I
Con
un régimen así de anacrónico, que dura ya 15 años, todos los días sorprendido
“in fraganti” en tropelías, desmanes y escándalos sin que nada ocurra mientras
todo esto pasa; que se amuralla en la impunidad que le otorgan los poderes
impúblicos; que posee un expediente
mafioso en conteo de votos y manejo de la res publica concebida en traducción
equivocada a su favor como carne ofrecida
a la parrilla, y que administra
la escasez de los demás
justificándola en una supuesta, otra vez, guerra económica, qué se puede
esperar. Súmese a ello la inconclusa y
pendiente nacionalidad del que dice llamarse presidente constitucional de la
República Bolivariana de Venezuela y
encontraremos un panorama desolador.
Sumado
a lo anterior encontramos la actividad hamponil
que se ha convertido en el pan y plan nuestro y maestro de cada día, sea
por el éxito malandro que se ve apenas
reflejado en muerte y desolación en la prensa que queda y que está en vías de
extinción o bien por el semblante que se enseña en el rostro de todo aquel que
sigue vivo y que debe enfrentar la penuria de existir secuestrado por una
realidad impuesta. Pero el asunto va más allá. El concubinato legitimado entre
poder político, hampa común, poder judicial, policía, fuerzas armadas y demás,
no es misterio ni secreto a voces. Es un plan convertido en acción permanente.
Toda
esta lumpen realidad se recuesta, cobra fuerza y brío, en un discurso violento,
sostenido, público y notorio, desde todos los púlpitos del poder, en una
sociedad empobrecida, ensombrecida, embrutecida, menesterosa, desorientada y
cada día más bloqueada. El “boqueo” es el pan nuestro de cada día y así lo es
en todas las manifestaciones de nuestra vida: desde la biológica y elemental hasta la espiritual y quizás más compleja,
pasando por todos y cada uno de los eslabones intermedios que pudiéramos
sintetizar en la expresión de “vida cotidiana”
Vivimos
pues “boqueando” y de paso corrompiéndonos por las condiciones impuestas por y desde
el poder que nos obligan a vivir como
“lateros”, “balseros”, “abasteros” mejor dicho, que al estar “pelando” por lo
que buscamos y no encontramos, tenemos que andar en gerundio, ladrando,
mamando, haciendo cola, bajándonos de la mula, haciéndonos los bolsas o locos,
llevándonos de caleta algo, caribeando o de chupa medias, pagando peaje,
tracaleando, empujándonos los unos contra los otros, en suma, degradándonos,
envileciéndonos, para satisfacer nuestras necesidades básicas de consumo. Es
asfixia gradual y calculada, material y moral. Desde el papel toilette hasta la
honestidad. ¡Pero tenemos Patria! Falta el orgullo, la dignidad, el respeto, el
amor a uno mismo.
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Esto
se explica en gran medida por el talante invasivo del Estado venezolano en cada
una de las esferas de nuestras humildes y humilladas existencias. En el fondo
el Estado invasor padece de excesiva inseguridad que intenta remediar con
su avidez por el inmovilismo individual
y colectivo. ¡Que nadie se mueva, todos contra la pared que esto es, aunque no
parezca, un atraco! Esa codicia, que tiene un plan, antes y ante el fracaso en
la implantación del “Estado comunal”, ha encontrado aplicación a través del
“Estado Misional”, compuesto por las misiones bolivarianas o misiones “Cristo”,
que nadie nombra porque no existe formalmente y que en el caso venezolano goza
de todos los recursos y privilegios a través de la fuente inagotable del
petróleo. Un barco fantasma y corrompido.
En
principio le denominación “Estado misional” es propia del Derecho de Indias y
tiene su principal razón y aplicación en la evangelización, pero la utilizamos
aquí por la existencia y significación de múltiples y variados tipos de
misiones como actores colectivos no formales de política pública que manejan un
oscuro e inmenso mar de recursos. Sin pretender ser exhaustivos, nombremos
algunas de ellas: Misión Robinson, Ribas, Sucre, Barrio Adentro, Bolívar 2000,
Hábitat, Gran Misión Vivienda Venezuela, Mercal, Guaicaipuro, Identidad, Agro
Venezuela, Amor Mayor, A toda Vida, Canaima, Barrio Adentro Deportivo, Cultura
Corazón Adentro, Alma Máter, Asfalto, Niño Jesús, Madres del Barrio, Niños y
Niñas del Barrio, Alimentación, Milagro, Sonrisa, Ciencia, Música, José
Gregorio Hernández, Árbol, Revolución Energética, Trece de Abril, Negra
Hipólita, Vuelvan Caras, Zamora, Villanueva, Ché Guevara, Amor Mayor, Saber y
Trabajo, Eficiencia o Nada, Nevado, etcétera, etcétera.
Por
Estado misional, espécimen no incluido aún en las tipologías de la Ciencia
Política, entendemos aquí aquel Estado
que haciendo uso de sus recursos
materiales y simbólicos le impone, por fuerza u operación de compra-venta o
combinación de ambas a la sociedad, un esquema de disminución, de minusvalía
consentida, en sus capacidades y
potencialidades de crecimiento a cambio de sumisión. Se lanza sobre ella
también amparado en la institucionalidad
cómplice. Se encarama sobre ella en su ayer, hoy y mañana, amaestrándola con la
dieta diaria cuyo menú depende del gusto del gobernante. Confisca, privatiza,
invade, expropia, conculca, controla, asfixia, acoquina hasta decir basta,
poniendo en evidencia lo frágil del concepto de
propiedad privada creando así miedo, emigración, desinversión, fuga de
capitales. Y aunque usted no lo crea esas son metas o simples desplantes o locura u obscura
necesidad de auto bloqueo como forma de amurallarse para obtener inmunidad e
impunidad para sus tropelías, frente a la mirada de una época que no los reconoce sino como
entes del pasado, objeto de museo o de laboratorio, insectos atrapados en el
ámbar del tiempo; fracaso, derrota.
