El actual populismo no sólo
se caracteriza por la desviación de políticas gubernamentales a favor de causas
políticas que sólo buscan detentar mayores cuotas de poder en detrimento de
reales necesidades. También, por su repulsión a todo lo que representa un
manejo autonómico de recursos que garanticen un mayor respeto hacia derechos
humanos trascendentales.
Sin duda, en el plano gubernamental, este tipo de
decisiones requiere del hecho de afianzarse en las emociones de la población.
De esa manera, es posible trazar compromisos político-electorales solamente con
la intención de ganar espacios desde los cuales se hace fácil capturar la
esperanza de quienes, con una cultura política precaria o careciendo de la
misma, son prisioneros de tentaciones que con seguridad son meros paliativos
sin percatarse que “peor será el remedio que la enfermedad”. Justamente, lo que
el oficialismo criollo ha venido trabajando para lo cual apela a múltiples
manipulaciones pues es la única forma de convencer al “pueblo” que su
participación en el proceso de elaboración y toma de decisiones, asegurará el
bienestar que, durante la “IV República”, le había sido negado o sustraído en
considerable proporción.
De ahí que bajo la continua
invocación de una democracia participativa y protagónica, el presidente Chávez
ha buscado desarreglar el entramado institucional intentando armar uno nuevo.
Para ello, se ha valido de arbitrariedades que han permitido una encubierta
complicidad entre poderes públicos toda vez que, las correspondientes
instituciones representativas del gobierno nacional, se han prestado para
adoptar medidas que esquiven preceptos constitucionales. Por consiguiente el
resultado es un país anárquico, producto de un proyecto político-ideológico
estructurado sobre postulados equivocados. Sobre una visión de país superado
histórica, social, política y tecnológicamente. El despotismo ha servido para
encauzar una gestión de gobierno a desdén de realidades presentes y sus
complejas manifestaciones de insatisfacción. Pareciera ser que, debajo de tanta
confusión, el objetivo de tan opacas estrategias ha sido el de ensordecerse y
cegarse ante la experiencia democrática vivida. Sistema político éste,
escarmentado con dificultades pero con determinación y firme convicción. Las
contradicciones a que ha obligado el ejercicio de poder que viene realizándose
en nombre de un “bolivarianismo” que sólo tiene sentido en el pensamiento
político bajo el cual se pretende imponer un estilo de vida exento de razones
que avalen una calidad de vida que se corresponda con el nivel de ingreso que
percibe la nación por concepto de su riqueza natural, ha constreñido libertades
fundamentales y derechos sociales por los cuales toda sociedad democrática se
ordena según las conveniencias que pauten un mejor rumbo. Sin el menor rastro
de intervencionismo, lo que no se observa ahora en Venezuela.
El país es escenario donde el
régimen se empecina en ensayar oportunidades mediante una práctica socialista
devaluada por la historia política contemporánea. En consecuencia, todo se
decide en las alturas del poder: quién debe o no contar con las subvenciones
asignados por el Estado a través de viviendas, becas, financiamientos. Incluso,
situaciones relacionadas con la alimentación. De esta forma, funcionarios del
gobierno central creen que sus decisiones son infalibles. Decisiones éstas que
desconocen razones esgrimidas por organizaciones e instituciones con probadas
capacidades profesionales o académicas. Tanto, que algunas oficinas públicas se
arrogan atribuciones para determinar qué debe o no hacer el Ejecutivo Nacional
sin que para ello tenga un ápice de participación el mentado “poder popular”.
Lo que faltaba, terminó siendo resuelto por quienes creen estar por encima del
resto de habitantes de este país: la salud del venezolano. Son estos
funcionarios, quienes saben qué, cuánto, cómo, dónde y hasta cuándo un mal
pueda aquejar a una persona. Ellos han decidido complicarle la salud al
venezolano al restringir los canales de adquisición, distribución y
comercialización de productos farmacéuticos, quirúrgicos y medicamentos.
Resolvieron reducirles divisas al sector, lo que devendrá en graves problemas
de todo tenor. Y cómo no va a ser así, si estos funcionarios creen ser los
semidioses del régimen.
VENTANA DE PAPEL
¡UBÍCATE COMPATRIOTA!
Es la frase que quizás puede
mover a muchos a reaccionar. Mejor dicho, a despertar ante la situación de
descomposición social y económica a la cual ha llevado este (des)gobierno a
Venezuela a punta de soluciones que aniquilan las libertades “migaja a migaja”.
