De
los cuatro grandes del boom de la novela latinoamericana de la década de 1970:
Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa, este último llegó a ser
menospreciado por nuestra generación, cuando éramos jóvenes en esos años, a
propósito de nuestro credo comunista; sobre todo, por las posiciones que éste
había adoptado frente a la revolución cubana.
He
allí un escritor que marchó a contrapelo de nuestra época; en ese epílogo de la
sociología marxista; cuando todos creíamos que era un hecho que la sociedad de
la razón ilustrada marchaba hacia el comunismo, la realización de la utopía
marxista; una corriente en la cual militaba el filósofo francés Jean Paul
Sartre; que había sido uno de los intelectuales más importantes del momento;
además de Herbert Marcuse, el ídolo de la Revolución del Mayo Francés de 1968.
Era difícil para Vargas Llosa sostener esa postura; mucho más antipatía se le
tenía por el hecho de que se había ganado el premio de novela Rómulo Gallegos
(100 mil bolívares), y no se lo había querido donar a la revolución cubana;
gesto que sí se le vería hacer a García Márquez, pero no con destino a dicha
revolución, sino al antiguo MAS de Teodoro Petkoff y de Pompeyo Márquez,
repito, 100 mil bolívares, y que sirvieron para editar un periódico, que se
conoció como Punto; partido en el cual militábamos una parte de esa generación
juvenil.
En
efecto, ese mesianismo de Fidel era demasiado seductor; sobre todo, por esa
comedia suya de revolucionario irreductible, y su verbo demasiado envolvente;
que es lo que explica esa pasión que sentía por él García Márquez; una trampa
en la que cayeron también Carlos Fuentes y Julio Cortázar; este último muy
ligado a la Casa de las Américas, y lo digo porque fue famosa una conferencia
suya en la sede de la misma en La Habana; que fue muy difundida en las
facultades humanísticas de nuestras universidades; recogida la misma por la
revista Casa de las Américas, y esto en virtud de que Cortázar allí, al
referirse a los géneros literarios, y establecer una diferencia entre lo que es
el cuento y la novela; apela a una metáfora en
términos del boxeo, y dice allí que la diferencia estriba en que,
mientras el cuento gana por nocaut, la novela gana por decisión.
Que
se trata de un tema que viene al caso; en el marco de lo que hablábamos al
comienzo en lo relativo al boom de la novela latinoamericana; además, para
aprovechar de mencionar Rayuela, precisamente, de Julio Cortázar; cuyo 50
aniversario se acaba de cumplir, y que fue una novela que marcó época; sobre
todo, porque fue la primera experimentación de tipo vanguardista en el género,
que se llevó a cabo en la América Latina; llegando incluso a proponer una estructura
tipo colage: un texto totalmente fragmentario, sin dejar de ser un romance, y
debido a que la modernidad nacía bajo el influjo de la ruptura con lo
tradicional; la ruptura implicaba también el rompimiento con el formalismo del
relato.
Entonces,
se hablaba del compromiso del intelectual, un término que había acuñado Sartre,
y ese compromiso en nuestro caso significaba una cuadratura con la revolución
cubana. Que creo que fue lo que llevó al distanciamiento de Carlos Fuentes y
Octavio Paz; este último también otra de las figuras que en el momento marchó a
contracorriente de la visión de mundo nuestra; al punto de que se consideraba
asombrado, porque en una entrevista que había sostenido con Sartre, éste en una
forma cínica se había negado a admitir que en el mundo soviético existían
campos de concentración. Nosotros, asimismo, como Sartre, eso no lo queríamos
admitir. Entonces, nos embelesaba más el Gabo, y su cuadratura con Fidel, como
se le dice en el medio revolucionario.
Todos
convergían en esa famosa Casa de las Américas; desde ese Sartre, pasando por
Cortázar, hasta García Márquez; aparte de los intelectuales de tono menor, en
nuestro caso, venezolanos, que ganaban el Premio Casa de las Américas en alguna
de las menciones, que ofrecía el concurso literario del mismo, y se declaraban
fidelistas de por vida; intelectuales a quienes alguna que otra vez le vi
vanagloriarse con una de esas guayaberas, que les enviaba Castro, y que hoy en
día lucen los rojos rojitos, habida cuenta de que el perro sigue siendo el
mismo, pero con diferente collar. Porque hubo otra cosa, en que se amparó el
sátrapa cubano, y es que ese embargo que le decretó EEUU, la mayor potencia de
la tierra, se tradujo entonces en que el mundo de la izquierda más se cuadró
con él, producto de aquella orfandad en la que quedaba.
Cortázar derivó hacia el cuento; donde fue más exitoso, que en el terreno de la novela; ya que, con independencia de las propuestas estéticas de tipo vanguardista, como fue escrita Rayuela; su trabajo novelístico no tuvo una masa de lectores tan extendida, como sí lo fue el de Vargas Llosa, y con quien uno terminó identificándose, desde un punto de vista político; a medida que se expandió el sistema de democracia de partidos, y de mercado abierto: con lo que ha comulgado éste toda la vida. Porque uno pudiera decir de don Mario, lo mismo que decía Cassirer de Kant, que vida y obra eran lo mismo.
Una vez Chávez le reclamó que
por qué él venía a hablar de política en su país, y a lo que Vargas Llosa le
respondió: “Yo vengo a hablar de política aquí, con el mismo talante con el que
llegó Bolívar hablando de política en mi país”. En la novela de Vargas Llosa
está contenida toda nuestra picaresca; lo que en antropología se conoce como la
fauna política, y el andamiaje social, sin necesidad de apelar a visiones de
mundo tercermundistas.
Digo la verdad, yo me identifico más con los personajes de Vargas Llosa que con los de García Márquez. El mismo lo ha dicho. Hay personajes de la literatura y del cine que uno siente más que los de la vida real. Por eso está aquí Vargas Llosa luchando con nosotros por nuestra libertad. Vino, vio y dijo, aunque lo censuraron, y fue peor.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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