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martes, 20 de diciembre de 2011

MARÍA BLANCO: VIVIR DENTRO DE NUESTRAS POSIBILIDADES (FUENTE INSTITUTO JUAN DE MARIANA DESDE ESPAÑA)

Seguimos a la espera de las noticias que Mariano Rajoy tiene que darnos. Seguimos a la espera de saber qué medidas nos traerán los Reyes Magos para este 2012. Y mientras tanto, con una prima de riesgo más relajada de momento, la población española, la de base, aún se pregunta "qué es lo que ha pasado".

Esta semana publica Truman Factor una estupenda entrevista con el Nobel de economía Vernon Smith. En ella, el economista explica su visión sobre la crisis europea, y acaba con una reflexión:

"La lección a largo plazo podría ser que aquellas viejas virtudes como el trabajo, el ahorro y el vivir dentro de nuestras posibilidades son más valiosas que el oro y los diamantes, y sobre todo dignas de encomio pues nacieron de la experiencia humana".

Una sabia conclusión. Pero, puestos a darle una vuelta de tuerca más, no tan sencilla como podría pensarse a primera vista, la razón es que en la España en que vivimos es difícil saber cuáles son nuestras posibilidades, los límites dentro de los cuales deberíamos vivir.

Seguramente por deformación profesional, creo que lo que sucede en la calle, las decisiones políticas, la forma de vida de la gente descansa en una concepción particular del ser humano y de su relación con su entorno. Y en este país, desde hace demasiado tiempo lo que prima es eso que Ayn Rand, la controvertida y criticadísima filósofa libertaria, llamaba la moral del esclavo de la tribu.

Una cosa es que por naturaleza el ser humano sea social, que necesitemos del grupo para sobrevivir, y otra que acabemos siendo secuestrados moralmente por el pensamiento colectivista. Claro que llevamos impresa en nuestra naturaleza la tendencia al intercambio, la reciprocidad: de hecho, ha sido una de las llaves de nuestra supervivencia. Claro que hemos aprendido a defender al débil y ayudar al que no tiene sin que nadie nos obligue. Pero en lo que hemos acabado es en dejarnos imponer una moral que premia al que no se esfuerza, al que no ahorra, al que no vive dentro de sus posibilidades.

Y no solamente eso. Nuestros gobiernos se han comportado siguiendo ese mismo criterio. Así que gobernados y gobernantes se han dedicado a gastar lo que no tienen y a vivir por encima de sus posibilidades. Pero ¿cómo se sabe cuáles son tus posibilidades más allá de lo que dicta el equilibrio presupuestario?

La clave está en la competencia. Ese concepto que Adam Smith consideraba como sana rivalidad, y no necesariamente como codazo en los riñones del adversario. El ser medido en un entorno competitivo con tus pares te lleva a darte cuenta cuál es tu nivel respecto a los demás. Y a partir de ahí, puedes mejorar, corregir, cambiar tu estrategia... perfeccionarte. Pero ¿qué sucede cuando no hay competencia? Pues sucede lo que estamos viviendo. La competencia se ha demonizado, resulta que es cruel porque pone a cada cual en su sitio, porque deja en la estacada al que no está al nivel requerido. Y en realidad, solamente la competencia nos da información relevante de qué quieren los que demandan y qué tienen que ofrecer los oferentes. Y sobre todo, nos dice cuál es el precio que hay que pagar. No solamente en el mercado de bienes, o de factores, o de dinero... en la vida cotidiana. Si tú no sabes el esfuerzo que debes aplicar para conseguir tus metas, si no sabes si ese objetivo está realmente a tu alcance o debes reconsiderar tus planes, si crees que todo es gratis y fácil, y alguien "mágico" va a venir a dártelo con el dinero de otros, entonces estás perdido, y la sociedad en la que vives también lo está.

Y ese ha sido nuestro "modus vivendi" durante muchos años.

Pero ahí no acaba el drama. Hay dos aspectos muy preocupantes que no hay que olvidar.

El primero es que ese es el ejemplo que hemos dejado en herencia a las generaciones más jóvenes, justo a aquellos ciudadanos que van a tener que pagar nuestros desmanes.

