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jueves, 3 de febrero de 2011

TRIBUNA LIBERTARIA. COMPENDIO OPINÁTICO. RAUL AMIEL. 02/02/11. OPINIONES DE JONATHAN SCHELL , HÉCTOR ÑAUPARI Y ALONSO MOLEIRO

"Lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece." . Ernesto Sábato

1.- EL CONTAGIOSO ESPÍRITU DE RESISTENCIA DEMOCRÁTICA. JONATHAN SCHELL
2.- ¿CÓMO VENCER AL POPULISMO EN AMÉRICA LATINA?. HÉCTOR ÑAUPARI
3.- NADA HAY QUE CELEBRAR EL 4 DE FEBRERO. ALONSO MOLEIRO

Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 702 días. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel

EL CONTAGIOSO ESPÍRITU DE RESISTENCIA DEMOCRÁTICA. JONATHAN SCHELL

Si el mundo tiene un corazón, en este momento palpita por Egipto. Por supuesto que no por el Egipto de Hosni Mubarak -el de las elecciones amañadas, la censura contra la prensa, la supresión de Internet, las fuerzas policiales vestidas de negro y los tanques y las cámaras de tortura- sino el Egipto de los intrépidos ciudadanos comunes, quienes casi sin armas, con poco más que su presencia física en las calles y sus plegarias, están desafiando todo este aparato de intimidación y violencia en nombre de la justicia y de la libertad.

Su valentía y sacrificio han hecho revivir el espíritu de la resistencia democrática y no violenta frente a una dictadura que quedó simbolizada por la caída del Muro de Berlín, en 1989.

De hecho, ese evento histórico fue un símbolo de una oleada más extensa de revoluciones que, como un reguero de pólvora, barrieron a decenas de dictadores del poder, desde Filipinas en 1986 hasta Polonia en 1989, llegando hasta los primeros años del siglo XXI. Sin embargo, en estos últimos años ese fenómeno de contagio parecía estar desactivándose.

Ahora, los dictadores de todo el mundo están en guardia una vez más. En Arabia Saudita, el monarca cuida sus espaldas. Yemen ya está bajo aviso. En China, la palabra "Egipto" ha sido censurada de las búsquedas de Internet.

Egipto es la representación cabal del nunca desentrañado misterio de la revolución. Durante décadas, la estructura de un Estado opresivo se cierne sobre la sociedad, implacable. Las cámaras de tortura funcionan las 24 horas del día. Las riquezas de la nación fluyen hacia cuentas bancarias en el extranjero. Los ricos y privilegiados están satisfechos en sus barrios cerrados. Por lo general, el soberano hace reverencias a un benefactor extranjero. Una nube de propaganda contamina la atmósfera como un gas venenoso. El retrato del Líder cubre las paredes de los edificios gubernamentales. El país queda atrapado en una descomunal burocracia de absurdas regulaciones.

Pero de pronto un temblor recorre desde los cimientos todo el edificio.

Un par de miles de personas salen a las calles, luego decenas de miles, después, como por arte de magia, son cientos de miles y en todo el país. Y de alguna manera, esta rebelión -que estalló en apenas unos días- puede bastar. Su espíritu toca algún nervio de toda la nación, que se despierta, y con sorprendente facilidad se deshace del largamente odiado y sin embargo tolerado régimen.

De repente, todas las reglas cambian, todas las viejas cadenas de mando y servilismo se revierten y las estructuras de poder se empiezan a disolver. Más tarde, los expertos serán los encargados de desentrañar las señales que anticipaban lo que estaba por venir y hasta encontrarán sus "causas", pero el hecho es que las revoluciones son uno de los eventos más impredecibles y siguen tomando al mundo por sorpresa.

De todos modos, sí sabemos algunas de las cosas que ocurren en momentos como ésos. Un pueblo largamente intimidado por la violencia del Estado logra superar el miedo y de un momento a otro empieza a actuar con valentía. La valentía se hace contagiosa del mismo modo que lo fue el miedo y súbitamente millones de personas llevan a la práctica la desobediencia y el desafío.

