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sábado, 4 de julio de 2015

LEANDRO AREA, ¿LA REGOLFIZACIÓN DE LAS RELACIONES COLOMBO-VENEZOLANAS?

Desde 1989 hasta la llegada de Chávez al poder en 1999 e inclusive durante el primer año de su mandato mientras aprendía apenas a gatear en los farragosos caminos de la política no conspirativa ni golpista, las relaciones colombo-venezolanas vivirán el momento de mayor esplendor en toda su historia si por ello entendemos cooperación y agenda constructiva con participación de las comunidades involucradas. Hoy poco y pocos nos acordamos de ello perdiendo así nuestra capacidad para comparar y asombrarnos al entender lo mal que andamos en la actualidad también en ese aspecto.

En ese entonces parecía ya superada la vieja noción de “tensa calma” acuñada en los años 60 para caracterizar y definir nuestra relación con Colombia cuando surgió con fuerza y por primera vez lo que después sería un vicio común y  compulsivo: la archinombrada delimitación de las áreas marinas y submarinas al norte del golfo de Venezuela. El archipiélago de Los Monjes mereció en el pasado tratamiento singular y definitivo.
A través de la magia de la política y de su brazo más próximo y desarmado, la diplomacia, se logró desgolfizar, despretrolizar digamos, esa relación entre vecinos, “hermanos” los llamarían exageradamente algunos, dándole rango de primer orden a lo fronterizo y sacándolo así del limbo histórico en que se encontraba y en el que vuelve a estar. Dejó de ser lo vecinal pues, en esa década, aquél “Tercer País” del que hablaba Uslar Pietri y se le dio carácter de actor fundamental en la relación binacional, anteriormente también gobernada, exclusiva y exageradamente, desde y por el binomio Caracas-Bogotá.
En suma, al desgolfizar la relación, ésta se desmilitarizaba y  el elemento bélico, brazo armado de la política, ocupó y se ocupó de lo que le corresponde estrictamente dentro de la Constitución de los Estados democráticos, a saber: la seguridad y la defensa nacional.
Existía además una agenda internacional y regional de post guerra fría y de post dictadura en el continente, llena de optimismo y de cierto esplendor económico y comercial, y esperanza en que los valores de la democracia, la libertad y la justicia social podían prevalecer a través del diálogo, sobre guerras y conflictos. Dentro de ese marco más general es que habría que entender el gigantesco esfuerzo que realizaron Colombia y Venezuela luego de haber estado, dos años antes nada más, en 1987, al borde de una guerra.
Seguían los problemas fronterizos, cómo no. El contrabando, el secuestro, el aliviadero de la guerrilla y sus ataques dentro de territorio venezolano, el narcotráfico de allá más que el de acá, que de eso andábamos en pañales todavía, del hampa común siempre tan activa e imaginativa y la pobreza, que engendra y anida a todos los males anteriores. Pero en verdad, a pesar de esas crónicas realidades, se respiraban aires de progreso, de trabajo conjunto y de esperanzas en que aquellos sueños comunes, de tanto peso sobre nuestros hombros eran posibles y que con voluntad política se podían cristalizar.
Pero llegaron Chávez y Uribe y dentro de circunstancias históricas específicas dieron al traste con todo lo hecho anteriormente sin necesidad siquiera de sacar del clóset el tema de la delimitación de áreas marinas y submarinas, con la salvedad, sea dicho, de la hojarasca aquella que se levantó en 2007 con la supuesta propuesta de solución que Chávez anunciara en su Aló Presidente 292, desde Yaracuy, que dicen los malpensados, entre los cuales me encuentro, que era a cambio del permiso que Uribe le estaba otorgando para que sirviera como mediador en el conflicto entre el Estado colombiano y las FARC-EP. Los rasgos personales y psicológicos de ambos, las distancias ideológicas y de perspectiva política, sus acercamientos o lejanías con los Estados Unidos, su postura frente a la guerrilla colombiana, en fin, sus amigos y sus enemigos, mantuvieron en jaque esa relación otrora medianamente institucional ahora asunto estrictamente visceral.
Saliendo Uribe del gobierno, frustrado por no haber podido ser presidente una tercera vez, apareció Santos, su alumno más aventajado e implacable ministro de Defensa, que de buenas a primeras se reinventó una imagen y rompió con su progenitor y su ideario a través de aquella máxima según la cual en Chávez había descubierto a su mejor amigo. El Golfo seguía quieto.
Con el fallecimiento del ahora comandante eterno, aparece el ungido Nicolás Maduro y la relación entre ambos países entra en una barrena crítica que gradualmente nos ha traído al basurero en que se ha convertido hoy. De la agenda esperanzadora aquella que iniciaron Pérez y Barco, hace 26 años, ya no queda ni el recuerdo. Ahora lo que tenemos es que el conflicto bilateral ha ganado terreno y se ha militarizado progresivamente una relación que era en lo fundamental civil y democrática. Esto es natural dentro de una dictadura disimulada, ya casi nada, de democracia como  lo es el régimen venezolano. Frente a ello Colombia ha tenido que responder con guante de seda a los dislates del madurismo, tragándose todos los sapos posibles, para así evitar, entre otras cosas, que al gobierno venezolano, en su calidad de acompañante del proceso de paz, se le ocurra sabotear esas  negociaciones.
Colombia está a todas éstas atada de manos frente a los desmanes del gobierno venezolano que la chantajea. Santos,  al igual que frente a los desmanes de la guerrilla, ante el  gobierno venezolano calla, otorga, deja hacer, pasar, torea tanta afrenta, esquiva reclamar tanta deuda sin pagar o mal pagada, baja el tono frente a deportaciones de connacionales, a afirmaciones destempladas, a insultos, a culpabilizaciones, a supuestos magnicidios urdidos desde allá o en combinación con terceros, el eje Miami-Madrid-Bogotá. Y aún así y con todo el tema del golfo estaba quieto ahí, en remojo, en el cofre de los maniquíes dormidos.
Hoy el telón se abre y empieza la comedia. A meses de celebrarse unas elecciones parlamentarias que pintan más bien  de plebiscito frente a la gestión de Maduro, de manera sorpresiva y unilateral, se crean y activan unas Zonas Operativas de Defensa  Integral Marítima e Insular (ZODIMAIN) con las que se alborota un avispero en Guyana, en Colombia, aquí adentro y más allá, sacando a la luz nuevamente por ejemplo el viejo fantasma patriotero, militar, electoral, conflictivo y guerrerista de la delimitación pendiente con Colombia. Tal controversia existe y suponíamos que el tema se estaba manejado por aquellos a quienes institucionalmente les corresponde, que son las Comisiones Presidenciales de Negociación creadas y vigentes desde 1990. Que no se puede, en todo caso, a la torera y unilateralmente fijar límites sobre áreas en litigio sin el consentimiento del vecino, que para eso están los mecanismos diplomáticos establecidos por el Derecho internacional.
Se han encendido otra vez las alarmas en la relación colombo-venezolana. Se redactan notas de protesta, se bautiza el nuevo ministro de Defensa colombiano con una visita a la Guajira, los opinadores cargamos nuestras plumas, se desempolva el viejo diccionario de los insultos, frases y coletillas que creíamos ya olvidadas o superadas tras más de medio siglo conversando sobre lo mismo, que sin llegar a conclusiones definitivas nos ha evitado el llegadero de una guerra ¿Y les parece poco?
¿Qué será lo que está en juego hoy? ¿La militarización de las relaciones colombo-venezolanas, la aparición de una nueva agenda, ya no global, sino punto por punto, golfizada, crispada, peligrosa y sin la intervención posible de terceros, bomba de tiempo? ¿O será tan solo un trapo rojo  con fines de auxilio electoral frente al descalabro del sistema chavista y que se desvanecerá una vez realizadas las elecciones de diciembre?
Lo cierto es que el Golfo de Venezuela ha servido de mercancía geopolítica para demasiadas aventuras. La de Chávez lo fue. En el caso de Maduro, no sé.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea

