La corrupción. ¡Ay,
la corrupción!
¿Quién iba a pensar
en ese 1998, ante aquel Chávez con su proclama apocalíptica en la que aseguraba
que había que freír a los corruptos en aceite, que el régimen “revolucionario”
que construiría se iba a terminar de consumir en esa misma paila, descompuesto
hasta lo rancio?
Traicionaron los
sacrosantos fundamentos de una izquierda guerrera y comunista, a la que podían
condenar por cualquier razón política o ideológica, hermano, pero jamás por
saqueadora, ni por choriza, ni por arrasar con los bienes de la Nación.
Rasgar la linajuda
“ética moral revolucionaria”. ¿Qué les pasó, camaradas?
¿Cómo pudieron caer
tan bajo, en esta corrupción generalizada que junto al desmadre institucional
que nos acoquina tiene al Presidente de la República contra la pared? Y la
corruptela se entreteje con las otras crisis: la de gestión social, la
económica y la política, ésas que paralizan actualmente al Estado venezolano.
La sentina se filtra
por los intersticios, camaradas.
Y la presión es tan
intensa que, ante la imposibilidad interna de avanzar con cualquier
investigación (dada la exagerada dimensión del problema que se ha estructurado
en lo regional, lo continental y lo hemisférico), ya la prensa y la comunidad
internacional han comenzado a tomar cartas en el asunto para someter a nuestro
abollado país a un crudo examen, dada la posibilidad real de que, si a esto no
se le pone coto, se nos convierta en un “Estado fallido”.
(Si ya no lo es)
Hasta Jorge Giordani,
el otrora megaministro para la Planificación Económica Estratégica del
fantasioso Socialismo del Siglo XXI, volvió a saltar a la calle desde su
santuario para advertir que el termómetro marca 40 grados, que esta crisis hay
que asumirla y que hay aprobar una ley draconiana contra la corrupción, aunque
los involucrados en la rebatiña se opongan. Todo eso junto a un curioso
elemento definitorio: que mientras desde dentro del régimen la supuesta
persecución de los corruptos se cierne sobre el estamento civil (con mayor
particularidad sobre los miembros del equipo ejecutivo del expresidente de
PDVSA, con un Rafael Ramírez aventado a la ONU) las acusaciones más graves de
todas las que nos llueven desde el exterior se enfocan sobre el componente
militar.
¿Por qué? Ah, ésa es
una interrogante muy oscura.
¿Y por qué estas
ópticas tan dispares? Porque es ostensible que las tenazas se cierran.
Desde el propio
chavismo, por ejemplo, las corrientes de Marea Socialista y Clase Media
Socialista (los únicos componentes que hasta ahora están protestando
abiertamente contra la corrupción) están solicitando la renuncia en pleno del
gabinete.
Y mientras eso pasa,
hace unos días y en una especie de discurso alucinado desde el púlpito, Nicolás
Maduro hizo un llamado “a la ética bolivariana” y, por supuesto, a la lucha
contra la corrupción. Es decir: hablaba contra aquel camarada que se pudrió en
algún lugar de nuestro país.
Porque para Maduro,
la corrupción es el disolvente más poderoso de la estabilidad gubernamental.
Pero, en lugar de saltar para evitar los baches, cae en todos.
Un ejemplo: ¿cómo es
posible que un presidente como Nicolás Maduro, que sabe que hay investigaciones
en curso por narcotráfico contra miembros de su gobierno, se busca para
reestablecer las relaciones con Washington (como si él como jefe de Estado no
pudiera coger el teléfono directamente) a Samper? ¡El único presidente
latinoamericano al que Estados Unidos le ha quitado la visa por asociación con
el narcotráfico!
¿Qué es eso? ¿Hasta
dónde puede llegar tanta confusión?
Cierto es entonces,
camaradas, que en Miraflores aún están anclados en los sesenta. Y ahora es peor
porque, de cara al público, parecen como triturados por la presión militar y se
muestran ante el resto de Latinoamérica como los únicos que no se terminan de
despertar de esta loca fantasía revolucionaria. Absolutamente fuera de
sincronismo.
Y sin tocar piso,
como en los volátiles del beato Angélico, no se percatan.
