UBICANDO
ALGUNAS PISTAS…
El
ciudadano fue definido por Aristóteles como “quien tiene el poder de tomar
parte en la Administración Judicial o en la actividad deliberativa del
Estado”. En este sentido, más allá del
derecho a la representación, de su residencia en su territorio, de sus derechos
y deberes jurídicos, el énfasis de la condición de ciudadanía aparece puesto en
el hecho de que el ciudadano “debe tomar parte activa en los asuntos que luego
han de afectarle”. En la misma
dirección, ya Eurípides, el ultimo de los grandes dramaturgos atenienses, había
distinguido entre “el pueblo constitucionalmente integrado” (demos, pueblo),
que es propiamente el ciudadano, y “el pueblo fuera del control de la vida
política convertido en masa amorfa”.
(Óchlos, multitud, turba). Platón también utiliza esta diferencia cuando
dos interlocutores hablan de las mayorías, uno para referirse al “pueblo y el
otro, a la turba”. “En la polis se ponía de manifiesto además una condición
indispensable de todo ciudadano, sobre todo el integrante de una ciudad-estado
democrática: se trataba de un hombre libre, quien, para ejercer sus derechos,
contaba con el raciocinio crítico en lugar de la fuerza bruta, pues su juicio y
criterios debían imponerse a través de la deliberación, la persuasión y el uso
argumentativo de la razón”.
ANTECEDENTES HISTORICOS
La
primera revolución democrática de los tiempos modernos se gestó en Inglaterra
en el siglo XVII. Concluyó en una transacción con el poder real en la que éste
hubo de reconocer la supremacía del Parlamento y los derechos inalienables de
los ciudadanos ingleses. El gran
ideólogo de esta revolución fue John Locke, considerado el técnico de la democracia,
el predicador de la tolerancia y el profeta de una clara distinción entre
Estado e Iglesia. Siguieron las
revoluciones democráticas americana y francesa cabalgando sobre las ideas
liberales de Montesquieu, Rousseau, Voltaire y especialmente, Emmanuel J.
Sieyes, quien elaboró una síntesis de la ideología política precedente, justo
en vísperas de la revolución de 1789.
Sin
embargo, tanto la Declaración de la Independencia Americana, como la
Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano exageraron la
defensa del hombre individual, por ser ambas Declaraciones una reacción contra
el poder del Estado, ya que “aunque consagran la igualdad de los hombres ante
la ley, producen o permiten, la enorme desigualdad social, al no equilibrar las
condiciones económicas de los ciudadanos al restringir las oportunidades de
participación en la gestión económica y política.
Como
toda obra humana, la democracia incurrió en desviaciones y errores tanto de
principios como de realización practica, los cuales sirvieron y sirven de
pretexto a las doctrinas de inspiración marxista. Sin embargo, en su esencia
esta forma de gobierno, este ideal de vida común, que se llama democracia,
responde a la vocación de nuestra especie para realizar en la tierra la ley del
amor fraternal y la dignidad de la persona humana. Desde siempre se ha venido
hablando de Derecho Natural, pero fue a partir de los tiempos modernos cuando
el hombre adquirió conciencia clara y universal de sus derechos a partir de la
filosofía jurídica de Locke, de inspiración Iusnaturalista.
La
Democracia busca el equilibrio deseado entre las clásicas libertades
individuales y los derechos de carácter económico y social. El marxismo, por ser una reacción contra el
poder de las elites económicas, apunta a la defensa extrema del hombre social
frente al individuo, desconociendo derechos personales fundamentales, en el
reverso el exagerado liberalismo, que es cegato y cuantitativamente ha
demostrado que es incapaz de entender, el sufrimiento, las emociones y los
deseos de los hombres.
Por
eso la opción es la sociedad democrática en la que “el hombre puede encontrar
su propia plenitud a través de la entrega sincera de si mismo y a los demás”-.
Bergson escribió “La democracia es de esencia evangélica y tiene por principio
el amor”.
“Ante
todo se debe aceptar que la Democracia no es un absoluto ni un proyecto sobre
el futuro: es un método de convivencia civilizada. No se propone cambiarnos ni
llevarlos a ninguna parte; pide que cada uno sea capaz de convivir con el
vecino, que la minoría acepte la voluntad de la mayoría, que la mayoría respete
a la minoría y que todos preserven y
defiendan los derechos de los individuos”.
Lo ha expresado con claridad, (Octavio Paz).
UNA ACOTACION NECESARIA
Esta
aparente modestia de objetivos (en realidad no hay proyecto políticamente más
ambicioso que el que sea compatible con la cordura). Siempre le resulta
decepcionante al frenético, al visionario, al devoto de valores absolutos, sea
el orden, la libertad o la justicia. Tampoco al que sueña con el “Hombre
nuevo”, el más vacuo de los mitos y que ha servido como coartada para liquidar
masas inocentes de hombres, mujeres y niños “Del plan antiguo” a lo largo de
los siglos. La democracia no tiene como objetivo regenerar al hombre, si no
posibilitar institucionalmente el cumplimiento autónomo y sociable de su
condición indivisa, irrepetible. El
hombre así puede ser bueno, malo o regular; intentar extirpar esta ambigüedad
moral de su destino no lo mejora sino que lo destruye. Creemos que se
diferencia al demócrata del anti demócrata, no porque el primero tiene más fe
que el segundo en la democracia, sino por que tiene menos. El anti demócrata le
supone a la misma como ideal, unos efectos sorprendentes y milagrosos sobre la
especie humana, que no puede tolerar sin amarga decepción, para él la
democracia no basta, siempre debe llevar a algo más: debe garantizar la dicha
de los ciudadanos, su salud física y psíquica, su tranquilidad espiritual, su
prosperidad económica, su virtud religiosa. De ahí que toda democracia
históricamente instaurada le parezca corrupta, insuficiente, pervertida y que
no distingan otro tratamiento que no sea alguna cirugía autoritaria para
corregir el desvío.
La
pregunta por la naturaleza y sentido de la democracia, no es cuestión que
interese a la rama política de la filosofía, sino a la filosofía en si misma
como tal fue la democracia requisito histórico para su origen y es condición
permanente, indispensable, inexcusable de su pleno ejercicio. También en las
autocracias pos helénicas, en las monarquías absolutas, en las dictaduras y en
las tiranías totalitarias, el filósofo lo ha sido en cuanto que ciudadano de la
democracia ya una vez inventada para siempre, aunque transitoriamente
suspendida; también como critico de la democracia, como cuestionador severo de
sus insuficiencias o de sus vicios. Queremos enfatizar que la filosofía expresa
el significado de la democracia, comparten igual destino en sus búsquedas y
fracasos, en su autonomía y en sus quejas.
Hoy
hay un debate incruento acerca de la vialidad de la democracia y de sus
numerosos modelos, de que es y no es la verdadera democracia, que si puede
darse democracia política en la sociedad en veloz crecimiento, que si se puede
resguardar realmente contra los embates de el soborno, nepotismo,
partidización, cleptocracia… por eso a los filósofos, no debería dejar de
interesarles esa amalgama teórica de la democracia, después de todo la
filosofía, no se preocupa tanto de las cosas que pasan como las que no pasan, y
para pensar en lo que no pasa hay que volver a hacer el recorrido sobre lo que
se supone ya conocido, hacerlo de nuevo presente. No como mera abstracción
retórica sino como reorientación permanente de esfuerzo histórico, que debe
ocuparnos especialmente en el país en este momento.
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
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