A decir del concepto que alude a la mentada “guerra económica”, no existe forma alguna de ser seriamente demostrada. Ni sus implicaciones, ni tampoco su sentido pues como tal no existe.
ECONOMÍA DE GUERRA
Las diferencias
fundamentan las realidades sobre las cuales se depara la vida en todas sus
manifestaciones. Nada queda por fuera de las apreciaciones que todo individuo,
en razón de sus habilidades, apetencias, experiencias o conocimientos, está en
capacidad de dictaminar ante la necesidad de elegir, seleccionar o preferir
entre una gama de alternativas o posibilidades. El dictado popular que reza
“entre gustos y colores no han escrito los autores”, deja ver lo que puede
suscitarse al momento de considerar o escoger una opción entre otras.
Este exordio vale a
manera de explicación sobre los diversos problemas que se plantean en el
contexto de las diferencias obvias que se dan en todo conjunto de razones o
consideraciones de una realidad en particular. En el ámbito de la política,
resulta un tanto utópico precisar un punto en el que sea posible construir
algún mecanismo que permita canalizar diferencias ante la idea de conciliar
puntos de vista alrededor de un problema que comprometa decisiones. Sobre todo,
si se atiende el concepto de política del escritor inglés John Morley, quien
asintió que “la política es un campo en el que la elección oscila
constantemente entre dos desaciertos” lo que agudiza la situación en la que
conviven las diferencias y cohabitan los conflictos.
En el país, este problema
produjo una implosión cuyo efecto alteró la estructura del tiempo y del espacio
político nacional. El hecho de haber estimado el régimen que la razón del
desajuste de sus planes de “refundar la República para establecer una sociedad
democrática, participativa y protagónica (…)” estuvo en la supuesta “guerra
económica” asistida por “el Imperio y las huestes apátridas de la burguesía
criolla”, no sólo cae en lo absurdo en la perspectiva de la lógica política.
También, en el tremedal de ambigüedades de las que se vale la política cuando
su ejercicio sólo puede definirse con una palabra: engaño.
En este sentido,
hablar de guerra económica se convirtió para el régimen en el pretexto de mayor
fuerza discursiva para solapar problemas de índole económico causados por la
negligencia, la indolencia y la intención de inculpar a otros para evadir
acusaciones que apuntan al problema de la ingobernabilidad a la cual se llegó a
consecuencia de la incapacidad del gobernante
verificada inicialmente por dos vías. La primera, hallada en los
resultados de la gestión de gobierno en relación con la dificultad que encierra
el proyecto socialista de gobierno. La segunda, se encuentra en la exaltada
ambición de conservar el poder sin mediar ni medir consecuencias. Salvo las
animadas por apetencias personalistas y el afán de repudiar todo aquello que
ponga al descubierto la oquedad de la cacareada “revolución bolivariana”.
A decir del concepto
que alude a la mentada “guerra económica”, no existe forma alguna de ser
seriamente demostrada. Ni sus implicaciones, ni tampoco su sentido pues como
tal no existe. Y si la misma no existe, pues tampoco existen razones para
incriminar a quien no tiene responsabilidad alguna por el nefasto servicio
público que brinda el régimen. Más aún, luego del descalabro cometido por estos
gobernantes en perjuicio de la Norma Suprema mediante la aprobación de leyes y
reglamentaciones a despecho del deterioro económico alcanzado y de las
debilidades padecidas.
Esta imaginaria
“guerra económica”, sólo sirve para desviar la atención de un país agudamente
polarizado y violentado en términos de su institucionalidad democrática. Aunque
en verdad ha arrastrado problemas sociales, culturales, políticos y
administrativos gubernamentales. Pero ninguno, de la condición y magnitud del
que ocupa lo que realmente sufre el venezolano y que es el económico. De ahí
que en cuestión de diferencias, y tratándose de que las mismas sirven de “carne
de cañón” a intenciones demagógicas, no hay duda de que cuando se habla de
“guerra económica” cabe mejor, por legítima pertinencia, la expresión que de
verdad tiene entera cabida en la realidad venezolana cual es: economía de
guerra.
VENTANA
DE PAPEL
¿HASTA
CUÁNDO?
A pesar de que muchos
de los actuales jerarcas gubernamentales hicieron pasantía legislativa en la
Asamblea Constituyente que redactó la Constitución vigente, no entienden muchos
de sus preceptos. ¿O es que la ineptitud puede más?. El punto es que estos
mismos personajes toman decisiones a contrapelo de lo que pauta la Carta Magna.
El Estado venezolano no puede tomarse atribuciones para bloquear la dinámica
que establece la economía en su particular movilidad. (Léase artículo 112) Los
derechos económicos son inquebrantables.
Sin embargo, por
aquello del controvertido socialismo, equivocadamente comprendido y peor
aplicado, estos agentes del régimen quieren imponerse por encima de la
legitimidad que provee la norma constitucional. Con el cuento de buscar una
justicia socialista por lo que su gestión interventora o de arrebato es apoyada
por el pueblo en todas sus determinaciones o argucias, pretenden vulnerar el
funcionamiento de sectores de la producción nacional cuya productividad,
difícilmente, el régimen sabría alcanzar. De esta forma decidieron intervenir
empresas con los resultados que hoy dan cuenta de la incapacidad que los
caracteriza para llevar adelante la cantidad de promesas con las que llenan
discursos y planes de acción.
De hecho, el problema
del desabastecimiento que tiene trancado al país económico, amarrado al país
político, embrollado al país social y atrasado al país tecnológico, es
responsabilidad exclusiva y absoluta de las inoperantes y bizarras decisiones
del régimen. Todos y cada uno de los momentos que debe cumplir la producción,
desde la asignación de divisas para la adquisición de materia prima, reemplazo
de equipos o material de suministro, hasta los permisos para la distribución,
transporte y comercialización, pasan por manos de estos agentes del régimen.
Particularmente, el problema creado como resultado de tan desproporcionadas
medidas de una política económica perversa, es más sensible en áreas
productivas relacionadas con la elaboración de productos para el consumo diario
de la dieta del venezolano. Pero además, en productos que componen la cadena de
construcción de soluciones habitacionales. Esto ha traído cambios negativos en
el comportamiento del venezolano. Desde cambios en el patrón de consumo,
pasando por otros en la actitud hospitalaria, de tolerancia y de solidaridad
del venezolano lo cual enreda más el problema de inseguridad que confronta cada
día y en todo lugar.
En medio de esta
situación conviven múltiples problemas cuyos efectos generan el mismo tipo de
alarma: escasez y desabastecimiento que parecen ser cuñas del mismo palo. Caras
de la misma moneda. O sea, de un bolívar desfortalecido y abandonado. Mejor
dicho, son reveses originados por la condición maula del régimen sin que hasta
ahora haya podido manejar tan caótica situación que terminó distorsionando la
cultura social y hasta la manera de entender la propia teoría económica. O es
acaso un problema de resignación o conformidad en cuanto a lo que implica
padecer de escasez y desabastecimiento ¿Hasta cuándo?
“Cuando un gobierno
apela a la mentira para desviar la atención de la sociedad de alguna crisis que
compromete seriamente su estabilidad tanto como el devenir de la nación, es
porque sus gobernantes saben que sus horas están contadas”
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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