«[…]
En teoría, cada letra debería corresponderse con un solo sonido. Pero los
cambios experimentados por las lenguas a través del tiempo son causa de que la
escritura alfabética ofrezca inadecuaciones, de manera que una misma letra
pueda referirse a más de un sonido, o, a la inversa […]» (Emilio LLORACH
ALARCOS)
Hace décadas, más por desafío que a causa de
haber experimentado desasosiego por hirientes comentarios de una sabihonda
tutora de tesis académicas, me impuse la tarea de redactar una novela en la
cual prescindiese del pronombre-conjunción-preposición «que» (del Lat. «quid»)
y que titulé Facia (1). Lo hice porque mi ya escindida e italiana esposa, cuando ella estudiaba
Letras en la Universidad de Los Andes (Mención «Lenguas Clásicas», apodadas «Muertas»),
me confidenció que una de sus profesoras le expresó deplorar mi estilo
escritural expuesto en Facia: al cual calificó «tarzánico» (2). Trama y
lenguaje experimental que fascinaría a María del Amparo PASTOR y COS (española,
adscrita a nuestra institución académica, ya en situación de retiro
estatutario), colega de mi detractora. Facia le impactaría tanto como
Aberraciones (3) y, por ello, la añadió a las demás lecturas para análisis que
sucesivamente sugirió a sus alumnos en el curso de su intachable carrera en la
Facultad de Humanidades y Educación.
Desde mi iniciación literaria, he publicado
obras en las cuales son profusos los «neologismos» y «desacatos» en materia de
Semántica («Fonología», «Morfología» y «Sintaxis»). Cito un ejemplo: a los
ascensores defino «claustromóviles» (porque mi vocablo me parece más lógico: un
ámbito, minúsculo o no, que «asciende» o «desciende» y puede «moverse»). Cuando quise ilustrar la
consumación del coito en tramas novelescas o de cuentos, prodigué que un
individuo «falotraba» (del verbo falotrar, inexistente en la DRAE: empero, de
más compacta significación que «penetrar» y que anhelo sea admitido por la
venerable Academia. En cities, un morfo-fonólogo extranjero con apellidos LAGOS
NILSSON lo ha registrado). ¿Por que? -Ya todos, en la plática diaria, dicen:
que «penetran» en los túneles, edificaciones, corredores, bosques, paredes,
alcobas, aguas, recintos religiosos […] torciendo al significante y su
causalidad. En ocasiones, he fusionado vocablos: como «uno» y «otro»,
convirtiéndolo en «unotro-unotra». He llamado «Laruedan» a la autopista,
«procerimpreso», al billete, «ruedanbebés» a los cochecitos, «falaciego» a
quien actúa con negligencia o «mujellera» a una dama de malas costumbres.
Una muy querida, admirada y destacada
profesora me advirtió que omití acentos en un texto que recién escribí a una de
mis Divas en Postales (que aparecen en un libro que progresiva y parcialmente
publico en mis cuentas de Facebook y Sónico).
Aun cuando no profirió un infundio, luego de mostrar al lector uno de
los párrafos de mi prosa poética, «en descargo de mis culpas», revelaré las
motivaciones que adhiero. He aquí unas líneas: […] «Como tu, hoy sólo un
(quizá, presumo) inexistente sendero que eufórico recorrí enclavado entre
cuatro elevadísimas montañas de la Cordillera Andina: como tu, el granizo
plagado de lux que caía en mis manos una noche de clima templado en otro país
del Norte del Mundo […]».