Es
además producto de un plan por acabar con la democracia, de la que no queda,
hoy por hoy, sino un barniz electoral, una escasa película, e implantar un
sistema comunista que, con la indicación y planificación cubana, pueda
irradiarse por centro, Suramérica y el Caribe. Ese es el plan, ya viejo por lo
demás; lo otro es coyuntura, trampa o estratagema. Pero además de ello
reemplaza, sustituye, borra al Estado formal que todos suponemos existe. El
Estado real no es el que parece sino el que no es. El que dicta pero que no
escribe, el que ordena firmar los cheques pero no deja rastros, aunque la
verdad sea dicha ya se soltó las mechas y le importa un comino el juicio de la
historia porque la historia no absuelve sino que absorbe y a esa gente qué le
importa el olvido o la vergüenza. Es una dictadura, ya casi en su totalidad
desvestida de todo camisón democrático, tropicaloide y zamarra, que da gusto a
algunos cagatintas frustrados del viejo continente tan extraviados ya de todo
contenido, y no se diga por aquí en estos confines tan llenos de viajeros
revolucionarios frecuentes instalados en primera clase.
El
consumo, por su parte, en un país que no
produce nada, viene determinado por la oferta restringida de quien monopoliza,
petroliza, en todos los sentidos, los
productos de la cesta de las mercancías
de consumo social entre los que destacan
el trabajo, la salud, la educación, la vivienda, etc. Populismo, demagogia,
asistencialismo, plebeyismo, “peronismo”, cultura de la sumisión, degradación
de la civilidad, desesperanza aprehendida, envilecimiento, etc., son
expresiones, realidades, cercanas a la idea del Estado misional. Persigue
destruir al Estado burgués, extinguirlo, creando uno nuevo en consonancia con
el modelaje comunista de larga y sangrienta trayectoria teórica y de fracaso
reiterado. Marxismo de libreto acompasado a los nuevos tiempos y circunstancias
de salón. La forma es importante aunque nada tenga que ver con el fondo.
El
Estado misional es un tipo de Estado socialista, nada que ver con el Social de
Derecho, en paralelo, ni siquiera parásito, aunque viviendo entreverado al
formal con la intención de acabarlo o mejor, de extinguirlo. El gobierno crea
misiones a su antojo que son estructuras burocráticas y funcionales “sui
generis” y permanentes, con un control jurisdiccional inexistente y que actúa
con base a los intereses de dominio. Además si el gobernante se encuentra por
encima del bien y del mal, como es el caso venezolano, nadie es capaz de
controlar sus veleidades y apetitos. En ese sentido el Estado es un apéndice
del gobernante que es el repartidor interesado de los bienes de toda la
sociedad y que invierte a su gusto, entre otras bagatelas, en compra de
conciencias y voluntades de acólitos y novicios aspirantes. Por su naturaleza,
todo Estado misional es un Estado depredador sin comillas. Vive de la pobreza,
la estimula, la paga, organiza, la convierte en ejercito informal y también
paralelo. El gobierno y su partido los tiene censados, chequeados, uniformados
de banderas, consignas y miedos. Localizados, inscritos, con carnet, lo que
quiere decir que fotografiados, listos para la dádiva, la culpa, castigos y
perdones.
Hay
otra característica del Estado misional no menos importante y es la de que al
sentirse dueños de la verdad, poseedores del fuego originario, desarrollan una
actividad de expansión del modelo de creencias y valores que conformando
actitudes desencadenen en comportamientos. Adopta entonces la forma de Estado
misionero. De allí que tantos catecismos, predicadores, formulas, catequesis
rumiante. De allí que tantos micrófonos, antenas repetidoras, multiplicadores
de consignas, milagreros, organizadores
de resentidos, gerentes de la miseria humana no para salir de ella, superándola, sino para multiplicarla en epidemia. Y esta
cruzada no se limita a la esfera de lo nacional, sino que siguiendo con los
principios de la “revolución permanente” y el “internacionalismo proletario”
entre otros, tiene la obligación y cobra fuerza, el establecimiento de aliados
complementarios, ya no por condicionantes económicas de existencia simplemente,
sino como socios ideológicos y militares si fuera el caso.
lll
Por
allí, pienso, se pueden mirar algunas características del intento de la implantación
del comunismo en Venezuela y las trasformaciones y crisis que dentro de él
ocurren sin dejar de lado, por supuesto, las reacciones que en todo sentido
puedan derivarse de este nefasto proyecto y que incluyen, por la importancia
geoestratégica de Venezuela, todas las posibilidades imaginables incluyendo
propias, extranjeras y hasta extrañas por inéditas o extravagantes. Lo único
que queda a la vista es la unidad como necesidad vital, condición existencial
de las fuerzas democráticas. La política, otra vez y como nunca, es el barco de
nuestro destino.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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