Creo
que soy uno de los pocos venezolanos que se ha leído completico el Diario de
Debates de la Asamblea Constituyente.
Pero no por gusto, sino porque me tocó.
Estaba yo en funciones de gobierno cuando se promulgo la Constitución
vigente y me vi en la necesidad de encontrar la justificación de algunos
artículos que iban a tener incidencia en mis funciones.
La mera lectura de dichos artículos no me
satisfizo, así que me fui a la Exposición de Motivos. Que me pareció de una pobreza absoluta: no se
explicaban las razones que justificaban la norma; básicamente, se repetía el
texto del artículo y, en algunos casos, se agregaba una explicación
somera. En razón de eso, y recordando
algo que el Flaco Figueroa explicó en una de sus clases de derecho, busque en la
fuente de la discusión: el fulano Diario de Debates. Por contactos en el Palacio Federal,
conseguí, en trece disquetes, todas las argumentaciones —si se les puede llamar
así— esgrimidas en las plenarias del cuerpo constituyente. Pero sin índice, ni organización. De allí, que me hubiese tocado leerme ese
mollejero de discursos, ripiosos en la mayoría de los casos.
Las
razones aludidas y manifestaciones expresadas por los constituyentes podían ser
un muestrario de los argumenta que nos tocó estudiar en Lógica. El más frecuente que encontraba era el
argumentum ad populum. No eran análisis
o explicaciones dirigidos a los colegas que debían redactar el texto
constitucional, sino apelaciones al público en el balcón del hemiciclo;
auténticos brindis al tendido de sol para ganarse la buena voluntad del
“soberano”. Por ejemplo, cuando se
discutía lo referido a la seguridad y a los cuerpos que deben proveerla, lo
frecuente era que, después de gastar un par de minutos saludando a “los agentes
de policía, vigilantes de tránsito y bomberos que están en la barra”, se
desperdiciaran cinco más ofreciendo que en el articulado se iba a incluir una
disposición referida a los estupendos sueldos que irían a percibir “esos
sufridos servidooores púuuublicos”. Pero
el meollo, de por qué es esencial la seguridad para la vida de la repúblicas,
nanay.
Estaban,
los “padres constituyentes”, practicando para lo que sería la práctica usual
posterior, cuando ya estaban en la manguangua.
Si algo ha abundado en estos dieciséis años de escaseces —en la cual la
más notoria es la ausencia de pensamiento sensato entre las autoridades— son
los sofismas populistas, las falacias que buscan mantener al pueblo embobado,
creyendo en ellos a pesar de la inverecundia e ineptitud que los caracteriza.
El
otro argumento derrochado por los rojos-rojitos es el ad hominem. Y para eso —al igual que para robar— es que
han resultado muy buenos. Por herencia.
Porque hay que reconocer que, en eso, el muerto difunto que falleció era toda
una estrella: de su magín son “escuálido”, “apátrida”, “pitiyanqui” y otras
lindezas más que empleaba para referirse a quienes osasen opinar
diferente. Pero, claro, él nunca se
sintió el presidente de todos los venezolanos; lo fue de la mitad que creía en
él. Para los demás, de inquisidor no
pasaba. Y, eso, cuando estaba de
buenas. El ilegítimo va por la misma
senda, imitándolo en todo, menos en recular cuando la táctica así lo
recomienda. Este va constantemente
embistiendo, enceguecido —pobrecito, es que tiene pocas luces—, tratando de
desacreditar a quien percibe como enemigo por su origen, educación, status
social o pasado. Y, cuando lo
confrontan, le pasa lo que a Tío Conejo con el muñeco de brea: se queda pegado,
sin capacidad de reacción y todo percudido.
Por
eso mismo es que, cada vez con más frecuencia, no le queda otro recurso que la
apelación al argumentum ad baculum; al empleo abusivo y de lo más descarado de
la fuerza. No ha terminado de proferir
la amenaza cuando ya están los colectivos repartiendo golpes y tiros contra los
antagonistas. Y los fiscales y jueces
privando de la libertad a quienes tengan la osadía de ejercer el derecho a
protestar que tienen. Es que los rojos
siguen creyendo fielmente que la fuerza es la fuente del derecho. Y yo reitero por enésima vez la pregunta: si
el socialismo es tan bueno, ¿por qué hay que imponerlo a los carajazos? Es tal la contundencia del argumento con el
garrote que ya ha pasado a convertirse en argumentum ad terrorem. Pero, ni aún así…
Y
no les queda otra. Es que no pueden
apelar al argumentum ad verecundiam porque de las alturas no percibimos
ilustración, prudencia, autoritas. En la
cúpula, todo es mediocridad, rancho mental, conuco meníngeo.
A
quienes queremos ver a Venezuela mejor dirigida, hacia puerto seguro, no nos
queda sino denunciar muy seguido. Tratar
de que las masas entiendan que la patria es más que mera sobrevivencia, que es
la herencia que hemos de dejar a hijos y nietos. Y, por tanto hay que acrecentarla. Para ello, un arma muy conveniente es la
reductio ad absurdum —prometo que este es el último latinajo de hoy—, la
demostración de la falsedad de lo afirmado por el régimen mediante inferencias
válidas que demuestren lo absurdo de lo argumentado. Por ejemplo: “Si la CIA y Uribe hicieron una
vaca de 500 mil dólares, ¿por qué los supuestos sicarios no tenían sino un
pica-hielo? Es que, según explicó un personaje
histórico: “del ridículo es de la única dimensión de la cual no se regresa…”
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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