La más importante batalla por la libertad se está dando en las calles de Venezuela y no es justo que los jóvenes, que la lideran, no obtengan el apoyo de Gobiernos y organizaciones democráticas
Las palabras también se gastan con el uso.
Libertad, democracia, derechos humanos, solidaridad, vienen a nuestros labios a
menudo y no quieren decir ya casi nada porque las utilizamos para decir tantas
cosas o tan pocas que se desvalorizan y afantasman al extremo de convertirse en
meros ruidos. Pero, de pronto, unas circunstancias sociales y políticas las
recargan de contenido y de verdad, las impregnan de sentimiento y de razón y es
como si resucitaran y expresaran de nuevo el sentir de todo un pueblo.
Es lo que vivo en estos días, en Venezuela,
escuchando a dirigentes estudiantiles y líderes de oposición, a hombres y
mujeres comunes y corrientes que nunca antes hicieron política y ahora la hacen,
jugándose los trabajos, la tranquilidad, la libertad y hasta la vida, impelidos
por la conciencia de que, si no hay un sobresalto nacional democrático que lo
despierte y movilice, su país se va a la ruina, a una dictadura totalitaria y a
la peor catástrofe económica de toda su historia.
Aunque el proceso viene de atrás —las últimas
elecciones han visto crecer de manera gradual la oposición al régimen
chavista—, el cambio cualitativo tuvo lugar a comienzos de febrero de este año,
en San Cristóbal, Estado de Táchira, cuando un intento de violación de una
joven en la Universidad de los Andes llevó a los estudiantes a convocar una
gran marcha contra la inseguridad, la falta de alimentos, los secuestros, los
desmanes de los sicarios y la sistemática restricción de las libertades
ciudadanas. El régimen decidió aplicar la mano dura. La Guardia Nacional y las
fuerzas paramilitares —individuos armados con pistolas, cuchillos y garrotes,
montados en motos y con las caras cubiertas— atacaron a los estudiantes, los
golpearon y abalearon, matando a varios de ellos. A las decenas de detenidos
los llevaron a cuarteles alejados donde fueron torturados con picanas
eléctricas, golpes, sodomizados con palos y fusiles y las muchachas violadas.
La ferocidad represiva resultó
contraproducente. La movilización estudiantil se extendió por todo el país y en
todas las ciudades y pueblos de Venezuela gigantescas manifestaciones populares
expresaron su repudio del régimen y su solidaridad con las víctimas. Por
doquier se levantaron barricadas y el país entero pareció vivir un despertar
libertario. Los 500 abogados voluntarios que han constituido el Foro Penal
Venezolano, para defender a los detenidos y denunciar los asesinatos,
desapariciones y torturas, han elaborado un informe que documenta con lujo de
detalles el salvajismo con que los herederos del comandante Chávez tratan de
hacer frente a esta formidable movilización que ha cambiado la correlación de
fuerzas en Venezuela, atrayendo a las filas de la oposición a una inequívoca mayoría
de venezolanos.
Maduro fracasará si intenta aplastar el
movimiento estudiantil con un baño de sangre
Mi impresión es que este movimiento es
indetenible y que, incluso si Maduro y sus cómplices tratan de aplastarlo con
un baño de sangre, fracasarán y la matanza solo servirá para acelerar su caída.
La libertad ha ganado las calles de la tierra del verdadero Bolívar (no la
caricatura que hizo de él el chavismo) y el pregonado “socialismo del siglo
veintiuno” está herido de muerte.
Mientras más pronto se vaya, será mejor para
Venezuela y para América Latina. La manera como el régimen, en su empeño
frenético de colectivizar y estatizar la nación, ha empobrecido y destruido a
uno de los países potencialmente más ricos del mundo, quedará como un caso emblemático
de los desvaríos a que puede conducir la ceguera ideológica en nuestro tiempo.
Además de tener la inflación más alta del mundo, Venezuela es el país de menor
crecimiento en todo el continente, el más violento, y en el que la asfixia
burocrática se reproduce más rápido al extremo de mantener en la parálisis casi
total a la administración pública. El régimen de controles, precios “justos”,
intervencionismo estatal, ha vaciado todos los almacenes y mercados de
productos, y el mercado negro y el contrabando han alcanzado extremos de
vértigo. La corrupción es el único rubro en el que el país progresa a pasos de
gigante.
