No es muy grande la
brecha que existe entre el pesimismo y el triunfalismo cuando de mediciones
hablamos para sustentar el argumento de la victoria o de la derrota
electoral. El solo hecho de la
competencia entre dos partes crea una obligación de fuerza mayor donde va
implícita la participación de las personas tanto de un bando como del
otro. Es tan grave el temor a la
derrota como la voracidad triunfalista.
Equivocados estamos si seguimos viendo la pérdida del gobierno en las
insoportables colas de los supermercados: eso es triunfalismo. Similar actitud sería pensar que el sentimiento chavista es
indisoluble por la ceguera frente aquella realidad del encantador de
serpientes: eso es una derrota adelantada.
Con firmeza enarbolamos
la bandera de la oposición democrática
sin ser excluyentes, porque es
tan venezolano el que ayer votó por Chávez, como el que expresó su pasión en el intento para
derrotarlo. Razonemos con sensatez. El gobierno perderá las venideras elecciones
parlamentarias porque desencantó a esa gran masa de seguidores con promesas que
se convirtieron en burla y engaño; perderá las parlamentarias, porque
ciertamente Chávez era una expectativa, Maduro una frustración. ¿Dónde están las obras de estos 16 años de
ingresos multimillonarios de dólares por concepto del petróleo? ¿Hasta cuándo la farsa de las miles de viviendas invisibles construidas
en el verbo imaginario del
presidente? Ningún extraño pudiera
suponer que en la propia capital de Venezuela se palpe la vergüenza del refugió
donde se alojan -por la
irresponsabilidad del gobierno revolucionario y socialista- miles de seres humanos viviendo como animales. Estos son razonamientos válidos para
interpretar que, si salimos a votar el 6
de diciembre, ganaremos las parlamentarias.
Las referencias de este régimen totalitario
ocupan espacios que antes eran nuestra
garantía en las relaciones recíprocas entre países democráticos. El sol no lo pueden tapar con un dedo. Pierden las parlamentarias porque el cuadro de corrupción a los más altos niveles
de este régimen es alarmante; dispusieron del tesoro público a su antojo, convirtiéndose muchos de los que llegaron con
una mano adelante y otra atrás, en
potentados y dueños hoy de grandes fortunas en bienes y cuentas
bancarias camufladas dentro y fuera del país.
Las posibilidades de
ganar nos favorecen, pero no lo lograríamos sentados en la ventana esperando
que pase el cadáver de nuestro
enemigo. Son razones lógicas que nos
dan la victoria; pero no basta con
desear el mejor futuro para nuestros
hijos: si no votamos, estamos
derrotados.
Luis Garrido
luirgarr@hotmail.com
@luirgarr
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