El segundo es que la cosa no parece haber cambiado. Cuando se habla de recortes hay mucha gente dispuesta a tirarse a la calle para protestar porque no pueden seguir viviendo de los demás. Y enarbolan la bandera de los más desfavorecidos para defender subvenciones a la "cultura" o a lo que sea.

Ha llegado el momento de meditar seriamente las palabras de Vernon Smith y de recuperar el sano espíritu de rivalidad que infunde la competencia.


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jueves, 8 de diciembre de 2011

ZENAIR BRITO CABALLERO: DEMOCRACIA EN EL SIGLO XXI

El invento griego llamado Democracia y con mayor proyección se convirtió en uno de los pilares fundamentales de las sociedades occidentales contemporáneas. Sin embargo, la democracia nunca ha sido un gobierno de mayorías, o de los más, como decía Aristóteles. Desde sus tímidos inicios, la democracia fue el gobierno de una minoría. La misma sociedad ateniense restringió la participación política. Sólo los varones libres, los ciudadanos, podían elegir y ser elegidos. De tajo se excluyeron mujeres, niños, ancianos, esclavos, y extranjeros: el 90% de la población: La mayoría.
Luego de más de dos milenios sabáticos, los revolucionarios franceses, tras guillotinar a la monarquía y esterilizar a la iglesia, trajeron la democracia de vuelta. Sin embargo, y aunque se presumía de “universal” en el papel, de nuevo la democracia se vio confinada en la realidad. Al igual que en la Atenas de Pericles, en la Europa moderna, en las Trece Colonias independientes y en la América republicana, solo quienes cumplieran con todos los requisitos gozaron de sus mieles: varones adultos, propietarios, heterosexuales, alfabetos, cristianos: La minoría. Después de su largo viaje, la democracia de hoy es más amplia. -incluidos desposeídos, mujeres, homosexuales, analfabetos…-: la mayoría.
ORGULLOSAMENTE MINORÍA ABSOLUTA

Entonces, ¿habrá democracia hoy, aunque sea formalmente? porque hoy sí son “los más” quienes elijan. Pero, ¿cuáles son los intereses de ésta, nuestra sociedad de hoy, la sociedad de los más? Ninguno, me temo. Y no porque las necesidades de la sociedad se hayan satisfecho, sino porque ya no existe una verdadera sociedad. Solo nos queda una masa de individuos chocando y luchando por salvarse del hambre, de la miseria, del olvido, del desempleo, de la penuria. Luchando por ser alguien, no importa cómo: corrupción, ilegalidad, informalidad.
¡Qué ironía! la democracia se hace inviable precisamente cuando la mayoría puede elegir. Hoy, precisamente hoy, cuando la comunicación es global, cuando la tecnología desarrolla nuestra independencia, cuando hay comida e industria para alimentar y vestir a casi el doble de los habitantes del planeta. Hoy, la democracia se extingue, es solo un simulacro. Y lo peor, sólo hay el día de elecciones.
Hoy, “nuestros representantes” simbolizan intereses individualistas, mezquinos. Son intereses de minorías encumbradas en los sillones financieros y políticos. De aquellos que hipnotizaron, manipularon y sometieron a las mayorías a punta de individualismo, de hambre y miseria, de telenovelas, de créditos, de “noticias del entretenimiento”. De pan y circo.
Y así como ayer, los políticos de hoy no son sino el reflejo de su sociedad: reflejos vacuos. No es si no echar un vistazo para ver los líderes de este siglo: un Bush, un Fidel Castro, un Chávez, un Rodríguez Zapatero. Cuanta diferencia con un Lincoln, un Kennedy, un Bismark, un Betancourt, un Caldera o un Churchill.
Pues bien, a pocos meses de elecciones primarias en Venezuela, solo habrá que escrutar los votos de “los más” y ya. Como un simple ejercicio de rutina. Igual, su suerte está echada. Razón tendrá el jurista del Imperio romano Domicio Ulpiano cuando sostuvo que justicia no es dar a todos lo mismo sino dar a cada quien lo que se merece.
britozenair@gmail.com
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martes, 27 de septiembre de 2011

ROGELIO ALANIZ: PLURALISMO Y HEGEMONÍA (DESDE ARGENTINA)

A pesar de lo que se diga y de lo que se manifieste como deseo ideológico o político, la Argentina es pluralista y a los teóricos de las unanimidades autoritarias se les hace muy difícil justificar sus fantasías. Puede que la señora en las elecciones de octubre obtenga el 55 o el 60 por ciento de los votos. Y que el dirigente más votado de la oposición esté por debajo del veinte por ciento. Incluso en ese caso la utopía de la unanimidad o de la “inmensa mayoría” estaría muy lejos de cumplirse.

