En
los regímenes que controlan prácticamente todos los aspectos de la vida
ciudadana, las elecciones están repletas de preocupaciones y angustias que
pueden llevar a percepciones derrotistas cuando las condiciones de cambio están
más latentes que nunca. Aunque la disidencia estructura mensajes claros que evocan
la necesidad de una transformación, el gran reto pasa por hacer que la
ciudadanía considere que se puede triunfar.
En
este tipo de sistemas el acceso de los opositores a los limitados medios de
comunicación resulta prácticamente insignificante, mientras que el gobierno
dispone de un aparataje comunicacional en el que el mito, la descalificación al
contendor y el culto a la personalidad son constantes y recurrentes. Los
disidentes deben entonces aprovechar los mínimos espacios que se presentan por
lo que la inventiva, la contundencia y los objetivos claros obligan a diseñar
campañas adecuadas y acordes.
Desafortunadamente,
la oposición tiene que duplicar sus esfuerzos, pues no sólo se enfrenta a un
régimen que no escatima en abusar de todo su poder, llegando incluso a
encarcelar a disidentes, emplear la justicia como arma política y a usar la
legalidad para intervenir y anular partidos, sino que también tiene que luchar
contra un grupo de críticos del gobierno que la acusan de colaboracionista y de
ser poco dura en su discurso, señalando además que a su juicio no hay salida
democrática ante lo que se vive.
Aunque
el ventajismo gubernamental se hace presente, no queda otra salida para los que
sueñan con la libertad que trabajar arduamente en una opción distinta que
permita vislumbrar otro país. Eso fue lo que hicieron los partidos políticos
chilenos que se oponían a la dictadura de Pinochet y que dejando de lado sus
históricas diferencias emprendieron una gran estrategia para triunfar, logrando
ganar el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y obligando al gobierno militar a
convocar elecciones presidenciales.
27 años después del triunfo del "No" en Chile son muchas las enseñanzas que se presentan. La primera de ellas indica que con participación, pese a las condiciones imperantes, es factible ganar y que una campaña de base, así no se tenga una gran exposición mediática, puede ser más que suficiente. Sirve el ejemplo chileno para aclarar que aquellos que dicen que los gobiernos autoritarios no aceptarían los resultados electorales, deberían recordar cómo la sangrienta dictadura chilena tuvo que leer el parte electoral que señalaba que la oposición había ganado holgadamente llegando para Chile la alegría y empezando a abrirse las puertas del progreso.
Luis
D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva
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