El mundo se encuentra gobernado mayoritariamente por ilusos porque impera en el planeta una tendencia casi irrefrenable a creer que todo en la economía se puede manosear. Muchos políticos, amparados en el soporte pseudo científico y sus débiles andamios, esos que ofrecen los ámbitos académicos, empezaron a transitar ese sendero.
Un grupo de intelectuales, que encontraron en la economía del bienestar un medio de vida, aparentemente honroso, se han ocupado de desarrollar retorcidas teorías, indemostrables por cierto, que permiten su subsistencia personal, y la de toda la casta política a la que han sabido encumbrar y sumar como aliada estratégica.
Su concepción ingenua, parte de la base que todo se puede manipular. Que las variables económicas se pueden retocar y acomodar a gusto y paladar de la sociedad, y que solo se trata de encontrar las piezas adecuadas, el resorte exacto, el engranaje indicado.
Si la cosa sale bien, dirán que fue su mérito, su descubrimiento. Si sale mal, es simple, será el perverso efecto del mercado. Sus políticas nunca tienen que ver con los resultados indeseados. Para ellos solo se trata de acertar con las herramientas. Lo cierto, es que ese modo de ver la economía, se ha trasladado a casi toda su visión. Intentan aplicarlo en la vida cotidiana y en todo aquello que la política puede inducir.
Los resultados están a la vista. Una economía con altísimos niveles de intervención estatal gobierna el globo hoy. Solo se trata de matices. En algunos países aun respetan el sistema de precios, aunque solo lo hacen fronteras adentro ya que intervienen fuertemente con regulaciones al comercio internacional para sojuzgar la capacidad de compra de sus ciudadanos y favorecer o perjudicar a los empresarios locales, según como soplen los vientos del lobby doméstico. Subsidios, promociones, ayudas, incentivos, los instrumentos pululan, abundan, sobran y se reinventan a diario.
El máximo paradigma de esta mirada lo constituye la manipulación monetaria. Los Bancos Centrales, los iluminados economistas y políticos que suponen saber como “jugar ese juego”, pretenden hacer de dioses para establecer criterios de emisión de la moneda, niveles de tasas de interés y cuanta variable esté a su alcance. Ellos creyeron encontrar el paraíso cuando un par de malabarismos lineales le dieron resultados de corto plazo. Sabían que luego eso se derrumbaría, pero a esas alturas, el problema ya sería de otros, y encontrar responsables, se convertiría en algo muy simple.
Alguna vez alguien, con el que poco acordamos respecto de su visión, dijo algo así como que “con la economía se puede hacer cualquier cosa, salvo evitar sus consecuencias”. La frase bien vale para casi cualquier ámbito de la vida ciudadana.
Se trata de libertad y responsabilidad. Hacer algo, implica asumir los riesgos y entender que la vida esta repleta de acción y reacción. Cuando en la economía sucede algo, como ahora, como antes, y como seguramente ocurrirá en el futuro, es la consecuencia de otra cosa, y no la causa de nada.
El protagonismo planetario que han logrado los Bancos Centrales, como monopolios estatales de la creación, emisión y distribución del dinero, es el dato más preocupante de la economía mundial de este tiempo. La aceptación generalizada de que esta regla es la correcta, y la discusión publica de tonalidades irrelevantes respecto a la eficiencia de sus funcionarios, el criterio de sus burócratas y la moralidad de los dirigentes que las conducen, parte de la base de una ilusión sin sustento.
La economía no puede ser conducida sin consecuencias indeseadas. No se trata de un rompecabezas. Cuando se intervienen los mercados, y el dinero es solo una mercancía mas en este esquema, es inevitable pagar los costos de esa manipulación.
El mercado tiene sus reglas, se trata de un mecanismo natural, tan básico y lineal como la ley de gravedad. Se pueden posponer efectos, desviar recorridos, acelerar procesos, pero lo que no se puede evitar, es que el mercado actúe más tarde o más temprano.
La inmoralidad de detener los naturales esquemas que propone el mercado, nos lleva irremediablemente a pagar costos impensados, imposibles de medir, de consecuencias inimaginables. Los supuestos problemas que se quisieron evitar volverán sobre nosotros pero con más fuerza, y con la desventaja, de que habremos creído que los superamos, y estaremos perdiendo concentración en corregir las causas originarias del problema.