Hagamos memoria. En septiembre de 1973 la fórmula Perón-Perón superó el sesenta por ciento de los votos, pero no sólo no amordazó a la oposición sino que tampoco garantizó la gobernabilidad, el argumento sagrado de los amigos de las mayorías absolutas. Con una mayoría del sesenta y pico por ciento de los votos el peronismo condujo a la Nación a la catástrofe.

En 1928 Hipólito Yrigoyen fue “plebiscitado” y dos años después cayó sin pena ni gloria. Dos años alcanzaron y sobraron para que el plebiscito se disolviera en el aire. En 1928 todos parecían ser radicales y en 1930 no se encontraba en la calle un tipo que dijera que había votado por la UCR. Esos cambios de humor de la multitud no son historia pasada: nada más inconstante y frágil que una mayoría política.

Ocurre que la asonada militar se produjo el 6 de septiembre de 1930, pero el radicalismo estaba derrotado mucho tiempo antes de que los cadetes del Colegio Militar y los aviones de El Palomar decidieran realizar su paseo victorioso, mientras las vecinas de avenida Callao salían a los balcones a saludar a las tropas y la sirena del diario Crítica anunciaba la buena nueva.

La Argentina es muy probable que en el futuro sea gobernada por una mayoría peronista, pero es muy difícil que deje de ser pluralista. La ilusión de transformar al peronismo en una suerte de PRI, de partido hegemónico al estilo mexicano, es improbable que logre concretarse, entre otras cosas porque el peronismo de los mejores tiempos jamás logró tener la eficacia electoral y política del PRI, eficacia que entre otras causas estaba garantizada por el pacto interno de renovar a los presidentes cada seis años.

Como se sabe, en México el presidente era el hombre más poderoso del país durante seis años, pero no bien dejaba el poder se transformaba en el hombre más anónimo del país. A este pacto de gobernabilidad, aprendido gracias a los rigores de la guerra civil, jamas logró forjarlo el peronismo, no tanto porque no pudo sino porque no quiso, ya que para los peronistas el líder -y si es posible el líder eterno- es el paradigma de la buena gobernabilidad. Antes de ayer fue Perón, ayer Menem y hoy la señora. Una tradición política, una cultura, una manera de entender el poder determina la creación de esta idolatría.

El otro prejuicio presente en nuestras recientes tradiciones, es que las grandes contradicciones de la política nacional se deben expresar en el interior del peronismo. Perón en su momento formalizó este punto de vista a través del humor: en la Argentina todos somos peronistas, los de derecha y los izquierda, los creyentes y los agnósticos, los conservadores y los radicales, decía guiñando un ojo y sonriendo como sólo él sabía hacerlo.

Desde cierto rigor conceptual, los editores de la revista “Pasado y Presente” no tuvieron ningún empacho en augurar que a partir de 1973 la lucha de clases en la nación se expresaría en el interior del peronismo. Hoy -con otra matriz teórica- en ciertas usinas del poder se afirma una hipótesis parecida: lo más importante, lo más decisivo de la política se despliega en el interior del peronismo. Lo demás es marginal cuando no antinacional.

El peronismo siempre se pensó como mayoría y siempre estuvo tentado en identificar esa mayoría con la Nación. Algunos de sus intelectuales se esforzaron por relativizar esa mirada movimientista de la política, pero la tentación siempre fue fuerte porque está latente en los orígenes mismos de su identidad. Los avatares de la política, la persistencia de una Argentina que siempre fue pluralista fue más eficaz que todas las consideraciones teóricas.

