“No conseguirán un nuevo mundo aquellos que se mantienen al margen de brazos cruzados, sino aquellos que están en el frente con las vestiduras rasgadas por la tormenta. . . . .” Nelson Mandela.
Leopoldo López se ha convertido en un caso
emblemático y fiel expresión del sufrimiento de la injusticia a que se ven sometidos
los presos y perseguidos políticos en Venezuela. Es el camino de la amargura
que espera a quienes tienen la valentía de ejercer su liderazgo y enfrentar el
oprobio de un régimen tiránico y absolutista. Son experiencias amargas que siempre rinden dulces frutos.
Es una condición histórica que los líderes se formen
por su osadía, su capacidad de sacrificio, por la firme convicción y defensa de
sus ideas y por sus ansias de libertad y de justicia. Esa noción de la justicia
como la precisara el magnífico escritor José Saramago, comunista confeso, pero,
supongo que idealista decepcionado como muchos: “la que no se envuelve en
túnica de teatro y nos confunde con flores de vana retórica judicial, sino una
justicia para lo cual lo justo sería el sinónimo más exacto y riguroso de lo
ético, una justicia que llegue a ser tan indispensable para la felicidad del
espíritu como indispensable para la vida es el alimento del cuerpo. Sobre todo,
una justicia en la que se manifestase, como ineludible imperativo moral, el
respeto por el derecho a ser que asiste a cada ser humano.”
Los tiranos se ceban con el cuerpo porque no pueden
encadenar el espíritu; la libertad de conciencia de los líderes y su defensa a
expresar sin temor lo que piensan es lo que molesta a los dictadores, lo cual
confirma lo que ya expresara Nelson Mandela, ese gran líder Sudafricano preso
injustamente por veintisiete años por luchar por sus ideales: “Las cadenas del
cuerpo son a menudo las alas del espíritu”.
Un mensaje de esperanza debe llegar al alma de los
encadenados venezolanos. Está cercano el día en que podrán andar libremente por
las calles de la Venezuela que todos los demócratas anhelamos, porque somos una
mayoría que ha recobrado el sentido del orgullo nacional y está dispuesto a
rescatar el respeto de la dignidad humana en un país libre, porque nos asiste
el derecho a la objeción de conciencia que nos impulsa a rebelarnos contra las
injusticias y arbitrariedades de un régimen que no tiene alma ni lo inspira una
misión sagrada.
Con la condena a Leopoldo éste régimen se condenó a
sí mismo al desprecio colectivo más absoluto. Ante la terca realidad que nos
conmueve, no es posible colocarse una venda que haga translúcida la conciencia
y se acepte como algo normal la injusticia.
Neuro
Villalobos
nevillarin@gmail.com
@nevillarin
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