Conocía a Teodoro Adorno por algunas
consideraciones estéticas que había leído fuera del contexto de su obra, luego
por sus opiniones en contrario a la ontología de Heidegger; igualmente, estaba
familiarizado con la Escuela de Fráncfort por algunos artículos de Max
Horkheimer y, por supuesto, por la obra de Herbert Marcuse, pero nada más que
notas referenciales, sin mucha profundidad.
Mi esposa tenía en su biblioteca buena parte
de la obra filosófica y sociológica de Adorno, que había utilizado en su
carrera de letras; cuando unimos nuestros libros, las obras de Adorno se la
pasaron durmiendo el sueño de esos objetos que sirven para derrochar sapiencia,
transcurrieron varios años y nunca los toqué.
Pero sucedió algo interesante en este último
año, soy un fanático de la música de películas, los sountracks, y cuando
investigaba sobre la música para films, saltó de pronto uno de los libros que,
sobre el tema, escribió Theodore W. Adorno; allí me entero que Adorno, aparte
de ser un filósofo e investigador social de reputación mundial, era también un
músico de valía, con cerca de 25 piezas clásicas de su autoría, en partituras
de cámara y en ese particular mundo de la música atonal.
Por pura casualidad, cae en mis manos un
artículo de internet, donde se afirma que Adorno era en realidad el autor
secreto de la mayor parte de los éxitos de Los Beatles.
De pronto, al investigar el asunto, caigo en
la red de una de las teorías conspirativas más excitantes de los últimos
tiempos, La Conspiración de la Era de Acuario, que me lleva a las reuniones del
grupo de los 300, a la sociedad secreta del Club de Bildelberg, al Instituto
Tavistok, al desarrollo del proyecto el “Hombre de Manchuria”, a los
experimentos con alucinógenos de la CIA, el oscuro MK-Ultra, que hizo, entre
otros muchos experimentos grupales, uno que desbordó todas las expectativas, el
festival de Woodstock… cada bicho de uña que surgía de esta componenda era más
malo que el otro, y entre todos ellos, estaba el aparentemente inofensivo y
brillante Theodore Adorno y sus amigos de la Escuela de Fráncfort, como motores
intelectuales de ese intento por el comunismo de apoderarse del mundo.
Me gustan las teorías conspirativas, quizás
porque son descabelladas y fantasiosas, entiendo porqué la gente se hace adicta
a ellas; si se tiene un mínimo de paranoia, estas teorías se agarran de ese
hilo y desatan un ovillo que teníamos, sin saberlo, por dentro… pero tampoco
las deshecho del todo, como decía Foucault, “toda persona con una afección
mental ve el mundo de manera novedosa”, que no es menos real que la “normal”.
Lo primero que hice fue leerme los libros de
Adorno y los de la Escuela de Fráncfort, que estaban en mi biblioteca, con
cuidado, tratando de olvidarme de la conspiración, investigando en paralelo el
marco histórico de estos pensadores (todos perseguidos y víctimas del nazismo
en la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte judíos, y en su totalidad,
marxistas).
La Escuela de Fráncfort jugó un papel
importante, como Think Tank para el Departamento de Defensa norteamericano,
buscando desentrañar el sistema nazi de gobierno; pero fueron sus vinculaciones
con importantes centros de investigaciones sociales y universidades lo que
ocasionó que sus principales teorías devinieron en prácticas, sobre todo en los
temas de los mass media y la propaganda.
Estas investigaciones fueron financiadas por
importantes grupos del stablishment norteamericano, algunos vinculados con las
más grandes empresas, bancos y bufetes de abogados.
Quien quiera adentrarse en esta teoría
conspirativa se va a encontrar con que el chavismo y lo que actualmente sucede
en nuestro país es fácilmente explicable, como pieza que encaja en esta
conspiración mundial, donde el proyecto de Chávez, la Cuba de Fidel y la
situación latinoamericana son partes de un plan mucho mayor y de alcances
globales (los amigos chavistas que se fueron por este camino, y se creyeron
esta teoría conspirativa, están irremediablemente locos de atar).
Pero volviendo a la filosofía y la visión
sociológica de este pensador y su grupo, nos advierten sobre un panorama
sombrío para la humanidad a partir de la derrota del nazismo, el hecho del
holocausto marca un antes y un después en la historia contemporánea, al punto
que Adorno cuestiona la posibilidad de la existencia de la poesía, luego de
este exterminio masivo e industrial de seres humanos.
Estos filósofos europeos se suman en la
prospectiva que elaboró, nada menos, el llamado “sociólogo del capitalismo”,
Max Weber, cuando pinta el panorama de un mundo cada vez más racionalizado (la
sociedad administrada), burocratizado (estatizado), manipulado (ideologizado,
narcotizado), donde se hace necesario el control absoluto de la sociedad
(totalitarismo), donde lo que importa son las cifras, la competencia, el
cálculo, los prestadores de servicios y usuarios (gestión).
Para Adorno y
Horkheimer, seguir por el camino del capitalismo, obligatoriamente,
resulta en que al ser humano se le rebaja en su humanidad y, in extremis, se le
niega; alegan que, a pesar de que vivimos en un mundo de adelantos científicos,
nos hacemos cada vez más primitivos como sociedad.
En contrareacción nace la llamada “dialéctica
negativa”, que sería la negación absoluta de lo que ellos llaman la falsa
totalidad del pensamiento idealista, cuya intención última, así lo creen los
que siguen esta teoría conspirativa, es el desmoronamiento de la sociedad tal
como la conocemos, por medio del sexo, la droga, el rock and roll, la
publicidad, las creencias New Age, la neo-lengua, la dependencia cibernética y
la manipulación total de la información por el mass media; es lo que llama la
Escuela de Francfort, la Revolución Cultural que, al final, es la única forma
de instaurar un gobierno mundial, de un totalitarismo soportable y con una
programa socialista.
Los postulados filosóficos de esta escuela y
sus pensadores, en su contexto, son impecables; lo que no me termina de
convencer son las bases dialécticas y el examen sociológico que adelantan,
sobre los que se montan esta distopía, de la que emergió una teoría
conspirativa que puede desquiciar al incauto.-
saulgodoy@gmail.com
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