Egipto ha llegado claramente a esas instancias. Ya se ha convertido en un lugar común decir que ahora todo depende de la intervención o no de las fuerzas armadas. Y por supuesto que es cierto, al menos en parte.

Con mucha frecuencia, la hora de la muerte de una dictadura coincide con la hora en que los militares, arrastrados por el mismo ánimo que cunde en el resto de la población, se niegan a seguir las órdenes del otro bando. Por eso es tan significativo que en Egipto la multitud haya abrazado a los soldados y que los soldados hayan dejado que la gente se trepe a los tanques en las plazas públicas, haciendo con los dedos la V de la victoria.

Pero la verdad es que el ejército es un actor secundario de esta escena, cuyo protagonista fundamental es, como siempre, la gente. Por eso, aunque algunos titulares digan que en Egipto reina el "caos", están equivocados. Nunca antes en Egipto el escenario había tenido un propósito tan claro ni tan decidido.

¿Y el gobierno de Estados Unidos? Hasta anoche, desaparecido en acción. Empezó despotricando contra la "violencia de ambos bandos", sin lograr decidirse entre el pueblo y sus opresores. La reacción tiene el sello distintivo del gobierno de Obama, hasta la caricatura: mantiene relaciones ("carnales", digámoslo sin empacho) con el statu quo del poder. Bienintencionadamente, comienza por aceptar que es inamovible. Y a partir de ahí empieza a negociar.

En este momento, el poder con el que el gobierno de Obama está negociando es el del dictador egipcio Hosni Mubarak, un aliado de Estados Unidos durante 30 años en los que ha recibido unos 50.000 millones de dólares en ayuda norteamericana.

A principios de la semana pasada, mientras la multitud se enfrentaba con la policía en todo Egipto, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo que el gobierno de Mubarak era "estable". El vicepresidente Joe Biden siguió la misma línea, con sus declaraciones de que él "no diría que Mubarak es un dictador".

Más recientemente y todavía indecisa, Clinton instó a una "transición ordenada", sin reclamarle a Mubarak que dé un paso al costado. Pero Mohammed el-Baradei, ungido como flamante vocero de la revolución, tuvo razón cuando le respondió: "Para el presidente Obama, sería mejor no quedar como el último en decirle al presidente Mubarak que es tiempo de que se vaya".

Nada en la conducta de los egipcios que se manifiestan en las calles nos obliga a anticipar el curso de los acontecimientos. Pero el momento de las definiciones se acerca. A Estados Unidos le queda muy poco tiempo para decidir de qué lado está.


MARX VS SMITH
¿CÓMO VENCER AL POPULISMO EN AMÉRICA LATINA?. HÉCTOR ÑAUPARI

Es la pregunta de los diez mil soles, como decimos en el Perú. Pese a su inmensa capacidad de seducción, considero que el populismo latinoamericano puede ser vencido. La pregunta es, ¿cómo hacerlo? Cabe acotar que, siendo el populismo una idea y un sentimiento, se debe enfrentar con ideas y motivaciones superiores y más convocantes que aquéllas que éste promete.

En primer término, para atacar el núcleo ideológico del populismo debemos sostener emotivamente que las sociedades que prosperan no se organizan en torno a la identidad, ni a la nación, ni a la raza, ni a la clase. Se organizan en torno a principios, que sirven para garantizar una convivencia pacífica y fructífera, para que se dicten unas leyes claras, sencillas y comprensibles y para que todos los ciudadanos aptos dispongamos de un mínimo de recursos que nos permitan competir en la sociedad.