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jueves, 14 de mayo de 2015

LEANDRO AREA, POLO A TIERRA

Mal acostumbrados a fuerza de tanto modelaje a pensar y actuar en términos de amigos y enemigos, a sentir la política como guerra entre bandos al entender militar y caudillesco, resulta por lo menos comprensible que hayamos hecho y deshecho por encontrar cohesión de tropa e identidad de mando, como si de batalla se tratara, a la estructura organizativa de la oposición democrática frente a un gobierno de médula militar con uniforme camuflado de civil.

Pero es tiempo de amarrar a los locos y los excesos de la casa y encontrar señales de vida inteligente en el planeta de la oposición venezolana que tiene frente a sí el reto de regresar de Marte y darle cauce al preñado descontento social que se acumula en tanta ciudadanía huérfana, la cual debería expresarse contundentemente, en las próximas elecciones legislativas de fin de año, en contra del gobierno.

Para ello es necesario, antes que nada, de conducción política plural, quiero decir diversa, pero con sentido común, que dé contenido y argumento electoral y participativo a la crisis social que vive el país. Pero no será con golpes de pecho dedicados a lagrimear la idílica y esquiva unidad como vamos a resolver el entuerto de las desavenencias entre líderes y organizaciones.

Porque la unidad hasta ahora, arma de doble filo, ha sido una escurridiza consigna que ha infiltrado de frustración política y moral a la oposición; ha sido carga, fardo, que ha impedido el sano crecimiento de la ambición política, haciéndola sobrellevar una mala conciencia de sí misma como si de pecado a escondidas se tratara, y las palabras, la unidad es una de ellas, pueden tener un poder castrador extraordinario. Y no es que nadie esté en contra de la unidad, pero la siento como una obsesión paralizante que cierra el paso a la multiplicación de los caminos y de los encuentros  entre actores diversos, críticos e ineludibles todos.

Puesto en su santo lugar el asunto unitario, debo decir que prefiero la síntesis, me conformo con ella en estricto sumario y no más allá de lo esencial y necesario; el escueto listado de lo posible que no exige la disolución artificial de las diferencias sino que se concreta a definir lo básico y sustancial.

Esa “síntesis” de la que hablo, nada nuevo, vendría a ser otra manera de llamar a un plan mínimo común que se lleva a cabo, en determinadas circunstancias, para lograr objetivos puntuales dentro de un propósito de más largo plazo. Tiene la virtud de que se puede escribir en una cuartilla; posee una narrativa comprensible y comunicable; no tiene ánimo de fundamentación programática y menos aún visos de heroicidad; es pragmática, con plazos fijos de cumplimiento y fecha de caducidad establecida.

Se trata en todo caso de una estrategia mínima con la que movilizar a la gente en un sentido preciso, poniendo a funcionar todos los recursos para dar un  giro a la realidad que nos agobia y hacer crecer, con resultados en la mano, la ilusión política del venezolano que ha dejado de tener fe, esperanza y caridad para con la política y los políticos, a falta de victorias que permitan abrir hacia el futuro la fuerza represada y las agallas del ánimo inconforme.

A sabiendas y cálculos de todos los recursos que no cito por vergüenza con los que cuenta el gobierno, estamos en la obligación de ajustar veleidades, reducir el menú de nuestros apetitos, convertirnos en imán de tanta energía dispersa, para lograr unos resultados electorales que pongan sobre el tapete de la realidad la posibilidad de revertir, paso a paso, las circunstancias políticas de hoy. Después, ya se verá.

Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea

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jueves, 26 de marzo de 2015

LEANDRO AREA, EL ANTI IMPERIALISMO COMO ESPECTÁCULO

Ahora que les ha dado por re encauchar el cuento del anti imperialismo yanqui y la defensa de la soberanía, mientras que al mismo tiempo y por ejemplo callan y dejan hacer a Guyana lo que le viene en gana con el Esequibo, es oportuno reflexionar sobre los límites y las fronteras territoriales venezolanas en su conjunto, en torno a las cuales arrastramos un expediente voluminoso de despojo y desvergüenza.

No es nuevo este prontuario. Sin ser el país petrolero, pantallero, camorrero y socialista, insólito de ahora, al menos desde 1830, fecha en la que nos separamos de la Gran Colombia, ya Venezuela, aunque todavía rural,  agropecuaria y apenas civil, daba muestras de una pulsión mineral, caribe, inorgánica y trashumante en su sentido de la realidad en general y de su territorialidad en particular. Sabiéndolo, más de uno se ha lucrado del lema: “Para nosotros la Patria es América” para comprar favores y entrar y salir de contrabando con la bandera nacional de pasaporte.  ¿Tendrá algo que ver esa fogosidad heroica y desbordada de nuestros libertadores con el relajamiento y la indolencia heredados hacia lo propio?

Las fronteras territoriales así como las mentales, sirven de contorno de identidad a individuos y naciones. Dentro de esas líneas imaginarias, inconclusas en fin y capilares, cada quien construye cordón umbilical para afirmarse en un terruño tribal.

Y un país se dibuja dentro de sus límites geográficos y los de Venezuela son cada vez más imprecisos en todos los sentidos. Una nación también se demuestra en sus vaguedades y desilusiones, y en materia de fronteras y límites hemos sido tan epilépticos como erráticos. Un Estado además se conoce por las omisiones que concluyeron en infortunios, y aquí el expediente es larguísimo y pesado. Un país, en fin, se define por sus logros, y en materia territorial hemos dejado de ganar, cuando no perdido o entregado, más de lo imaginado.

En tal sentido, en Venezuela hemos tenido más y mejores diplomáticos que diplomacia. Ha sido más la pasión y la entrega individual y personalísima que la conciencia coherente del esfuerzo de conjunto; y cuando se va el labrador de sus propios desvelos, la siembra se pierde desechada. Habrá que ver por qué el pasado histriónico y militar de caudillos, dictadores o gendarmes, cuyos méritos más prominentes son en vez de construcción de sociedad y ciudadanía, los excesos de fuerza y la  manía monumental por el cemento y la cabilla, ha prevalecido sobre los esfuerzos civiles cotidianos.

A todas estas, la responsabilidad de precisar y defender los límites definitorios de identidad, ha sido en su conjunto inconsistente y por tanto propiciatorio de derrotas y pérdidas que ni política, ni militar ni diplomáticamente hemos sabido, contadas son las excepciones, extraer de la lucha intestina que permanentemente nos carcome y pareciera  saboreamos. Por eso es que tal vez hemos sido, en razón de causas y defectos que se retro alimentan, más reactivos que propositivos, convulsos antes que persistentes. Aspaviento, además de bochinche.

