El más reciente informe del Instituto
Nacional de Estadística (INE) estalló como una bomba en el rostro del Gobierno:
en 2013 los hogares en situación de pobreza aumentó en 416.326, en cifras
absolutas, y 30% en términos porcentuales. Los hogares en situación de pobreza
extrema -aquellos cuyos ingresos
mensuales no alcanzan para cubrir el costo de la Canasta Alimentaria- pasó de
6% a 8.8%; en dígitos absolutos esto significa que 189.086 hogares pasaron a formar parte de esta franja de la sociedad.
¿Qué sucedió en el país para que ocurriera
ese descalabro tan colosal? El promedio del barril de petróleo se mantuvo
alrededor de los $100 en 2013, nivel
nada despreciable si se considera que hasta hace pocos años, cuando el crudo
pasaba de $20 el Gobierno montaba una fiesta. Aquí nos encontramos ante una
paradoja: por primera vez en la Venezuela petrolera, con unos precios tan
elevados del crudo, se registra un aumento tan alarmante de la pobreza relativa
y de la extrema.
¿A que debe atribuírsele semejante contradicción? A que el
socialismo del siglo XXI –idéntico a todos los socialismos del siglo XX, pero
aderezado con millones de petrodólares y raudales de populismo y demagogia-
fracasó de forma estruendosa e irreversible. La única manera de mantener una
política distribución del ingreso basada en el reparto clientelar de los
ingresos petroleros es que el precio del crudo se eleve continuamente, cosa que
no es probable pues la economía mundial crece a un ritmo moderado y no se
vislumbra ningún conflicto que estremezca al planeta (la eventual guerra entre
Ucrania y Rusia no es suficiente para disparar los precios del petróleo).
El Gobierno, a pesar de la sistemática
destrucción del aparato productivo nacional y la liquidación de la oferta
interna de bienes y servicios, pudo mantener controlada la inflación y sostener
la oferta de la mayoría de los productos más demandados, por su capacidad
importadora. Disponía de un inmenso volumen de dólares petroleros y disfrutaba
de distintas fuentes de financiamiento para traer del extranjero cuanta
baratija se les ocurrían a quienes estafaron los veinte mil millones de dólares
denunciados por Ricardo Sanguino y Jorge Giordani. La situación cambió
radicalmente. La producción petrolera se desplomó, PDVSA fue saqueada y arruinada,
las reservas internacionales fueron pulverizadas (se encuentran muy por debajo
del nivel “óptimo” -30 mil millones de
dólares- de los cuales hablaba el Comandante cuando le pidió al BCV el famoso
“millardito”). Al Gobierno nadie quiere financiarlo porque el mundo sabe muy
bien lo que ocurre en el país y cuál es el estado real de las finanzas
públicas, por esa razón los bonos venezolanos pagan una de las tasas de interés
más altas del mundo. Se secaron las fuentes que permitían importar sin control
ni responsabilidad.
El nudo crítico reside en que el déficit
creado por la escasez de la divisa norteamericana no puede ser cubierto con la
oferta interna. Quince años de cerco a la propiedad privada, estatización de
empresas que eran eficientes, colectivización de la economía agrícola y
pecuaria, aprobación de adefesios jurídicos como la Ley del Trabajo y la
entronización de organismos todopoderosos como el Indepabis y el SENIAT, están
pasando factura. Venezuela es la única nación de Suramérica que no crecerá en
2014; es el país con la tasa más baja de productividad, donde cuesta más crear
un empleo en el sector moderno de la economía y donde lleva más tiempo y
resulta más caro construir una empresa. La inamovilidad laboral destruyó el
mercado de trabajo, el congelamiento de
precios acabó con la tasa de beneficio y el control de cambio, con el mercado
de divisas.
El Gobierno esterilizó todas las fuentes que
permiten distribuir el ingreso por la vía más sana: el sueldo y el salario.
Puso a depender a casi toda la población del reparto clientelar de la renta
petrolera. Amputó las posibilidades de que la gente supere la pobreza mediante
sus propios medios: creando empresas, capacitándose para trabajar e innovando.
Lo más trágico del panorama es que el
Gobierno insiste en “relanzar las misiones” para enfrentar una crisis que ha
sido generada, precisamente, por el populismo y la demagogia, cuya expresión
más representativa son precisamente esas misiones, que han creado en la
población más desvalida la ilusión de que es posible encarar las dificultades
con las becas, dádivas, canonjías y transferencias en dinero, especies o
servicios que concede el Estado.
El Gobierno, para revertir la pobreza, tendrá
que abatir la inflación mediante el estímulo a la producción y la productividad.
El giro no se ve.
Trino
Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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