En ambos casos, rehusé acentuar el pronombre
tú (del Lat. tu, que no tuvo el oblicuo apéndice o rayita) por cuanto no tiene
relevancia y -desde hace mucho tiempo- los miembros de la Real Academia
Española de la Lengua han admitido la moción de extinguir el acento en variedad
de sílabas o sonidos que dan cuerpo a la Fonética de nuestro idioma. Un
notabilísimo «Individuo de Número Correspondiente de la Academia en España»,
Emilio ALARCOS LLORACH, lo inferiría en una formidable tesis gramatical (4)
Entre múltiples e importantes asuntos, aduce: «[…] Ha habido, y aún hay,
vacilaciones en el puesto del acento en palabras de origen culto. Hoy se
vacila, por ejemplo, entre período y periodo, atmósfera y atmosfera […]»
He experimentado divertidas anécdotas
relacionadas con mi discurso y redacción, con las formas del habla, la mía y de
los demás, y nuestras pretensiones o preferencias individuales: la «cotidiana»,
«académica», «científica», «defensiva», «forajida», «lunfarda» y más. Recuerdo a mi gran y apreciado
hermano, el infortunadamente fallecido poeta Jesús SERRA, cuando un día le
envié una misiva desde la Oficina Prensa del Rectorado de la Universidad de Los
Andes. Le sugería que, por su mayor accesibilidad, realizásemos en el Paraninfo
determinada ofrenda a un académico y hacedor extranjero. Inicié mi carta así:
(previa fecha) «[…] Jesús SERRA/Director del Instituto de Investigaciones
Literarias/Su Despacho.- Querido y respetado amigo: me satisfaría,
infinitamente, que programemos el acto pautado en […]». Al recibir y leer mi
correspondencia institucional, el poeta me telefoneó de inmediato para decirme:
Alberto, ¿qué vaina es esa que has escrito según la cual te «satisfaría»? ¡Esa
palabrita está mal escrita! Me precipitó una carcajada y le propuse una
apuesta: quien tuviese la razón sería invitado a comer y libar en una tasca que
frecuentábamos.
En el primer párrafo de mi novela
Aberraciones, aparece el vocablo «extático». Un mal famado escritor y ex amigo,
cuyo nombre omitiré, me lo reprochó: ¡Empiezas con un error ortográfico,
JIMÉNEZ URE! Cualquier otro lector, no maledicente como lo fue y todavía es
hacia mí el innombrable, entendería que mi personaje Federico FLAVIOS sólo
quedó pleno de «éxtasis» y no «estático». Se extasió a causa de la felación: no
inmovilizó su Ser Físico.
Hace años, le obsequié un ejemplar de Las
fantasmagorías (de PLATA RAMÍREZ) al noble amigo Julio CARRILLO en el Centro
Cultural «Tulio Febres Cordero». Lo tomó entre sus manos y leyó el texto de la
contraportada. Discernió que tenía un error ortográfico lamentable: A su
juicio, el término «avocamientos» (que
aparece ahí) debió escribirse con labial: es decir, «abocamientos». Esta vez no
le formulé ninguna apuesta, porque el DRAE lo registra de ambas formas. Como
«mezclar» y «mesclar» (con «s» o «z»). Pero, si lo invité a indagar. Me
prometió hacerlo, sonreído. En una revista de la Website, me publicaron un
enunciado poético donde me cambiaron el término «irgo» por «yergo», para
sospechosamente corregirme (el director del sitio internetiano creyó que me
había equivocado). Irgue ni siquiera es uno de mis neologismos, sino presente
indicativo del verbo erguir en primera persona. En una de las sesiones que tuve
con estudiantes en el curso de un Taller de Cuento y Periodismo de Opinión que
dictaba para el Vicerrectorado Académico de la ULA, yo solía pedirle a los
participantes que conjugasen ciertos defectivos: como «abolir». Alguien se
atrevió hacerlo: «Yo abuelo», dijo, y sus compañeros se mofaron. Yo les
preguntaba: ¿Ustedes «forzan o «fuerzan? ¿«Tuercen» o «torcen»? ¿Cuántas
personas «habemos» o cuántas «somos»? ¿«Van a regresar mañana» o «regresarán
mañana»? Los han llamado sus padres: ¿«van a ir a verlos» o «irán a verlos»? Me
incomoda tener que escribir «haz tu comentario aquí» (prefiero el presente