En este carnaval patriotero de invasiones supuestas, festejadas y manipuladas desde la impotencia política de los gobernantes, queda una vez más revelada la nave que al garete traslada su histórico fracaso a fuerzas exteriores e imperialistas y a “lacayos internos”, justificando así su arremetida contra la democracia y exhibiendo aguajeros, sin pudor y a la vista de tantos que los ríen en comparsa, soberana idiotez.
 
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea

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martes, 23 de septiembre de 2014

LEANDRO AREA, EL “ESTADO MISIONAL” EN VENEZUELA

I
Con un régimen así de anacrónico, que dura ya 15 años, todos los días sorprendido “in fraganti” en tropelías, desmanes y escándalos sin que nada ocurra mientras todo esto pasa; que se amuralla en la impunidad que le otorgan los poderes impúblicos; que posee un  expediente mafioso en conteo de votos y manejo de la res publica concebida en traducción equivocada a su favor como carne ofrecida  a la parrilla, y que administra  la  escasez de los demás justificándola en una supuesta, otra vez, guerra económica, qué se puede esperar. Súmese a ello  la inconclusa y pendiente nacionalidad del que dice llamarse presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela  y encontraremos un panorama desolador.

Sumado a lo anterior encontramos la actividad hamponil  que se ha convertido en el pan y plan nuestro y maestro de cada día, sea por el éxito malandro que se ve  apenas reflejado en muerte y desolación en la prensa que queda y que está en vías de extinción o bien por el semblante que se enseña en el rostro de todo aquel que sigue vivo y que debe enfrentar la penuria de existir secuestrado por una realidad impuesta. Pero el asunto va más allá. El concubinato legitimado entre poder político, hampa común, poder judicial, policía, fuerzas armadas y demás, no es misterio ni secreto a voces. Es un plan convertido en acción permanente.

Toda esta lumpen realidad se recuesta, cobra fuerza y brío, en un discurso violento, sostenido, público y notorio, desde todos los púlpitos del poder, en una sociedad empobrecida, ensombrecida, embrutecida, menesterosa, desorientada y cada día más bloqueada. El “boqueo” es el pan nuestro de cada día y así lo es en todas las manifestaciones de nuestra vida: desde la biológica y elemental  hasta la espiritual y quizás más compleja, pasando por todos y cada uno de los eslabones intermedios que pudiéramos sintetizar en la expresión de “vida cotidiana”

Vivimos pues “boqueando” y de paso corrompiéndonos por las condiciones impuestas por y desde el poder que nos obligan  a vivir como “lateros”, “balseros”, “abasteros” mejor dicho, que al estar “pelando” por lo que buscamos y no encontramos, tenemos que andar en gerundio, ladrando, mamando, haciendo cola, bajándonos de la mula, haciéndonos los bolsas o locos, llevándonos de caleta algo, caribeando o de chupa medias, pagando peaje, tracaleando, empujándonos los unos contra los otros, en suma, degradándonos, envileciéndonos, para satisfacer nuestras necesidades básicas de consumo. Es asfixia gradual y calculada, material y moral. Desde el papel toilette hasta la honestidad. ¡Pero tenemos Patria! Falta el orgullo, la dignidad, el respeto, el amor a uno mismo. 

ll
Esto se explica en gran medida por el talante invasivo del Estado venezolano en cada una de las esferas de nuestras humildes y humilladas existencias. En el fondo el Estado invasor padece de excesiva inseguridad que intenta remediar con su  avidez por el inmovilismo individual y colectivo. ¡Que nadie se mueva, todos contra la pared que esto es, aunque no parezca, un atraco! Esa codicia, que tiene un plan, antes y ante el fracaso en la implantación del “Estado comunal”, ha encontrado aplicación a través del “Estado Misional”, compuesto por las misiones bolivarianas o misiones “Cristo”, que nadie nombra porque no existe formalmente y que en el caso venezolano goza de todos los recursos y privilegios a través de la fuente inagotable del petróleo. Un barco fantasma y corrompido.

En principio le denominación “Estado misional” es propia del Derecho de Indias y tiene su principal razón y aplicación en la evangelización, pero la utilizamos aquí por la existencia y significación de múltiples y variados tipos de misiones como actores colectivos no formales de política pública que manejan un oscuro e inmenso mar de recursos. Sin pretender ser exhaustivos, nombremos algunas de ellas: Misión Robinson, Ribas, Sucre, Barrio Adentro, Bolívar 2000, Hábitat, Gran Misión Vivienda Venezuela, Mercal, Guaicaipuro, Identidad, Agro Venezuela, Amor Mayor, A toda Vida, Canaima, Barrio Adentro Deportivo, Cultura Corazón Adentro, Alma Máter, Asfalto, Niño Jesús, Madres del Barrio, Niños y Niñas del Barrio, Alimentación, Milagro, Sonrisa, Ciencia, Música, José Gregorio Hernández, Árbol, Revolución Energética, Trece de Abril, Negra Hipólita, Vuelvan Caras, Zamora, Villanueva, Ché Guevara, Amor Mayor, Saber y Trabajo, Eficiencia o Nada, Nevado, etcétera, etcétera.

Por Estado misional, espécimen no incluido aún en las tipologías de la Ciencia Política, entendemos aquí aquel Estado  que haciendo uso  de sus recursos materiales y simbólicos le impone, por fuerza u operación de compra-venta o combinación de ambas a la sociedad, un esquema de disminución, de minusvalía consentida, en sus capacidades y  potencialidades de crecimiento a cambio de sumisión. Se lanza sobre ella también amparado en  la institucionalidad cómplice. Se encarama sobre ella en su ayer, hoy y mañana, amaestrándola con la dieta diaria cuyo menú depende del gusto del gobernante. Confisca, privatiza, invade, expropia, conculca, controla, asfixia, acoquina hasta decir basta, poniendo en evidencia lo frágil del concepto de  propiedad privada creando así miedo, emigración, desinversión, fuga de capitales. Y aunque usted no lo crea esas son metas o  simples desplantes o locura u obscura necesidad de auto bloqueo como forma de amurallarse para obtener inmunidad e impunidad para sus tropelías, frente a la mirada  de una época que no los reconoce sino como entes del pasado, objeto de museo o de laboratorio, insectos atrapados en el ámbar del tiempo; fracaso, derrota.

Es además producto de un plan por acabar con la democracia, de la que no queda, hoy por hoy, sino un barniz electoral, una escasa película, e implantar un sistema comunista que, con la indicación y planificación cubana, pueda irradiarse por centro, Suramérica y el Caribe. Ese es el plan, ya viejo por lo demás; lo otro es coyuntura, trampa o estratagema. Pero además de ello reemplaza, sustituye, borra al Estado formal que todos suponemos existe. El Estado real no es el que parece sino el que no es. El que dicta pero que no escribe, el que ordena firmar los cheques pero no deja rastros, aunque la verdad sea dicha ya se soltó las mechas y le importa un comino el juicio de la historia porque la historia no absuelve sino que absorbe y a esa gente qué le importa el olvido o la vergüenza. Es una dictadura, ya casi en su totalidad desvestida de todo camisón democrático, tropicaloide y zamarra, que da gusto a algunos cagatintas frustrados del viejo continente tan extraviados ya de todo contenido, y no se diga por aquí en estos confines tan llenos de viajeros revolucionarios frecuentes instalados en primera clase.

