*CARLOS BLANCO // TIEMPO DE PALABRA: "LA RENUNCIA A LA CRÍTICA, EN VARIOS, TIENE EL NOMBRE DE UN SUELDO GOBIERNERO" EN EL UNIVERSAL DE VENEZUELA
Los intelectuales chavistas
Hay intelectuales que han acompañado la aventura chavista sobre la base de que ésta prometía un cambio por el cual habían luchado y pensado desde sus respectivas historias. Tomaron diversos caminos; unos, los del entusiasmo y el apoyo, otros los de la burocracia, algunos los de la crítica tenue, pocos los de la ruptura. Han sido trayectorias heterogéneas, cuyos discursos suelen revelar más de lo quieren decir y muchísimo más de lo que desearían admitir. Hoy la intelectualidad chavista posiblemente sea lo más desolador que hay, a medio camino entre la derrota y la expulsión, ayuna de propuestas y, sobre todo, de sentido.
Las Falsas Premisas
Una porción de la izquierda se anotó con Chávez en su peregrinaje de los años 90. Lo concibió del mismo modo en el cual había concebido a Caldera en 1993: un instrumento para derrotar a AD y Copei. Lo logró con Caldera, sólo que éste terminó aliado y sostenido por AD, el símbolo del sistema que había prometido liquidar. El desencanto -y la crisis de finales de la década- abrieron el camino para quien parecía mejor dispuesto a cumplir la promesa redentora. La izquierda, en segmentos importantes, se anotó en la volada. Llegó al Gobierno, junto al Comandante y a su grupo militar. Se cumplía así el viejo sueño de llegar al poder por el atajo que ofrecía un antiguo golpista, redimido en las aguas de una retórica agresiva contra el viejo sistema político.
En este ferrocarril, que se deslizaba por los rieles instalados por el antiguo orden, incapaz de reformarse a fondo cuando era factible y urgente, se encaramaron muchos personajes, partidos, movimientos. Como suele ocurrir en procesos tumultuarios, unos iban en primera clase y otros en "la cocina", incluidos los que seguían a pie el pesado tranvía antes de que tomara velocidad de crucero. Naturalmente, allí se instalaron unos cuantos intelectuales, algunos de mérito y obra.
El primer problema surge con el discurso que varios adoptaron desde el inicio. En vez de ser los autores y promotores de una visión; generadores de una historia por contar, se convierten en sus divulgadores acríticos. Asumen los dichos de Chávez como un discurso teórico y políticamente válido, al cual hasta aristas filosóficas le intentan descubrir. Para estos intelectuales existe, entonces, sin ninguna base conceptual, una IV República sustituida por la V República; la rebelión del 27 de febrero de 1989 y sus muertes se rodean de un significado diferente al que, efectivamente, tuvieron; la democracia de 1958 a 1998 fue una indeseable excrecencia, de acuerdo a las tesis de Chávez; entre otras postulaciones a las cuales los interfectos se suman.
Lo más significativo es que algunos de éstos adoptan sin discusión las ocurrencias de Chávez, muchas de las cuales son mezclas de los dichos de Ceresole, las ingeniosidades de Marta Harnecker, las novedades de Dieterich, las iluminaciones de Giordani, las citas de Mao, siempre con el aderezo de una frase de Bolívar que un general desocupado y fastidioso se ocupa de encontrar en su covacha de Miraflores. Este batiburrillo es elevado a la dignidad de una teoría y la intelectualidad chavista anda deslumbrada con el socialismo del siglo XXI. La que no se deslumbra, no se atreve a desmontar tal bobería.
La Renuncia a la Crítica
La mayor parte de esa intelectualidad renunció a la crítica. Suele adoptar un truco de baja ralea que consiste en que ante las evidentes manifestaciones de autoritarismo y militarismo fascistoide, responde con la idea de que los vicios, errores, descomposiciones se hallan en el pasado. Si hay crimen, antes hubo; si hay represión, antes hubo; si hay malestar social, antes hubo; si hay desastre económico, que duda cabe, también el viejo sistema lo vivió.
La última línea de retirada de esa argumentación falaz es que lo existente no es peor a lo que existió, por lo tanto, en vez de defender la superioridad del régimen bolivariano, se dedican a sostener que no es inferior al pasado y, a lo sumo, igual de malo. Alguno ha confesado que lo que importa es que los que mandan son ellos, los chavistas. Cuando desde adentro se hacen críticas, suelen aceptar, como justificación de su silencio, que no pueden dársele armas "al enemigo" o a "la derecha".
