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miércoles, 28 de mayo de 2014

NELSON ACOSTA ESPINOZA, DIÁLOGO O TRANSICIÓN

Amigo lector, pareciera que en el ámbito de la opinión pública se estuviera produciendo una convergencia o encuentro entre la oposición y el oficialismo. Desde luego, usted se preguntará con toda razón y con un sesgo de asombro, sobre la naturaleza de esta coincidencia y sus implicaciones prácticas para el país en su futuro inmediato y mediato.

Bien, formulemos la interrogante ¿en qué área se produce el encuentro entre estos dos bandos en pugna? Podría parecer extraño, pero la coincidencia es, por ahora, en el ámbito del lenguaje. Sectores de la oposición y del gobierno han introducido, en sus hábitos discursivos, la palabra o el semantema, transición. Aparentemente, esta gesticulación lingüística, podría no significar gran cosa. Sin embargo, no es así. Voy a tratar, brevemente, de explicar su importancia.

Empecemos, entonces, con dos preguntas opuestas. ¿La realidad construye el lenguaje? ¿O es el lenguaje el que construye la realidad? Dicho de otro modo, ¿el lenguaje refleja lo que existe? ¿O el lenguaje crea una determinada manera de ver lo que existe? Tras estas interrogantes subyace una temática recurrente en toda acción política: el uso del lenguaje y la terminología para construir una determinada visión de lo que está ocurriendo. Dicho en forma sencilla, el uso de la palabra transición, en el actual contexto, pudiera dar inicio a la construcción de una nueva realidad. Desde luego, se haría necesario diseñarla discursivamente y asumir el compromiso práctico que se asociaría a una iniciativa de esta naturaleza.

Diversos articulistas, Carlos Blanco y Armando Duran han usado la palabra transición como la alternativa a construir en el futuro inmediato. Para el primero, este proceso ya arrancó e inevitablemente sé "producirá una convergencia entre opositores de diversas facturas; también entre chavistas que procuran un cambio y la oposición; entre cívicos y militares…”. Armando Duran, por su parte, llama la atención sobre el "fracaso de las élites políticas, económicas y culturales del país a la hora de interpretar la realidad venezolana".

Concluye, en forma contundente, señalando el fracaso de la clase política en ambos sectores de la sociedad. En el otro polo político, Nicmer Evans, advierte sobre el drama que padece el PSUV y sus partidos aliados. Advierte sobre el descontento en las filas de los partidarios del oficialismo y clama, en forma velada, sobre la necesidad de un cambio en la orientación que está tomando la revolución.

En fin, diálogo coexiste con la palabra transición. Dos vocablos que expresan opciones de carácter distinto. La primera, apunta a la consecución de reivindicaciones concretas. No implica el cuestionamiento y sustitución del régimen político. La segunda, envuelve colocar la mirada en la construcción de una alternativa y la búsqueda del consenso necesario para proporcionar viabilidad al mismo.

Regresando al argumento teórico. Me voy a permitir citar una frase del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". En otros términos, no es el mismo mundo el de quien tiene 10.000 palabras en su cabeza para entenderlo y describirlo que el universo de quien tiene solo 800 (atención Nicolás Maduro).

El lenguaje político, entonces, circunscribe nuestro mundo colectivo. Cazarse con una única opción es limitarse a vivir dentro de esa realidad lingüística. La oposición formal y el gobierno han construido una suerte de "jaula" discursiva (el diálogo) que no les permite avanzar en la obtención de sus objetivos políticos. Se encuentran atrapados en sus respectivas redes lingüísticas que se refuerzan mutuamente.

Transición es una nueva entrada en el diccionario político del país. Su uso continuado apuntaría hacia la creación una nueva manera de ver lo que existe. Y, en consecuencia, proveería la base lingüística del mundo político por venir.

Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64

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