“La analogía de las artes es falsa; un cambio en una ley es una cosa muy diferente a un cambio en un arte. Porque la ley no tiene poder para comandar la obediencia excepto aquella del hábito, que sólo puede ser dado por el tiempo, de manera que estar listos para el cambio de las viejas a las nuevas leyes debilita el poder de la ley.” Aristóteles
En el epitafio del chavismo podríamos poner: sus ideas de rebelión no
eran finalmente sino cadenas, y su tentativa de liberación una forma de
esclavitud. Porque uno de los fundamentos del cambio que necesitamos hoy es la
eliminación de la agresividad patológica. Entre otras cosas, el cambio que
buscamos es para evitar el Estado policial. Todo permanecería pervertido si no
extirpamos la raíz, porque el cambio no es únicamente un desplazamiento
político sino la mutación de los fines para los cuales se gobierna, como una
nueva opción en los objetos del amor, el odio y el respeto. La libertad no está
en la punta de un fusil, aunque las bayonetas amenazan a Venezuela.
Junto a la evolución tecnológica debe haber un retorno a la naturaleza.
El cambio por la preservación de las bellezas y beneficios del planeta suscita
la necesidad de creer en la bondad del prójimo y en las de uno mismo, y de
probarlo, desviando la cultura hacia las culturas. También en la ecología
hallamos la energía indispensable para ciertas batallas. No todas las
omnipotencias se rebajan por vía del poder de la política. No debe seguirse el
ejemplo del chavismo: disponer de fondos menores para remediar males mayores.
Nuestros alertas deben fundamentarse en la investigación científica y
técnica, y la emoción colectiva. Tanto en la naturaleza como en las ciudades
hay sofoques y basura; no se trata sólo de sufrir su influencia, sino alzarse
contra tan triste estado ambiental, que atrofia la calidad de la vida. Lo que
pertenece a todos no puede dejarse a un lado, requiere una eclosión de
consciencia, un cambio hacia las relaciones intrasociales, la co-propiedad, la
co-gestión, la co-decisión, la co-dependencia, la co-responsabilidad. Se trata
de una temática que no es “desmovilizadora” ni “mistificante” sino envolvente
para todos; es una lucha de contracultura que nada tiene de marginal, es una
galaxia de cambios similar a los valores de la igualdad, a la lucha contra los vínculos totalitarios
que reposan en la jerarquización por la fuerza y la arbitrariedad.
Debemos salir de la cultura directiva hacia la cultura de la productividad,
hacia una participación suficiente de los interesados, sin condiciones que
permitan el abuso. Todas las variables de la igualdad pasan por la
reivindicación de la mayor libertad, sin censura, en repudio de los vínculos
totalitarios, donde sobrevive el dejo. Este es el corte del cambio y pasa por
los cambios de sensibilidades, conductas, hábitos, pensamientos y actos. Lo
normal es que el cambio político se produzca en la cima, menos que en la
sociedad, para que resulte perdurable.
La fuerza del cambio existe, ya comienza la confrontación cara a cara. Y
decimos crisis. El cambio se sitúa en el punto de convergencia de líneas
inconclusas, no pasatistas. La vanguardia del cambio, hoy, no está sólo en la
clase trabajadora; está en la vida moral, intelectual, comunitaria, política,
cuyos creadores alimentan la llama y que en algunos casos viven en los
intersticios de la sociedad tecnológica.
La involución del chavismo agrava nuestras dificultades internas,
destruye los medios para hacer las reivindicaciones, provocan la
descomposición, disgregan. El desastre en ciernes no amerita un deslizamiento a
la derecha ni a cualquier autoritarismo político. Las perspectivas de cambio
definen los límites de la contestación. O puede haber un cambio fundamentado en
la negación de la realidad. Debe quedarse en manos del chavismo el narcisismo,
la autoadmiración y la ignorancia que los caracteriza.
El estado narcisista se caracteriza por quererlo todo de un golpe, y como
no obtiene satisfacción recurre a la alucinación del deseo; el todopoderío
excluye la acción progresiva, ignora la realidad y se vuelve incompatibilidad,
contradicciones bajas; la idea de elección les resulta intolerable. Así se hace
un “gobierno contestatario” de sí mismo, excluyendo las soluciones correctas,
subordinándose a decadencias, próximas y lejanas. Y cualquier discusión
técnica, cualquier reserva acerca de un detalle, incluso de quienes están de su
lado, son rechazados y vistos como un acto de hostilidad.
Pero la discusión técnica es nuestro llamado a la realidad, justamente lo
que no puede tolerar aquél para quien no existe sino la gratificación súbita,
quien no puede soportar ni los insoportables regateos ni las impiadosas
acciones de cambio. Todo cuanto contradiga la omnipotencia mágica de las
palabras es vivido como la repetición de la herida narcisista original
experimentada por el niño cuando descubre su dependencia del ambiente que lo
rodea. En el universo de todo o nada, la redención está en la acción. El
redentor puede ser el “pobre”, a quien el chavismo necesita en sufrimiento,
como víctima a socorrer. De ahí su tendencia a negar y reintegrar al proletario
su papel de víctima.
Ningún cambio puede surgir de la pretensión de encarnar el Bien absoluto
contra el Mal absoluto. Ni irracionalidad ni intolerancia. Dejemos que el
chavismo nos invente otra película de vaqueros, quizás con un toque de
“marxismo zen” o “marxismo pop”; ya cuentan con el stripper y el gordo payasón,
entre otros especimenes del circo, que se entienden de maravillas vistiendo
ropitas rosadas para las tristezas del poder...
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