No puede pretenderse la aparición de un nuevo cuerpo de doctrina infalible y totalizante, una especie de renacimiento de las ideologías. La sociedad de la comunicación que habrá de venir es un cambio de paradigma en sí misma. Sobre ella se alzará la nueva realidad. Esto es, la tarea de los pensadores de hoy no es entregar un diseño de sociedad del futuro, sino crear las ideas para que el hombre comunicado protagonice. No se puede hacer a la manera de los viejos ideólogos que diseñaban una nueva realidad utópica. Lo que ahora corresponde es proponer una nueva lectura de la realidad, esto es, la creación de una nueva realidad derivada de la permanente actividad de un república de ciudadanos que ejerciendo el poder instituyente cambian las formas a la medida de su evolución hacia una eternamente perfectible sociedad democrática.
Ahora bien, debemos marchar hacia la construcción de la nueva realidad. La nueva realidad se gesta como consecuencia de la acción de una serie de elementos preexistentes, de la concurrencia de circunstancias fortuitas y, finalmente, los que salen o se suceden de la nada. Estos últimos son resultantes de sistemas que se auto-organizan. Como en el caso de los senderos que se bifurcan, la nueva realidad puede ser una u otra. En cualquier caso es menester la generación de elementos nuevos inexistentes previamente. A esto me refiero cuando llamo la atención del pensamiento. Mientras más elementos novedosos se inserten en la realidad que enfrenta bifurcaciones más posibilidades habrá de una realidad flexible que preservará el estado alcanzado, pero que seguirá consciente de utilizarlo para nuevos saltos cualitativos. Esto es, el líder es más un facilitador que un artífice, permitiendo así la preservación de la libertad.
Es evidente que si influenciamos el advenimiento de una nueva realidad es porque percibimos síntomas en el presente que no nos gustan y pensamos que el mantenimiento de las tendencias pueden conducir a resultados catastróficos. Como los viejos incentivos están agotados es menester repensar al hombre inerte para que ejerza la reflexión sobre las ideas que han sido lanzadas al ruedo y crea en la posibilidad de su realización. La tarea comienza con la descripción de las taras del presente, con un llamado a la rehumanización, con el análisis puntual de las consecuencias posibles y con una acción que conlleve a su adopción y práctica.
Algunos ensayistas han llamado a esta sociedad democrática que he descrito como instituyente, y en permanente movimiento, una “sociedad de transformación”. Está basada, obviamente, sobre la auto-organización, una donde la interacción cumple su papel de mejorar mediante una toma de conciencia. Esto es, mediante la absorción del valor de las relaciones simbióticas, lo que implica un cambio de valores.
El vencimiento de los paradigmas existentes, o la derrota de la inercia, debe buscarse por la vía de los planteamientos innovadores e inusuales que, con toda lógica en los procesos humanos, serán descartados ab inicio por el entorno institucionalizado. El derribo de los dogmas no es un proceso fácil ni veloz, pero el aporte de las nuevas tecnologías del intercambio comunicacional será un desencadenador clave.
La inutilidad de los viejos paradigmas queda de manifiesto cuando el hombre comienza a sospechar que ya no le sirven exitosamente a la solución del conflicto o de los problemas. Está claro que la revocatoria de los anteriores requiere de un esfuerzo sostenido pues se deben revalorar los datos y los supuestos.
Nuevos paradigmas requieren, generan o adoptan nuevos actores. Cuando los nuevos prendan en la conciencia entraremos en un “encargo a la multitud”. Los nuevos paradigmas comienzan a bullir en la lingüística, en la geografía y en la comunicación, sólo por nombrar algunas áreas. Deben aparecer también en el campo de la política y recuperar la subjetividad de lo humano.
El ejercicio del poder se ha hecho así inherentemente conflictivo. Este concepto de poder se ha hecho ineficaz. Arend le dio su toque cuando lo llamó la capacidad de actuar concertadamente. Es lo que otros autores han llamado “poder con”. Lo que debemos derruir es el poder como “poder sobre”. Foucault habla de una convocatoria más bien a una serie indefinida de distribuciones horizontales de poder.
La crisis de las instituciones obsoletas pueden conducir al extremo del horizontalismo absoluto, pero está claro que la falta total de organización no funciona, lo que puede replantear épocas autoritarias en respuesta al desorden. A su vez, el desprecio justificado por los dirigentes puede plantear la aparición de lo que se ha dado en llamar “el poder de la referencia social”, una no perteneciente a quien la tiene sino a la gente que la otorga o la quita.
No podemos extender el concepto de poder de la modernidad a la posmodernidad por un razón muy sencilla: el hombre no es sólo un depositario de derechos sino un “empoderador” que gestiona. Foucault es el contemporáneo más próximo que se ha ocupado del poder. Ya hemos visto como habla de “distribuciones horizontales”. En efecto, el poder vertical es resistido por una red de redes en la era presente de lo tecnológico que coadyuga a la sustitución de una sociedad informada por una sociedad comunicada.
La identidad entre poder y dominación ha llevado a este dañino paradigma del poder como “poder sobre”. Los rasgos del poder desafiado por una cultura que llama al intelecto a “empoderarse” en imbricación con los demás del devenir histórico apunta ahora al nuevo paradigma del poder como “poder hacer”, uno que podemos definir como el poder como un derecho de creación.
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