La renuncia a la crítica, en varios, tiene el nombre de un sueldo gobiernero. Intelectuales de 15 y último que renunciaron a todo, salvo a lanzar loas insistentes a su jefe; disfrazan su carencia de independencia intelectual con sus descalificaciones a la disidencia. Su voz es potente sólo cuando se trata de berrear contra los opositores; pero, fuera de estas estridencias, su silencio le hace coro a los desafueros bolivarianos. Es que estas pobres almas no quieren darle armas al enemigo: prefieren suicidarse.
Los Guantes de Seda
Una estratagema que usa con frecuencia esta intelectualidad desértica es la de colocarse en una curiosa dimensión filosófica. Se asume, por definición, como si constituyese la izquierda; tal condición no requiere ser probada, deriva del hecho místico de apoyar al líder. De tal manera que su legitimidad política no deviene de sus convicciones sino de la adherencia a lo que, sin pudor, definen como la revolución bolivariana y, sobre todo, a la jefatura de Chávez.
Desde esa posición de izquierda de la cual se adueñan, no tienen recato en confundir socialismo con la acción del grupo militar que define la acción oficial. Un régimen que por su lenguaje, relaciones, estructura, mandos y visiones, está emparentado con el militarismo latinoamericano, es asumido sin vergüenza como representación del ideario socialista.
Algunos de los intelectuales que discuten el asunto saben que este proyecto carece de sentido revolucionario real; entonces, se colocan en una perspectiva "ingenua", como si el régimen estuviera en sus titubeantes orígenes. Cuando se refieren al Gobierno es como si estuvieran en el día cero, piensan lo que debería hacer o dejar de hacer hacia adelante, mediante la indelicada abstracción de que ya lleva casi diez años. Década de una experiencia que apunta exactamente en la dirección contraria a la pregonada. Callan sobre el militarismo, sobre el autoritarismo, sobre el centralismo y sobre el fascismo; sólo se ocupan de cómo, idealmente, debiera estructurarse una revolución para un gobierno que estuviese, apenas, gateando. Se colocan en enero de 1999 y no en marzo de 2008, para no dar cuenta del desastre.
El drama de la intelectualidad chavista es que estuvo durante décadas en la búsqueda de un camino para la transformación del país, y cuando vio a un personaje altanero y respondón, no supo distinguir entre Pedro Camejo y Pedro Carujo, entre Perón y Allende; Sandino y Ortega; entre Mariátegui y Ceresole. Una intelectualidad que se refugia en la retórica para escapar de la ética.
carlos.blanco@comcast.net
Los intelectuales chavistas
Hay intelectuales que han acompañado la aventura chavista sobre la base de que ésta prometía un cambio por el cual habían luchado y pensado desde sus respectivas historias. Tomaron diversos caminos; unos, los del entusiasmo y el apoyo, otros los de la burocracia, algunos los de la crítica tenue, pocos los de la ruptura. Han sido trayectorias heterogéneas, cuyos discursos suelen revelar más de lo quieren decir y muchísimo más de lo que desearían admitir. Hoy la intelectualidad chavista posiblemente sea lo más desolador que hay, a medio camino entre la derrota y la expulsión, ayuna de propuestas y, sobre todo, de sentido.
Las Falsas Premisas
Una porción de la izquierda se anotó con Chávez en su peregrinaje de los años 90. Lo concibió del mismo modo en el cual había concebido a Caldera en 1993: un instrumento para derrotar a AD y Copei. Lo logró con Caldera, sólo que éste terminó aliado y sostenido por AD, el símbolo del sistema que había prometido liquidar. El desencanto -y la crisis de finales de la década- abrieron el camino para quien parecía mejor dispuesto a cumplir la promesa redentora. La izquierda, en segmentos importantes, se anotó en la volada. Llegó al Gobierno, junto al Comandante y a su grupo militar. Se cumplía así el viejo sueño de llegar al poder por el atajo que ofrecía un antiguo golpista, redimido en las aguas de una retórica agresiva contra el viejo sistema político.
En este ferrocarril, que se deslizaba por los rieles instalados por el antiguo orden, incapaz de reformarse a fondo cuando era factible y urgente, se encaramaron muchos personajes, partidos, movimientos. Como suele ocurrir en procesos tumultuarios, unos iban en primera clase y otros en "la cocina", incluidos los que seguían a pie el pesado tranvía antes de que tomara velocidad de crucero. Naturalmente, allí se instalaron unos cuantos intelectuales, algunos de mérito y obra.