El país se nos está
viniendo encima y, en una actitud inconcebible e inquietante, el Presidente de
la República todavía no encabeza un programa serio para combatir un problema
como la corrupción. Todas sus respuestas devienen tardías e insuficientes, con
el efecto gatopardiano tan funesto de mantener intacto el esquema estructural.
No hace nada.
Tanto es así que lo
inviable del cuadro apunta a que la situación se va a poner peor. Como decía
alguien por ahí: “Pareciera que hay un entramado tan denso en la toma de
decisiones del Alto Gobierno que, como todo el mundo protesta cada vez que se
quiere ajustar algo, la situación se torna paralizante”.
Entonces las
preguntas: ¿Desde dónde se está trancando el juego? ¿Desde el estamento militar
o del civil? ¿Quién? ¿Quiénes?
Tal como indicaba en
este mismo medio el economista Asdrúbal Oliveros, cuando observamos la caída de
compra del salario y las cifras de pobreza, está claro que la conflictividad va
a aumentar. Y el riesgo de que el Gobierno opte por acentuar la polarización en
un escenario de tierra arrasada se materializa, sobre todo cuando el único
objetivo es el de permanecer en el poder.
Es un secreto a voces
que el Presidente tiene problemas de liderazgo y que, para decirlo en lenguaje
económico, “hay grupos captadores de renta que se oponen a cualquier reforma”.
Porque, camaradas, es
sabido que la democracia es un sistema que descree de la bondad universal y
desconfía de la codicia humana. De ahí que exija los contrapesos y los
controles más rigurosos para impedir los abusos del poder y por eso, cuando
aparecen, los debe sancionar.
Pero aquí alguien dio
la espalda a todo esto hace mucho tiempo. Alguien cedió ante el ofrecimiento y
el soborno, las coimas, la malversación, la subvaluación y la hipervaluación de
los precios, los escándalos políticos y financieros y el tráfico de
influencias. Alguien cedió al uso de la fuerza pública en apoyo a dudosas
decisiones judiciales y las sentencias parcializadas de los jueces, los favores
indebidos y los sueldos exagerados de las amistades, a pesar de su incapacidad.
Al financiamiento ilegal del partido.
Todo el librito.
Entero.
De ahí que la palabra
revolución se haya tornado decorativa. Y es que hacerse millonario en su nombre
la ha devaluado tanto que, como diría Gabriel Zaid, “no hay una palabra más
emputecida”: Revolución.
Hay que admitirlo: lo
notable es que siga usándose.
¿Recuerdan hace
quinquenios cuando la honestidad revolucionaria era el discurso obligado? Era
como la vestimenta indispensable para ser admitido en el asunto. ¿Y todo eso
para terminar en una guía práctica para acomodarse en la ruta del éxito, ante
una derecha que, como diría de nuevo Gabriel Zaid, era lo inhabitable, el
infierno?
Camarada,
reconozcámoslo: aquí la bandera revolucionaria sólo ha servido para trepar y
prosperar en nombre de los pobres que hemos reducido a la mendicidad política.
Camarada, a ti antes
cualquier signo de prosperidad te hacía sentir culpable. Incluso: te hacía
sentir vulnerable frente a las persecuciones y chantajes. Pero está aquel juego
de palabras ético: no se está del lado bueno por tener razón sino, por el
contrario, se tiene razón por estar del lado bueno.
Camarada, ¿alguna vez
creíste que podías vivir en el Country o en La Lagunita? ¿Vevir en el Este de
Caracas, de donde huiste con sólo abominar de la explotación? Es paradójico,
sí: se adoptan las posiciones más radicales cuanto más mejoras el statu quo de
tu propio subidón social y económico.
¡Ay, camarada! ¡Cuán
fácil es relativizar los conceptos! Mientras tanto, como dice Freedom House,
Venezuela es una mezcla tóxica de corrupción y desgobierno.
¿Pero y tú? ¿Qué vas
a hacer en este momento tan delicado? ¿Seguirás exasperando los conflictos ante
una élite que se muestra incapaz de resolverlos? ¿O recurrirás, como cualquier
gorila latinoamericano, a escalar la crueldad, la represión y la cárcel con las
armas de fuego?
Camarada: ¿cómo
piensas sacarle el cuerpo al matadero?
Luis Garcia Mora
aguilaluis_7@hotmail.com
@LuisGarciaMora
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