Las decisiones del régimen han acelerado estrategias que consideran la violencia como la directriz capaz de organizar y adelantar amenazas o acciones, encubiertas o abiertas, dirigidas a hacer daño, reprimir o someter de manera alevosa, a un individuo o colectividad.LA VIOLENCIA: ESTRATEGIA GUBERNAMENTAL
Cualquier consideración que comprenda toda actitud que resulte en transgresión física o moral, política o social, es violencia. La historia de los pueblos está colmada de acontecimientos en donde la violencia fue protagonista, o actor de primera línea. Aunque las nuevos tiempos la asocian con el poder por cuanto en su paroxismo es donde el abuso se convierte en el medio a través del cual puede infringirse toda condición que, deliberadamente, tienda a rebasar normas o composturas en contra de la moral ciudadana, la ética social o razones ideológicas, psicológicas o emocionales propias de la naturaleza pacífica del hombre civilizado. Tal intensidad puede alcanzar la violencia, que para muchos autores ni siquiera es expresión de política alguna. Por lo contrario, al desbordar la política deja de ser un hecho político para transformarse en un mero acto de ausencia de civismo, salvajismo, inconsciencia o simplemente ignorancia amplificada.
En Venezuela, este problema tiene una lectura particular. Así pues, intimidado por la proximidad de unas elecciones (parlamentarias) que según mediciones realizadas en el marco de la actual crisis política tiene perdidas el régimen venezolano, éste se ha prestado a prácticas alejadas de la institucionalidad democrática que, inclusive riñen con la preeminencia de los derechos humanos y el pluralismo político. Es decir, llegó a un momento en que el ejercicio de gobierno se ha visto supeditado al miedo que comienza a sentir ante la proximidad de su derrota política. Precisamente en medio de tan cercana situación el régimen se adentra a gobernar por miedo. Tan dispendioso temor, ha empezado a vivirlo bajo graves perturbaciones que, de cara a su gestión, desconoce los recursos que provee la democracia. Padecer esta situación, ha provocado que el régimen actué incitado por un presunto desafío que fácilmente ha concebido en su vulgar imaginario “de guerra”.
Sin embargo, el problema se suscita cuando se advierte al miedo profunda y perversamente relacionado con la violencia. Por esta razón, las decisiones del régimen han acelerado estrategias que consideran la violencia como la directriz capaz de organizar y adelantar amenazas o acciones, encubiertas o abiertas, dirigidas a hacer daño, reprimir o someter de manera alevosa a un individuo o colectividad. En otras palabras, el régimen viene acusando una política de la violencia sustentada en un discurso violento cuyo objetivo es irradiar ambientes de virulencia a lo largo y ancho del país para así poder luego justificar objetivos políticos que habrán de darle cuerpo a una serie de contraórdenes en un ambiente de imposiciones en donde poco o nada vale cualquier protesta o reclamo. Aún cuando se realicen en nombre de preceptos constitucionales o mediante emotivas manifestaciones de carácter pacifista y democrático.
En el fragor de esta aterradora política de la violencia, el régimen busca radicalizar medidas viscerales que además de acentuar la cuestionada polarización que vive el país político, intenta reestructurar sus cuadros políticos con el firme propósito de garantizarse no sólo su permanencia en el poder por encima de todo. También, asegurar hombres claves en cuanto a sumisión y obediencia, en posiciones estratégicas y de máxima responsabilidad desde las cuales pueda potenciarse la fuerza, la intimidación, el chantaje y la violencia como recursos políticos de una “revolución pacífica, pero armada”. Siempre dispuesta a causar mayores estragos, angustias y dificultades. Ello visto desde la perspectiva de la cohesión social. Ahí radica la estrategia perseguida a partir de una política de la violencia que el régimen busca aplicar aplastando tres realidades de entero orden político. Primeramente, los mecanismos de articulación en términos de acción colectiva que bien requiere el funcionamiento de toda sociedad que se precie de sus capacidades para tramontar la incertidumbre. Y en segundo lugar, el régimen intenta por todos los medios acabar con el liderazgo político representativo del sector que adversa su pensamiento retrógrado. Y en tercer lugar, pretende criminalizar el auxilio al herido para así evitar que médicos brinden la atención necesaria a quien viéndose afectado en medio de una manifestación de protesta al régimen, solicite asistencia de urgencia. Una vez alcanzado estos objetivos, la política de la violencia habrá logrado su estrategia y el régimen podría hacer del país su lodazal donde sus dirigentes se revuelquen cuales animales salvajes en tiempo de sequía. Así que no hay duda. Ciertamente es, la violencia: estrategia gubernamental.
