“Estaba en la sinagoga un hombre que tenía un
espíritu de demonio inmundo, el cual exclamó a gran voz, (34) diciendo:
Déjanos: ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has
venido para destruirnos?
Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios.
(35) Y Jesús le reprendió ,
diciendo: Cállate, y sal de él. Entonces el
demonio, derribándole en medio de ellos, salió de él, y no le hizo
daño alguno. (36) Y estaban
todos maravillados, y hablaban unos a otros,
diciendo: ¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus
inmundos, y
salen? (37) Y su fama se difundía por todos
los lugares de los contornos.” Lucas 4: 31-37
El fanatismo es inversamente proporcional a
la inteligencia. Una ecuación de sociopatología matemática que alcanza su zenit
cuando gobiernan los idiotas. Es decir: cuando los pueblos caen finalmente
abatidos por la maldición de la idiotez, el virus más devastador que acompaña a
la humanidad desde su lejana creación, y se lanzan, como los demonios inmundos de Cafarnaúm a los abismos
en busca de su salvación.
El problema se transforma en pandemia y el
horror en irrefrenable cuando esos idiotas, además de idiotas, son malvados y están
poseídos por el demonio de la soberbia, la ceguera y la crueldad. Vale decir,
cuando abaten toda racionalidad, desplazan del Poder a la mínima decencia de la
inteligencia, se apoderan de las armas, carcomen la escasa racionalidad de sus
semejantes y se imponen mediante una tiranía clientelar. Caracterizada por
prometer lo que aniquila y obtener lo que destruye. La locura como premio a la irracionalidad.
El hambre como recompensa a impiedad.
Siempre me admiró la adjetivación del
evangelista, a quien no sólo espantaba el demonio, sino uno en particular que,
además de estar poseído por Satanás, era inmundo. Como si existiesen demonios sanos,
limpios, inmaculados. Temo que la inmundicia a la que se refería Lucas derivaba
de la función política que asumía el demonio de la Sinagoga, su naturaleza militante, sus
afanes de conquista, su pretensión mesiánica. El demonio dictatorial al que se
refería Jorge Luis Borges, quien al sufrir en carne propia la nauseabunda
dictadura peronista, de la que derivan todas las
inmundas tiranías del siglo XX y XXI latinoamericanos – de Castro a Chávez –
y sus formas aparenciales y subsidiadas, como las de los nietos del coronel
Perón,
Néstor Kirchner y Cristina Fernández, así
como la pléyade de demopopulistas latinoamericanos sujetos a la coordinación
del Foro de Sao Paulo y La Habana: de Lula a Bachelet y
de Correa a Evo Morales.
Si la Venezuela de Chávez no es la perfecta
expresión de lo que es capaz uno de esos demonios inmundos, no encuentro en la región
un ejemplo más perfecto: un cuarto de millón de muertos detrás de la defensa
verbal del derecho a la vida; el despilfarro, saqueo y expolio de tres
trillones de dólares tras la promesa de moralidad pública; la ignorancia y la
insalubridad tras la oferta de educación y salud a los más necesitados; la
sangre derramada en vez del pan y el odio filial en vez del amor.
Si la desafiante afirmación de Plinio Apuleyo
Mendoza, Álvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner calificando a las buenas
conciencias del izquierdismo latinoamericano de “perfectos idiotas” requiriese
de una demostración práctica, bastaría con asomarse a las estadísticas de
criminalidad, inflación, desempleo, devaluación, emigración de la inteligencia
y los valores aceptados internacionalmente para diagnosticar el estado de salud
de los pueblos, sus sociedades, sus economías y sus expectativas de prosperidad
y progreso. Vería con horror que Venezuela ha descendido como abatida por un
cataclismo a las riberas haitianas, por no hablar de Liberia y la costa
occidental africana, súbitamente enaltecida por patria originaria de su
afrodescendencia.
Son imágenes que me asaltan mientras transito
por las atestadas avenidas del centro de Caracas, entre paseantes conmovidos por
el asesinato de colectivos de la revolución de los idiotas a manos de aquellos
en quienes delegaran el destino final de sus vidas.
Escucho una entrevista a uno de los “líderes” de los grupúsculos de ultraizquierda cuadrados con el gobierno, “pase lo que pase y suceda lo que suceda”, así no sepa cómo explicarse el hecho de que los máximos dirigentes de ese mismo gobierno al que le declara su plena y absoluta solidaridad “frente a los ataques del Imperio, la CIA, el paramilitarismo, la ultra derecha, Álvaro Uribe y Loren Saleh”, acaben de ordenar el brutal asesinato “de uno de los nuestros”, de los que luego no sepa cómo explicar si era o no era “uno de los suyos”, porque acababa de hablar con el suyo acribillado minutos más tarde por el cuerpo policial del gobierno heredado del “Comandante eterno, Gigante grande (sic) de las Américas, héroe de la revolución bonita, revolucionario inmortal, etc., etc., etc.” Y se le quejara amargamente por las amenazas del ministro Rodríguez Torres, “a quien le expreso toda mi solidaridad”, etc., etc., etc.
Quien espere encontrar una mínima
racionalidad en los dichos y hechos de esta revolución de los idiotas, morirá
esperándola.
Que lo haga leyendo en esa inútil e
interminable espera La rebelión en
la granja, de George Orwell, El corazón de la
tinieblas, de Joseph Conrad o, directamente y sin literarias mediaciones, el
Manual del perfecto idiota latinoamericano. Que le aproveche.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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