Le hemos invertido demasiado tiempo a torcer los rumbos, y no a entender los mecanismos bajo los cuales funcionan las reglas universales. Se trata de interpretarlas con inteligencia y no de resistirse caprichosamente a ellas. En el recorrido de este perverso juego, se hacen eficientes negocios que no lo son, se inventan algunos inviables y se castigan a los mejores, bajo el ardid de defender los intereses de todos.
El mundo ha progresado muy a pesar de los detractores del mercado. Las grandes invenciones, los avances en todos los campos no han provenido precisamente del intervencionismo reinante, sino de la creatividad humana.
La guerra de monedas, nos invita hoy a la pulseada mas perversa de esta nefasta visión ideológica que orienta al mundo. La sociedad en su conjunto las aprueba ingenuamente. Sigue creyendo que la economía puede “simularse” para lograr los efectos deseados y evitar los otros. Estamos repletos de historias que cuentan lo contrario. Pero claro, los manipuladores ahora dirán que la culpa la tiene otro. Si sus teorías fueran ciertas, si pudieran demostrarlas con elementos concretos, no conviviríamos los problemas que conocemos. Todo se hubiera resuelto mágicamente y hace tiempo.
Si vivimos de crisis en crisis, y la que viene siempre parece peor que la anterior, tal vez sea tiempo de asumir que sus teorías son erróneas, que sus construcciones intelectuales, son castillos en el aire, que solo han sabido anteponer sus intereses personales para poder vivir de sus retorcidas ideas y hacerle pagar al mundo, a esos que producen con su esfuerzo a diario, el costo de sus políticas, esas que reinventan a diario para poder mantenerlas y sostenerse en el tiempo.
A la economía hay que entenderla, interpretarla, y jugar sus reglas con inteligencia y sobre todo con esfuerzo y responsabilidad. No se trata del ingenuo vicio de someterla. Eso solo ayuda a los que viven de ese lado del mostrador, del lado de los que mueven las palancas. Muchos de ellos conocen bien la historia, pero necesitan de esta parodia infinita para prolongar eternamente ese medio de vida que los aloja en los gobiernos, los alberga en las universidades y les da contención en las organizaciones que viven del favor estatal. Otros, los mas por cierto, entre los que cabe incluir al inmenso universo ciudadano que conforma el electorado, siguen viviendo bajo el paraguas que propone el paraíso de los ilusos.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
Un grupo de intelectuales, que encontraron en la economía del bienestar un medio de vida, aparentemente honroso, se han ocupado de desarrollar retorcidas teorías, indemostrables por cierto, que permiten su subsistencia personal, y la de toda la casta política a la que han sabido encumbrar y sumar como aliada estratégica.
Su concepción ingenua, parte de la base que todo se puede manipular. Que las variables económicas se pueden retocar y acomodar a gusto y paladar de la sociedad, y que solo se trata de encontrar las piezas adecuadas, el resorte exacto, el engranaje indicado.
Si la cosa sale bien, dirán que fue su mérito, su descubrimiento. Si sale mal, es simple, será el perverso efecto del mercado. Sus políticas nunca tienen que ver con los resultados indeseados. Para ellos solo se trata de acertar con las herramientas. Lo cierto, es que ese modo de ver la economía, se ha trasladado a casi toda su visión. Intentan aplicarlo en la vida cotidiana y en todo aquello que la política puede inducir.
Los resultados están a la vista. Una economía con altísimos niveles de intervención estatal gobierna el globo hoy. Solo se trata de matices. En algunos países aun respetan el sistema de precios, aunque solo lo hacen fronteras adentro ya que intervienen fuertemente con regulaciones al comercio internacional para sojuzgar la capacidad de compra de sus ciudadanos y favorecer o perjudicar a los empresarios locales, según como soplen los vientos del lobby doméstico. Subsidios, promociones, ayudas, incentivos, los instrumentos pululan, abundan, sobran y se reinventan a diario.
El máximo paradigma de esta mirada lo constituye la manipulación monetaria. Los Bancos Centrales, los iluminados economistas y políticos que suponen saber como “jugar ese juego”, pretenden hacer de dioses para establecer criterios de emisión de la moneda, niveles de tasas de interés y cuanta variable esté a su alcance. Ellos creyeron encontrar el paraíso cuando un par de malabarismos lineales le dieron resultados de corto plazo. Sabían que luego eso se derrumbaría, pero a esas alturas, el problema ya sería de otros, y encontrar responsables, se convertiría en algo muy simple.
