Johannes Tauler (en castellano Juan Taulero), nacido en
Estrasburgo hacia el 1300, fue un notable y profundo teólogo dominico discípulo
de Eckhart. Nadie, dijo, “se impregna mejor del sentido de la verdadera distinción
como quien ha entrado en la unidad”…“igualmente nadie conoce verdaderamente la
unidad si ignora la distinción.”
Jacques Maritain recoge esas expresiones en
una de sus obras más importantes y la
complementa explicando que “todo esfuerzo de síntesis metafísica,
particularmente si tiene como objeto las complejas riquezas del conocimiento y
del espíritu, debe pues distinguir para unir.”
Ambas expresiones, la de Tauler y la de
Maritain, que desde luego se presentan en un terreno radicalmente distinto de
lo que en este escrito estoy tratando, que no es el de la metafísica, no por
ello deja de ser pertinente si uno se detiene en la propia expresión de Tauler
y de Maritain y no en la profundidad misma de lo que expresaron.
En efecto, lo expresado por Tauler puede
simplificarse en estos términos: quien entre en la unidad se impregna del
sentido de la verdadera distinción y nadie conoce en verdad la unidad si ignora
la distinción. Y, por su parte, añade Maritain: Hay que distinguir para unir.
Descendamos ahora de los altos vuelos de la
razón y parémonos en el suelo de nuestra Nación. Vamos a otear en nuestra
historia republicana, comenzando por la Cuarta República que no fue, como
equivocadamente siempre se dice, la de Rómulo Betancourt en 1959 sino la de
José Antonio Páez en 1830, y viajemos con la mente y el recuerdo histórico esos
183 años que nos separan de esa verdadera Cuarta República, para constatar
historia en mano, si el presente que vivimos los venezolanos en estos ya
demasiado largos años de “socialismo del siglo XX”, no es el peor uno de los
peores momentos de esta Patria calificada como “bendita tierra de gracia.”
Los gobiernos de la IV República: dos de
Páez; dos de Soublette; y el lamentable del Doctor Vargas, que atropellado por
el cínico Carujo hubo, después de haber regresado al mando por gestión de Páez,
retirarse definitivamente de toda opción política. En 1846 terminó esa primera
etapa republicana, llamada de la Oligarquía Conservadora. La segunda etapa,
entre 1847 y 1858, llamada de la Oligarquía Liberal fue catastrófica: Con la
Presidencia asumida por José Tadeo Monagas, se inició en Venezuela la fatal
práctica del abuso de los mandatarios. Entre otras cosas, recordemos que
Monagas asaltó al Congreso e inició el estilo violento y perverso propio de
otros posteriores gobiernos. Es suya esa frase “la Constitución sirve para
todo”. Frente a esos atropellos, Páez se alzó en Apure, pero fue derrotado y
apresado vejatoriamente, haciéndolo recorrer las calles de Valencia.
Sentenciado a muerte, al final Monagas lo dejó salir de Venezuela. Monagas
designo Presidente a su hermano José Gregorio, pero después hubo muchos
conflictos qye terminaron con el poder de los Monagas cuando se alzó el Gral.
Julián Castro (uno de los actores del golpe contra Vargas) en 1858.
La Guerra Federal surgió, entonces, como
resultado de específicos intereses políticos y económicos que enfrentaron a
conservadores y federalistas y de la frustración de un gran sector de población
desprovista de toda suerte de riquezas y privilegios, con el agravante de que,
al desamparo que quedó de la lucha por la independencia, se sumaron más de dos
décadas vividas sin esperanzas. Este, sin dudas, ha sido de nuestros más
difíciles tiempos. Pero como lo escribiera Domingo Alberto Rangel, “la Federación
ya estaba falsificada desde Coche. Y el peón hecho general por la gloria de un
combate no deseó ser el brazo ejecutor, en el gobierno, de la voluntad de
justicia de las masas. Prefirió despojar a los oligarcas, sustituyéndolos en el
vértice de la absurda estructura social de la época.” Luego una serie de cambios de gobernantes,
fue conduciendo la una nueva generación para asumir el poder. Cuando el
federalismo triunfó, quienes habían alentado esperanzas de cambios favorables
vieron hechos como los que ejemplificó el gral Falcón, victorioso de la guerra,
quien entre sus amigos y allegados repartió pródigamente beneficios materiales
obtenidos en los combates. Los historiadores han recogido la indignada
expresión del federalista general José Loreto Arismendi, descendiente del héroe
margariteño Juan Bautista Arismendi: “Luchamos cinco años para sustituir
ladrones por ladrones, tiranos por tiranos.”
