Amigo
lector, pareciera que en el ámbito de la opinión pública se estuviera
produciendo una convergencia o encuentro entre la oposición y el oficialismo.
Desde luego, usted se preguntará con toda razón y con un sesgo de asombro,
sobre la naturaleza de esta coincidencia y sus implicaciones prácticas para el
país en su futuro inmediato y mediato.
Bien,
formulemos la interrogante ¿en qué área se produce el encuentro entre estos dos
bandos en pugna? Podría parecer extraño, pero la coincidencia es, por ahora, en
el ámbito del lenguaje. Sectores de la oposición y del gobierno han
introducido, en sus hábitos discursivos, la palabra o el semantema, transición.
Aparentemente, esta gesticulación lingüística, podría no significar gran cosa.
Sin embargo, no es así. Voy a tratar, brevemente, de explicar su importancia.
Empecemos,
entonces, con dos preguntas opuestas. ¿La realidad construye el lenguaje? ¿O es
el lenguaje el que construye la realidad? Dicho de otro modo, ¿el lenguaje
refleja lo que existe? ¿O el lenguaje crea una determinada manera de ver lo que
existe? Tras estas interrogantes subyace una temática recurrente en toda acción
política: el uso del lenguaje y la terminología para construir una determinada
visión de lo que está ocurriendo. Dicho en forma sencilla, el uso de la palabra
transición, en el actual contexto, pudiera dar inicio a la construcción de una
nueva realidad. Desde luego, se haría necesario diseñarla discursivamente y
asumir el compromiso práctico que se asociaría a una iniciativa de esta
naturaleza.
Diversos
articulistas, Carlos Blanco y Armando Duran han usado la palabra transición
como la alternativa a construir en el futuro inmediato. Para el primero, este
proceso ya arrancó e inevitablemente sé "producirá una convergencia entre
opositores de diversas facturas; también entre chavistas que procuran un cambio
y la oposición; entre cívicos y militares…”. Armando Duran, por su parte, llama
la atención sobre el "fracaso de las élites políticas, económicas y
culturales del país a la hora de interpretar la realidad venezolana".
Concluye,
en forma contundente, señalando el fracaso de la clase política en ambos
sectores de la sociedad. En el otro polo político, Nicmer Evans, advierte sobre
el drama que padece el PSUV y sus partidos aliados. Advierte sobre el
descontento en las filas de los partidarios del oficialismo y clama, en forma
velada, sobre la necesidad de un cambio en la orientación que está tomando la revolución.
En
fin, diálogo coexiste con la palabra transición. Dos vocablos que expresan
opciones de carácter distinto. La primera, apunta a la consecución de
reivindicaciones concretas. No implica el cuestionamiento y sustitución del
régimen político. La segunda, envuelve colocar la mirada en la construcción de
una alternativa y la búsqueda del consenso necesario para proporcionar
viabilidad al mismo.
Regresando
al argumento teórico. Me voy a permitir citar una frase del filósofo austriaco
Ludwig Wittgenstein: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi
mundo". En otros términos, no es el mismo mundo el de quien tiene 10.000
palabras en su cabeza para entenderlo y describirlo que el universo de quien
tiene solo 800 (atención Nicolás Maduro).
El
lenguaje político, entonces, circunscribe nuestro mundo colectivo. Cazarse con
una única opción es limitarse a vivir dentro de esa realidad lingüística. La
oposición formal y el gobierno han construido una suerte de "jaula"
discursiva (el diálogo) que no les permite avanzar en la obtención de sus
objetivos políticos. Se encuentran atrapados en sus respectivas redes
lingüísticas que se refuerzan mutuamente.
Transición
es una nueva entrada en el diccionario político del país. Su uso continuado
apuntaría hacia la creación una nueva manera de ver lo que existe. Y, en
consecuencia, proveería la base lingüística del mundo político por venir.
Nelson
Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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