El consumo,  por su parte, en un país que no produce nada, viene determinado por la oferta restringida de quien monopoliza, petroliza, en todos los sentidos,  los productos de  la cesta de las mercancías de consumo  social entre los que destacan el trabajo, la salud, la educación, la vivienda, etc. Populismo, demagogia, asistencialismo, plebeyismo, “peronismo”, cultura de la sumisión, degradación de la civilidad, desesperanza aprehendida, envilecimiento, etc., son expresiones, realidades, cercanas a la idea del Estado misional. Persigue destruir al Estado burgués, extinguirlo, creando uno nuevo en consonancia con el modelaje comunista de larga y sangrienta trayectoria teórica y de fracaso reiterado. Marxismo de libreto acompasado a los nuevos tiempos y circunstancias de salón. La forma es importante aunque nada tenga que ver con el fondo.

El Estado misional es un tipo de Estado socialista, nada que ver con el Social de Derecho, en paralelo, ni siquiera parásito, aunque viviendo entreverado al formal con la intención de acabarlo o mejor, de extinguirlo. El gobierno crea misiones a su antojo que son estructuras burocráticas y funcionales “sui generis” y permanentes, con un control jurisdiccional inexistente y que actúa con base a los intereses de dominio. Además si el gobernante se encuentra por encima del bien y del mal, como es el caso venezolano, nadie es capaz de controlar sus veleidades y apetitos. En ese sentido el Estado es un apéndice del gobernante que es el repartidor interesado de los bienes de toda la sociedad y que invierte a su gusto, entre otras bagatelas, en compra de conciencias y voluntades de acólitos y novicios aspirantes. Por su naturaleza, todo Estado misional es un Estado depredador sin comillas. Vive de la pobreza, la estimula, la paga, organiza, la convierte en ejercito informal y también paralelo. El gobierno y su partido los tiene censados, chequeados, uniformados de banderas, consignas y miedos. Localizados, inscritos, con carnet, lo que quiere decir que fotografiados, listos para la dádiva, la culpa, castigos y perdones.

Hay otra característica del Estado misional no menos importante y es la de que al sentirse dueños de la verdad, poseedores del fuego originario, desarrollan una actividad de expansión del modelo de creencias y valores que conformando actitudes desencadenen en comportamientos. Adopta entonces la forma de Estado misionero. De allí que tantos catecismos, predicadores, formulas, catequesis rumiante. De allí que tantos micrófonos, antenas repetidoras, multiplicadores de consignas, milagreros,  organizadores de resentidos, gerentes de la miseria humana no para salir de ella, superándola,  sino para multiplicarla en epidemia. Y esta cruzada no se limita a la esfera de lo nacional, sino que siguiendo con los principios de la “revolución permanente” y el “internacionalismo proletario” entre otros, tiene la obligación y cobra fuerza,  el establecimiento de aliados complementarios, ya no por condicionantes económicas de existencia simplemente, sino como socios ideológicos y militares si fuera el caso.

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Por allí, pienso, se pueden mirar algunas características del intento de la implantación del comunismo en Venezuela y las trasformaciones y crisis que dentro de él ocurren sin dejar de lado, por supuesto, las reacciones que en todo sentido puedan derivarse de este nefasto proyecto y que incluyen, por la importancia geoestratégica de Venezuela, todas las posibilidades imaginables incluyendo propias, extranjeras y hasta extrañas por inéditas o extravagantes. Lo único que queda a la vista es la unidad como necesidad vital, condición existencial de las fuerzas democráticas. La política, otra vez y como nunca, es el barco de nuestro destino.

Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea

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martes, 15 de julio de 2014

LEANDRO AREA, A DEMOCRACIAS BOBAS, DICTADURAS CARIBES

Este es el título que me provoca y el sabor que me deja y así escribo, el nuevo libro del venezolano Emilio Nouel, “La Cláusula Democrática”, que ha sido publicado recientemente aquí en Caracas por el Instituto de Estudios Parlamentarios “Fermín Toro”, con prólogo de Henrique Meier y bajo el cuidado editorial de Iván Márquez Negretti. Lleva un subtítulo: “La soberanía externa frente a los derechos fundamentales”.

Es un libro de “escuela” en lo que el aula tiene de sagrado, con lo que quiero insinuar que es una obra para la formación del carácter ciudadano y no solamente para la descripción de coyunturas específicas. Es útil pues, para pensar y también para construir haciendo política, que es más que levantarse un buen día, ir a votar, y mañana, otra vez a lo mismo de siempre. 

También, cómo no, es una narración bien amarrada, en 158 páginas, en las que nos paseamos por los complicados caminos que han llevado al hombre a creer y practicar, frente a tantos esfuerzos en contrario, que la democracia es a pesar de sí misma muchas veces, la realidad tangible más parecida a la utopía que el hombre ha diseñado para vivir y convivir en este mundo siempre injusto y tan lleno de necesidades e insatisfacciones, al lado de tanta riqueza o mal habida o mal distribuida. 

Además el autor quiere ponernos a repensar, siempre es sano, sobre qué es la democracia, cuál ha sido su desarrollo histórico, cuánta su lucha contra las dictaduras, dónde su crisis de sentido y destino. Pero como el precio de las cosas no se establece sino en comparación con otras, abre allí sus fauces la dictadura con todos sus desdenes de parentela, que ha tenido, como afirma el autor, “…una alta capacidad para mutar y propagarse”, despilfarrando, corrompiendo, maniatando, asfixiando. Y hasta de demócratas han aprendido a disfrazarse y llaman a elecciones libres y participan en ellas o acuden a procesos de paz en los que no creen pero que aceptan por la única ambición que los despierta: el poder del poder.

Muchas tiranías de hoy navegan sobre la “legalidad burguesa” que tanto odian, para hacerse del control político y no querer soltarlo ya jamás. “La historia me absolverá”, es una intención de eternidad confesa de un ego que ni Dios.

Las cosas así de fraudulentas y a la vista de todos han provocado una cierta, aunque tímida, reacción internacional a través por ejemplo de la llamada “cláusula democrática”. Ella vendría a ser una especie de salvavidas ético que no pueden obviar los regímenes políticos por el sólo hecho de haber ganado unas elecciones presuntamente libres y transparentes, a partir de lo cual comienzan a enseñar, con sibilina astucia, su talante de todo lo contrario, con acciones y omisiones las menos democráticas del mundo, y además a quejarse inmediatamente, como dicta el manual, de ser “perseguidos políticos del imperio”.

El libro de Nouel recorre y alumbra todos estos detalles, los pone en perspectiva, actualiza casos y bibliografía. Se nota que es producto del  esfuerzo académico, la honestidad personal y  la urgencia política. Libro para servir.

Te felicito Emilio; gente de uno, por si no lo sabían.

Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
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lunes, 12 de mayo de 2014

LEANDRO AREA, ARMANDO REVERÓN: TODO CON NADA

( A los 125 años de su nacimiento)

Fue Juan Manuel Bonet quien se atrevió a definir la obra de Armando Reverón (1889-1954) como “puro temblor al borde la nada”. La Venezuela contemporánea tiene en este pintor caraqueño y universal a uno de sus padres fundadores. Y así como Bolívar siembra una mitología de gestor heroico, el Pintor de Macuto, el de “Las Quince Letras”, que son quince, enseña lo que tenemos de cultura febril y fugaz. María Lionza, mitad mujer y mitad danta, vendría a completar este magnífico tríptico mural, envidia temática de Orozco, Rivera y Siqueiros.
 Tras esos mitos, emblemas esquivos que nuestra jauría colectiva persigue, corremos hasta convertirlos en piezas de museo aunque, a pesar de sus abotonados centinelas, abandonen cadáveres y obras para dormir plácidamente en nuestras pesadillas.
 Todos los que hoy vivimos en este tremedal nombrado Venezuela, sin distingos de raza, sexo, religión, y habría que agregar de disgusto político, cargamos en nuestro relicario restos de esos náufragos con los que nos identificamos sin saberlo. Cada sociedad somatiza sus mitos, goces, rencores y ausencias. Los convertimos en carne y hueso y traducimos en comportamientos automáticos pues viven en nuestros tatuajes más profundos. Somos los mitos que nos nombran cual ancla en el vacío.

Se decidió a huir, valiente o loco, qué importa, hacia su destino. ¿Y qué es La Guaira sino un boquerón de luz en el que se asombran, bajo almendrones floridos, cuerpos meciéndose en chinchorros cinéticos viendo reverberar el mar hecho de luz? Allí, en Macuto, construyó su rancho acastillado hasta que la naturaleza y la desidia humana decidieron. Construyó un mundo de miseria sublime donde ocupaban puesto raigal, tierra, coleto, momo cual hijo, jaula vacía, muñecas aterradoras, Juanita a secas sin el Mora que era su apellido de veraz, la Maja Criolla, mujer, modelo y madre. En ese ambiente goyesco, ora cómico, ora trágico, ora festivo, entre 1920 y 1953, la edad de Cristo, realizó, afirmación de Juan Calzadilla que comparto, “la obra más importante de pintor venezolano alguno”.
A ese rincón del mundo fuimos a verlo muchos, más que a comprar o a engañar, que no faltaban, íbamos a retratarnos a nosotros mismos o a un mono sobre un hombro cual King Kong del litoral. Llegaron también al espectáculo, menos mal, gentes con cámaras de filmación, sin olvidar las fotos de Victorino Ríos, como la Benacerraf, Anzola, y ahora Rísquez aunque ya sin Reverón ni el castillete vivos. Armando, perdonen la confianza, actúa frente a nosotros como le gusta hacer. Burlase del mundo o no, quién lo sabe, enseña su pena, ríe de nosotros o de él.
Lo que se ha recogido de su vida en sobre todo el elogio de la locura, la pobreza del “buen salvaje”, el chamán, el náufrago, el exiliado, el doliente que vive dentro de la “cultura del calor”, la zona tórrida, el desamparo desnudo a pie descalzo frente al océano infinito. Lo que se atesora de su obra es su “generoso exceso” como anota Luis Pérez Oramas en un ensayo iluminado que se inicia con el siguiente epígrafe de Murillo Méndez: “Para venir a serlo todo, es preciso ser nada”. Armando Reverón se pasea por nuestras horas con su vaho cavernícola y sabio. Cuando voy al espejo me lo encuentro y me asusta.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea

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martes, 15 de abril de 2014

LEANDRO AREA, GARCÍA MÁRQUEZ, VOZ DE RÍO

Hace tiempo ya que algún país ha debido tener la hidalguía de llamar a uno de sus ríos con el nombre del Gabo. “Vamos a bañarnos al Gabito”, exclamarían los muchachos retozones del sitio, sin saber en qué profundidades se bautizan. Porque de sacramento se trata y no es para menos en estos días en el que Gabriel García Márquez cumple 87 años, que para él sospecho no serán más que un ocho más siete que son quince. 

Veamos lo del río.

Cuando trato de apreciar el significado que para mí tiene el escritor de marras, no puedo relacionarlo sino con el agua. Nada de mineral, animal o vegetal lo define, sino materia líquida dentro de una madre. El río lo es, lugar de alumbramiento, territorio amniótico, cuenca hídrica. Nunca maciza, terminal, antes bien flexible, juguetona, ligera de bambú, la obra de García Márquez nos baña, absorbe, lava y mece. El ahogo emocionado que ella provoca no tañe lamentos y menos pesadumbres. Su obra es agua que pasa, brilla, transporta; lugar de sombras entretejidas y de asombros fugaces; geografía cercana al lugar donde se establecen y crecen los pueblos, los amores, los bichos y sus víctimas, las muertes pestilentes que flotan, sitio donde la gente lava hasta los intestinos; donde pesca, sancocha, fríe, canta, pelea también, inventa, escupe, orina y llora. Tornasol donde van a beber los pájaros y los venados, las mariposas y gente de burdeles, las anacondas y los circos, y huele a húmedo y profundo, y más oscuro aún cuando sobre lo mojado llueve y se borran las huellas, y  el camino se encharca, que de ello trata también la literatura.
 Ponerse en las manos del Gabo no da miedo, al contrario, se deja uno llevar, pues cuando nos abre las puertas de sus libros que son como sus casas íntimas, deja el lector de ser un nombre para convertirse en un personaje más de sus novelas o sus cuentos, porque héroes no hay, a pesar de Bolívar; y allí todos somos mortales, más o menos simpáticos, entrañables o crueles. Hay en sus obras, siento, una posibilidad de  desdoblamiento en el lector que quiere dejar de ser lo que es, o no lo intuye aún, y así mudar de piel, para por fin convertirse en su deseo y encontrar en esa dimensión el río que lo acompañará cambiando de por vida y que no pide a cambio sacrificios u ofrendas.
Se ha hablado tanto de él y de su obra, se ha dicho, escrito y más que martillado, que no oso repetirlo de tan trillado que es, magnifico, importante. Tan solo me conformo en jurungar el anatema que constituye lo del “realismo mágico”, que en verdad lo es porque así existe en la implacable desmesura del paisaje, también en el narrar lo  incomprensible que todos entendemos y de lo que nadie se ríe para no hacer por supuesto el ridículo, o en los apolillados personajes de almidón y tiovivo que distraen el calorón bajo las tejas o entre las redes de un chinchorro cinético. Todo en verdad verídico y fatídico, como un camello atravesando el ojo de una aguja.
 Prefiero entonces referirme al don inescrutable, al privilegio, de ofrecer una mano que al abrirse inspira tal confianza y devoción en el que da la suya, que se deja llevar por esos rumbos culebreros, que el artista propone, provoca y enaltece, que son los de la emoción transferida, la ilusión comunicada y la iluminación auténtica.
A Gabriel lo hemos perseguido todos desde niños; nos ha dado de vivir cuando moríamos, enseñado a pecar sin sentir culpa que allí estaban a la vera del río esas guayabas y su olor sacrosanto para perfumarnos de perdón y escondernos de Dios entre las ramas. Nos ha dado de comer pasando él hambre o en cambio prospero, enseñado a mentir cuando la verdad era falsa o insuficiente, a morir de pie aunque fuera descalzos, mandarle pan a quien le falten dientes, y dar las gracias ahora a quien merece tanto que un río es un regalo de ternura, cosecha de su lluvia en este mundo seco.

