Las lágrimas ya son tan comunes en una
población que -sin diferenciar en clases
sociales o posiciones económicas- vive
los sobresaltos de la noticia inesperada que escapa de nuestras manos y de
quienes tienen la obligación de protegernos.
Los hechos más frecuentes y casi como inevitables en el día a día responden a una verdad
latente que está allí sin proximidad
de solución, dadas las consecuencias
originarias que por lo regular se las endosamos al desgastado argumento
estructural, cuando lo que existe es una vieja deuda social que los verdaderos
responsables han sido incapaces de saldar.
Preferible que buscar la respuesta
entre saber quien fue primero, si el huevo o la gallina, vayamos a la realidad que tenemos frente a nuestros
ojos, viendo a la “patria nuestra” herida en
sus partes más dolorosas.
¿Qué significado le damos a la Semana
Santa? Disfrute vacacional, motivo de
parranda, conversar con Dios o reflexionar sobre nuestra conducta en cuanto a
los sobresaltos que vivimos y que, dicho
de cualquier manera, no es sino un pánico que nos cambió nuestras costumbres e
idiosincrasia. Sin duda que lo más
desafortunado para Venezuela, entendidos
todos los que en ella nacimos,
vivimos y echamos raíces, es la desviación de ese valor humano comprendido entre los
14 a 25 años, quienes sin conciencia ni
apego a
la vida, de la noche a la mañana
dejan su lazo de luto en las puertas de
cualquier hogar, sea de gente pobre o de rica.
Este es un tema que no pierde vigencia, porque los hechos están allí y
el amarillismo informativo diariamente nos narra los acontecimientos trágicos
que suceden en el quehacer cotidiano.
No hablemos de soluciones por la vía política
porque, más desentendidos en el drama venezolano que los que tienen la
conducción del gobierno y la aplicación de justicia, no soporta explicación
alguna; pero tampoco es para garantizar
que los que vendrán después traerán varitas mágicas en sus manos o conejos
blancos en sus sombreros. Fuimos a la iglesia y rezamos por los que vivimos,
por los que se fueron y por el retorno feliz de los viajeros. Allí, en nuestra meditación y en silenciosas
palabras que solo Dios escuchaba, con
una que otra lágrima que se nos escapaba
de la emoción de sentirlo tan cerca de nuestro corazón, le pedimos:
protégenos Dios mío de tantos latigazos.
Luis
Garrido
luirgarr@hotmail.com
@luirgarr
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