PARAGUAY
El caso de Paraguay es una muestra preciosa de las contradicciones de la política internacional.
Que la constitución de un país incluya normas que permitan la revocación del mandato del presidente de la República no puede ser más democrático. Es el súmmum del ejercicio de la democracia. Generalmente la revocación se establece mediante referéndum; pero es usual también que pueda hacerse en un juicio político, en el cual los poderes legislativo y judicial, aplicando un procedimiento especial previamente pautado, destituyen al presidente, cabeza del Poder Ejecutivo, y deciden o no su enjuiciamiento. Es el ejercicio más conspicuo de la llamada separación y autonomía de los poderes, principio esencialísimo y definitorio de la democracia.
Sin embargo –he aquí la contradicción–, cuando se decide la revocación de un presidente, aun con estricta aplicación de las normas, de inmediato surgen las protestas de otros países, y de personalidades importantes, que sin la menor sindéresis califican el acto de antidemocrático y le endilgan la calificación de golpe de estado, aun a sabiendas de que se han observado escrupulosamente las respectivas normas constitucionales.
Es lo que ha ocurrido en Paraguay. Nadie duda de que en este caso se cumplieron rigurosamente las normas para la destitución del presidente Lugo, lejos de un golpe de estado. Es igualmente inobjetable que se trató de un acto soberano. Sin embargo, la condena fue prácticamente automática, y basada en la falacia de que aquello había sido un golpe de estado, y para colmo antidemocrático.
Muy distinto es que la destitución del presidente Lugo, por apegada que haya estado a las normas constitucionales, haya sido políticamente inoportuna, y que debió esperarse el final, dentro de unos meses, del período presidencial. Esto ha podido señalarse sin detrimento del ejercicio soberano de los poderes legislativo y judicial que acordaron su destitución.
Uno de los argumentos esgrimidos para condenar la destitución del presidente paraguayo es que los funcionarios electos popularmente sólo deben salir por la misma vía, es decir, mediante elecciones. Aparentemente este supuesto es de una absoluta validez y de una esencia democrática indiscutible. Sin embargo, ¿en qué medida es compatible con el valor, igualmente democrático, del principio de la revocabilidad del presidente electo? Es esta otra de las contradicciones propias del sistema democrático, que, a primera vista, parece irresoluble.
INEXPLICABLE
A Geovanny Pérez
No hay duda de que el triunfo de Chávez en las elecciones presidenciales de 1998 se debió al voto de los engañados por su verborrea demagógica. Ante la aguda crisis que padecíamos por el fracaso de AD y COPEI, la mayoría de los venezolanos votaron por un cambio, como el que ofrecía el Teniente Coronel ® en su campaña electoral.
Muy pronto vino el desengaño. Desde el comienzo de su gestión Chávez mostró lo que sería su gobierno, bien distinto de lo que había prometido como candidato. Los vicios y las lacras que ofreció eliminar no solo subsistieron, sino que se acrecentaron hasta límites jamás vistos en nuestra historia. La corrupción, en su forma más descarada del robo de los fondos públicos y el uso y abuso de los bienes del Estado, cuya denuncia había sido punto primerísimo del discurso del Chávez candidato, pasó a ser el punto más notorio y escandaloso de su gobierno, además de que se extendió prácticamente a todos los sectores de la administración pública. Y no fue lo único. Hoy puede decirse que todo, absolutamente todo en su gestión de gobierno ha sido muestra de incompetencia y desacierto.
Razones, todo ello, para la decepción y el retiro por miles de venezolanos del apoyo a Chávez y al chavismo. Lo inexplicable es que ese rechazo no haya sido total, y todavía resten densos sectores que siguen apoyando a Chávez y se declaren abiertamente chavistas.
Es menos sorprendente que ese apoyo se haya mantenido, aunque en constante declinación, en los sectores más pobres y marginales. Muchas razones lo explican, entre ellas los bajos niveles de educación y cultura que les impiden detectar y comprender los síntomas del fracaso gubernamental. Se trata de gente que siempre ha vivido en medio del desastre que signa la actual situación del país. A esto hay que agregar que estas personas, por su situación anímica real, son más aptas para ser engañadas por la propaganda sistemática y constante, además de mentirosa, del gobierno chavista.
En cambio, es totalmente inexplicable el apoyo a Chávez que sobrevive en ciertos sectores, mas bien en individualidades de un elevado nivel cultural y un estatus intelectual que hace imposible que no perciban el estruendoso fracaso de la sedicente revolución chavista. Y sobre todo el enorme daño que esta le ha hecho y sigue haciéndole al país. Se trata de gente que, dada su condición antes descrita, no puede permanecer engañada ante la evidencia de una situación cuya realidad es imposible ignorar.
