El
resentido siente odio, ira y desprecio hacia quienes culpa por su
resentimiento. Desea vengarse pero no se atreve a hacerlo y fantasea con que
otros lo hagan por él, para lo cual no trepida en inducirlos a la acción. Lo
cual prueba su cobardía.
Su
resentimiento puede remontarse al pasado, por la consideración de ofensas a sus
mayores, reales, exageradas o imaginadas, convertidas en excusas de redención
post mortem para esconder la insatisfacción con su propio estatus. Otras veces
mira hacia adelante, disfrazando sus responsabilidades incumplidas con sus
descendientes bajo la socorrida culpabilidad del sistema. En todos los casos
encubre su narcisismo y su propia sed de venganza en el torbellino de las
reivindicaciones colectivas, lo cual le da un sentido moral a su propio egoísmo
por gracia del recurso a la redención social que habrá de venir. A la cual él
contribuye quejándose todo el tiempo, acusando, buscando culpables nuevos cada
día, pero sin aportar nada que signifique una entrega desinteresada, convertido
en un mezquino y egoísta crónico.
El
resentido se autovictimiza por sistema, se siente incomprendido y perseguido, y
no entiende por qué, siendo que él es incapaz de hacerle mal a nadie. Siempre
está molesto y no puede olvidar lo que considera la ofensa o el agravio causado
por tal o cual persona o clase social.
Sus
agravios siempre están sobredimensionados cuando no son fantaseados como
mecanismo compensatorio de sus carencias. Así, no puede ser feliz con nada,
pues nada le alcanza. Siempre está a la defensiva: primero ve lo malo y lo malo
le impide ver lo bueno que también existe. Por eso, el resentido no vive sino
que dura, va muriendo en lugar de ir viviendo. Nunca se relaja, siempre está
rumiando el rencor que le provoca su insatisfacción, y la amargura permanente
es su inexorable respuesta a la vida.
Es
un trágico permanente: todo es a todo o nada, sin términos medios, pero cuando
dice que le interesa la justicia social, lo que primera e íntimamente le
interesa es hacerse justicia a sí mismo. Es narcisista, pero recubre su
condición con falsa modestia: maquillado de humilde referencia todo lo
existente en sí mismo. Es envidioso, maledicente, chusma, tira la piedra pero
esconde la mano. Recela permanentemente de todo y a todo le tiene ojeriza.
Siendo un permanente intrigante busca embarcar a otros en su resentimiento
procurando que lleguen a situaciones rupturistas y violentas, y cuando ya son
varios los resentidos entonces él se mete y hace lo suyo y luego se justifica
con la tesis del estallido popular y goza provocando daños y destrucción. Más
tarde, a esos desempeños los llamará justicia popular.
Todas
las personas normalmente experimentan algún tipo de resentimiento en la vida,
con mayor o menor agudeza, y la mayoría de ellas logra superarlos. Pero cuando
el resentimiento es crónico se vuelve enfermedad y para ella, dicen, sólo hay
tres formas de curación: la venganza, el olvido y el perdón.
La
venganza puede consistir en inferir un daño a otro u otros a quienes se
culpabiliza de los propios agravios. Esto se ve cada vez más en las calles y en
la vida social toda, y los análisis a la moda, además de explicar las causas
del fenómeno tienden a justificarlo.
También
puede adoptar la forma de la revancha individual a través de las
gratificaciones y la satisfacción ilimitada; venganza ejercida no contra
alguien concreto sino contra la vida misma, sentida como injusta en sí misma.
Esta es la reacción menos peligrosa, pues se circunscribe a un sujeto que
generalmente tiene un alto grado de resignación. Como cura, entonces, la
venganza deja mucho que desear pues en el primer caso daña y genera nuevos resentimientos
en otros, y en el segundo mata suavemente al propio resentido. Normalmente el
olvido se produce por el paso del tiempo y la diversidad de experiencias de la
vida, sin que nadie necesite acordarse de olvidar.
En
cambio, en el resentido el olvido es más difícil que en cualquier otra persona,
pues él no se olvida de recordar, o mejor aún, de renovar la vigencia de las
ofensas recibidas. Y ello es más peligroso todavía cuando tal estado
psicológico y moral se extiende a colectivos, clases o estamentos sociales,
pues a los riesgos de determinaciones tomadas irreflexiva y espontáneamente,
catárticamente y sin propuestas de solución, se le suma el peligro de su
manipulación por partidos políticos que recubren su exigua representatividad
induciéndolos al odio como factor revolucionario para la lucha social y a su
conversión en soldados del ejército de los resentidos a los que, más tarde o
más temprano, les aguarda la muerte violenta.
Por
tanto, el olvido es prácticamente imposible. Finalmente, el perdón. La
misericordia y el perdón son propias de los débiles, decía el anunciador del
Superhombre. Y los resentidos de izquierda y derecha coincidieron con él y
actuaron en consecuencia. Y lo siguen haciendo. Sin embargo, muchas, muchísimas
personas anónimas han creído y creen que la verdad es lo contrario de aquella
nefasta idea y que lo más fácil es la venganza, la reacción airada y el odio,
mientras que el perdón es propio de las almas grandes, de los espíritus
generosos y sin obsesiones provocadas por la soberbia o el orgullo.
Que
la única cura es la justicia, vociferan algunos. No es cierto. La justicia no
vuelve las cosas al estado anterior al daño. Podrá aliviar culpas, pero no
borra las manchas del alma.
carlos@schulmaister.com
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