VENTANA DE PAPEL
¿POR QUÉ MOLESTA HABLAR DE “TRANSICIÓN”?
Muchas interrogantes han surgido luego de que el Alto Gobierno ordenó, apegado a la inconstitucional dependencia de poderes públicos, la arbitraria detención del líder político Antonio Ledezma, Alcalde Metropolitano. Responderse preguntas a este respecto, ponen al descubierto supuestas razones argüidas por el Ejecutivo Nacional que violentan el debido proceso y con ello, derechos fundamentales sobre los cuales se afianza la noción de democracia. No hay forma alguna de justificar la tirantez gubernamental cuando se alude al término “transición”. No entiende que políticamente toda gestión pública pasa por momentos que comprometen procesos ligados a inminentes transformaciones de cara a necesidades propias de la adecuación de nuevas realidades, tanto como de nuevos tiempos.
Así se tiene, por ejemplo, los Lineamientos Generales del Plan de Desarrollo Económico y Social 2001-2007, sancionados por el mismo presidente Chávez. Estos referían situaciones caracterizadas por períodos de transición entre un estadio de desarrollo y otro que comprometían mejores condiciones. Tanto que en su discurso de presentación de dicho Plan, destacaba el Programa Económico de Transición 1999-2000 como un espacio necesario para lograr algunos cambios en la estructura económica. Es imposible pensar que cada modelo de desarrollo no esté asociado a recursos y mecanismos propios de las realidades sobre las cuales ha de levantarse el modelo esgrimido.
De hecho, Chávez puntualizaba que entre la Década de Plata (2001-2010) y la Década de Oro (2011-2020) habría “una transición que será ocupada por la revolución bolivariana como expresión de la prosperidad y redención del pueblo venezolano”. El mismo Plan escribe “Venezuela vive una transición (…) que dirige sus esfuerzos a contribuir al establecimiento de una democracia participativa y protagónica”. Entonces, ¿por qué temer a tan excelsa palabra? De por sí, la vida es una transición que abarca períodos y procesos diferentes, recursos, capacidades y expectativas distintos. Particularmente, debido a su carácter prolífico.
El Acuerdo Nacional para la Transición, ahora firmado por miles de venezolanos, es una agenda político-institucional cuyo objetivo es la reconstrucción de la institucionalidad democrática del país, lo cual es un fin lícito, legítimo y necesario. No llama a la conspiración. Por el contrario, es una expresión legítima del pluralismo y de los derechos de libertad de pensamiento, información y de expresión consagrados en la Constitución de la República. Tampoco llama a la violencia o a la violación de preceptos constitucionales o legales.
Mucho menos convoca a “Golpes de Estado”. Sencillamente, es una declaración expresa de respeto a la democracia. Aunque invoca al sufragio como vía para alcanzar el cambio político y de gobierno necesarios que exige superar la crisis nacional política, económica y social. Y ello no es delito alguno. Sólo destaca la transición necesaria para alcanzar un desarrollo propio de un país llamado Venezuela.¿Cuál es el problema? Entonces, ¿Por qué molesta hablar de “transición”?
MUY “NUEVO”, PERO DEFECTUOSO
De poco o nada sirvió tanta alharaca sobre las bondades del “hombre nuevo” que exaltaba la revolución en sus años iniciales. A pesar de que el tiempo demostró que todo fue un vil cuento que lejos de animar virtudes y valores morales, desfiguró lo que algunos pocos llegaron a pensar o a creer. Ese “hombre nuevo” no pasó de ser un furibundo y extremista adoctrinado en las filas de la revolución pretendida por el gobierno militarista que arribó al poder en Enero de 1999. Este llamado “hombre nuevo” sólo llegó a ser un subordinado, incapaz de pensar y de actuar en consonancia con propósitos de libertad y democracia.
Ese “hombre nuevo” únicamente ha servido para encubrir la corrupción del superior, para resguardar al opulento y para defender ideas pestilentes y obsoletas. Sobre todo, para asesinar física o moralmente niños, periodistas y todo aquel que reclame justicia y tolerancia. Ese es el “Hombre nuevo”. Muy “nuevo”, pero defectuoso.
“Cuando la violencia define una gestión de gobierno, es porque el miedo lo mantiene tan sometido como sometido busca tener a sus gobernados para así dar una imagen de fuerza y supremacía”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
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