Como un criminal cualquiera que planifica fríamente
su crimen para luego ensañarse con la víctima indefensa. Así ha actuado el
régimen en el caso de Leopoldo López. La sentencia estaba dictada antes de
comenzar el juicio, que no fue sino una pantomima para someterlo a un
procedimiento de tortura psicológica urdido fríamente en el cual se violaron
todas las normas del debido proceso y se cometieron todas las arbitrariedades
que se le antojaron a la señora Barreiros, a quien no llamo juez porque no
merece ese título. Los jueces existen para aplicar la justicia imparcial y
objetivamente. Esa señora es uno más de los títeres que maneja el régimen a su
antojo.
Además, hablo del régimen porque esa atrocidad es
obra no solo del ilegítimo, sino de todo
el gobierno en su conjunto. Son cómplices todos los poderes públicos que
aplauden y se regocijan con la decisión mediante la cual Leopoldo López ha sido
condenado a seguir soportando las execraciones y torturas que se les antojan a
sus carceleros.
Los detalles de la detención, encarcelamiento y
prisión de Leopoldo son suficientemente conocidos y no hace falta repasarlos
aquí. Pero no puedo dejar de sumarme a las denuncias que tanto nacional como
internacionalmente se han proferido contra el atropello a la justicia, a los
más elementales derechos humanos y contra la perversa malignidad de una
decisión que no merece ser llamada sentencia.
El régimen ha descargado sobre Leopoldo todo el
odio, el resentimiento, la perversidad que personifica el elemento que ejerce
la primera magistratura a quien no llamo presidente porque es un usurpador del
poder y carece de toda legitimidad para ejercer esa función.
Como en el caso del comisario Iván Simonovis, el
régimen en su villanía no ha tenido la más mínima consideración hacia la
familia y sobre todo los niños, bebés, que han sido testigos de la ferocidad y
la sevicia con que un gobernante desalmado se encarniza despiadadamente contra
su padre.
La decisión de la señora Barreiros evidencia el
miedo, el temor que siente el ilegítimo frente a un joven dirigente político
que sin haber aspirado a ello tiene todas las condiciones para llegar a ser
presidente. Leopoldo reúne todo lo que al ilegítimo le falta y todo lo que
necesita un verdadero estadista.
Mi solidaridad con Leopoldo es absoluta. Mi
admiración por su valor y su integridad
ante los vejámenes, suplicios, tormentos y martirios a que lo somete
permanentemente este régimen impío es inmutable. Mi apoyo y mi identificación
con sus ideales y con sus planteamientos en el ámbito político es total.
Comparto plenamente su lucha por el cambio y por una salida definitiva y
pacífica, de esta hecatombe en que se encuentra sumido nuestro noble y bello
país.
El caso de Leopoldo López guarda mucha similitud con
el de Aung San Suu Kyi, la dirigente política birmana que estuvo presa durante
15 años por oponerse al régimen del dictador criminal Ne Win. Ese caso
desencadenó una intensa campaña internacional acompañada de fuertes presiones y
sanciones contra el régimen de Ne Win que contribuyó no solo a la libertad de
Aung San Suu Kyi sino también al derrocamiento del dictador.
Sabemos que al Ne Win venezolano “le ruedan” las
críticas nacionales o internacionales y se burla de las decisiones que adoptan
los órganos internacionales. Ha sido así porque ha contado con el apoyo servil,
incondicional, de los títeres de la ALBA y con el temor de pequeños países
caribeños que se amamantan de la ubre de leche negra. Pero esa situación
pareciera comenzar a cambiar. El resultado de la votación sobre la solicitud
colombiana de convocar una reunión de consulta de cancilleres, aunque fue rechazada,
evidencia que el frente del chavo-madurismo se está debilitando.
En las condiciones actuales, luego de la grotesca
decisión contra Leopoldo López, ha llegado el momento de que los gobiernos de
América reaccionen con firmeza. La movilización de la opinión pública
internacional debe continuar y debe intensificarse como ocurrió en el caso de
Aung San Suu Kyi. Pero nuestra región dispone de un instrumento poderoso para
hacerle frente a los atropellos y crímenes del ilegitimo.
La Carta Democrática Interamericana contiene todos
los elementos y recursos necesarios para obligar a este régimen facineroso a
someterse y respetar la legalidad internacional.
Basta ya de hipocresías, no es suficiente
“acompañar”, “solidarizarse”, criticar de la boca para fuera lo que ocurre en
Venezuela.
¡Señores presidentes y primeros ministros de
América actúen, activen de una vez por
todas la Carta Democrática Interamericana, movilícense antes de que sea
demasiado tarde!
En Venezuela puede ocurrir una desgracia de
dimensiones incalculables y ustedes serán en gran medida culpables de ello por
no haber actuado a tiempo. No le tengan miedo al “ogro” que ya no tiene poder
para amedrentar y mucho menos para hacerles daño.
Adolfo
Taylhardat
adolfotaylhardat@gmail.com
@taylhardat
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