La violencia, la inseguridad y el odio terminaron siendo cobijados por la grosera impunidad gubernamental la cual se utilizó como subterfugio de la corrupción que se impuso con el tránsito de la revolución “bolivariana”.
EGOÍSMO DEL “SIGLO XXI”
El egoísmo es uno de los pecados capitales que ha
contribuido a crear la intriga necesaria capaz de retraer actitudes y de
guardarse para sí medios cuya utilización beneficia la convivencia. En una
persona egoísta, la realidad en medio de la cual pretende subsistir es la de su
propia existencia. De esa forma, su vivir busca encerrarlo pues en su reclusión
da por satisfecha necesidades básicas sin comprender que más allá, existe un
mundo definido por la interrelación a partir de la cual la vida adquiere el
mejor y mayor de sus sentidos. O sea, el determinado por la pluralidad, el
encuentro entre seres humanos que se plantean la vida como comunión de
intereses y necesidades a partir de las cuales se fundamenta la socialización.
El egoísta actúa según su propio interés. Lo demás, no
tiene importancia. Se aferra a lo que más le conviene sin que otras razones,
distintas de las suyas, lleguen a perturbarle. Su vida, la estructuran en
función de una visión reducida que sólo le permite advertir los riesgos más
inmediatos a su fuero personal. No obstante, la condición de egoísta tiene
acepciones diferentes si se enfoca desde la economía o de la política. La
teoría económica aduce razones que, al justificar el interés o la necesidad
ante algo o por algo, considera la postura del ego como actitud propia de quien
busca resolver su problema de naturaleza económica. Mientras que la teoría
política se apega más al propósito de la interrelación como ámbito bajo el cual
pueden abonarse objetivos que comprometa la unión como asidero social y
cultural.
Pero cuando la política se ejerce aferrada a alguna
ideología que sólo responde al provecho que su praxis rinde en el peculio de
sus proponentes, el problema es otro por cuanto los intereses o necesidades a
partir de los cuales se movilizan decisiones se desvirtúan en su curso por
causa de las deformidades morales y carencias éticas que las acompañan. Bajo la
égida de una política así inducida o estructurada, surge la conflictividad como
recurso del desgobierno que tal situación genera. Es cuando se fractura la
acepción de país y entonces la comunidad intenta resolver sus problemas según
la órbita en que calcen las soluciones elaboradas y asomadas ante la palestra
política. Precisamente, en el marco de dichas realidades los problemas se
exacerban al punto que se convierten en razones para dividir la sociedad en
tantas partes como visiones puedan tenerse.
En Venezuela, la ausencia de criterios de gobierno
capaces de afianzar un comportamiento económico acorde con el trazado de un
país cuyo esquema constitucional descansa en la concepción de democracia, al
menos a instancia de sus principios sociales, jurídicos, legales y políticos,
condujo a la radicalización del trato que el alto gobierno siguió como modelo
para conducir al país. Esto devino en una polarización extrema que, incluso,
afectó, la conducta del venezolano provocando serias anormalidades de su perfil
ciudadano. La violencia, la inseguridad y el odio terminaron siendo cobijados
por la grosera impunidad gubernamental la cual se utilizó como subterfugio de
la corrupción que se impuso con el tránsito de la revolución “bolivariana”.
En medio de tan aberrante situación, el egoísmo hizo de
las suyas. Fue así como se adoptó como conducta que sirviera como “mascarón de
proa” para agredir todo aquello que se viera como enemigo del proceso. Se
arraigó como razón que permitió defender la revolución sin argumento alguno que
no fuera aquel elaborado según intereses y necesidades propias. El socialismo,
lejos de contener la individualidad entendida como condición del ego, incitó
conductas egoístas que solo se fijaran en lo que se planteara cada
revolucionario en términos de su propia existencia, sin que los intereses o
necesidades de otros fueran importantes. Sólo la individual. Desmandado de lo
que exalta la solidaridad. De manera que no tiene sentido hablar de socialismo
del siglo XXI, sino de Egoísmo del “Siglo XXI”.
“Cuando un gobernante ejerce el poder azuzado por el egoísmo, el resultado será también un comportamiento egoísta en quienes lo respaldan pues ven en el egoísmo una forma de obediencia y de adulación”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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