Otro
ciclo de travestismo político en Venezuela ha sido finalmente consumado. Desde
sus orígenes como una pequeña organización cívico-militar de conjurados,
presumiblemente nacida para superar las carencias de la democracia
representativa y detener el proceso de exclusión y empobrecimiento del país,
transformada en el camino en un amplio movimiento popular, el chavismo ha
devenido oligarquía corrupta cuyos intereses de permanencia en el poder coliden
abiertamente con los intereses del pueblo venezolano.
Probablemente
entre tantas cosas importantes que ocurren en Venezuela, ya nadie recuerde el
discurso de fin de año del presidente Nicolás Maduro, recurriendo a una cita de
Albert Einstein, que ya había sido empleada por el vicepresidente Arreaza,
sobre el significado de la crisis.
El acto de cinismo que representa el
pretender apoderarse de un pensamiento del gran científico y humanista (a quien
probablemente se perseguiría si trabajara en el IVIC) por gente que desprecia
profundamente el talento y la inteligencia, para justificar sus desatinos como
gobernantes, es verdaderamente enervante. Las crisis auto-infligidas provocadas
por incompetencia en la conducción de los asuntos públicos ciertamente no caen
bajo los eventos positivos a los que Einstein se refería. No hay absolutamente
nada meritorio ni digno en destruir la riqueza y el patrimonio de una nación,
generar un conflicto, y luego pretender enaltecer la crisis provocada como si
se tratara de una bendición que nos hará fuertes y mostrará lo buenos y
trabajadores que somos los venezolanos. Y si, como señala Einstein, y que
Maduro reseña como si se tratara de una realidad externa a su gobierno, la
verdadera crisis es la incompetencia, entonces sabemos exactamente a qué atenernos
en el caso venezolano.
La
usurpación y tergiversación de palabras que no les son propias, con el
propósito de confundir, engañar y retorcer la historia es de proporciones
bíblicas. Ya sentenció San Pablo en 2 Corintios 11: “13 Porque éstos también son
falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de
Cristo. 14 Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de
luz. 15 Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como
ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras”. Muy poco hace falta
añadir a la descripción de la conducta de la oligarquía chavista que se puede
obtener de la sabiduría atemporal de la Biblia; quizás solamente que se
requiere un grado importante de retorcimiento ético y moral y de una gran
voluntad de manipulación política en gente que ostensiblemente dedica mucho
tiempo a pensar lo que dice y a construir realidades a su medida.
Hasta
qué punto se ha consumado una traición histórica, monumental, contra el pueblo
venezolano puede ser calibrado adecuadamente a través de una simple comparación
entre la Venezuela que recibió Chávez y el desastre de país sobre el que
preside Nicolás Maduro. Si uno quisiera resumir en una sola línea lo que ha
ocurrido tendría que decir que todo lo que antes estaba mal está peor, y todo
lo que podía servir para que superáramos las indudables carencias de la
democracia surgida del Pacto de Punto Fijo está en peligro de desaparecer. No
es solamente la destrucción de la economía sino el empobrecimiento del espíritu
nacional, de nuestra gente, en todas sus dimensiones.
Viendo
la naturaleza de la hecatombe nacional, mucha gente todavía se pregunta: ¿Será
que el gobierno no se da cuenta de lo que está pasando? A esta duda yo he
optado por responder sin miramientos: No es solamente que se dan perfecta
cuenta de lo que ocurre sino que la conversión de la existencia de los
venezolanos en un mero ejercicio de subsistencia es un elaborado y diabólico
modelo de control de la sociedad. La lógica detrás de este razonamiento es muy
simple y ha sido probada en otros experimentos políticos de control social: En
la medida en que la gente debe preocuparse de todas las miserias e indignidades
imaginables para capear el temporal de la crisis generada por la incompetencia
y la corrupción de quienes dirigen el país, en esa misma medida pierden energía
para intentar cambiar su destino.
La
última de las falacias que vale la pena confrontar es la que sostiene que la
crisis que está experimentando Venezuela tiene sus orígenes en la caída de los
precios petroleros. Nuestro país pudo afrontar en otros momentos de su historia
precios inferiores a 10$ el barril sin colapsar. Lo que es distinto ahora es
que durante la larga noche del chavismo se ha exacerbado el rentismo petrolero,
uno de nuestros vicios culturales más acendrados, a niveles alucinantes. En
esto, como en otras cosas, lo que se encontró mal se entrega peor.
Nos
aproximamos a un inevitable momento de inflexión, porque el modelo chavista de
manejo del país simplemente no da para más. Los escenarios en que esta
situación se puede resolver son todavía inciertos, e incluyen por supuesto la
radicalización represiva y violenta del gobierno. Pero en cualquiera de los
casos será indispensable que las fuerzas democráticas del país se asuman como
resistencia ciudadana y dejen de percibirse simplemente como oposición, lo cual
requiere un determinado respeto a las reglas del juego democrático y a la
separación de poderes que ya no existe de facto en Venezuela. Ambas conductas están
permitidas por nuestra Constitución y a ella debemos apegarnos para invocar la
combinación de “calle y voto” que constituye la orden del día para enfrentar la
traición al pueblo.
Vladimiro Mujica
vladimiromujica@gmail.com
@VladimiroMujica
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