Alguna vez alguien, con el que poco acordamos respecto de su visión, dijo algo así como que “con la economía se puede hacer cualquier cosa, salvo evitar sus consecuencias”. La frase bien vale para casi cualquier ámbito de la vida ciudadana.
Se trata de libertad y responsabilidad. Hacer algo, implica asumir los riesgos y entender que la vida esta repleta de acción y reacción. Cuando en la economía sucede algo, como ahora, como antes, y como seguramente ocurrirá en el futuro, es la consecuencia de otra cosa, y no la causa de nada.
El protagonismo planetario que han logrado los Bancos Centrales, como monopolios estatales de la creación, emisión y distribución del dinero, es el dato más preocupante de la economía mundial de este tiempo. La aceptación generalizada de que esta regla es la correcta, y la discusión publica de tonalidades irrelevantes respecto a la eficiencia de sus funcionarios, el criterio de sus burócratas y la moralidad de los dirigentes que las conducen, parte de la base de una ilusión sin sustento.
La economía no puede ser conducida sin consecuencias indeseadas. No se trata de un rompecabezas. Cuando se intervienen los mercados, y el dinero es solo una mercancía mas en este esquema, es inevitable pagar los costos de esa manipulación.
El mercado tiene sus reglas, se trata de un mecanismo natural, tan básico y lineal como la ley de gravedad. Se pueden posponer efectos, desviar recorridos, acelerar procesos, pero lo que no se puede evitar, es que el mercado actúe más tarde o más temprano.
La inmoralidad de detener los naturales esquemas que propone el mercado, nos lleva irremediablemente a pagar costos impensados, imposibles de medir, de consecuencias inimaginables. Los supuestos problemas que se quisieron evitar volverán sobre nosotros pero con más fuerza, y con la desventaja, de que habremos creído que los superamos, y estaremos perdiendo concentración en corregir las causas originarias del problema.
Le hemos invertido demasiado tiempo a torcer los rumbos, y no a entender los mecanismos bajo los cuales funcionan las reglas universales. Se trata de interpretarlas con inteligencia y no de resistirse caprichosamente a ellas. En el recorrido de este perverso juego, se hacen eficientes negocios que no lo son, se inventan algunos inviables y se castigan a los mejores, bajo el ardid de defender los intereses de todos.
El mundo ha progresado muy a pesar de los detractores del mercado. Las grandes invenciones, los avances en todos los campos no han provenido precisamente del intervencionismo reinante, sino de la creatividad humana.
La guerra de monedas, nos invita hoy a la pulseada mas perversa de esta nefasta visión ideológica que orienta al mundo. La sociedad en su conjunto las aprueba ingenuamente. Sigue creyendo que la economía puede “simularse” para lograr los efectos deseados y evitar los otros. Estamos repletos de historias que cuentan lo contrario. Pero claro, los manipuladores ahora dirán que la culpa la tiene otro. Si sus teorías fueran ciertas, si pudieran demostrarlas con elementos concretos, no conviviríamos los problemas que conocemos. Todo se hubiera resuelto mágicamente y hace tiempo.
Si vivimos de crisis en crisis, y la que viene siempre parece peor que la anterior, tal vez sea tiempo de asumir que sus teorías son erróneas, que sus construcciones intelectuales, son castillos en el aire, que solo han sabido anteponer sus intereses personales para poder vivir de sus retorcidas ideas y hacerle pagar al mundo, a esos que producen con su esfuerzo a diario, el costo de sus políticas, esas que reinventan a diario para poder mantenerlas y sostenerse en el tiempo.
A la economía hay que entenderla, interpretarla, y jugar sus reglas con inteligencia y sobre todo con esfuerzo y responsabilidad. No se trata del ingenuo vicio de someterla. Eso solo ayuda a los que viven de ese lado del mostrador, del lado de los que mueven las palancas. Muchos de ellos conocen bien la historia, pero necesitan de esta parodia infinita para prolongar eternamente ese medio de vida que los aloja en los gobiernos, los alberga en las universidades y les da contención en las organizaciones que viven del favor estatal. Otros, los mas por cierto, entre los que cabe incluir al inmenso universo ciudadano que conforma el electorado, siguen viviendo bajo el paraguas que propone el paraíso de los ilusos.
Alberto Medina Méndez
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