Leandro Area
leandro.area@gmail.com
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martes, 1 de abril de 2014

LEANDRO AREA, FLEXIÓN Y REFLEXIÓN

No sé cuál de las dos toma la iniciativa o gana la delantera en la aventura de estar vivos en la Venezuela de hoy. Lo cierto es que por encima de altas discusiones sobre quién es primero, si la flexión o la reflexión como sinónimos de acción y de pensamiento, ambas deberían al menos complementarse, transformándose mutuamente. 

Porque la acción no es sólo hacia adelante, desbocada cual caballo sin bridas, pues puede serlo también en retroceso, hacia los lados inclusive. Hasta omitir una acción es también una acción. Además no tiene que ser ella permanente, aunque lo sea constante, en el sentido de a cada instante, ya que también requiere del descanso, del respiro y de la reflexión para mirar lo andado y sacar cuentas. 

Porque la reflexión, el pensamiento, llamémosla teoría, no es tan solo memoria, orden, análisis, introspección, sino que también sirve para mirar hacia adelante, predecir escenarios, construir realidades. Porque eso sí tienen ambas en común, y es la decisión de alcanzar una meta. No sólo en el sentido material o pragmático, pues los ideales y los sueños requieren de las dos, y cómo, aunque no sepa bien si en ese orden. El pensamiento es siempre un constructor insatisfecho y a veces sobre todo en las disquisiciones más metafísicas, si así pueden llamarse a las elucubraciones sobre el ser y la nada o sobre la inmortalidad del cangrejo, temas ambos que tanto se parecen. El cerebro es siempre una máquina que desea; es órgano ambicioso y no descansa; trabaja hasta durmiendo.

Puede decirse además que existen variados tipos de flexiones y reflexiones, como por ejemplo aquellas que tienen que ver específicamente con la política, que es ciencia y arte al mismo tiempo, o contradicción entre ambas, o además, para colmo, quién sabe, adobada con los aliños de la intuición, el talante, la química personal, el olfato, el hígado y demás. Agreguemos a ello que hay condiciones y tiempos en los que se realiza la flexión y la reflexión políticas, donde unos dan más espacio, son proclives para la discusión, la tinta, el foro, el escritorio, mientras que en otros es necesaria la respuesta inmediata, la acción bajo la presión inclemente de los acontecimientos. 
Un capitán de barco debe estar siempre preparado para enfrentar, esquivar sería lo más sensato, tormentas y tifones, pero cuando éstas llegan de improviso, lo aprendido en manuales y charlas es insuficiente cuando no desastroso. En todo caso, hay alguien por allí que aconseja que no hay nada mejor que cargar una buena teoría en el bolsillo, por si acaso. Yo lo secundo.
Otra cosa es que la política puede hacerse en condiciones “normales”, es decir las que imperan en un sistema democrático, dentro y a través de los partidos políticos, los grupos de interés o de presión y órganos tanto privados como públicos. Igualmente puede elaborarse desde el gobierno o desde la oposición, o desde ambos ya que en democracia el oponente no es sinónimo de enemigo y además ella implica el principio de la alternancia en el ejercicio del poder. 
En dictadura todo cambia drásticamente, y la política y los que la practican son los primeros perseguidos políticos del ogro del que hablamos y se les llama de distintas maneras, existiendo todo un diccionario de insultos para cada ocasión, como por ejemplo, conspiradores, golpistas, traidores a la patria, fascistas, terroristas mediáticos y demás epítetos, insultantes todos, siempre groseros y oprobiosos. 
En el caso venezolano, ni se diga el rosario de descalificaciones, acusaciones y enjuiciamientos que cargamos encima los que pensamos distinto a los que mandan. Aquí el disenso es un delito. Y para colmo, esa realidad impuesta desde el chavismo  lo ha satanizado todo, implantando el maniqueísmo político, que ha invadido incluso a sectores de la llamada oposición democrática, que no aceptan matices sino radicalismo. Insultos como por ejemplo “vendido” y colaboracionista (véase twitter) se oyen decir contra quienes  osan abogar por el diálogo como salida a la crisis política.
Aparte, en circunstancias apremiantes como las actuales, el espacio, la “distancia” entre flexión y reflexión se achica. En tiempos democráticos esa relación es más “cómoda” y propicia a la natural maduración. En cambio en dictadura total, o en pérdida gradual o acelerada de las condiciones democráticas de existencia, esa distancia se acorta, lo que hace que ambas tiendan a yuxtaponerse, creando así un vacío de tiempo que hace inevitable su solapamiento, como lo demuestran por ejemplo, las típicas reacciones en situaciones de supervivencia que casi siempre son automáticas y desesperadas.
El tema es para largo, claro está, y en la Venezuela de hoy es difícil pero necesario pensar en estos problemas que la propia realidad política dificulta. Porque los tiempos de hoy son apabullantes, inmisericordes, y darán para la reflexión de largo aliento y el recogimiento necesario, cuando salgamos de este trance que, cual espina en la tráquea, nos mantiene al borde de un abismo, que no es sino una tenue línea que separa a la genuflexión que desean de nosotros los que gobiernan, de la libertad a la que aspiramos y por la que luchamos los demás. Sea como sea, esa es la disyuntiva de esta hora.
Leandro Area
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sábado, 15 de marzo de 2014

LEANDRO AREA, UNIVERSIDAD Y DICTADURA

Me declaro convicto y confeso de un amor impagable por la Universidad Central de Venezuela, que convive con lo que más atesoro de mi vida. Y es que le debo tanto que me siento culpable y exigido a la vez por el mal que le hacen los que se creen victoriosos al quemar un pupitre o pisotear con desmanes de pandilla uno de los pocos baluartes que aún quedan de nuestra vitalidad democrática que se erige esquiva frente a las ambiciones del pensamiento único y del control militar de todo lo civil civilizado.

Corresponde esta tropelía a un torvo plan fraguado desde el gobierno que antes de gatear ya se había propuesto invadir y arrasar con los símbolos más profundos y prósperos del quehacer ciudadano para así cercenar nuestra memoria colectiva mientras levantaban el pudridero en el que se ha convertido la nación. 
Lo peor es que los ejecutores de esas acciones “revolucionarias” no han sido importados de otras latitudes. En su gran mayoría son, estoy seguro, malos hijos de ese vientre que es la universidad, en donde aprendieron a escribir y leer, y ahora cobran quince y último o son sus becarios repitientes, y de donde reciben seguro para hijos y padres enfermos. Tal desvergüenza se arropa en otra, que es que a los autores materiales y archiconocidos de esos eventos, se los convierte en héroes del padre mayor cuando los muestra en público, alabados y pagados en su cobardía ante los indefensos pero sumisos frente a los poderosos, o dejando en el limbo, arteramente, a través de los poderes públicos genuflexos, decisiones tomadas por el Consejo Universitario legítimo, pleno y soberano.
Pero hasta ahora no han podido aunque vayan por más; a qué dudarlo. Porque mientras avanzan y no pueden, ya que la gran mayoría los rechaza democráticamente, más se arrecian sus frustraciones en la cuneta de la que no pueden salir porque no tienen fuerza argumental, ideas, ni nociones siquiera. Son tan solo una bocanada de azufre. Entidades lacrimógenas, saboteadores, asustadores de oficio y paga, que encontraron camino para sentirse guapos y apoyados en el poder. Ya es tanto que ni capucha usan. Puede que se  conviertan en ministros como los de ahora.
No es suficiente comprender esta barbarie. Hay que pasar a más. No es solo la declaración y el volante a lo que los acontecimientos obligan. Es que debemos despertar de este bostezo y canalizar en acciones una emoción efectiva, que anda desparramada por la patria, que reúna en un río de fuerza contundente ese amor por la UCV; y que haga sentir que sus autoridades no están solas; los profesores, estudiantes, empleados, obreros, ella, tampoco, y sus principios éticos menos.
Tanto hemos vivido y aprendido en ese seno maternal que apoyar la majestad del recinto universitario no es sino un acto de justicia, dignidad íntima, orgullo ciudadano, sobre todo hoy en un país en donde casi todo, se ha convertido en botín y servidumbre. No la dejemos sola. No la perdamos íngrima. Demos todo por ella.
Leandro Area
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viernes, 24 de enero de 2014

LEANDRO AREA, COLOMBIA, CUBA Y VENEZUELA

Ideológica, política, militar y geográficamente, Venezuela limita casi que en exclusividad con Cuba y  Colombia, formando un triángulo geoestratégico donde se cocina buena parte del destino de América Latina.

