Los últimos acontecimientos en Egipto nos obligan a referirnos a lo que algunos gobiernos han definido como “diplomacia pragmática”, reconocida expresamente como el fundamento de la política exterior del gobierno de los Estados Unidos por parte de su Presidente, Barack Obama.
Las buenas relaciones entre los gobiernos de los Estados Unidos y Egipto datan de la presidencia del Republicano Ronald Reagan en los años 80. Gracias a la contribución en el conflicto Árabe-Israelí de quien para entonces se iniciaba como Presidente de Egipto, Hosni Mubarak, este logra para su país beneficios económicos y relaciones privilegiadas de parte del país del norte.
El tiempo transcurría en Egipto, y con ello, la admiración hacia su líder máximo y héroe nacional, Hosni Mubarak, comienza a desvanecerse. Asesinado el antecesor de Mubarak, Anwar el- Sadat, el nuevo gobierno se encargaría de establecer mecanismos capaces de perseguir a potenciales enemigos del régimen. Uno de ellos fue la llamada “Ley de Emergencia”, la cual facilitaba la detención arbitraria de cualquier ciudadano, simplemente por “sospechas” de deseos ocultos en contra del gobierno egipcio. Tal Ley terminaría convirtiéndose, en los años sucesivos, en un instrumento de atropellos y abuso de poder en contra de la ciudadanía. Esto, sin contar con la utilización de mecanismos para garantizarse la permanencia en el poder por parte del mandatario, como fue la reforma de la Constitución de la República para imponer la reelección indefinida.
HILLARY CLINTON Y BARACK OBAMA |
Nada de esto pasaba desapercibido para el gobierno Estadounidense. Basta con examinar los recién divulgados cables de “Wikileaks” para verificar que por lo menos, desde 1999, diplomáticos norteamericanos informaban a su gobierno respecto al gran descontento que se sentía en las calles de este milenario país. Molestias por el desempleo, inconformidad por los altísimos precios de los productos de primera necesidad, corrupción y abuso de poder, y la evidente indignación por la pérdida de las libertades de los ciudadanos, eran parte de estos sentimientos de repudio ante el mandatario egipcio. Para entonces, llegaba a la presidencia de los Estados Unidos un popular hombre de color, cuya simpatía se confundía con una ingenuidad a toda prueba en esto de manejar los hilos del poder, y la política exterior. Ingenuidad, o ignorancia, el caso es que para el inaugurado presidente Obama era imposible negar el conocimiento que le llegaba de primera mano respecto al descontento de la población egipcia.
El resto, ya es historia: sectores de la sociedad de ese país se apostaron en una plaza pública exigiendo la renuncia de Mubarak. Mientras, éste intentaba ganar tiempo manifestando su interés en permanecer en el cargo, a fin de “contribuir a la transición pacífica del poder” hasta el mes de septiembre. Así, a pesar de toda la información que sobre el caso manejaba el gobierno de Obama, su secretaria de Estado hace público el apoyo de éste a la permanencia en el poder del dignatario egipcio, hasta las próximas elecciones presidenciales.
No importaba que el pueblo denunciara públicamente sus sufrimientos y clamara libertad. Tampoco que reclamara la existencia de muertos, desaparecidos y torturados por el régimen, ni que renegara de unas elecciones fraudulentas. Total, mientras Mubarak siguiera garantizando la paz en el Medio Oriente, lo demás simplemente era lo de menos.
Esta es la diplomacia pragmática a la cual hacemos referencia. La misma aplicada hace un par de semanas cuando el gobernante Norteamericano recibía en la Casa Blanca a Hu Jintao, Presidente de China, de quien el estadounidense ni recordó los reclamos por los ya 3 años de detención que lleva el disidente Liu Xiabo, recién galardonado con el premio Nobel de la Paz, y preso político del gobierno chino. Mucho menos hizo memoria de los constantes informes de organismos públicos y privados del país del norte respecto a la violación de los derechos humanos por parte del gobierno de China como política de Estado. Habiendo negocios de por medio, no había porqué enturbiar el ambiente, dirían los entendidos.
Probablemente tales circunstancias respecto a esta diplomacia pragmática, no tengan trascendencia cuando los afectados son los chinos, o los egipcios. Pero cuando las víctimas somos pueblos, como los venezolanos, la situación adquiere otra connotación.
Para nadie es un secreto que la situación que padecemos hoy en día en Venezuela resulta dramática. Un gobierno que bajo la apariencia de ser democrático, ha violado todos los principios del sistema político que dice defender. Un presidente que olvidando su deber de sumisión a la Constitución y leyes de la República actúa como si el Estado le perteneciera. Un régimen que ha atropellado impunemente los derechos humanos, minando la fe del pueblo de una vida en libertad, de paz y de justicia social. Un sistema que arremete contra todo y en contra de todos, que de una u otra forma se atrevan a denunciarlo. Para muestra basta apreciar la cantidad de venezolanos perseguidos, presos políticos, exiliados. En fin, una caricatura de democracia.
Y es de esta forma, que como un grito desgarrador, muchos venezolanos, amparados en esa tradición republicana del pueblo norteamericano, cuyos valores sirvieron como guía a innegables íconos de la democracia de su país, como George Washington, Abraham Lincoln, Thomas Jefferson o John Quincy Adams, han confiado en la incondicional colaboración del gobierno de E.E.U.U. a fin de dar a conocer a ese país, y al mundo, la desgracia que significa hoy en día vivir en Venezuela. Esto, con el objeto de presionar a la comunidad internacional a que “mire lo que pasa en el país”.
Como sabemos, nada de esto ha funcionado, y es que mientras el instrumento de la diplomacia pragmática norteamericana hacia Venezuela sea el “PETRÓLEO”, nada, ni nadie, privarán sobre dichos intereses, como durante 30 años nada se impuso entre los abusos de Mubarak y la denuncia de tales atropellos hacia su propio pueblo.
Resulta evidente entender que de parte del gobierno bolivariano no existe, ni existirá en los venideros tiempos, un ápice de interés en suspender la venta de este hidrocarburo a los Estados Unidos, cuyos dólares paradójicamente subvencionan la revolución bolivariana. De igual forma, hasta el presente, no se ha visto ninguna medida que haga suponer la búsqueda, en un futuro próximo, de otros mercados por parte de la Administración Obama a fin de garantizarse el suministro del crudo, sustituyendo la provisión del Petróleo venezolano. Hasta que esto último no suceda, resultan inaplicables las medidas sugeridas por algunos congresistas Estadounidenses de requerir la declaratoria de Estado colaborador del terrorismo, Estado Fallido, o de embargos en contra del Estado venezolano.
Así son de duras las diplomacias pragmáticas.
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