Con menos furia, con
menos éxito, henos aquí presenciando un nuevo, un sudoroso intento de construir
una epopeya en el origen del proyecto revolucionario. El 4-F es la fecha del
origen divino de la revolución bolivariana Es algo tarde, el sistema hace aguas
y la tendencia al cambio -democrático- en paz pareciera ya irreversible. En
todo caso, ahora cuando el inspirador del modelo ya no está entre nosotros y su
lugar lo ocupa un civil reputado débil, la urgencia de esmaltar heroicamente el
pasado corre pareja con la profunda crisis que aplasta a todos los estamentos
del país y amaga con llevarse todo al diablo.
Es un alarde más bien
común. Cada vez que una fantasía tronante vive su última hora, el líder o sus
causahabientes, hacen más o menos lo mismo. El taita general Joaquín Crespo,
último gran caudillo del partido liberal amarillo, puso la suerte del
movimiento en el general Ignacio Andrade, un hombre pusilánime, disminuido,
incapaz a ojos vista de parar más tarde la ofensiva desatada por Cipriano
Castro, aquel furioso ególatra que vencía con las armas, si no con su
elocuencia pomposa. Crespo se había dado a reverdecer la plataforma ideológica
del liberalismo, a repasar en tono rosa su historia de logros reales y
supuestos, todo para abrigar a su sucesor con un chaleco ideológico, construido
con el pensamiento de los ilustres fundadores de su partido.
La flauta no le sonó,
más después que la bala certera de un franco tirador dispusiera del arrogante
“taita” en la Mata Carmelera. El fatal accidente no impidió la victoria de su
causa, pero sin el jefe insustituible, aquel fue un logro con la marca de la
muerte pintada en la frente.
El 4-F siguió un
curso en todo contrario. Su jefe vivió porque se rindió, la operación fue
derrotada no obstante el éxito de sus subalternos. En un almuerzo de fecha muy
posterior, escuché a dos de ellos, comandante Arias Cárdenas y Urdaneta,
ofrecer un relato sorprendente que el primero probablemente no repetirá pero el
segundo estoy seguro que sí: -Nos reunimos, ya distribuidas las
responsabilidades. Uno de nosotros propuso analizar dónde reagruparse si
tuvieran que retroceder.
-¡Aquí nadie
retrocede, nadie se rinde!, interceptó con vehemencia Chávez. Lucharemos hasta
el final.
-Muy bien, así será.
Y así fue. Por la
cabeza de nadie pasó la idea de flaquear. La sorpresa, no obstante, fue
escuchar al jefe implacable anunciar que había tomado la decisión de rendirse.
¡Y encima los instaba
a seguir su ejemplo! Fuera de anécdotas, vale asomar un dictamen sobre la
naturaleza de aquella operación militar. El gobierno de Maduro y la ortodoxia
de la lealtad chavista proclaman a rabiar que el 4-F fue una ejemplar rebelión
cívico-militar. Similar a la revolución rusa de 1905 que sacudió al pueblo
llano y los primeros soviets del imperio zarista. Esa fecha pasó a la historia
del partido comunista cual “prólogo” de la revolución también proletaria y
también soviética pero vencedora, de 1917. Y similar igualmente a la toma del
cuartel Moncada por la tropilla improvisada de Fidel y que por interpretación
muy peculiar de sus autores, fue el prólogo de la guerra de guerrillas que se
llevará en los cuernos al dictador general Fulgencio Batista.
Audacias
oficializadas. ¡Y ya ustedes saben, mis amables lectores, cómo retuercen la
historia las viejas y nuevas autocracias para acomodarla a su cambiante
interés! El 4-F de nuestros tormentos fue un clásico madrugonazo golpista que
como la gran mayoría de ellos fracasó. Ni más ni menos. Lo de “cívico-militar”
no le va.
Los civiles fueron
escrupulosamente excluidos. Gabriel Puerta, entonces simpatizante del audaz
comandante, me dijo que su partido, Bandera Roja, aspiraba a quitarle el
acusado sesgo militarista a aquella conspiración de sables y botas.
Ofrecieron su
participación, les dieron una hora y cuando llegaron, encontraron que los
golpistas habían salido varias horas antes. Sencillamente no confiaban en
ellos.
Ese golpe militar y
solo militar encajaba en un modelo clásico descrito, defendido, aplicado y
teorizado por el general Juan Perón en su obra Tres Revoluciones, editada por
Peña Lilllo Editor SA.
Perón homologa sin
más los conceptos de revolución y golpe. Lo esencial es dice -sin
subterfugios- que en todo golpe militar (no añado nada, son sus propias
palabras) transcurren tres fases: la preparación, la ejecución y la
legitimación. En las dos primeras, las decisivas, las que afirman el liderazgo,
solo pueden participar militares, los civiles sobran, perjudican, enredan,
discuten demasiado.
La tercera fase, la
legitimación o, digamos mejor, la aclamación, es la hora de los civiles, el
salto del secreto extremo al ruido de las consignas y lemas. Es la plétora de
la “r” y “erre” Rrrevolución, Patrrria, Guerrrra rrrevolucionaria.
El alimento de los
héroes es la Aclamación. El pueblo llano y no tan llano llamado a aplaudir en
las calles. La comunicación es unidireccional, jamás bidireccional. Uno
proclama y el otro acepta. Fidel patentó una vieja práctica imperial. El césar
en su palco del Coliseo y la muchedumbre entre panes y circos. Fidel en lo alto
de la Plaza Martí somete propuestas al voto plebeyo. Con las Declaraciones de
La Habana, septiembre 1960 y febrero 1962, dictó un viraje profundo de la
izquierda latinoamericana y mundial, subyugada entonces por sus inmaculadas
palabras. Con la fuerza de su retórica, encauzó a todos por los carriles de la
llamada, por Regis Debray, “La larga marcha de América Latina”.
Sin escuchar ni a sus
validos, el brillante caudillo decidió por el universo.
Perón, Fidel: el 4-F
los retrata.
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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