Esto llama a la reflexión por dos razones. Primero, porque el modelo militarista de izquierda que hoy se impone en el país tiene sus raíces, profetas y estandartes en formas políticas y sociales provenientes de ambas longitudes. Inoculado, alentado y exportado por la revolución bolivariana, gracias al petróleo, a otras latitudes del continente, el modelo goza de buena salud. En segundo lugar, porque muy a pesar de todas nuestras prevenciones y dudas, en La Habana se están llevando a cabo unos diálogos de paz entre el gobierno y la guerrilla colombiana que tendrán, cara o cruz, impacto significativo sobre el porvenir de la región.

En el caso venezolano, cubanizar y colombianizar han sido dos estrategias políticas minuciosamente calculadas que han cobrado sentido en una sola dirección, que es la de militarizar, bajo el fingido respeto a los supuestos de la democracia formal  (elecciones, instituciones, participación política, etc.), la vida de los ciudadanos, imitando de Cuba la premisa de mantenerse en el poder a como dé lugar y a cualquier precio, y de la guerrilla colombiana y de sus ad lateres, la de manejar el negocio millonario de la droga por una parte y de la violencia por la otra, como formas de poder paralelo y paralizante sobre la sociedad, y justificadoras de la militarización de la vida civil.

Dicha realidad, la del modelo del militarismo de izquierda, cobró vida paulatinamente en el continente. Es de vieja data, es verdad, pero fue acelerado en vida por Chávez. Encontró sustento en el descontento popular sobre el ejercicio de la democracia que dejó a su paso esa epidemia de  hambre y orfandad que inventa solución imaginaria a sus males en la sumisión mágico-religiosa a un caudillo milagroso y supuestamente salvador. No hay que olvidar en este cataclismo el papel suicida de líderes y élites nacionales.

Conque si algún fantasma recorre América Latina es ese microbio poderoso y bifronte que ya se encuentra instalado en México, Centro, Suramérica y en El Caribe, y que tiene la particularidad de que al mismo tiempo que se le combate, en una doble moral, también se le alienta, protege y refugia desde adentro, creando las condiciones para que se reproduzca al calor, indecisión o torpeza de los mismos que dicen rechazarlo.

Y a estas horas la verdad es que no hay poder a la vista que esté enfrentando con éxito esta realidad. La oposición democrática del continente, desmembrada y deprimida, incluida la venezolana, no está tomando las medidas necesarias para revertir o detener esta situación.  Los esfuerzos que se miran son dispersos y están llenos de suspicacia para quien observa a una dirigencia pulverizada por ambiciones personales y demás. Mientras tanto la dictadura crece y la democracia es envilecida.

Leandro Area
leandro.area@gmail.com

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lunes, 6 de enero de 2014

LEANDRO AREA, LA POLITIZACIÓN DEL RESENTIMIENTO

El resentimiento es asunto complejo y perverso. Difícil para ser tratado en pocas líneas. A él se han dedicado bibliotecas enteras desde que la humanidad comenzó a expresar sus pensamientos en palabras, silencios y otras formas de decir. Propiedad de quien lo padece, tiende o puede ser contagioso. 

Peor aún cuando se convierte en plan de acción premeditado para inocular a otros de los desengaños ficticios o reales de los que se sufre, porque es en principio una enfermedad individualizada que puede convertirse en forma alterada de convencimiento, en discurso político y acción virulenta.
Hay quienes afirman que el resentimiento está en el origen del hombre y por razones hereditarias o sociales acompaña la actividad humana desde siempre, convirtiéndose en productor de hechos individuales o colectivos de menor o mayor significación. Por lo tanto, su estudio y el de quien lo padece, es de necesidad innegable pues permite explicar no solamente el acontecer cotidiano sino además los hechos históricos. Al mismo tiempo, facilita la predicción de conductas y, en lo posible, las evita, las combate o las atenúa.
Por otra parte están los que de forma tácita o expresa otorgan al resentimiento una connotación más bien positiva al razonar que esa enfermedad, especie de odio que persiste, es motor de la historia y productor de cambios. La percepción del mundo a partir de esa premisa es justificadora y alentadora de conflictos, guerras, invasiones y otras formas agresivas de la conducta humana. Según esta visión, la envidia, el rencor, el desprecio, la venganza y otros, serían energía positiva en los seres humanos que al darle sentido colectivo, “conciencia de clase”, permitiría la unidad de los que no tienen nada que perder más que sus cadenas. En una sociedad de privilegios, de injusticia, el resentimiento cobra forma de arma política.
La democracia, hasta ahora, como arquitectura de existencia plural es el sistema que engendra el menor conflicto posible, al ser una forma de vida que persigue el equilibrio social a través de la movilización, la permeabilidad y el ascenso, que son los mecanismos inclusivos que mitigan, gradualmente, la escasez de lo posible y encuentran alternativas para la solución de problemas haciendo viable el principio de la igualdad de oportunidades para todos los miembros de la sociedad.
En Venezuela el tema ha sido abordado por los que nos ocupamos de la actividad política y de la preocupación histórica. Últimamente se ha convertido en bandera proselitista. Hay una evidente manipulación de esas fuerzas oscuras que se esconden y enseñan en el perifoneo nacional, parapetadas al cobijo del poder, que al sentirse débiles más uso hacen de la arenga incendiaria, del manejo del miedo y de la invasión del otro, que es tan profunda y peligrosa como la de los espacios físicos. Cuando se politiza el resentimiento se comete un acto de irresponsabilidad mayúscula. Se crea un huracán que conoce a los que lo crearon y sin distingo nos pasa a todos por encima. 
Miremos la historia que está llena de esa experiencia traumática que es la de despertar odiando a los demás sin saber por qué. A eso es a lo que no podemos llegar por obra y desgracia de la irresponsabilidad del poder.
leandroareap@yahoo.es

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martes, 24 de diciembre de 2013

LEANDRO AREA, POST-PARTO ELECTORAL 2013

La "Electocracia" y la "Votología", estos inventos del lenguaje, esos maquillajes fatídicos de las democracias, están de luto en Venezuela. Bienvenida sea la urna en la que se amortajan. 

