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miércoles, 6 de mayo de 2015

ENRIQUE MELÉNDEZ, LA DECADENCIA DEL CAUDILLISMO

Se puede decir que Chávez constituye la decadencia de nuestro caudillismo, como fenómeno de nuestra sociedad, siendo la excelencia el Libertador; sobre todo, porque a la parte hazañosa de su condición de guerrero, le añadió la de su condición de filósofo, en especial, política, y de formación inglesa, y la prueba está en su famoso Discurso de Angostura; que una vez que lo elabora lo envía, para su consulta, a varios intelectuales de la época, como el inglés Bentham; precisamente, en cuyas ideas se había inspirado Bolívar, sobre todo, por aquello que decía Bentham de que el sistema de gobierno más perfecto era aquel que le producía la mayor suma de bienestar a su sociedad; es decir, un gobierno de corte utilitarista, como se conceptualizaron las ideas de este pensador inglés; lo que significa que Bolívar no era ningún improvisado; que es, por su puesto, en lo que en nada se le pareció Chávez, y que por ahí se demostraba que no era el mejor orador, que hemos tenido; como lo hace ver el oficialismo, y a juicio de Carlos Fuentes, Chávez lo que tenía era un basurero en la cabeza.

         Incluso, en su afán de caudillo caribeño, el Libertador no tomó en cuenta algo, que él dice allí; que es malo que una persona se acostumbre a gobernar; porque entonces acostumbra a su pueblo a sólo obedecerlo a él, y en su ceguera por imponer su famosa Constitución de Bolivia se peleó hasta con ese Bentham. 

Porque por ahí comienzan todos los caudillos nuestros; por modificar la Constitución, y consagrar un artículo dedicado a la presidencia vitalicia; como era el caso del Libertador, o a la reelección indefinida, como sería el caso de Chávez; quien terminó imponiéndola por la fuerza, a través de un trajín electoral, y no obstante, habiéndola rechazado el pueblo, a través de un referéndum desaprobatorio; pasando en nuestros anales por el famoso episodio de José Tadeo de Monagas; quien, tan pronto atropella al Congreso Nacional en 1848; lo disuelve, y nombra otro, escogido a dedo, dirá: “La Constitución da para todo”; frase pronunciada a instancias de Diego Bautista Urbaneja, según se ha dicho, y quien se lo aconsejó así, para que no dijera lo contrario; que era que la Constitución no servía para nada.

         Porque si uno se pone a ver en el fondo la Constitución de Bolivia era la Constitución de Bolívar, y ni Páez ni Santander se la admitían; aun cuando cada uno iba a terminar siendo un cuadillo local, con respecto a aquel aprendiz de monarca, y de allí el que se comenzó a hablar de Simón I. “¿Después de su muerte, quién será su sucesor?” Se atrevió a preguntarle Santander, lo que le valió la amistad suya para siempre. En vista de que trataba de imponer esta Constitución en 5 naciones, entonces se hablaba del imperio Bolívar, émulo de Napoleón Bonaparte. Pues tómese en cuenta que una de sus más grandes frustraciones, poco antes de su muerte, es no estar en condiciones físicas, para dirigirse el Sur, y poner orden en Perú; que se había declarado independiente de su tutela, y que por cosas del destino; yo diría que por una de sus tantas payadas, Chávez recicló en la historia, y entonces el término bolivariano vino a filtrarse, en ese sentido, en nuestra Constitución; por aquello de República Bolivariana, y que, como más de uno se lo hizo ver a Chávez en su momento, se trataba de una inconsecuencia con respecto a Bolívar, si se tomaba en cuenta que esa IV República, a la cual él se refería era la República de Páez, y la que le había desprendido éste al Libertador del gran Estado de Colombia.

         Una de las definiciones más precisas de lo que ha sido el caudillismo nuestro la ofrece Mariano Picón Salas, refiriéndose a Cipriano Castro; una figura a la que considera violenta, contradictoria, alternativamente, libertina y heroica. Ya se sabe la fama de mujeriegos insaciables que fueron desde el Libertador, hasta Chávez; pasando por ese Cipriano Castro, cuya obsesión por una adolescente dio lugar a una novela conocida como El Cabito; una verdadera tragedia de carácter romántico, escrita por un tal Pío Gil, y en cuyos cuadros de costumbre, según los va describiendo, no deja de estar presente tampoco eso que caracteriza a nuestro espíritu picaresco, como es la abyección o lo que en términos coloquiales se conoce como jalabolas, y entonces una forma de ganarse la voluntad del presidente era ofrecerle una muchacha bien buenamoza.

         Cuenta Madariaga que en una quinta, donde se alojaba el Libertador en el año de 1827, poco antes de llegar a Bogotá, con ocasión de una cena, éste terminó montándose en la mesa, donde había transcurrido la misma, y que comenzó a caminar por encima de los platos y, entre tanto, caían los vasos y las botellas. ¿No está reflejado allí un caudillo muy caribeño?

         Que fue lo que le permitió a Chávez expresar, con toda la arrogancia del caso, que él era el único que estaba preparado para gobernar a Venezuela; es decir, porque el propio Libertador también lo proclamaba por mayo de 1830; esto es, a pocos meses de su muerte, momentos en los que deliraba, y añoraba que Inglaterra nos conquistara y nos colonizara; habida cuenta de que, según sus palabras, “América se ha vuelto ingobernable para nosotros”; como lo comienza diciendo en la famosa carta, que le envía en ese momento a Juan José Flores; que ha sido muy citada; que, según Madariaga, en sus delirios, a medida que la fiebre le aumentaba, ya en los días 15 ó 16 de diciembre de 1830 repetía la misma, como de memoria: “Este país caerá, irrefragablemente, en manos de la multitud desenfrenada, para pasar a ser gobernado, luego, por caudillos de todos colores y razas…” Conjetura Madariaga que esto último era con Páez. “Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos”. Era el instante en que reconocía que se habían perdido tres siglos de ilustración e industria, y que es en el fondo lo que sentimos ahora con este paso de Chávez por nuestra historia.
                           
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo

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