Más que a cualquier cosa, las FARC le temen a
que la política en términos civiles, sin armas, sin la primacía de relaciones
verticales propias de ejércitos y milicias, los disuelva.
Porque una cosa es hacer política con armas y
dinero abundante para reclutar campesinos pobres y uno que otro cuadro de la
intelectualidad, bajo las estrictas normas disciplinarias y jerárquicas de la
milicia, que enfrentarse a la acción proselitista, esa especie de agujero
negro, ir al encuentro de la opinión pública, del ciudadano común, de sus
votos. Ahí las armas serán y tienen que ser, si de verdad están por la paz,
cosa del pasado, un camino sin retorno.
Buscar el apoyo de la opinión pública, que
siempre les ha sido adversa, para validar y legitimar un programa y unas
promesas de cambio debe tener a más de un “Timochenko” pensando y penando.
Imaginemos lo que hay entre un hombre cuyo
poder se deriva de su experticia en el “arte” de la guerra de guerrillas o de
la acción terrorista, a aquel que, despojado de armas y de mando, se enfrenta
al desafío de conquistar votos. ¿Cómo lo hará? ¿Qué lenguaje y qué métodos
utilizará? El viraje es brutal. Constatarían que ganar el respaldo de la
ciudadanía es más difícil que tirar “tatucos” y disparar fusiles.
Muchas dudas debieron atormentar la
conciencia de quienes hicieron el tránsito de las armas a la civilidad en el pasado.
Hay experiencias en las que se pueden mirar, unas exitosas otras no tanto y
otras un total desastre. El M-19, por ejemplo, fue hecho pedazos en sentido
político y orgánico, sus dirigentes se dividieron, los subordinados de antes
como Petro, asumieron el mando cuando la voz estentórea del demagogo se hizo
más eficaz que el mando militar.
Deben tener miedo a enfrentar la posibilidad
de que les suceda algo similar. Por eso no descartan tomar el camino del
engaño, o sea, el de no entregar las armas mientras usufructúan la democracia,
se airean políticamente y, alegar después que el “sistema” incumplió los
compromisos y por eso se ven “obligados” a retomar las armas.
Si el gobierno cede a las mayorías nacionales
en imponer la condición de que los responsables de delitos atroces deben pagar
cárcel, así sea por corto lapso, peor será su suerte pensarán los más radicales
que al parecer están ganando el pulso interno. Los que quieren asustar a sus
camaradas con el fantasma de la desaparición ante la incontrolable dinámica de
la política nacional o ser absorbidos por una izquierda en la que no serían los
líderes sino los recién llegados, y sobre la que mantienen serias reservas
acerca de su firmeza ideológica. ¿Una alianza en la que serían un grupo más? No
faltará aludir al fantasma de la división por aspiraciones grupales o
individuales al fin liberadas.
¿Cuántos cuadros del monte podrían hacer un
buen papel en ciudades de las que ni conocen sus mapas ni sus gentes ni sus
problemas diarios ni sus formas de relacionarse con los políticos ni sus usos y
costumbres? Podrá salir airoso uno que otro comandante, pero el grueso de su
militancia tendrá que dedicar, en el evento de la paz, mucho tiempo a su
reinserción a la vida normal, trabajo, vivienda, atención médica, educación,
vida familiar, toma de decisiones en la cotidianidad, disfrute del tiempo libre
y de la libertad de no estar en filas 24 horas. No los podrán disciplinar como
estando en regla.
A diferencia del M-19, las FARC han
sobrevivido con el dogma comunista durante toda su existencia. Esa condición,
que suponemos conserva la alta dirección de la guerrilla, también pesará
negativamente a la hora de definir si se da o no el paso a la civilidad. El
desprestigio de esa doctrina los obligará a camuflarla en sus discursos lo que
sin duda se traducirá en relajamiento del dogma, nada bueno para sus
propósitos.
De todo lo anterior deducimos que la
exigencia de mayores concesiones en la Mesa de La Habana, como cero cárcel,
nueve millones de hectáreas en 54 Zonas de Reserva Campesina (donde mantendrán
sus tropas concentradas en formación militar alerta para un eventual
resurgimiento de la confrontación), cupos en buen número en corporaciones
públicas, no entrega de armas, reducción de la Fuerza Pública y redefinición de
las funciones del Ejército, renegociación de los tratados de libre comercio,
cambio del modelo económico, otorgamiento de numerosas licencias de emisoras,
periódicos y canales de tv, convocatoria de una asamblea constituyente con
cupos fijos, etc., tiene el sentido de cobrar muy caro la firma de un acuerdo,
que, en todo caso, querrán que los deje muy pero muy cerca de conquistar el
poder, su máximo y perenne objetivo.
Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
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