¿Cuáles serían estos principios? Libertad, tolerancia, justicia y dignidad del trabajo. Aplicando estos principios, se logra lo que sostuvo Adam Smith en sus Lecciones sobre Jurisprudencia: “Para que un Estado pase de la peor barbarie al mayor grado de opulencia basta prácticamente con garantizar la paz, impuestos estables y una aceptable administración de justicia; el resto vendrá por si solo mediante el curso natural de las cosas”. Alcanzar un consenso en torno a estos principios es una tarea política esencial si queremos vencer al populismo. Esto tiene que hacerse fuera de los partidos políticos, pues todos, en mayor o menor medida, son proclives al virus populista.

Por tanto, este combate debe hacerse en la opinión pública, en los medios de comunicación, y con las instituciones tutelares de nuestros países. De este modo los partidos estarán forzados a enfrentar al populismo y a no cambiar de rumbo. Este consenso tendrá éxito cuando haya un entendimiento, por parte de la sociedad, que no hay vuelta atrás. Que lo contrario es volver a un pasado oprobioso, corrupto, incierto y únicamente rico en pobrezas.

En segundo lugar, el populismo será vencido cuando se convenza a los latinoamericanos que el desarrollo no surge por arte de magia, y que solo nosotros somos responsables de nuestro destino. Enseñar incansablemente que no se pasa de la estera al rascacielos sin esfuerzo, y que el populismo nos estafa haciéndonos creer que el desarrollo es fácil o sin sacrificios. Que, por eso mismo, la historia del populismo en América Latina ha sido la de un engaño: que estábamos exonerados de esforzarnos para ser desarrollados. Así, para combatir al populismo en este aspecto debemos difundir las historias de los emprendedores latinoamericanos. Personas que surgieron de la pobreza y alcanzaron la prosperidad a través del trabajo duro y el esfuerzo. Es únicamente cuando la gente tiene frente a sus ojos el surgimiento del emprendedor, que se vacuna contra el populismo.

Aunado a ello, se pondrá fin al populismo cuando se enfrente la creencia mayoritaria que las masas hacen la historia. Son las personas, únicas en su talento, trabajo, emprendimiento, capacidad, creatividad y esfuerzo, las que en verdad la hacen. ¿Cómo lograrlo? Descubriendo al talentoso, al eficaz, al emprendedor, al estudioso, al más capaz, al mejor deportista, al líder de grupo, desde la más tierna edad, y educándolo en la filosofía de la libertad. En ese sentido, todas las iniciativas de cátedras, cursos en línea o seminarios presenciales para jóvenes de los centros de investigación liberales resultan extraordinarias experiencias, que deben ser enriquecidas con este proceso de descubrimiento de los nuevos líderes latinoamericanos. Debemos sumar a los empresarios y los medios de comunicación en esta iniciativa contra el populismo, promoviendo consensos en torno a principios, difundiendo las virtudes del emprendimiento y educando a los jóvenes latinoamericanos más sobresalientes, dándoles una sola razón: con la derrota del populismo latinoamericano se asegura su supervivencia. Ellos no deben olvidar que los populistas, con independencia de su signo, regresan siempre a nuestros países para expropiar empresas, clausurar periódicos o apagar señales de televisión.

Y es que al populismo se le pueden ganar algunas batallas pero definitivamente se le debe ganar la guerra, porque, como la hidra mitológica, sus cabezas se reproducen una y otra vez. Sólo el fuego inagotable de la libertad puede evitar que esos muñones regeneren en dictadores, hombres fuertes o salvadores de la patria y nos condenen nuevamente al atraso. Sinceramente confío en que estas reflexiones nos ayuden en esa gesta.

NADA HAY QUE CELEBRAR EL 4 DE FEBRERO. ALONSO MOLEIRO

Puede que sea cierto que la polémica en torno a la celebración del 4 de febrero esté destinada a extenderse durante varios años más. El tiempo en el cual exista oxígeno para alimentar la fuerza política del chavismo, su vigencia entre las masas y el corrosivo germen incivil que inspira muchas de sus ejecutorias.

Es decir, durante un tiempo más una parte del país celebrará alborozada la efemérides del primer golpe militar que tuvo que presenciar una generación de venezolanos en décadas, y la otra continuará lamentando su irrupción violenta precedida de su sigilo conspirador.