A partir de 1983 se demostró que el peronismo no era una mayoría automática. Que ganaba elecciones, pero también las perdía. Que más que una mayoría era una primera minoría. Sin embargo, los resultado electorales de agosto y los previsibles resultados de octubre han renovado el síndrome de mayoría hegemónica. El peronismo vuelve a creerse el partido dominante de la Argentina y sus propagandistas hablan de profundizar el modelo, deseo que apunta no a la patria socialista sino a profundizar el control sobre el conjunto de la sociedad.

Los problemas que presentan esta visiones son varios. Dejemos de lado, por el momento, ciertas cuestiones teóricas acerca de cómo se constituye una sociedad democrática y observemos si este afán de unanimidad del peronismo es una realidad o un deseo. Por lo pronto, y tal como se han presentado los hechos en la historia, esta unanimidad ha sido un deseo, porque ni en sus mejores tiempos el peronismo pudo impedir que la mitad del país se subordinara a su voluntad.

La ilusión populista, que es también la ilusión nac&pop, es la de una inmensa mayoría nacional enfrentada a una insignificante minoría de oligarcas, vendepatrias, explotadores, agentes del imperialismo o burgueses destituyentes. En contradicción con este deseo, en la vida real ni las mayorías han sido tan amplias ni las minorías tan insignificantes.

En 1951 el peronismo parece ser una abrumadora mayoría que desbordaba la Plaza de Mayo. Pero en 1955 la misma Plaza de Mayo está desbordada por un público que festeja alborozado la caída del dictador. Se dirá que una mayoría estaba legitimada por el voto y la otra, la de 1955, por las botas. Es verdad, pero la deslegitamación golpista de 1955 no invalida la existencia real de una poderosa Argentina antiperonista.

Pensarse como mayoría absoluta genera también errores de percepción política. Como dice Tulio Halperín Donghi, obtener el sesenta por ciento de los votos en una cultura republicana es un éxito político, pero ese mismo sesenta por ciento de los votos en una cultura que reivindica la unanimidad, es un fracaso, porque en cualquier circunstancia el cuarenta por ciento de la sociedad está muy lejos de ser una insignificante minoría.

Habría que señalar, por último, que esta ilusión hegemónica no garantiza desgraciadamente la gobernabilidad. El afianzamiento de una mayoría no elimina las tensiones sociales y, por el contrario traslada esas tensiones al interior de la fuerza política hegemónica. Es, más o menos, lo que ocurrió en 1976. El peronismo liberado a su propia energía se despedazó internamente, en el camino despedazó a las instituciones y le abrió el camino a los militares.

Si los dirigentes peronistas tuvieran una moderada cultura republicana, deberían estar afligidos por la debilidad de la oposición. Sin oposición y con instituciones republicanas bloqueadas o paralizadas, el peronismo supone que podrá hacer lo que se le dé la gana y no percibe que en ese escenario corre el gravísimo riesgo de quedar a la intemperie, expuesto a los humores de la sociedad sin que haya mediaciones que pongan límites o canalicen estos impulsos.

En nombre de la Nación, en nombre de sus instituciones y en nombre de la democracia, sería muy deseable que el peronismo haga su aporte para reconstruir el sistema político. Lamentablemente, no hay motivos por el momento para sospechar que estas tribulaciones republicanas le hagan perder el sueño al peronismo. Por lo pronto, sus principales jefes suponen que en el futuro obtendrán más votos que en el presente y que para el 2020, por ejemplo, todo la Argentina será peronista y, por qué no, cristinista.

Fantasías al margen, la oposición seguira existiendo, incluso a pesar de los reitetados errores que cometen sus dirigentes. Lo deseable es que lo haga a través de partidos políticos fuertes y liderazgos creíbles. Pero incluso, si ello no ocurriera la oposición sobreviviría en las gestiones provinciales y municipales y en la propia sociedad civil. En todos los casos, me atrevería a augurar que la utopía de la mayoría peronista no podrá realizarse. Mitre en su momento le dijo a Julio Roca que estaba muy lejos de ser ingenuo o candoroso: “Hay que resignarse a aceptar que esta Argentina no va a cambiar porque Dios y los argentinos así no lo quieren”.