En todo caso, el horizonte electoral más inmediato reverbera allá lejos, en diciembre de 2015, cuando el país elegirá representantes a la Asamblea Nacional. Bendito sea pues que no tengamos que seguir con el mismo libreto con el que el chavo-madurismo se ha legitimado nacional e internacionalmente como democracia -19 veces en total-, y la oposición también, pero llorando y madurando unida, con bemoles, durante estos 15 años frente al mundo, cual Magdalena tropical, deshidratándose: Qué si fraude, qué si CNE. ¡Caga lástimas! No me excluyo.

Se acabaron entonces, por ahora, las válvulas electorales de escape que servían, a Tirios y Troyanos, para correr las arrugas de sus enfermedades internas y de la gran crisis nacional que nos acompaña hace ya tanto tiempo y que no es coyuntural, ni siquiera estructural, sino existencial.  Así en el gobierno como en la oposición, en el PSUV y en la MUD, ¡qué caigan todos los parapetos! ¡Qué hagan aparición todos los radicales! ¡Qué emerjan todas las fiebres! ¡Es tiempo de naufragios! ¿Quién en su sano juicio podrá desaprovechar esta ganga de corcho? ¿Quién?

No es hora de seguir votando. ¡Basta de seguir escogiendo candidatos! ¿Hasta cuándo? ¡Suficiente!  Es hora de evitar el golpe militar de derecha que se asoma y que  nos retrogradaría en el tiempo y en el espacio. Y para ello es el “fulano diálogo” que tanto nos da grima, porque el “dialoguito ese” es el salvavidas, la bocanada de oxígeno para dos náufragos, gobierno y oposición, que se necesitan mutuamente, lo cual  es  políticamente exótico pero correcto, difícil de tragar, que luce insuficiente o deleznable o bochornoso para aquellos que se ufanan de éticos o de energúmenos. ¿Pero es este el momento para exquisiteces filosóficas? ¡Golpe militar de extrema derecha, caballeros! Ya la disyuntiva no está entre Democracia y Socialismo sino entre Democracia y Dictadura de verdad. No “Dictablanda” como ahora hay en Venezuela, representada por el tal Socialismo del Siglo XXI, que no es sino la agonía prolongada, fase terminal del Punto Fijísmo.  ¿Qué vendrá después?

Ahora gobierno y MUD están más cerca que nunca o deberían estarlo. ¿Un nuevo Pacto Político? ¿Salida inédita? Y no porque se amen (aunque en el fondo nadie sabe), sino porque se necesitan a rabiar y tal vez, seguro, hasta se parecen. ¿No somos todos hijos de la IV República, carajo?

Y entre tanto el país, eso que llaman “mayorías”,  los mira como quien observa animales de distinta pelambre en una misma jaula. Se han acercado terriblemente, con rubor frente al público, eso sí, pero finalmente son hijos de la misma realidad y se justifican, se requieren. Odio, placer y necesidad juntos en la vorágine en la que los acorrala la ambición por el poder o el terror a perderlo. A todas éstas, el fantasma de la ideología se ha ido evaporando y ocupando lugar en el escaparate de donde saldrá, cuando haga falta,  para la próxima fiesta de disfraces. ¿Y eso es bueno o es malo? La pregunta es casi infantil pero no la respuesta. Depende. Y no es que nos guste o no, es que la licuadora de la realidad nos ha llevado al punto en el que nos encontramos, lleno de tantas y desconocidas contradicciones y abismos que se asoman.

Lo que viene es crisis con K. Al  mayor y al detal. El gobierno solo  no podrá con ella; necesitará de la oposición que por supuesto no debería colaborar gratuitamente, a menos que sea estúpida, quién sabe. Y no estoy hablando de cargos sino de respeto, óigase bien. Ni siquiera personal, sino político En todo caso, el golpe militar es el enemigo histórico de ambos y frente a esa posibilidad siempre presente no queda sino superar diferencias, tragar grueso, y sumar fuerzas. Bailar pegados. ¿Habrá otra salida? ¿Será esto lo que está pasando en el país?

Ahora los que comercian con las elecciones quedarán con los apetitos postergados de seguir ganando, en votos, dólares o tiempo, con tanta campaña chimba. ¡Adiós a la ambición pequeña! Es hora de otra cosa distinta al cálculo frente a la vitrina. Tiempo de emergencia nacional. De acuerdos.

*Leandro Area
leandro.area@gmail.com*

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lunes, 25 de noviembre de 2013

LEANDRO AREA, EL MIEDO, LA RAZON Y LOS FOSFOROS



Siento miedo pero tengo razón y no encuentro los fósforos para protegerme de la falta de luz, que se ha ido, por culpa de alguien a quien llaman gobierno, mientras trazo este artículo. Ando descalzo y me tropiezo, aquí y allá, en un piso distante que desde mi miopía parece un abismo plano y disconforme. Allí, en esa dimensión, la costumbre me orienta mientras que la oscuridad-silencio enciende mis alertas. La audición me ubica y olfato y tacto me convienen mientras ando como un zancudo a oscuras cuando no hay nadie a quien aguijonear que dé sentido a mi aleteo de vampiro mayúsculo. ¿Qué será del mosquito mientras no tiene a nadie a quien jorobar?
De pronto regresa la luz y el mundo cambia. Soy otro animal que no sabía o había olvidado. Aparecen los objetos conocidos, los territorios que la costumbre acerca, la geografía de la intimidad. Los fósforos, ahora inútiles y distantes, quedan allí en su importancia canjeada. Ya no siento miedo y la razón no importa pues, como los fósforos, perdió necesidad ante las circunstancias. En algún momento-lugar se encontraron esos desconocidos paralelos que obligación o azar disponen ahora en un mismo escenario como actores que la sorpresa ilumina aunque cada uno persiga un libreto distinto y actúe para público que pagó para opera otra.
Recuerdo mi primer cigarrillo fumado. En mi casa lo hacían por costumbre, moda o vicio, adquirida en el cine que imponía un glamour de humareda. Peligroso límite, norma contravenida, ser grande, fiero, en fin, estúpido. El placer del miedo estaba allí; la razón no importaba y los fósforos eran una necesidad sin la cual el crimen de fumar no se habría consumido. Oíamos a Los Platters “Smoke gets in your eyes” combinado con algún Alfredo Sadel inolvidable que escuchábamos, nocturnales, a través de esa lumbrera que era la radio.
Las cosas, y a veces las personas, ocupamos un sitio que no parece estar en relación con el resto. Todo está fuera de foco hasta que algo aparece, un pensamiento, un ruido, un perfume que pone a funcionar el engranaje de un ajedrez desconocido. Hay millones de puertas a nuestro alrededor que no logramos ver o que no existen; que están fuera de nuestro alcance premonitorio. Y a cada trampa que se abre corresponde un lenguaje nuevo, inaudible y desorbitante.
El miedo, la razón y los fósforos no tienen continuidad, encadenamiento o claves que los tejan. ¿Qué significación tiene el uno para el otro? Ninguna, hasta que la necesidad los hace cómplices de una misma historia en la que nadie es víctima o asesino. Somos, pareciera sorprendidos, como si no fuéramos, y sería demasiado costoso saber a cada paso qué representa una cosa para la otra. Somos tanto como podemos llegar a comprender, aunque sea mentira o ilusión. Tratar de deducir es ya mirar más allá que no lo es todo. De eso se trata en estos tiempos descocados en los que épica, ética y estética se han extraviado de los planetas de costumbre. La política, humildemente ella, nos puede guiar mientras nos tropezamos.

 leandro area 
leandro.area@gmail.com

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