HUGO CESAR RENES |
La
república romana supo derrotar a todos sus enemigos menos a sus propios vicios.
Nosotros
con nuestro voto, ¿podremos derrotar a los viciosos de nuestra democracia?.
Esta nota va dirigida a todos aquellos amigos/as que poseen convicciones bien fundadas y tienen la firme determinación de ejercer cuanta influencia pueda, por medios honestos, en la opinión de sus ciudadanos.
El
tema que deseo abordar hoy es cautivador y seguramente los hará pensar.
Vale
la pena señalar, antes de entrar en tema, algunas distinciones de suma
importancia. Refresquemos sintéticamente algunos conceptos.
DEMOCRACIA:
(del griego demos, “pueblo” y cratos, “poder”, “autoridad”. En sentido lato,
GOBIERNO DEL PUEBLO. El término alude a la forma de gobierno en donde el estado
se funda en la justicia, y la justicia encierra en sí misma la libertad. Es en
la práctica el gobierno de TODOS por TODOS para el bien de TODOS.
Si
queremos definirla más claramente podemos decir, como oportunamente supo
afirmar Mazzini que la verdadera democracia busca “el progreso de todos, con la
ayuda de todos, bajo la dirección de los mejores y más cuerdos”.
La
formación del carácter y el cultivo de la inteligencia del ciudadano por medio
de la instrucción y la igualdad de oportunidades; la consecución de la
comunidad y la prosperidad individual por medio de la justicia no menos que por
medio de la filantropía; la protección del individuo contra las enfermedades no
menos que contra los ataques de sus semejantes, son tareas que atañe a todos
los ciudadanos, pero que en una verdadera democracia son conducidas por los
mejores hombres, los más capaces y más cuerdos que deberán ser elegidos y
elevados a esos puestos de dirección y mando por el voto popular.
KAKISTOCRACIA:
Gobierno constituido por cínicos, maniobreros, ignorantes y matones, proclives
a toda suerte de maquinaciones para mantenerse en el poder a pesar de su total
incompetencia.
La
kakistocracia (chusmocracia por demagogia) detesta los cuerpos directivos y
exalta a los demagogos, que ejercen el Poder impunemente en la seguridad de que
la justicia, que arrastra su investidura en las antesalas gubernativas, es una
rama del gobierno, llevando a la práctica las afirmaciones de Martín Fierro “
La ley es como el cuchillo, no ofende al que lo maneja”...
Si
el voto ciudadano se equivoca y elige a un/a demagogo/a, en vez de a un/a
estadísta..., siga leyendo y después me cuenta.
Diferencia
entre un estadísta y un demagogo.
El
ESTADÍSTA. Cuando EL SABER ES PODER, el conductor político estudia sólo el bien
público y busca el buen éxito de su partido sólo como medio de promover los
intereses comunes; atrayendo a los mejores, a los más hábiles y más cuerdos de
su partido; da aliento al talento y a la capacidad y reprime la ignorancia
presumida y el egoísmo; confía en su poder de convencer al pueblo con razones
justas; sin más que su esfuerzo intelectual capta la buena voluntad y el apoyo
de sus conciudadanos, para hacerle ceder al individualismo egoísta su puesto al
bienestar general. UN ESTADÍSTA es un ciudadano que no tiene intereses que
servir, ni agravios que vengar, siendo generalmente dominado por una doble
identidad: orgullosamente enamorado de su patria y anheloso por la grandeza de
los futuros de su país.
En
sus propósitos dos cosas lo guían: lo que es posible y lo que conviene al
pueblo.
Sostiene
que los únicos peligros serios que amenazan la libertad vienen del predominio
del monopolio, los privilegios y las mayorías, adhiriendo tenazmente a la
convicción de que para su buen éxito es necesario que haya normas fijas de
moral, y que ni la autoridad, ni la mayoría, ni la costumbre, pueden ser razón
para nada.
Cree
que nada queda arreglado si no se arregla justamente, y que no debe permitirse
que el temor inspirado por las mayorías ni las amenazas de los poderosos
detengan ni por un momento los esfuerzos encaminados a enderezar un agravio o
impedir un abuso.
EL
DEMAGOGO (un orador revolucionario que aparenta defender los intereses del
pueblo formulando promesas que sabe que no puede cumplir, pero que le sirven
para conquistar votos o apoyos). Cuando la ignorancia es mas poderosa que el
saber, levanta hombres lo suficientemente temerarios o insensatos para intentar
cualquier cambio que le sea útil a sus fines, por desacreditado que esté, y
suficientemente vanos para atacar cualquier tradición, aún la más justificada y
firmemente establecida. Tales hombres fomentan la falsa democracia que por lo
general generan perturbaciones e impiden el progreso.
Es
este el ámbito ideal para el demagogo o el déspota (productos notorios y
ominosos de la perversidad humana de nuestro caduco sistema político). Siempre
está bajo el horizonte de donde el bien público puede discernirse.