Desconcertado por la movilización popular
encabezada por los estudiantes que no consigue aplastar mediante la represión,
el Gobierno de Maduro, con la complicidad de los países del Alba, trata de
ganar tiempo, abriendo unos diálogos de paz. La oposición ha hecho bien
acudiendo a ellos, pero sin desmovilizarse y exigiendo, en prueba de buena fe
gubernamental, por lo menos la liberación de los presos políticos, empezando
por la de Leopoldo López, a quien, encarcelándolo, ha convertido, según todas
las últimas encuestas, junto con María Corina Machado, en el líder político más
popular de Venezuela. He conocido a su madre y a su esposa, dos mujeres
admirables, que enfrentan con coraje fuera de lo común el hostigamiento de que
son víctimas por estar en la vanguardia de la batalla pacífica que da la
oposición por impedir la desaparición de los últimos resquicios de libertad que
aún quedan en Venezuela.
Pero quisiera subrayar una vez más el papel
principalísimo que juegan los estudiantes en la gran gesta libertaria que vive
Venezuela. La chavista debe ser la única revolución en su historia que se las
arregló para, desde el principio, merecer la hostilidad casi generalizada de
los intelectuales, escritores y artistas, así como la de los estudiantes, que,
en este caso, dieron mucha más muestra de lucidez y olfato político que, en el
pasado, sus congéneres latinoamericanos.
Encarcelar a Leopoldo López le ha convertido
en el líder político más popular del país
Es estimulante y rejuvenecedor ver que el
idealismo, la generosidad, el desprendimiento, el amor a la verdad, el coraje
están tan vivos entre la juventud venezolana. Quienes, frustrados por la
inanidad de las luchas políticas en sus países de democracia adocenada y
rutinaria, se vuelven cínicos, desprecian la política y optan por la filosofía
de “lo peor es lo mejor”, deberían darse una vuelta por las guarimbas
venezolanas, por ejemplo, aquella de la avenida Francisco de Miranda, en el
centro de Caracas, donde muchachos y muchachas conviven ya desde hace varias semanas,
organizando conferencias, debates, seminarios, explicando a los transeúntes sus
proyectos y anhelos para la futura Venezuela, cuando la libertad y la legalidad
retornen y el país despierte de la pesadilla que vive hace quince años.
Quienes han llegado a la deprimente
conclusión de que la política es un quehacer inmundo, de mediocres y ladrones,
y que por lo tanto hay que darle la espalda, vengan a Venezuela y, hablando,
oyendo y aprendiendo de estos jóvenes, comprobarán que la acción política puede
ser también noble y altruista, una manera de enfrentarse a la barbarie y
derrotarla, de trabajar por la paz, la convivencia, la justicia y la libertad,
sin pegar tiros ni poner bombas, con razones y palabras, como hacen los
filósofos y los poetas, y creando cada día gestos, espectáculos, ideas, como
hacen los artistas, que conmuevan y eduquen a los otros y los embarquen en la
empresa libertaria. Cientos de miles, millones de jóvenes venezolanos están
dando en estos días a América Latina y al mundo entero un ejemplo de que nadie
debe renunciar a la esperanza, de que un país, no importa cuán profundo sea el
abismo en el que la demagogia y la ideología lo han precipitado, siempre puede
salir de esa trampa y redimirse.
Algunos de estos jóvenes han pasado ya por la
cárcel y sufrido torturas, y algunos de ellos pueden morir, como los cerca de
cincuenta compañeros que han perdido ya la vida en manos de los asesinos con
capuchas con que pretende acallarlos Maduro. No los silenciarán, pero no es
justo que estén tan solos, que los Gobiernos y las organizaciones democráticas
no los apoyen y más bien, a veces, hagan causa común con sus verdugos. Porque
la más importante batalla por la libertad de nuestros días se da en las calles
de Venezuela y tiene un rostro juvenil.
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