en gran parte relegada. También en este modelo, al igual que en Atenas aunque con elementos diferentes, se consideraba el bien colectivo por encima del interés individual. Eso significaba una evolución desde la época más antigua de Homero, en la cual los héroes luchaban por su propia gloria, mientras que en este nuevo contexto de la Grecia clásica se luchaba por la polis común.
Esparta tenía como finalidades defender el orden y la estabilidad (eunomia), y todo lo demás se vinculaba a ello. Orden y estabilidad son cosas que todo sistema o de otra forma, pero en Esparta se vivía una obsesión muy fuerte con respecto a estos objetivos.
Aristóteles cree que Esparta es un ejemplo negativo en lo que respecta a la convivencia ciudadana. En su obra recuerda que Esparta llegó a contar con 1.500 jinetes, 30.000 hoplitas y únicamente unos 900 ciudadanos. El sistema, evidentemente, acabó desmoronándose, víctima de este desnivel entre privilegiados y los que no lo eran.
2.2. Roma

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