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martes, 16 de diciembre de 2014

PEDRO R. GARCÍA M., ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL PETRÓLEO COMO RIQUEZA, Y EL CASI NULO APORTE NUESTRO AL VALOR TRABAJO III.

PEDRO R. GARCÍA M
Hoy el Imperio Romano y su pensamiento económico especulativo:

Ubicando algunas pistas…

Siguiendo el curso de la luz del sol, vendrá el Imperio Romano cuyo legado fue prolífico en materia de ideas. La historia de Roma está colmada de dificultades económicas, pero no encontramos pensamiento especulativo acerca de la economía. La educación era estrictamente literaria y retórica, y la ciencia no tenía lugar alguno en el curriculum. La expansión territorial jugó un papel singular en su historia económica. Extendió el mercado, pero a la vez dio surgimiento a nuevos centros de producción que competían con los antiguos. De esta manera el crecimiento del Imperio colocó a la agricultura italiana en una posición inestable, igual que al comercio y la industria. La civilización y la urbanización se ampliaron sobre las provincias conquistadas, pero perdió su posición de liderazgo en el comercio y la industria. Sin embargo la producción continuó floreciendo según el Imperio se desarrollaba y se abrían nuevos mercados. Después del reinado de Adriano (117-138 d.C.) cesó la expansión territorial, por lo que los productores italianos tuvieron que limitarse desde entonces al poder de compra de algunas personas de bienestar relativo en las ciudades y en el creciente número de necesitados urbanos y rurales. La caída del Imperio Romano, uno de los grandes eventos en la historia del mundo, fue acompañada de graves desordenes económicos. Las guerras y las invasiones destruían las propiedades y absorbían la mano de obra. Los impuestos llegaron a ser más y más y eran suplementados por requisiciones y exacciones de todo tipo, con servicio militar y trabajo forzado. La moneda era devaluada y depreciada continuamente, y la inflación se hizo crónica, y galopante. En Egipto, por ejemplo, el precio del trigo se triplicó entre el siglo primero y el tercero d.C., y al final del siglo III su precio era cien mil veces mayor que tres siglos atrás. Este tipo de desordenes reflejan las presiones económicas a que se veía sometido el Imperio por las guerras que mantenía. Roma estableció la ley y el orden dentro de los confines del Imperio pero ejerció poca o ninguna influencia civilizadora sobre las tribus bárbaras más allá de sus fronteras. Hubo necesidad de un nuevo mensaje para ciudad anisar a los invasores y acercarlos a los límites de una comunidad universal. Este nuevo mensaje fue divulgado por el Cristianismo, cuyo auge se traslada con la declinación del Imperio. La nueva civilización que sustituyo a la romana atraería pronto a millones de personas inspirada por una idea nueva, diferente de la sabiduría de los griegos y la legislación de los romanos: el evangelio del amor.
El cristianismo comparte algunos aspectos con las filosofías cínicas, estoica y epicúrea que llegaron a ser tan sobresalientes en Roma. Los ideales de pobreza y ascetismo de los cínicos, la concepción de los estoicos de la ley natural y su aguda distinción entre virtud y vicio, el amor por la humanidad de Epicuro, todos encuentran afinidad, si no su plenitud, en la enseñanza cristiana. Cuando los Doce son enviados a predicar, no se les permite llevar dinero (Mateo 10:9). El joven rico preocupado por la ruta hacia la perfección recibe el consejo de vender sus propiedades y dar el dinero a los pobres (Mateo 19:21; Marcos 10:21; y Lucas 18:22). Puede encontrarse también una indiferencia hacia las consideraciones económicas en la parábola de los trabajadores de la viña, que reciben el mismo salario independientemente de las horas trabajadas (Mateo 20:10), así como en la admonición a Marta, que en lugar de escuchar las enseñanzas de Jesús como lo hace su hermana María, está absorta en el trabajo (Lucas 10:38). Mas aún, ya no con ojeriza hacia las consideraciones económicas sino hostilidad y desaprobación de la riqueza y su búsqueda, se expresan en el Sermón de la Montaña. El tesoro no debe guardarse en esta tierra sino en el Cielo (Mateo 6: 19-20), No hay necesidad de preocuparse de las necesidades de la vida; el Señor mantiene a los pájaros del aire y los lirios de los campos (Mateo 6: 25-34). Y mas expresamente: “Nadie puede servir a dos señores. No se puede servir a Dios y a Mammon” (el dinero) (Mateo 6:24). “¡Cuán difícil es para el rico entrar en el Reino de Dios! es mas fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios” (Marcos 10:23-31).