Esa Argentina que no cambiará, será la Argentina pluralista, con sus centros de poder diversificado, sus regiones y economías, sus gremios obreros y patronales, sus ricas tradiciones políticas y, también, con su persistente utopía hegemónica forjada en esa otra larga tradición nacional que se llama populismo.

El afianzamiento de una mayoría no elimina las tensiones sociales y, por el contrario, traslada esas tensiones al interior de la fuerza política hegemónica.

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jueves, 19 de agosto de 2010

LA PREVALENCIA DE LA DISYUNCIÓN, TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ

Estamos entrando en lo colectivo sin colectivo, esto es, vamos contra nosotros mismos. Ya no se conjugan en la población lo general y lo particular, o lo que es lo mismo, la asunción del punto de vista del común desde un propio punto de vista. En lo que ahora tenemos prevalece la disyunción: a cada uno se le hace valer supuestamente su particularidad mediante un “ejercicio profesional de la política” basado en la demagogia del disfraz y de la construcción de callejones sin salida.

La política no puede funcionar sin ideas. En buena parte es una ciencia de las ideas. La organización social del hombre no nació como la vida ni crece como las plantas. La política que carece de empuje proveedor de consistencia es una futilidad. Dado que las formas políticas son invención del hombre no puede desgajarse de la política la capacidad renovadora. Bien se dice que el pueblo no existe, lo crea la política. De esta manera hay que decir que la principal actividad de lo político es dar sentido y toda democracia pasa a ser un proceso ininterrumpido de transformación.

De esta manera la política y la democracia, es decir, la acción y sus resultados, no pueden ser otra cosa que inserción constante de nuevas opciones o, dicho en otras palabras, ampliación permanente de la libertad. Tenemos, pues, que volver a leer lo político sacándolo del cansancio, del aburrimiento y, sobre todo, de un conservadurismo que brota ante las ideas y ante la esencia misma de lo político y de la democracia, puesto que todo lo establecido siempre resiste las ideas innovadoras.

Es a través de la política que se constituye el vínculo social. Si no enfrentamos este proceso creativo la política pasa a ser inepta para explicar las desigualdades que crecieron paralelas a la libertad y se convierte en algo deleznable para el común de la gente que nunca podrá entender lo que es ejercicio de la ciudadanía. Continuar pensando que la democracia es como es, que la justicia se administra como se administra, que las instituciones son como son y no pueden ser de otra manera, equivale a un corsé al pensamiento y a la esencia misma de los conceptos política y democracia.

Otra cosa que debemos aceptar es la política como conflicto y los conflictos expresión del animus político. Y a la democracia como capaz de administrar los conflictos mediante una renovación permanente. Una cosa son las instituciones básicas, aptas para administrar el control de estabilización, y otra la permanente manifestación de ideas que amplían los espacios hasta una libertad transformadora. Está claro que las llamadas instituciones y los intermediarios sociales ya no responden a las exigencias de los tiempos y, por tanto, hay que buscar nuevos mecanismos.

Esta es la realidad de un país a escasos días de unas elecciones que vuelven a ser llamadas “la última oportunidad”, otra aberración, pues la democracia no tiene nunca una última oportunidad. Basta haberse paseado un poco por los procesos históricos, basta no meter en una gaveta todos los papeles, basta no fusilar de antemano el juego (utilizada esta palabra con seriedad) de las posibilidades políticas, para concluir que en este país se utilizan frases al voleo, se dicen impertinencias a granel, se utiliza muy mal el lenguaje.

La verdadera revolución es la voz moral. El populismo es una asunción de un modo radical para lograr la homogeneidad sobre lo imaginario. La posibilidad de un gobierno omnisciente no cabe en el siglo XXI. El verdadero político es el que hace el mundo inteligible para el pueblo, esto es, el que le suministra las herramientas para actuar con eficacia sobre lo ya entendido. El populismo no se combate con populismo. El populismo debe ser combatido con la siembra de la comprensión llevada al grado de un estado de alerta.

