Ahora
que les ha dado por re encauchar el cuento del anti imperialismo yanqui y la
defensa de la soberanía, mientras que al mismo tiempo y por ejemplo callan y
dejan hacer a Guyana lo que le viene en gana con el Esequibo, es oportuno
reflexionar sobre los límites y las fronteras territoriales venezolanas en su
conjunto, en torno a las cuales arrastramos un expediente voluminoso de despojo
y desvergüenza.
No
es nuevo este prontuario. Sin ser el país petrolero, pantallero, camorrero y
socialista, insólito de ahora, al menos desde 1830, fecha en la que nos
separamos de la Gran Colombia, ya Venezuela, aunque todavía rural, agropecuaria y apenas civil, daba muestras de
una pulsión mineral, caribe, inorgánica y trashumante en su sentido de la
realidad en general y de su territorialidad en particular. Sabiéndolo, más de
uno se ha lucrado del lema: “Para nosotros la Patria es América” para comprar
favores y entrar y salir de contrabando con la bandera nacional de
pasaporte. ¿Tendrá algo que ver esa
fogosidad heroica y desbordada de nuestros libertadores con el relajamiento y
la indolencia heredados hacia lo propio?
Las
fronteras territoriales así como las mentales, sirven de contorno de identidad
a individuos y naciones. Dentro de esas líneas imaginarias, inconclusas en fin
y capilares, cada quien construye cordón umbilical para afirmarse en un terruño
tribal.
Y
un país se dibuja dentro de sus límites geográficos y los de Venezuela son cada
vez más imprecisos en todos los sentidos. Una nación también se demuestra en
sus vaguedades y desilusiones, y en materia de fronteras y límites hemos sido
tan epilépticos como erráticos. Un Estado además se conoce por las omisiones
que concluyeron en infortunios, y aquí el expediente es larguísimo y pesado. Un
país, en fin, se define por sus logros, y en materia territorial hemos dejado
de ganar, cuando no perdido o entregado, más de lo imaginado.
En
tal sentido, en Venezuela hemos tenido más y mejores diplomáticos que
diplomacia. Ha sido más la pasión y la entrega individual y personalísima que
la conciencia coherente del esfuerzo de conjunto; y cuando se va el labrador de
sus propios desvelos, la siembra se pierde desechada. Habrá que ver por qué el
pasado histriónico y militar de caudillos, dictadores o gendarmes, cuyos méritos
más prominentes son en vez de construcción de sociedad y ciudadanía, los
excesos de fuerza y la manía monumental
por el cemento y la cabilla, ha prevalecido sobre los esfuerzos civiles
cotidianos.
A
todas estas, la responsabilidad de precisar y defender los límites definitorios
de identidad, ha sido en su conjunto inconsistente y por tanto propiciatorio de
derrotas y pérdidas que ni política, ni militar ni diplomáticamente hemos
sabido, contadas son las excepciones, extraer de la lucha intestina que permanentemente
nos carcome y pareciera saboreamos. Por
eso es que tal vez hemos sido, en razón de causas y defectos que se retro
alimentan, más reactivos que propositivos, convulsos antes que persistentes.
Aspaviento, además de bochinche.
En
este carnaval patriotero de invasiones supuestas, festejadas y manipuladas
desde la impotencia política de los gobernantes, queda una vez más revelada la
nave que al garete traslada su histórico fracaso a fuerzas exteriores e
imperialistas y a “lacayos internos”, justificando así su arremetida contra la
democracia y exhibiendo aguajeros, sin pudor y a la vista de tantos que los
ríen en comparsa, soberana idiotez.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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