Puede encontrarse una condenación apasionada del rico en la Epístola de Santiago (hay que leerla para no ser un gran carajo). Varios pasajes de los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de la aceptación de los primeros cristianos de las enseñanzas de Jesús. “Todos los creyentes estaban juntos y tenían las cosas en común; y vendieron sus posesiones y bienes y los distribuyeron entre todos, según su necesidad”. “...tenían todo en común... no había entre ellos persona necesitada, porque aquellos que tenían tierras o casas las vendían y entregaban su importe a los apóstoles; y se hacía la distribución de ellos según cada quien necesitara” (Hechos 4:32; 34-35).
Al correr del tiempo, el Cristianismo se extendió en diferentes poblaciones y entre las desiguales clases de sociedad. El arribo del Reino de Dios gradualmente pareció menos próxima de lo que les había sido a los primeros discípulos de Jesús. La vida en este mundo tiene que vivirse y había que desarrollar destrezas para adaptar la carrera de los primeros creyentes con las instituciones sociales y económicas de su ambiente. La esclavitud, la pobreza, y la coexistencia del rico y el pobre eran parte de las mismas. Por ello, la enseñanza de Pablo, reconoce la necesidad de la actividad productiva. “El hombre que no trabaja, que no coma”. Se exhorta a la gente a realizar su labor calladamente y ganarse el propio sustento (2 Tesalonicenses 3: 10-12) con sus propias manos, de manera que puedan demandar el respeto de los extraños y no ser dependientes de nadie (1 Tesalonicenses 4: 11-12). No se condena al rico incondicionalmente pero se le apremia a hacer el bien (1 Timoteo 6: 17-19).
De la riqueza. 
Algunas décadas después de la muerte de Pablo, el cónsul romano Tito Flavio abrazaba la nueva fe. La actitud hacia el status económico y la propiedad y la cuestión de la salvación de los ricos se convirtieron en premisas que constituían un reto para el pensamiento de los hombres eminentes de la época. Uno de ellos fue Clemente de Alejandría, que vivió en el siglo segundo en una comunidad bien conocida por su riqueza comercial. En uno de sus sermones, conocido por su nombre en latín ¿Quise Dices Salvetur?, ¿quién es el rico que puede salvarse?, Clemente establece el deber cristiano de liberar la mente del rico de la desesperación y le muestra un camino para la salvación. La Escritura, sostiene Clemente, debe ser interpretada en forma más bien alegórica que literaria. Si el joven rico recibe el consejo de vender todas sus propiedades, quiere esto decir que debe rechazar de su mente todo apego a la riqueza y el deseo de ella. Lo que Jesús aconseja no es un acto externo sino un sacrificio en el alma. En sí mismo, no existe mérito alguno en la pobreza. Si todos renunciáramos a la riqueza, sería imposible encontrar las virtudes de liberalidad y caridad (argumento que encontramos ya en Aristóteles). Según Clemente, la riqueza ha sido diseñada como un don de Dios, proporcionada para promover el bienestar humano. Es una herramienta, y como tal, puede ser bien o mal usada. Estos pensamientos, especialmente el énfasis en el uso de la propiedad como criterio de bondad, marcan una actitud doctrinal que alcanzaría preeminencia en los siglos posteriores. En su sentido mas amplio, la imposición de deberes para con Dios y para con otros señores espirituales y temporales sobre aquellos que tienen el derecho de usar algún bien, llegaría a convertirse en un aspecto sobresaliente del sistema económico medieval.