La legitimidad electoral y la legitimidad social pueden contrastarse o encontrarse. La manera de encontrar la segunda excede al simple hecho de buscar el voto en una campaña electoral plena de promesas, generalmente demagógicas. Buscando la segunda suele encontrarse la primera. El planteamiento inteligible que produce efectos previos mejora notablemente la capacidad de escogencia. Las campañas electorales son la culminación de un proceso en donde el individuo manifiesta una preferencia. La masificada propaganda en nada podría modificar una asunción previa ganada en una democracia de cercanía generada por los líderes verdaderos que en ese proceso electoral buscan la voluntad mayoritaria del pueblo.

No se puede combatir demagogia con demagogia. El proceso de crear lucidez y pertenencia es ajeno a las palabras altisonantes y mentirosas. El proceso de repetición demagógica por parte de dos o más adversarios en una contienda por el voto conduce a soliviantar un individualismo feroz que se traduce en apostar a la mayor oferta engañosa. El vencedor, naturalmente, será el que ejerce el poder o, si se ha cumplido con la tarea pedagógica, el que ha hecho una obra previa de configuración de cuerpo sobre el que limita su acción a la campaña electoral misma.

Mayoría electoral no es mayoría social por acto automático. Legitimidad forzada no es confianza. Así la legitimidad del poder y la legitimidad del ejercicio democrático estarán afincadas sobre un barro extremadamente frágil y, lo más grave, la democracia se derrumbará por efecto directo de todos, de los que ejercen el poder y de quienes pretenden sustituirlo, de los demagogos multiplicados, obligando al poder al ejercicio de la fuerza para atender compulsivamente las exigencias sociales. Quienes no entienden de la existencia de instituciones invisibles y de la necesidad de hacerle comprender el mundo al pueblo, de hacérselo inteligible, bien podrían cerrar la brecha electoral, aún disminuida y extremadamente condicionada que en estos días aún ocupa el horizonte.

teodulolopezm@yahoo.com

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LA JACTANCIA DE LAS MAYORÍAS. ALBERTO MEDINA MÉNDEZ. DESDE ARGENTINA

Cada vez preocupa mas como muchos confunden ciertas ideas y han convertido a la democracia en una palabra vacía sin significado, con lo que ello implica.

Los riesgos son muchos y además de la nutrida experiencia que poseemos como humanos, esta se está enriqueciendo con renovados experimentos que no nos llevarán a buen puerto.

Me pareció que valía la pena reflexionar sobre ello y por eso este material que espero sirva para leerlo, reflexionar,y porque no, difundirlo.

Un saludo

Alberto Medina Méndez, desde Corrientes, Argentina

La jactancia de las mayorías.

Hace tiempo que las democracias del mundo vienen transmitiendo una lógica peligrosa. Tal vez el problema no es la democracia en si misma, sino la forma de interpretarla en la que muchos insisten y que parece haberse desarrollado, a tal punto, de universalizarse.

Es que muchos siguen entendiendo que el que reúne más voluntades tiene razón. Y creen que cada elección, cada convocatoria electoral, supone una pulseada en la que quien obtiene mas votos no solo impone su criterio, sino que además se hace merecedor de cierta superioridad intelectual avalada por esos números.

Esta deformación del concepto democrático les ha hecho pensar a demasiados, que algunas cuestiones elementales están en juego en cada compulsa, y esto no debiera estar en discusión. Básicamente porque la democracia solo pretende constituirse en un engranaje, ni siquiera el óptimo siempre, que posibilita la resolución de conflictos a través de un mecanismo relativamente amigable.

No se puede perder de vista que cada votación, cada desafío electoral, es solo un recurso y no el fin en si mismo. Se trata solo de esa mecánica que posibilita que la decisión sea menos violenta sin dejar de serlo, porque en ese contexto siempre estarán los que acuerden y quienes no lo hagan. Por lo tanto un sector, por pequeño que sea, se verá obligado, sin mediar su voluntad, a obedecer las instrucciones impuestas por el resto.

En ese esquema, es siempre importante entender que esa votación, esa elección, es una fotografía instantánea, que solo refleja un momento, ese momento, una decisión circunstancial y una mirada coyuntural que solo se corresponde con ese preciso instante.