LA PALABRA
NADA (1)
Algunos piensan que frases como "No se ve nada", "No quiero nada", "No pasó nada", etc., son incorrectas, porque llevan una doble negación, lo cual, según ellos, sería ilógico. En lugar de "nada", agregan, debería ir "algo". La misma creencia la tienen sobre frases como "No vino nadie", "No duerme nunca", "No lo haré jamás" y otras en las cuales, en efecto, hay una doble negación.
A este tema ya me he referido varias veces, pero como es una duda persistente, me parece útil volver sobre el mismo. Esta vez lo haré solo sobre "No se ve nada", e implícitamente sobre otras frases del mismo tipo construidas con el sustantivo "nada".
La doble negación no es ilógica ni incorrecta, en el entendido de que se trata, en realidad, de una doble negación gramatical, y no conceptual o de contenido. De hecho se da en casi todos los idiomas modernos, si no en todos.
Por otra parte, las frases dadas como ejemplos son negativas más aparentemente que en realidad. El DRAE define "nada", en su 1ª acepción, como negativa: "No ser, o carencia absoluta de todo ser (…)". Pero "nada" es palabra de origen latino, derivada de la frase "res nata", que significa "cosa nacida", y se empleaba con el sentido de "el asunto en cuestión". De modo que literalmente la frase "no se ve nada" significa "No se ve cosa nacida", frase que tiene una sola negación. "Cosa nacida" es expresión equivalente a "algo".
El uso frecuente de "nada" en frases como las ya comentadas fue trayendo su enriquecimiento semántico, y hoy tiene un carácter polisémico. En la frase "No conseguí nada" tiene valor de pronombre indefinido, y como tal hace oficio de complemento directo. En "No tiene nada, fue solo un rasguño" actúa como complemento directo, con valor de "cosa mínima, insignificante". En "La amenazaron, y ella como si nada", adquiere el valor de adverbio de modo, equivalente a "imperturbable". Hay muchas frases expresivas con "nada…"; posiblemente la más frecuente sea "de nada", con que educadamente se responde cuando nos dan las gracias.
LA PALABRA
NADA (y 2)
Vimos que con el sustantivo "nada" se construyen frases expresivas, que se usan mucho en el lenguaje coloquial. Una de ellas es "de nada", quizás la más usada, con la que respondemos cuando se nos dan las gracias por algo, situación en que igualmente suele decirse "Por nada" o "No hay de qué".
Usamos la frase "No es nada" para tranquilizar a otras personas ante supuestos hechos de carácter negativo, cuando en realidad no ha ocurrido nada, o se trata de algo de poca o ninguna gravedad o importancia.
Las locuciones "antes de nada" y "antes que nada" se usan para indicar el comienzo de una disertación o de un conjunto de observaciones.
Con la frase "por nada" indicamos que algo estuvo a punto de ocurrir, pero no ocurrió: "Por nada casi se arma el berrinche". O que algo ocurrió por un motivo insignificante: "Se cayeron a golpes por nada".
Usamos la frase "hace nada" para indicar de algo ya dicho o conocido que ocurrió hace muy poco tiempo: "Murió hace nada"; "Eso fue hace nada".
"Nada más" equivale a "no más": "¿–Desea algo más? –Nada más".
A su vez, "nada menos" es una locución adverbial que se usa para "ponderar la autoridad, importancia o excelencia de alguien o algo: 'Nada menos que el Papa lo dijo en una encíclica (…)" (DRAE). Con parecido o igual sentido la frase "nada menos" la usa don Miguel de Unamuno en el título de su famosa novela "Nada menos que todo un hombre". Por lo demás, esta locución es bastante frecuente en el lenguaje coloquial: "Yo tengo en mi casa nada menos que un Picasso"; "Eso fue nada menos lo que ella le dijo".
Como cosa curiosa puede observarse que la doble negación, a la que me referí en el artículo anterior, y que es rechazada por mucha gente por el falso supuesto de que es ilógica e impropia, se da en frases negativas con el adverbio de negación "no" colocado antes del verbo. Pero si esa frase se invierte, desaparece dicho adverbio y la frase, sin perder su sentido, ya no tiene una doble negación: "No dijo nada"; "Nada dijo"; "No veo nada"; "Nada veo".
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