Les seguirán los padres de la Iglesia, Juan Crisóstomo, el más grande de los Padres Griegos; Basilio el Grande, en quien destacaba un espíritu igualitario: “aquel que ama a su prójimo como a si mismo, no habrá de poseer más que su prójimo”; Ambrosio, rechazaba de plano la división de los bienes en públicos y privados. La naturaleza, sostenía, da todos los bienes en común a todos los hombres. Por tanto, la caridad no es un regalo sino que puede ser considera como la materia de un derecho. El pobre recibe lo que realmente es de él; el rico sólo paga una deuda. Jerónimo compartía el punto de vista de Juan Crisóstomo de que el hombre rico o bien es injusto el mismo o es heredero de una persona injusta. Para Jerónimo toda la riqueza aparece manchada de iniquidad: la ganancia de un hombre, insistía, es probable que provenga de la pérdida de otro. Agustín declaró que la riqueza es un don de Dios y un bien, pero no el mayor ni el más alto. Consideraba a la propiedad privada como responsable de varios males disensiones, guerras, injusticias; Agustín dejó bien claro que consideraba la propiedad privada como una creación del estado, un derecho humano más que divino. “Por ley divina, decía, la Tierra y cuanto hay en ella son del Señor. El pobre y el rico están formados del mismo barro; la misma tierra provee para el pobre y para el rico. Por derecho humano, sin embargo, alguien dice, esta tierra es mía, esta casa es mía, este es mi sirviente. Por derecho humano, esto es por derecho de los emperadores. ¿Por qué así? Porque Dios ha distribuido a la humanidad estos derechos humanos a través de reyes y emperadores”. La legitimidad de la propiedad privada a la luz de la doctrina de la ley natural de la propiedad comunitaria fue un problema con el hubieron de luchar los canonistas hasta que fue resuelto por Santo Tomás de Aquino en el siglo trece. La civilización medieval temprana se caracteriza por la continua lucha con los invasores. Estas guerras eran costosas. Equipar solamente a un caballero requería un desembolso equivalente a la compra de veinte bueyes, o el equipo de labranza de diez campesinos. Más aún, se incurría en gastos de importancia en el mantenimiento y reemplazo de caballo para el hidalgo y su escudero. Era posible “financiar” este nuevo tipo de guerra por la imposición del deber militar y otros servicios adecuados sobre los poseedores de la tierra, la que en aquel tiempo constituía la forma de riqueza más importante. Bajo el feudalismo la propiedad de la tierra no era absoluta y divorciada de ciertos deberes como lo había sido en Roma y como vino de vuelta en los tiempos modernos. La propiedad original de la tierra era del rey, el señor todopoderoso. Este donaba grandes parcelas a sus nobles más importantes, quienes podían a su vez designar representantes. Estos nobles y sus lugartenientes no adquirían la propiedad plena de la tierra sino más bien un derecho de uso sobre ella, que tendió a volverse hereditario. Pero que estaba condicionado a la prestación de cierto tipo de servicios, militar, personal, de trabajo, o entrega de los productos. Pero la propiedad feudal no era solamente sujeta de derechos. Era también la base del poder político. Los señores feudales estaban investidos de numerosas funciones gubernamentales, disposición que nacía de la debilidad de las autoridades centrales en tiempos de pobres comunicaciones e inseguridad general. Económicamente la tenencia feudal, especialmente en el norte de Europa, estaba frecuentemente organizada en forma de señoríos, un estado agrícola que tendía a la autosuficiencia, y era trabajado por varios tipos de mano de obra, aldeanos y siervos, los que estaban más bien ligados a la tierra que a la persona del propietario. Se les permitía tener sus propias parcelas, a cambio de las cuales prestaban sus servicios al señor. En Inglaterra el sistema señorial se desintegró antes, entre 1300 y 1500 bajo la influencia de la comercialización de la agricultura que aportó la creación de grandes granjas operadas por propietarios y trabajadores. Un aspecto de esta llamada Revolución Agrícola fue el aislamiento, la colocación de cercas divisorias de las tierras que antes eran utilizadas en común para propósitos de pastoreo o agricultura intensiva  incrementó la productividad agrícola y puso disponible para su venta en el mercado una cantidad mayor de productos de los que el señorío había tenido la capacidad de producir. Es sin embargo un asunto de polémica porque trajo consigo privaciones para que ellos que habían estado dependientes del uso de la tierra común para su supervivencia. En tiempos de Roma, la tierra era trabajada mediante una pala manual. Ahora que la civilización se había trasladado hacia el norte con ricos suelos de aluvión y  empezó a usarse el pesado arado con ruedas, arrastrado por yuntas de bueyes, frecuentemente fuera del alcance del campesino aislado y solo disponible dentro de la organización más amplia del señorío. La introducción del caballo le imprimió mayor velocidad y resistencia permitiendo trabajar el doble de tierra que con bueyes. Junto con el arnés y la herradura se originaron mejoras en el transporte y la comunicación que proporcionaban un servicio más rápido y de bajo costo. Mientras que en tiempos de Roma el acarreo de bienes a granel provocaba que se duplicara su precio cada 100 millas, el movimiento de grano en el Siglo XIII solamente subía su precio en 30% por la misma distancia. Además del arado y del caballo de tiro, la productividad agrícola fue también incrementada por la introducción de la rotación de cosechas en tres campos, el primero dedicado a recolecciones de invierno, el segundo a las de primavera, y el tercero alternado. (Le daremos continuidad en una aproxima entrega)
Pedro R. Garcia M.
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