Es por eso, que ciertos derechos inalienables, no están sujetos a esa voluntad difusa que proponen ciertas reglas democráticas. La convivencia humana es un arte. Las normas que la rigen mucho más aun, al estar plagadas de subjetividad. Pero resulta imprescindible que ciertos valores no estén en revisión permanente, porque se pone en riesgo a la sociedad toda, haciéndola presa de los impulsos, de la espasmódica reacción que proponen las decisiones sin mesura, sin serenidad, empujadas por la pasión.

Ninguna decisión plagada de odio y rencor, o de amor instintivo, goza de la racionalidad que precisan las determinaciones importantes. Hay que recordarlo y repetirlo, la democracia es solo un medio y no un fin en si mismo. Sus formas suponen un acuerdo, más o menos, amistoso entre las partes, pero no por ello voluntario.

Solo se trata de acordar del mejor modo posible cuando ya no funcionó ningún otro método de dialogo y negociación. A veces, quienes hacen un culto de esta herramienta, caen en la trampa de su exacerbación, sublimación y endiosamiento. Idealizan en exceso el instrumento solo para simular lo políticamente correcto. Solo defienden esta institución democrática, en tanto y en cuanto, les sirve para imponer su voluntad por vías legales, de difícil cuestionamiento popular, bajo el paraguas de una supuesta legitimidad.

Pero habrá que entender que cada sociedad que se somete a una elección, que cada votación de los cuerpos deliberativos que tienen la responsabilidad de legislar, solo recurren a estos instrumentos como el, hasta hoy, mejor recurso disponible y no porque el hacerlo los convierta mágicamente en decisiones acertadas.

Muchas atrocidades ha sufrido el mundo de la mano de las mayorías circunstanciales. Genocidios, interrupciones institucionales, pérdida de libertades y casi todas las atrocidades imaginables, han provenido de mayorías, más o menos, explicitadas. Se han apropiado discrecionalmente, de la vida, la libertad y la propiedad de muchos, sin medias tintas, aduciendo siempre razones superiores que lo justificaban con creces.

Habrá que cuidarse de aquellos que hacen de la democracia un ABSOLUTO. Son solo déspotas oportunistas que no creen en las bondades de la humanidad, y mucho menos en la libertad de los individuos. Utilizan la democracia como el dispositivo que les permite sojuzgar a muchos, humillarlos hasta volverlos indignos y aplastarlos como enemigos.

Muchos de los acólitos y de los entornos fanatizados de esos líderes, proponen democratizar más a la sociedad, no porque crean en ella, sino porque la herramienta les viene como anillo al dedo, para seguir avanzando con prepotencia, bajo el cálido refugio de los números favorables, de las voluntades acumuladas.

En los próximos comicios electorales, no nos sigamos engañando. Solo definiremos quienes conducirán la administración del Estado, pero para nada vamos a dirimir quien tiene razón o no, quien acierta en sus decisiones o yerra el camino. Solo es un mecanismo, el mejor que ha encontrado hasta ahora la humanidad, para resolver sus conflictos, en un mundo que privilegia la armonía. No se trata de la panacea absoluta. Muchas veces se ha utilizado el sistema para subyugar a los que piensan diferente.

Habrá que seguir reflexionando sobre esta democracia, que bien entendida, debe velar, justamente por las minorías. Ayn Rand decía que la menor minoría es el individuo y que aquellos que niegan los derechos individuales no pueden llamarse defensores de las minorías. Los derechos individuales no están sujetos al voto público. Una mayoría no tiene derecho a votar la derogación de derechos de una minoría. La función política de los derechos es precisamente la de proteger a la minoría de la opresión de la mayoría.

Las libertades, el derecho a la vida y a la propiedad, parecen ser el blanco elegido de las democracias modernas para imponer las voluntades de algunos por sobre la de otros. En ese caso estamos en manos de los caprichos despóticos de una sociedad que supone equivocadamente que los más pueden obligar a los menos.

La garantía para evitar que esa lógica cuántica, no nos conduzca hacia las tiranías, prolongando liderazgos hasta el infinito, linchamientos ante hechos abominables que hagan del ojo por ojo la regla de la convivencia, o del despojo sistemático de los bienes una mecánica de rutina amparada en las necesidades ajenas, es justamente una democracia bien entendida, bien comprendida, con límites y contrapesos.