El primer problema surge con el discurso que varios adoptaron desde el inicio. En vez de ser los autores y promotores de una visión; generadores de una historia por contar, se convierten en sus divulgadores acríticos. Asumen los dichos de Chávez como un discurso teórico y políticamente válido, al cual hasta aristas filosóficas le intentan descubrir. Para estos intelectuales existe, entonces, sin ninguna base conceptual, una IV República sustituida por la V República; la rebelión del 27 de febrero de 1989 y sus muertes se rodean de un significado diferente al que, efectivamente, tuvieron; la democracia de 1958 a 1998 fue una indeseable excrecencia, de acuerdo a las tesis de Chávez; entre otras postulaciones a las cuales los interfectos se suman.
Lo más significativo es que algunos de éstos adoptan sin discusión las ocurrencias de Chávez, muchas de las cuales son mezclas de los dichos de Ceresole, las ingeniosidades de Marta Harnecker, las novedades de Dieterich, las iluminaciones de Giordani, las citas de Mao, siempre con el aderezo de una frase de Bolívar que un general desocupado y fastidioso se ocupa de encontrar en su covacha de Miraflores. Este batiburrillo es elevado a la dignidad de una teoría y la intelectualidad chavista anda deslumbrada con el socialismo del siglo XXI. La que no se deslumbra, no se atreve a desmontar tal bobería.
La Renuncia a la Crítica
La mayor parte de esa intelectualidad renunció a la crítica. Suele adoptar un truco de baja ralea que consiste en que ante las evidentes manifestaciones de autoritarismo y militarismo fascistoide, responde con la idea de que los vicios, errores, descomposiciones se hallan en el pasado. Si hay crimen, antes hubo; si hay represión, antes hubo; si hay malestar social, antes hubo; si hay desastre económico, que duda cabe, también el viejo sistema lo vivió.
La última línea de retirada de esa argumentación falaz es que lo existente no es peor a lo que existió, por lo tanto, en vez de defender la superioridad del régimen bolivariano, se dedican a sostener que no es inferior al pasado y, a lo sumo, igual de malo. Alguno ha confesado que lo que importa es que los que mandan son ellos, los chavistas. Cuando desde adentro se hacen críticas, suelen aceptar, como justificación de su silencio, que no pueden dársele armas "al enemigo" o a "la derecha".
La renuncia a la crítica, en varios, tiene el nombre de un sueldo gobiernero. Intelectuales de 15 y último que renunciaron a todo, salvo a lanzar loas insistentes a su jefe; disfrazan su carencia de independencia intelectual con sus descalificaciones a la disidencia. Su voz es potente sólo cuando se trata de berrear contra los opositores; pero, fuera de estas estridencias, su silencio le hace coro a los desafueros bolivarianos. Es que estas pobres almas no quieren darle armas al enemigo: prefieren suicidarse.
Los Guantes de Seda
Una estratagema que usa con frecuencia esta intelectualidad desértica es la de colocarse en una curiosa dimensión filosófica. Se asume, por definición, como si constituyese la izquierda; tal condición no requiere ser probada, deriva del hecho místico de apoyar al líder. De tal manera que su legitimidad política no deviene de sus convicciones sino de la adherencia a lo que, sin pudor, definen como la revolución bolivariana y, sobre todo, a la jefatura de Chávez.
Desde esa posición de izquierda de la cual se adueñan, no tienen recato en confundir socialismo con la acción del grupo militar que define la acción oficial. Un régimen que por su lenguaje, relaciones, estructura, mandos y visiones, está emparentado con el militarismo latinoamericano, es asumido sin vergüenza como representación del ideario socialista.
Algunos de los intelectuales que discuten el asunto saben que este proyecto carece de sentido revolucionario real; entonces, se colocan en una perspectiva "ingenua", como si el régimen estuviera en sus titubeantes orígenes. Cuando se refieren al Gobierno es como si estuvieran en el día cero, piensan lo que debería hacer o dejar de hacer hacia adelante, mediante la indelicada abstracción de que ya lleva casi diez años. Década de una experiencia que apunta exactamente en la dirección contraria a la pregonada. Callan sobre el militarismo, sobre el autoritarismo, sobre el centralismo y sobre el fascismo; sólo se ocupan de cómo, idealmente, debiera estructurarse una revolución para un gobierno que estuviese, apenas, gateando. Se colocan en enero de 1999 y no en marzo de 2008, para no dar cuenta del desastre.
El drama de la intelectualidad chavista es que estuvo durante décadas en la búsqueda de un camino para la transformación del país, y cuando vio a un personaje altanero y respondón, no supo distinguir entre Pedro Camejo y Pedro Carujo, entre Perón y Allende; Sandino y Ortega; entre Mariátegui y Ceresole. Una intelectualidad que se refugia en la retórica para escapar de la ética.
carlos.blanco@comcast.net