La
verdad es que ni siquiera los griegos están viviendo la hora menguada, por la
que nosotros atravesamos en este momento; sobre todo, por la situación de
secuestro en que nos encontramos, siendo gobernado el país por una clase
dirigente sorda y ciega, y que más bien juega al caos.
¿Es
así como se soluciona el problema del bachaqueo y de la inseguridad? Es verdad
que la presencia de indocumentados en nuestro país, procedentes sobre todo de
Colombia, constituye un problema, digamos, de Estado, y lo más recomendable
para nosotros es resguardar y proteger nuestras fronteras, en ese sentido, como
lo están haciendo muchos países en el mundo, que confrontan este mismo
problema; el hecho, como lo han dicho las autoridades colombianas, es que dicho
problema no está allá, sino aquí; comenzando con una errada política económica,
que estimula el comercio informal en todos los sentidos, incluido aquí el tema
del contrabando de extracción y, luego, con una gran desatención por el flagelo
de la delincuencia, y que se les fue de las manos a este gobierno.
Durante
sus primeros años de gestión, Chávez lo decía: el problema de Venezuela es
moral; sólo que no sabía por qué lo decía; quizás, dejándose llevar por aquel
sentimiento que prevalecía en la opinión pública de que la entonces clase
política se había ladroneado; que el líder de mayor perfil en nuestro cotarro,
Carlos Andrés Pérez, se podía considerar “el choro” mayor; claro, porque esto
iba con la famosa corriente antipolítica, que se había generado en la sociedad
venezolana, y porque no sabía lo que decía, Chávez estaba imposibilitado de
fomentar una escala de valores éticos en la conciencia de la población;
comenzando él mismo con la apología al delito, y de la cual hizo gala, cuando
al enfocar el tema del hambre en Venezuela, exclamó que no se justificaba que
un padre de familia que se robara un pan, para llevar de comer a sus hijos,
fuera a la cárcel, y que es todo lo contrario a lo que un jefe de Estado debe
sembrar en la población.
Es
por eso que resulta muy válida la pregunta, que se lee en uno de los portales
electrónicos de Internet, de que si Chávez de verdad arruinó el país; porque,
en efecto, la ruina no sólo ha sido económica, sino también moral. Ahora sí nos
encontramos en una sociedad de cómplices; de la que se hablaba durante el
gobierno de Rafael Caldera; momento en el que a uno de sus hijos se le apodaba
–estoy hablando con el lenguaje de la época- “el pimentón”, porque “estaba en todos
los guisos”. El hecho es que Chávez nunca se preocupó por investigar si todo
esto era verdad o no verdad; cuando, por el contrario, en sus narices
comenzaron a estallar los escándalos de corrupción de sus propios ministros;
como fue el caso Micabú, donde se le involucraba a Luis Miquilena en el cobro
de la edición de 50 mil ejemplares de la Constitución de 1999, recién aprobada,
con sobreprecio; tolerando Chávez, posteriormente, la persecución que se desató
sobre el medio de comunicación, que se atrevió a publicar la denuncia, La
Razón, cuyo director tuvo que asilarse en Costa Rica, hasta el día de hoy, y a
partir de allí siguieron estallando casos, incluso, que son para abismarse
frente a la gravedad de los hechos, como sería, por ejemplo, el de la comida
podrida de los contenedores del puerto de Puerto Cabello.
Chávez
no pasaba de ser un comandante engorilado, como lo hizo ver cierta revista de
España en su edición de la semana del 4 de febrero de 1992, cuando estampó en
su principal titular “el tigre de papel”, y debajo aparecía una imagen suya; un
hombre al que sí le cabía aquel apelativo que había utilizado Carlos Marx, para
referirse al Libertador, del “general de las retiradas”, sólo que estaba lleno
de delirios de grandeza, sobre todo, por su talento comunicacional, que en esto
habría que reconocerle alguna virtud; aun cuando el ex presidente Pérez la
calificaba de “incontinencia verbal”, y entonces esto le daba lugar al hecho de
presumir de que, como poseía habilidades para la oratoria, se podía considerar
el más capacitado para gobernar el país.
He
allí lo que se conoce como un “encantador de serpientes”, y el que ejerció una
gran atracción sobre unas masas con una visión de mundo muy cortoplacista;
fáciles de manipular con ese discurso engorilado de Chávez; pero que no podía
pasar de ahí; porque, a pesar de que se trataba del nuevo líder que surgía en
el escenario de la política venezolana, no se había preocupado por diseñar un
proyecto de país; con una concepción propia de la realidad venezolana; habiendo
recibido mucha basura teórica de esa resaca de la izquierda venezolana; que
constituyó su entorno, a la hora de lanzar su proyecto político, y que también
vivía en un estado de delirio, si tomamos en cuenta que ya para la época el
bloque soviético, junto a sus naciones satélites, había implosionado, excepto
Cuba; de modo que llegaba al poder con una visión totalmente deformada de la
realidad; lo que significa de por sí, que si marchábamos por este camino,
íbamos a la ruina institucional que lo comprende todo.
Un
hombre con una desmedida ambición de poder; pero sin escrúpulos ni principios,
y que era lo que más le impedía fomentar la cultura del progreso en el medio
venezolano. ¿Qué nos dejó como herencia? El hecho de que nuestro país sea
considerado como uno de los más corruptos del mundo; pues cada día nuestro
espíritu picaresco se especializa más en la técnica de la estafa, del robo, del
arrebatón en el Metro del teléfono celular. Ahora sí se podría expresar,
repitiendo a Gonzalo Barrios, que en este país se roba, porque no hay razones
para no robar, y la diferencia del caso nuestro de Grecia, es que allá no hay
un Estado víctima de mafias expoliadoras, como las de nosotros; producto,
precisamente, de la errática política económica.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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