El antojo de las mayorías es solo un juego, muy peligroso, por el que se han cometido las más despreciables aberraciones de la historia humana. Ampararse en las mayorías y caer en la petulancia de explicitar reiterados gestos de soberbia, nos llevará por un camino que ya conocemos y del que no hemos obtenido las mejores experiencias.

Las sociedades, sobre todo las ocasionales mayorías, deben tener en claro el limite de su poder. Una inmensa cantidad de voluntades no otorga la razón. La jactancia de esas mayorías que pretenden arrogarse el monopolio de la verdad, constituye la amenaza más potente de las democracias contemporáneas.

Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

Skype: amedinamendez

www.albertomedinamendez.com

PUBLICADO EN EL DIARIO ÉPOCA DE CORRIENTES, ARGENTINA, EL MIÉRCOLES 11 DE AGOSTO DE 2010.

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jueves, 24 de julio de 2008

*CNE RATIFICA USO DE MOROCHAS PARA LAS ELECCIONES REGIONALES


*CNE RATIFICA USO DE MOROCHAS PARA LAS ELECCIONES REGIONALES


LOS ELECTORES TENDRÁN LA OPCIÓN DE LAS MOROCHAS PARA ESCOGER SUS CANDIDATOS A CARGOS LEGISLATIVOS (PAULO PÉREZ ZAMBRANO)

Manuel Rosales debe separarse de su cargo para optar a la Alcaldía de Maracaibo
EUGENIO G. MARTÍNEZ

EL UNIVERSAL

La distribución proporcional de las curules en las 23 asambleas legislativas estadales será una quimera. ¿Por qué? Los rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE) decidieron avalar la práctica electoral conocida como "las morochas" para las elecciones regionales del 23 de noviembre; esta decisión provocará que las minorías sean excluidas de la distribución proporcional de los cargos que ordena la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política y la propia Carta Magna.

La técnica de las morochas -o la desvinculación del voto nominal y tipo lista- garantiza a los partidos políticos mayoritarios obtener puestos que deberían corresponder, por el principio de distribución proporcional de los cargos, a las organizaciones minoritarias.

Aunque la oposición, concretamente el partido Convergencia y Eduardo Lappi, son los creadores de la técnica y Un Nuevo Tiempo (UNT) ha obtenido excelentes resultados de su aplicación en el estado Zulia, el gran beneficiado de que el CNE no distribuya proporcionalmente los cargos es el oficialismo, que logró, entre las elecciones regionales del año 2004 y las elecciones locales del año 2005, capitalizar a favor de sus candidatos cargos adicionales que en realidad corresponderían a los partidos minoritarios del país.

En los comicios regionales celebrados hace cuatro años el oficialismo logró 178 curules (76,1%) en los consejos legislativos de los estados al postular a sus candidatos nominales a través de la tarjeta de Podemos, y a sus candidatos tipo lista empleando la tarjeta del MVR.

Si los candidatos lista y nominales hubiesen sido inscritos por el MVR, el CNE sólo podría haberles adjudicado 153 escaños (65,4%). En esa oportunidad la oposición obtuvo 56 cargos (23,9%) en vez de las 81 (34,6%) curules que le corresponderían por la distribución proporcional de los cargos. En las elecciones municipales del 7 de agosto del año 2005 el oficialismo (a través de la tarjeta del MVR) ganó 58% de los cargos, obteniendo sólo 35,1% de los votos. Aunque esta técnica viola el principio de distribución proporcional de los cargos, es avalada -desde el año 2005- por el TSJ.

Rosales debe separarse
Las normas de postulación aprobadas por los rectores establecen que los gobernadores y alcaldes que aspiren a ser reelegidos podrán permanecer en sus cargos. Este no es el caso de Manuel Rosales, que al optar a un puesto diferente al que ejerce en la actualidad deberá separarse de su cargo de gobernador para poder inscribir su candidatura a la Alcaldía de Maracaibo.

emartinez@eluniversal.com