A quien su suscribe estas líneas, sin embargo, no le cabe la menor duda de que la recuperación de la democracia, la restauración del espíritu del acuerdo y el inicio de la reconstrucción nacional pendientes en la agenda nacional Venezuela a partir de 2013, harán que, con el paso de las décadas, el día de esta asonada termine de ser juzgado por la historia como lo que fue: el detonante de una sonora crisis política que dio inicio a un largo período de decadencia nacional. El que vivimos en los años 90, continuó durante al década siguiente y padecemos hasta la fecha.

Decadencia que tuvo, y tiene aún, expresiones institucionales, económicas, sociales, políticas y militares. Fue el cuatro de febrero el día en el cual quedó legitimado el argumento unilateral de la violencia; el día en el cual muchos compatriotas concluyeron que lo que procedía era saltarse las reglas del juego institucional; el día en el que regresó, como el ave fénix, la figura del caudillo mesiánico; el día en el cual conoció su crisis le hecho público y la figura de la negociación como filamento de las sociedades civilizadas.

El 4 de febrero, si le damos continuidad al análisis de Manuel Caballero en “Las crisis de la Venezuela Contemporánea” le abrió las compuertas, además, a la salida de los militares a los cuarteles y a su tutela en el hecho público nacional. No es cualquier cosa: domeñar la sombra militar, reinsertar a las Fuerzas Armadas dentro de su rol constitucional, subordinarlas a la voluntad nacional, costó décadas y mucho sudor. Las implicaciones de ésta fecha se extendieron en el tiempo y siguen vigentes casi 20 años después: hoy por hoy, la política venezolana, en lugar de civilizarse, se militarizó.

Es Hugo Chávez el autor de ésta novisima técnica, en principio muy efectiva para sus fines, pero completamente nociva para una nación que aspira a salir del subdesarrollo: los adversarios se volvieron enemigos; los argumentos, artillería; los proyectos, tácticos y estratégicos; los militantes y ciudadanos, contingentes de batallones. El argumento de la violencia, una amenaza subyacente. Los rumores, parte del decorado. Acordar es capitular; al enemigo ni agua. La letra constitucional está pintada en la pared. La política es una guerra, el campo donde gana el que tenga más agallas y haga mejor uso de la estratagema. De ese tamaño es el pantanal en el cual estamos hoy sumergidos.

Se argumentará que en esta fecha lo que hizo terminar de reventar un pasivo que estaba siendo cultivado durante décadas: el que tuvo su capítulo inicial en la devaluación del bolívar, en 1983, y los desastrosos gobiernos de la última parte de la democracia representativa. Fue el 4 de febrero una consecuencia antes que una causa.

No tengo nada que objetar a ésta apreciación. No niega ella el epicentro de mi argumentación. El golpe militar del 4 de febrero, que a este servidor tomó por sorpresa un lunes por la noche, siendo un estudiante de 21 años de edad, y a quien jamás deslumbró la alocución posterior del “por ahora”, ha sido la efemérides más nefasta, contraproducente y lamentable jornadas de la historia contemporánea de éste país, y una de las más aciagas de la historia nacional.

Sin nostalgias con el pasado, consciente de sus orígenes, perfectamente claro los próximos horizontes a conquistar, a la mayoría de éste país, a la fecha, le va quedando completamente claro lo que estoy afirmando. Dentro de poco tal convicción se hará unánime, no me cabe la menos duda. No termina de explicarse uno cómo es posible que quienes hagan ascos del complot fraguado el 11 de abril de 2002 salgan a celebrar campantes el triunfo de una felonía tan artera: un “putcsh” clásico inspirado en los manuales castrenses negadores de las libertades públicas.

Vamos a concluir con lo obvio: para terminar de calzar los pantalones largos de una nación civilizada, para aspirar al desarrollo, jamás debe producirse entre nosotros, por los siglos de los siglos, eventos como el del 4 de febrero de 1992.

raulamiel@gmail.com
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