Una nueva generación estaba por llegar al
poder: Tres líderes jóvenes destacaron y
ejercieron la Presidencia: Falcón, Guzmán y Crespo. Los tres ejercieron la
Presidencia. Falcón, a quien no le gustaba permanecer en la Capital; su
presidencia no duró mucho y su mano derecha fue Guzmán Blanco. Cuando al fin
decidió dejar el poder, lo asumió éste. Todos conocemos la historia del
gobierno de Guzmán: tiranía despótica, atropelladora del clero, con un ego
inmenso que le hizo autoconstruirse estatuas, sin duda logró cierta
modernización del país, especialmente en Caracas. Lo sucedieron gobiernos
militares y civiles con mandatos de 2 años como el de Joaquín Crespo quien ya
había ejercido el cargo en los paréntesis de Guzmán, el de Linares Alcántara,
quien trató de prorrogar el mandato de dos años impuesto por Guzmán; el de
Rojas Paúl, quien restableció las libertades y la armonía en el país. Más tarde
vino la dictadura de Crespo y su muerte en combate y el gris gobierno de
Ignacio Andrade, que fue derrocado por Cipriano Castro en 1899. Castro tuvo un
gobierno catastrófico, hecho propiciado por su conducta tiránica y personal,
pero contó con el apoyo de Juan Vicente Gómez, quien le financió y le acompañó
en su expedición.
Lo demás es historia muy conocida, desde
Gómez hasta nuestros días. Pero hay algo muy importante que destacar: ninguno
de los gobiernos, desde el de Páez en 1830 hasta el de Caldera en 1998, jamás
permitieron que el extranjero tomará posesión de nuestro país. Hemos tenido 168
años en lo que han habido muchas turbulencias, pero jamás, como en su tiempo lo
expresara Cipriano Castro “la planta insolente del extranjero ha osado hollar
el sagrado suelo de la patria”.
Después del breve y apretado recuento de
nuestra historia, volvamos a considerar lo escrito por Tauler y Maritain que
fue señalado al inicio de este escrito. Desde luego, es imposible en esta corta
reflexión presentar detalles, ni siquiera los voluminosos, que puedan explicar
nuestra conmocionada historia. Pero si a ver vamos, y se nos ocurre divagar
sobre las posibles, probables o creíbles razones de ese nuestro acontecer
histórico, no parece que sería un error el pensar que uno de los factores,
entre los principales de todos, que puedan dar razón parcial de ello, es que
“quien entre en la unidad se impregna del sentido de la verdadera distinción y
nadie conoce en verdad la unidad si ignora la distinción. Y, por su parte,
añade Maritain: Hay que distinguir para unir.”
Sí! La
falta de unidad es un elemento importantísimo a la hora de indagar sobre los
múltiples porqués de nuestro proceso histórico-político. El asunto es que nunca hemos aprendido, y
menos practicado en nuestra historia republicana el que “hay que distinguir
para unir” y que “nadie conoce en verdad la unidad si ignora la distinción”.
Nos hemos enfrentado los unos contra los
otros, casi sin pensar que “el otro” es un yo semejante al mío. Reconocer y vivir esa semejanza, esa
identidad que al mismo tiempo que separa está llamando a la unión es lo que es
clamado por el solo hecho de ser personas humanas, sujetos de eminente dignidad
a los ojos del Creador.
Hay que distinguir para unir, pero no hay
verdad de unidad si se ignora la distinción.
Bajo esa premisa y penetrando en ella, me
permito recoger lo que hace poco expresara María Carolina Machado. Dijo ella:
“Hoy
tenemos tres opciones: huir, sucumbir o insurgir. Huir, que sería negar la
realidad, lo propicia el régimen al imponer el Plan (de destrucción) de la
Patria; el cual excluye -en su esencia- cualquier posibilidad de diálogo.
Tengamos presente que el silencio sólo abre la puerta de la servidumbre.
Sucumbir sería traicionar nuestro legado histórico: libertario, demócrata y
republicano. Insurgir es la única opción. Significa la decisión individual de
persistir hasta reinstaurar la democracia. Requiere un liderazgo amplio, firme
y dispuesto a arriesgar y a arriesgarse; entendiendo el riesgo como un acto de
responsabilidad.” A lo largo de nuestra historia, lo más grande que hemos hecho
como pueblo, ha sido impulsado por nuestras creencias, por la fuerza de
nuestras aspiraciones. La más poderosa de ellas, el ejercicio de nuestra
soberanía y la libertad. Hay que distinguir para unir, pero no hay unidad si se
ignora la distinción. ¿Será posible un diálogo al interno de la oposición que
pueda unir distinguiendo? ¿O con el
gobierno? Agotémoslos.
Pedro Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
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