El
buen éxito del partido es su fin supremo, requiriendo generalmente para tal
cometido el sumo poder. El buen éxito del partido consiste para él en su propia
supremacía. En su “nomenKlatura” (lista de puestos de dirección) suelen
coexistir secuaces apocados y obedientes (obsecuentes todos ellos) y/o gente
irreflexiva e impulsiva, movida por la pasión ciega y porfiada, cuya conciencia
está paralizada por la ambición del poder, el deseo de lucro, y la venganza
social.
Su
esperanza de triunfar se cifra en la eficacia (“aceitado”) del “mecanismo”
político (aparato), en el gasto pródigo de dinero con el cual concreta el
sometimiento y la lealtad del beneficiario (cliente político), y en las
promesas de cargos públicos que hace.
Los
argumentos de un típico demagogo son la exhortación, la coacción, la
intimidación y/o la amenaza.
Si
triunfa, su primer cuidado es el engrandecimiento y el enriquecimiento de sí
mismo y el de su familia y, de ser ello posible, el de sus principales
“punteros”. Si sale vencido, se pone inmediatamente en comunicación secreta con
su antagonista triunfante, pidiéndole participación suficiente en los despojos
para mantenerse, él y los suyos, hasta la próxima contienda política.
En
el ejercicio del Poder, echa siempre mano a lo posible sin pensar en lo que
conviene, cayendo así en el hábito del oportunismo y las componendas,
subordinando los principios al interés.
Toda
reconstrucción social o política aviva su apetito y enardece las pasiones de
estos desbaratadores de la sociedad, a quienes ningún principio refrena ni
ninguna convicción estorba, por cuanto carecen de principios y de convicciones,
jugando permanentemente con el fuego de las pasiones humanas y el instinto de
violencia de la chusma, que prefiere escuchar los alaridos de su “líder” que en
la dulce embriaguez de sus mentiras, parece quererse comer vivo a cuantos se le
oponen, que a las pulsaciones rítmicas de su corazón.
Estos
demagogos/as suelen en su materializada vanidad desplegar cuanto tienen, para
ostentar los relumbrones de los colores de su actual riqueza, poniendo al
descubierto lo que tiempo atrás ocultaron discretamente, o no disponían.
Lo
posible “come” así a lo que realmente conviene al pueblo, produciendo una
demora en la formación de opiniones y una reserva más que prudente en
expresarlas.
El/la
demagogo/a o el/la déspota NUNCA GUÍAN O DIRIGEN; ARREAN en un sistema que
amedrenta a los débiles, infunde pavor a los tímidos, soborna a los ambiciosos
y compra sin ambages al antagonista porfiado que arteramente recurre a ese modo
para hacerse útil a ese “seductor” de la democracia (el político argentino
suele doblar fácilmente las rodillas para rendirle culto al brillo del dinero).
Si
por caso usted piensa que hubiésemos llegado a esta situación, podemos estar
seguros de que dentro de muy poco, si los dejamos, sobrevendrá un cambio en
nuestras instituciones políticas y sociales que significarán un empeoramiento
de la realidad que estamos viviendo. Los abusos de la libertad serán serios e
innumerables. Las injusticias nos abrumarán y serán en breve una realidad más
que gravosa y desgraciada.
La
falta de compromiso (tal vez por fatiga cerebral) ante una SUPUESTA realidad
como la expuesta, que a muchos amigos está haciendo modificar el temperamento
luchador que supieron tener, no es más que una resignación justificada en
injusticias que padecieron, padecen, o temen padecer, situación esta que los va
transformando en una insensible brújula incapaz de indicar el norte a los
“desorientados”, en momentos en que deberíamos estar todos esforzándonos en
traspasarnos y adquirir experiencia para hacer frente a la tormenta que se
avecina, que sin la menor duda puedo afirmar que será bastante fuerte.
Tengamos
la convicción firme y la idea clara entre la diferencia que hay entre UN
ESTADÍSTA y UN GAMONAL O CACIQUE POLÍTICO. Si lo logramos, tendremos entonces
la clave de la distinción entre una DEMOCRACIA FALSA Y ESPURIA, de LA VERDADERA
DEMOCRACIA como forma permanente de gobierno y organización social.
¿Qué nos queda por hacer que no hicimos?, ¡mucho!!!, tanto como, si pudiéramos, la repetición de la vida... aunque sea lejos del esplendor de la victoria, pero por ahora pidamos al Señor que conceda al pueblo argentino la sabiduría de saber elegir en las próximas elecciones legislativas.
"Ya
conoce pues quien soy,
tenga
confianza conmigo
le
doy mi mano de amigo
y
no lo he de abandonar,
juntos
podemos buscar
pa
todos un mismo abrigo".
Si
no me entiendes, es porque lamentablemente hablamos lenguas diferentes.
En
azul y blanco
Hugo
Cesar Renes
hcr1942@yahoo.com.ar
@hcr1942
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