imperativo de ese verbo con «s»). De
coloquialismos e infracciones ninguna persona está salva. Pero, se puede ser
una especie de RODIN transmutado al quehacer literario (escultor parisino,
1840-1917, quien, pese a su dominio de la Anatomía, fue a prisión por haber
transformado monstruosamente la figura de BALZAC en una estatua que le solicitó
y pagó por su hechura el gobierno)
En textos de novísimos (de breve tránsito) en
el campus de la Literatura Iberoamericana, los lectores podrán captar distintas
improntas (ajenas o de plagio) que giran centrífugamente en redor del
«coloquialismo» o «habla vulgar»: y que, sin dudas, tanto gusta a los editores
de best sellers. Y a dispersos críticos de literatura que repiten: «Este
narrador escribe sin rebuscamientos». Si lo importante es redactar con
ininterrumpida diarreica, vender masivamente ejemplares y no la hipotaxis en
materia de escritura, grabemos a un malhechor y vagabundo: transcribamos sus
impertinencias, improperios, confesos delitos, etc., y, luego, convirtámoslo en
un maravilloso novelista. En bestseller, suelo hallar párrafos análogos al
siguiente: «X dijo que iba a ir a la fiesta donde había que estar porque habían
muchas amigas que fornicaban y bebían con él» […] Entre ese texto y el
siguiente, elija: «X irá a la fiesta porque allá estarán amigas que suelen
fornicar y beber con él» […].
Las «tildes» en los vocablos vio, dio, se,
cárceles y rio (excepto que sea de un afluente, de un río) no necesitan
del «calco» y la Real Academia Española
ya lo admite. Tampoco es imperioso decir «pienso de que» y tantas-tontas formas
de escritura. No digamos: «Voy a ir a verte a tu casa esta noche». Sólo tenemos
que proferir: «Te veré en tu residencia al anochecer» (¿No les parece mejor el
segundo estilo? Es, acaso, una forma escritural tarzánica?) Para vejar al
vulgo, el Funcionariado Mayor de Comandancia ha ideado un slogan que dicta
«vivir viviendo». Entre todos los estilos escriturales, el «jurídico» destaca
por su premeditada truculencia destinada a dictar absurdas sentencias o imponer
edictos.
«Vio», «ti», «dio», «se» y «tu» son unívocos
(del Lat. «univocus», de idéntica valoración o naturaleza) con o sin la varilla
en declive. El signo sobrepuesto en una específica letra sólo sirve para,
visualmente, denotar una vehemencia que ya está explícita en la psiquis del
lector-emisor y también en el receptor. Cuando nos inquieren si vimos algo,
respondemos positiva o negativamente: sin que el acento se refleje en nuestro
hipotálamo. Temprano, la Lengua Española irá deslastrándose de léxicos y la
obcecada sintaxis. En el discurso, la preeminencia de la Fonética determinará
su belleza y compactación que no empantanamiento. Desde hace rato, los
anglosajones han despojado y exorcizado el Inglés.
Los escritores propendemos, infinitas veces y
desde inmemorables épocas, a ser prejuzgados como criaturas hostiles hacia la
Real Academia Española de la Lengua y su DRAE: la cual, sistemáticamente, ha
claudicado ante nuestros aspavientos al extremo de mostrar su explícita
comunión con quienes fuimos o somos infractores. Tenemos jurisprudencia en el
oficio de escribir atrocidades o purificaciones, con la majestad que nos
concede la Edad Intelectual Provecta.
NOTAS.-
(1)
«Damocles Editores», Mérida, Venezuela, 1984.
(2)
En mis días de infante, disfruté infinitamente con las historietas de Tarzán
(«El hombre de la Selva») y otras, menos difundidas, las de un personaje
similar pero advenedizo y más culto llamado Tawa.
(3)
Con dos ediciones, la segunda con el sello la ULA (1987-1993, respectivamente)
(4)
P. 48 de LLORACH ALARCOS, Emilio: Gramática de la Lengua Española. «Espasa
Calpe», Madrid-España, 1994.
Alberto
Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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