¿Cómo es posible que muchos sigan pensando que la solución al actual barullo
está garantizada ¿O que el almuerzo es gratis, sólo por dar el sí a una gestión
de gobierno sin idea alguna de cómo están administrándose las finanzas pública?
¿O cómo este destrozo ha impactado objetivos de desarrollo económico y social,
por desafueros cometidos por conspicuos personajes del régimen en nombre de una
revolución que se soporta con hambre (hacia afuera), pero que (hacia adentro)
se alimenta de un cuantioso botín que sólo disfrutan los más aduladores hombres
del régimen?
Y como dice la canción de
Billos, “por más que se tongonee, siempre se le ve el bojote”. Por más que estos señores del
oficialismo se pronuncien a favor de la “revolución bonita”, exaltando la pobreza
como razón del pretendido socialismo, no pueden esconder el capitalismo que
transpiran pues los acusa por todas partes. Tampoco, los privilegios que sólo
ellos disfrutan en cuanto a seguridad y movilidad. Por mucho que puedan lucirse
como funcionarios con alguna autoridad, representan la desigualdad que encarna
el régimen y que encubre con aquello de que "el poder es del pueblo”. Por
más que lo disimulen, "siempre se les ve el bojote". Así que, “ojo a
visor” pues nada bueno podría esperarle al país con este régimen que lo ha
hundido al extremo. Ante toda esta hecatombe, no hay de otra: ¡ubícate
compatriota!
¿PLAZA BOLÍVAR O MERCADO
LIBRE?
La desmedida ambición por
deleitarse de las mieles del poder de quien ahora debe reconocerse como el
“presidente saliente”, lo ha llevado al ejercicio de un proselitismo aberrante.
Tal es la angustia que padece, que supo repartir el ingreso petrolero en dos
porciones. La que dictamina la Constitución Nacional a través del presupuesto
nacional, y la que el mismo se ha tomado para justificar sus pretensiones de
“dadivoso”. Pero eso no queda ahí. Encima, ha consentido el desorden extendido
a los sitios públicos y además emblemáticos. O sea, las plazas centrales de
todas las ciudades.
Cualquier Plaza Bolívar es
ahora lugar común de venta de baratija, aunque muchas veces disfrazada de
producto típico artesanal. El propio mercado persa. Ahora, el irrespeto al
culto bolivariano, se confunde con el comercio que ahí se tiene. Comercio de
arepas socialistas, toldos del PSUV, del CNE, de promoción de la agenda del
gobernador, de atavíos femeninos, revistas y libros de contenido
político-ideológico publicados por el régimen, ventas de alimentos de
PDVAL.
El bullicio de los puestos
para atraer a la gente, es ensordecedor. Este mercado, se convirtió en punto de
encuentro de oficialistas politiqueros disfrazados de “diablos rojos” para
seguir repitiendo el agotado discurso presidencial. Incluso, para reiterar los
mismos insultos que distinguen el odio que exhala cada frase del “presidente
saliente”. Entonces, que es esto ahora:¿Plaza Bolívar o mercado libre?
¿DE QUÉ VALIÓ TODO ESO?
Es la pregunta que muchos
están haciéndose. Muchos que, en principio, apoyaron al régimen. Sin embargo,
no hay respuestas. La Internet ha servido para que venezolanos conscientes del
error cometido en 1998 votando por el proyecto del militar, eleven su
interrogante y provoquen la reflexión que avalará el cambio presidencial del
próximo 7-O. Preguntas que sacuden al más pintado de rojo, como por ejemplo: ¿De
qué valió cambiar la hora? ¿mejoró el gobierno? ¿De qué valió cambiar la
denominación de la moneda? ¿por ello se arregló la economía? Una estrella más a
la bandera, ¿sirvió para algo? Se expropiaron cientos de haciendas. Entonces
¿por qué se importa lo que ahora se come? ¿Eso es soberanía alimentaria? Y qué
decir de las cementeras expropiadas. ¿Hay más cemento ahora? Los miles millones
dirigidos a las misiones, ¿vive mejor el venezolano? ¿Dónde está el Metro de
Guarenas-Guatire, la “ruta del turpial”, el Teleférico Caracas-Macuto, los
“parques eólicos” de Paraguaná y La Goajira, el parque temático de La Carlota,
la fábrica de electrodomésticos de SIDOR, el tercer puente sobre el Orinoco, la
nueva autopista Caracas-La Guaira. Y pare usted de contar. Entonces ¿de qué
valió todo eso?
antoniomonagas@gmail.com
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