El pasado 29 de julio se cumplieron 49 años de una de las
más bochornosas jornadas contra el pensamiento libre, en la que la agresión
militarista y cuartelaria se ensañó
contra las universidades y su representación del saber y la cultura en el marco
de una política absurda de represión sustentada en el supuesto moralismo y en
una exagerada decencia.
Juan Carlos Onganía había llegado al poder por medios
violentos, deponiendo al Presidente Constitucional Arturo Illia e instaurando
una dictadura militar que no escatimó en aplicar una grotesca censura de
prensa, limitó los espectáculos públicos, persiguió a los ciudadanos que
incurrían en prácticas homosexuales o en relaciones extramaritales e incluso
trató de imponer determinados cortes de cabello a los hombres y regular el uso
de pantalones por parte de las mujeres.
El 29 de julio de 1966, un mes después de haber asumido
el gobierno, se dio el bochornoso episodio de La Noche de los Bastones Largos
en el que las fuerzas de seguridad recibieron órdenes de reprimir un conjunto
de manifestaciones que se estaban presentando en la Universidad de Buenos Aires
contra la decisión del gobierno de anular el régimen autonómico e intervenir la
institución. Muchos de los detenidos sufrieron los embates de una agresión que
además de condenable es humillante, pues cercena la dignidad que termina
postrada ante los designios de la fuerza.
El daño no sólo lo llevaron quienes debieron soportar la
saña de unos bastonazos que castigaban a los disidentes, sino el país, que
empezó a observar como sus académicos y profesores abandonaban Argentina para
ubicarse en lugares mucho más tranquilos para desarrollar sus investigaciones.
De esta forma la dictadura puso a la Universidad de espaldas al país y trató de
silenciar su clamor natural, dando un paso más hacia la consecución de su ideal
de perpetuidad y violencia.
El recuerdo triste de la dictadura argentina que con tal
de mantenerse en el poder fue capaz de destruir la Universidad, sigue latente.
Muchas veces los bastonazos se presentan como carencias presupuestarias, bajas
remuneraciones o pocas promociones a la investigación, tratando de cumplir los
mismos objetivos que intentó Onganía con sus humillantes porrazos: provocar que
los sueños de libertad, la razón social y la academia pierdan su esencia ante
el abandono por parte de los integrantes de la comunidad, para convertirse en
instituciones silenciadas, al servicio de proyectos personales y violatorios de
la dignidad humana.
Luis D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva
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