Las fuerzas
democráticas venezolanas han dado un paso significativo en la búsqueda de una
plataforma política que ofrezca a los venezolanos la posibilidad de poder creer
que su vida, la que padecen y soportan, puede ser revertida en los tiempos que
los procesos sociales y políticos imponen. Más que el consenso y las primarias,
ha sido un sentido de responsabilidad política con el país, que no es poca
cosa, lo que lo ha hecho posible.
Los venezolanos han
aceptado la idea de que la unidad de los partidos políticos democráticos es un
factor importante y determinante para deshacerse de ese conjuro que ha cargado
la sociedad venezolana en estos 15 años.
Con todo, los
ciudadanos entienden que hay que ir más allá, y que no basta con ese
extraordinario esfuerzo que significa la unidad. Es vital, para los que desde
ya respaldan el esfuerzo realizado desde la MUD, como para aquellos, más escépticos y desconfiados, que la unidad sea
dotada de un contenido político que inspire confianza y certeza en el porvenir.
Bien persuadidos
estamos que los procesos políticos implican un enorme grado de incertidumbre,
no obstante, las fuerzas democráticas deben actuar para desarrollar una
narrativa que implique, entre otras: confianza en que las cosas pueden mejorar
y que no estamos obligados, per se, a soportar un gobierno que actúa con un
superlativo desatino. Hay que hacer sentir al país, en lo más profundo de sí,
el deseo de las fuerzas democráticas de reconducir a la nación hacia un proceso
de plenas libertades y de la supresión de controles inútiles, así como de la
instauración de unas políticas redistributivas que conduzcan, a la parte más
débil de la sociedad, a la superación de su dependencia de políticas sociales
asistencialistas que no promueven el desarrollo ni la innovación.
Ambas direcciones son
importantes pero resulta relevante atender muy especialmente la segunda. Allí
están los escépticos y los desconfiados, y estos deben ser el centro de una
política democrática que no solo los incluya, como obliga una política
genuinamente democrática, sino que, también, ellos se sientan actores y
corresponsables de su futuro.
El ejercicio de una
política en esta dirección no debe estar enmarcada y mucho menos reconocida por
una conducta que revela la existencia de “unos buenos sentimientos”, sino que
actúa fundada en una política moral que tiene muy claro el reconocimiento del
ejercicio del bien, esto es, el respeto y la promoción de la dignidad de la
persona humana.
La promoción de una
política social no debe estar sustentada, como ahora, en una compasión que
priva al ser humano de su pleno desarrollo y hasta de su vida. Qué sentido
tiene vivir en una “zona de paz” cuando finalmente se consigue la muerte. Cuán
digna puede ser la vida cuando ha de pasarse horas en interminables colas para
relativamente abastecerse de alimentos y medicinas.
Una política social
debe promover la expansión de las capacidades humanas, indispensable para el
fomento del desarrollo individual y de su liberación definitiva de la pobreza
que, en definitiva, contribuirá al fortalecimiento de toda la colectividad.
Leonardo Morales P.
leonardomorale@gmail.com
@leomoralesP
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